Universidad reformista. La mirada hacia la calidad educativa

Por Martín Unzué* | Ilustración: Nadia Sur | Archivo Histórico cedido por el CeDinCi

 

Los acontecimientos de 1918 se plantearon como un gran movimiento de reclamo de actualización del saber. Ese terreno de disputa hoy cobra nuevos sentidos a la luz de repensar la calidad educativa en un contexto donde las políticas públicas se enfocan en rasgos como la eficiencia académica.

 

En el año en que se conmemora el Centenario de la Reforma de Córdoba, son muchos los aportes que se preguntan por su actualidad. A fin de cuentas, la universidad argentina ha hecho, en especial en las últimas décadas democráticas, de esa bandera del reformismo uno de sus emblemas distintivos.

Por eso resulta oportuno detenernos en dos de los más significativos legados: el primero es la politización de la universidad, que se termina de consolidar en esa pequeña casa de estudios mediterránea en 1918.

Ello supone el autogobierno basado en la participación de los claustros que integran la comunidad universitaria, pero también, una preocupación de la universidad por la sociedad que la alberga, y que se traduce en un reclamo por su calidad, y por la calidad y la actualización de sus profesores.

Buena parte de la demanda estudiantil del ´18 se centra en este punto: hay una disconformidad con la desactualización de los contenidos enseñados, con los modos de enseñar, con las formas de seleccionar a los profesores de las universidades, con la poca permeabilidad a la actualización de los saberes, al desarrollo de nuevo conocimiento y a que ese conocimiento se articule con demandas locales, nacionales, y latinoamericanas. También con la forma de gobierno de la universidad, en manos de las academias reducidas, cerradas, vitalicias, pero sobre todo, rancias, que son las responsables de la deficiente calidad.

Creo que esta pregunta de origen político por la calidad de la universidad, constituye el mejor legado de la Reforma, lo que no debe perderse de vista y lo que permite darle su actualidad, un siglo después.

La calidad educativa reformista

La calidad de la universidad significa muchas cosas, y sin dudas, es centralmente el tema de la calidad de lo que enseñamos, del modo en que lo enseñamos y también del conocimiento que producimos.

Si el legado reformista puede ser leído como un gran y magnífico movimiento de reclamo de actualización del saber, producido en el atardecer de la consolidación del movimiento positivista allí donde era más resistido, y por parte de los estudiantes, hoy en día también es necesario apelar a ese valor indiscutido de la calidad, sin entregarlo a las demandas de reforma que, en nombre de supuestas modernizaciones, se han filtrado en la agenda de las políticas de educación superior al menos en las últimas dos décadas.

La discusión sobre qué es la calidad no puede darse por saldada en la universidad heredera del reformismo, pero además no puede ser una expresión única y uniforme de una fórmula tecnocrática: sea máxima titulación de los docentes, cantidad de artículos escritos en revistas internacionales con referato doble ciego por pares, o categoría en algún programa de clasificación de personal docente o científico.

Hay que problematizar el tema de la calidad, y ello comienza con la propuesta de una reflexión sobre qué significa, que debe ser realizada en conjunto, con los docentes y los estudiantes de nuestras universidades. Eso también es el legado reformista.

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La cuestión de la calidad de la universidad no es universal, y no es lo mismo lo que la universidad debe hacer y pensar en cada contexto histórico y social, por lo que, la pretensión de construir estándares de calidad global tiene poco que ver con la cuestión real de la calidad.

No hay modo de sostener que en un mismo ránking mundial que pretende medir una supuesta calidad, se reúnan instituciones con estructuras, legados, mandatos institucionales, problemáticas sociales, políticas, económicas y formas de gobierno totalmente diversas. Se trata de un ejercicio carente de rigor científico, y paradójicamente, de nula calidad.

La universidad debe discutir su calidad como un problema complejo, sustrayéndose de las tentaciones de caer en los indicadores simplificados y banalizados que propone cierta mirada superficial y una comparabilidad escueta, pobre, menesterosa.

En este sentido, el recurrente pedido de eficiencia, o la denuncia del bajo grado de eficiencia de la universidad argentina, medido en nombre de la retención y la terminalidad (todos hemos escuchado que la universidad argentina tiene altos niveles de deserción, que “produce” pocos graduados, que el “costo” por graduado es alto), parece que se ha reactualizado en cierta prensa poco informada, no puede estar más alejado del problema de la calidad.

En primer lugar, y esto también es parte del legado reformista de nuestra universidad, no somos una fábrica de graduados, y en ese sentido, no podemos aceptar la evaluación del papel de las universidades en base a la cantidad de diplomas que emitimos.

Es un tema muy delicado, pero en un sistema en el que las universidades emiten títulos habilitantes, donde no hay instancias posteriores de reválida de los diplomas, la presión de cierto discurso que se busca instalar socialmente, para que las universidades y particularmente las públicas, gradúen más estudiantes, corre el serio riesgo de generar un sistema de estímulos para que, con mayor indulgencia, se deteriore la calidad.

A fin de cuentas, si el argumento es que la universidad pública argentina recibe muchos recursos por graduado (no hay muchas voces que afirmen que recibe muchos recursos por estudiante, porque las comparaciones internacionales son bastantes tristes en este punto), la solución parece estar al alcance de nuestra mano: con poco esfuerzo y olvidando la calidad, podríamos graduar a mansalva a todos los estudiantes, incluso aceptando las falencias que portan de niveles educativos previos.

Sin embargo y afortunadamente, eso no sucede, y la calidad de nuestras universidades, expresada en diversas formas de exigencia, sigue siendo un valor.

Las universidades públicas argentinas gradúan menos que las privadas, pero podemos seguir diciendo que las primeras producen más y mejor conocimiento que las segundas, por varias razones que parecen escapar a las consideraciones habituales.

Tener universidades de calidad, y mejorar la calidad de nuestras universidades debe suponer introducir en la agenda toda una serie de temas que parecen ocultos: aumentar las dedicaciones de los docentes, mejorar sus salarios, promover la realización de actividades de investigación, extensión y formación, e involucrar a los estudiantes con todos esos procesos, entre otras.

Sí podemos afirmar que, en líneas generales, las universidades públicas argentinas son de mejor calidad que las privadas, con sus excepciones. Esto tiene que ver con que las universidades privadas incluso si retienen y gradúan más estudiantes, no suelen tener docentes con dedicaciones exclusivas, ni promover la producción de conocimiento, ni la investigación, ni reconocer salarialmente a sus docentes de un modo mejor que en el sector público.

La paradoja entonces es que, las universidad que gradúan más no son de mejor calidad que las que gradúan menos: los números que da la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) para 2015, suponen que el promedio del sistema es del 30% de egresados en tiempo teórico, pero ese número es 27% en las públicas y 40% en las privadas.

El otro eje que quiero resaltar, es que las universidades reformistas tienen un mandato que excede su dimensión estrictamente profesionalista. La universidad debe ser un lugar de producción y divulgación de conocimientos, de cultura, y no sólo de saberes técnicos.

En este sentido, hoy remamos contra la corriente del neo-utilitarismo y los tiempos cortos que en otras latitudes ya han hecho profundas modificaciones (como el llamado proceso de Bologna en Europa).

El universitario debe ser algo más que un mero técnico, y eso se va a volver cada vez más evidente a medida que las aplicaciones lisas, directas y automatizadas puedan ser todas reemplazadas por la tecnología.


Por eso el legado de la universidad reformista está hoy a la defensiva en este punto, pero es un momento de transición, y debe perdurar para recuperar impulso en un futuro escenario, conservando su lectura original, donde su papel de productora y difusora de cultura vuelva a ser central.

La universidad debe estar comprometida con formar hombres/mujeres y ciudadanos, siendo el punto culminante del sistema educativo, y por eso, se trata de la continuidad del consagrado derecho a la educación.


 

Reforma Universitaria_ 1918

El derecho a la educación superior, y a la universitaria, no es sólo el de acceder a saberes que pueden mejorar nuestra inserción en el mercado laboral, o nuestra expectativa de ingresos futuros. Si la educación universitaria es el punto más elevado de la formación educativa, todos deben tener derecho a acceder a los saberes que allí se enseñan y producen. Esa es otra razón por la que, la medición de la “productividad” de la universidad en base a la cantidad de graduados, es estéril.

La cultura, los conocimientos, se trasmiten a todos aquellos que pasan por nuestra aulas, sea un año, dos o quince. Eso no es lo importante. Lo relevante, lo que  realmente hace a la calidad y que no parece medido por ningún ránking, es que se forme ese vínculo entre el docente y el estudiante, que es de mutuo reconocimiento y transferencia.

El diploma, sin dudas valioso, lo es en algunas disciplinas más que en otras. Hay profesiones que no se pueden ejercer sin un título, como médico o abogado, pero hay muchas otras donde los saberes que se adquieren pueden no requerir esa certificación para ser valiosos en múltiples sentidos (políticos, sociales, pero también económicos).

Vivir en una sociedad educada tiene un valor difícil de cuantificar, pero que no sólo no es despreciable, sino que resulta fundamental.

La Universidad reformista hoy es la que entiende que su calidad se juega en el aporte que realiza a la mejor educación de la sociedad, produciendo y transfiriendo los conocimientos más relevantes. Un legado que compromete no permitiendo mirar para otro lado.

 

* Es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Profesor e Investigador en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad Nacional de La Plata.