“Ser poderosa es apropiarse también de las vulnerabilidades”

Por Andrea Sosa Alfonzo* y Clara Chauvín** para la Serie Juntas | Fotos: Archivo personal Marta Dillon y Montruo Estudio | Ilustración: Martín Bianchi

Desde hace un par de décadas, Marta Dillon es una de las principales referentes del periodismo feminista. Escribe y escucha desde lugares oscuros hasta luminosos con una forma estrepitosa de irrumpir en la Buenos Aires que la vio nacer en 1966 . Como directora del suplemento Las12, fundadora del suplemento Soy de diario Página/12 y militante activista por los derechos LGBTTIQ+, construyó una ética de la lucha por la libertad de los cuerpos y de la palabra; genuina, conmovedora e histórica.


Además de ser una de las periodistas que consagró la visibilización y la construcción de una politización feminista desde los medios de comunicación, es militante de la agrupación HIJOS, activista lesbiana y fue una de las primeras impulsoras de Ni Una Menos, un movimiento que inició una nueva página en la historia de los feminismos en la Argentina. 

Para Marta, la escritura “desde siempre fue una herramienta”, algo que formó parte de su vida desde un comienzo. “Para mí la escritura tiene algo del acto físico de escribir y de poder conectar cuerpo con lo intangible, los inmateriales como dicen como dicen por ahí. Esta posibilidad de generar un lazo entre las cosas concretas materiales y las inmateriales. Creo que el escribir siempre ha sido una manera de estar en el mundo sin enloquecer”.

-¿Cómo es ese oficio de escribir y poder plasmarlo en el periodismo?

-Me decidí por el periodismo cuando era muy joven, ya tenía una hija. En ese momento, se trataba de pensar cuál era el oficio de escribir que te permitía ganar dinero porque la literatura es mucho más lábil, en ese sentido. La urgencia me llevó a hacerme esa pregunta concreta: ‘cómo una gana dinero escribiendo con lo único que yo sabía que sabía’. Y pensé en el periodismo, estudié y luego comencé a trabajar. El periodismo tiene una relación ríspida con la literatura, porque como todos oficio pareciera ser una cosa menor. No es ser crítico literario, no es ser escritora, es ser periodista. Pero a la vez, es un oficio que no sabía que me iba a gustar tanto como me gustó; es un oficio que te permite, a la vez de escribir, escuchar voces, sentir experiencias, hacerte preguntas. Tiene un dinamismo y una posibilidad de salir de los mundos propios para interactuar, para enriquecerte y sobre todo para amplificar la escucha y a partir de ahí, poder dar cuenta del mundo y del tiempo en el que estás.

-Desde hace más de dos décadas formas parte del sumplemento Las12 y fundaste el Suplemento Soy para el mismo diario ¿Qué balance haces de tus primeros años como periodista feminista hasta la actual oleada que alcanzó conquistas como por ejemplo, la Ley de Equidad de Género en los medios de comunicación? 

-Es muy distinto el contexto, pero lo que habría que subrayar es que este contexto no está ajeno al hacer de Las12 y de otros medios. Pienso en la experiencia de RIMA, la Red Informativa de Mujeres Argentinas en ese momento. La comunicación tuvo mucho que ver en la posibilidad de conectarnos entre feministas, tanto como los Encuentros Nacionales de Mujeres donde confluíamos, nos encontrábamos, dialogábamos y nos quedábamos con contactos de compañeras feministas en todas las provincias, lo cual nos permitirá generar información y ponerla en común. Me parece que hay algo de la posibilidad de encontramos, de trenzarnos, de compartir información y convertir esa información en algo posible de aparecer en diarios, en revistas, en listas de mails; lo que fue generando la posibilidad de que el feminismo pase de ser esa palabra con F, esa palabra marginal e incluso denostada, igual que ser lesbiana. Por ejemplo, cuando empezamos Las12 me acuerdo que nos retaron por una tapa que hicimos sobre lesbianas porque era celebratorio. Era muy graciosa la discusión, parece increíble que hubiese sucedido. Pensarlo en relación a ésta palabra -Feminismo- que es sinónimo de orgullo, de marca generacional e intergeneracional. Para muchas chicas jóvenes, e incluso niñas, ser feministas es pararse de una manera particular en el mundo. En este trayecto, no hemos sido observadoras sino que hemos sido parte y los desafíos son distintos. En este momento particular seguimos teniendo muchos desafíos en Las12: cómo seguir enriqueciendo un periodismo feminista; cómo hacer un periodismo feminista que no sea solamente con la agenda que se supone que los feminismos tenemos que tomar; cómo pensar la política y la economía; cómo hacer feminismo sin decir la palabra feminista cada cuatro; y cómo no cuadrarse con el imperativo de lo que hay que hacer y de cómo contar las cosas. Porque también hay que decir que en este tiempo se ha vuelto muy normativo, y la masividad tiene su contraparte. Entonces hay un feminismo que sí, y hay un feminismo que no; hay este esta disputa entre las mujeres y los feminismos más interseccionales -las mujeres radicales-; las disputas entre trabajo sexual y la situación de prostitución que se vuelve muy violenta. Por ejemplo, cada vez que publicamos alguna nota que no tiene que ver con el nuevo endiosamiento de los saberes científicos hegemónicos. A principios de este año publicamos una nota sobre astrología, pensándola como un lenguaje y no como una ciencia; sin embargo nos salieron a matar de todos lados. O cuándo publicamos algo que tiene que ver con el cáncer y con estrategias de resistencia de mujeres y disidencias en relación al cáncer, pero parece que hay cosas de las que no se puede hablar. La necesidad de una comunicación feminista no complaciente, ni con nosotras mismas ni con los públicos, sigue estando. Sabemos que dentro de Página/12 hay una reacción impresionante, ya sea hacia el lenguaje inclusivo o hacia los temas que hacemos. Sigue habiendo muchísimas resistencia, más allá de lo que hemos conseguido entre todas y todes que es este orgullo de ser feminista.

-En un encuentro reciente en el que participaste que aglutinó a cronistas de todo el país, mencionaste que hay que romper el pacto entre varones para visibilizar y concientizar sobre las violencias por razón de género ¿Cómo se desarma esto desde el periodismo? ¿Notas algún cambio dentro de las redacciones en el compromiso de los varones con temáticas de género?

-Creo que las resistencias son enormes y que hay una cuestión de género y generacional. No hay una respuesta sencilla ni hay una única respuesta en ‘cómo se hace’. Es una prueba para nosotras la persistencia y la insistencia en este tema. Si hablamos de femicidios, dejemos de publicar con insistencia las fotos de las víctimas -es necesario-, pero también necesitamos empezar a ver a los victimarios como seres que no son de otro planeta sino que son las personas que están entre nosotras y entre nosotros. Hay muchas cosas en relación a cómo quebrar los pactos machistas y tienen que ver con hacer hablar a los varones, de sus propias incomodidades, de sus temores. Creo que no hay una sola estrategia pero sí hay que estar y tenerlo permanentemente en la mira. En cuanto a las resistencias, hay que dejar de ser complacientes a esto que se supone público. Es algo que nos pasa mucho en Página/12 porque tenemos este sistema de socios o de gente que está dentro de la comunidad de los medios comunicación, que es algo nuevo de los últimos cinco años máximo, donde el promedio de edad es de mayores de 45, ahí las resistencias son mayores. El lenguaje inclusivo o la búsqueda de desarticular el masculino universal en los textos periodísticos, genera una resistencia sobre la cual hay que hacerse varias preguntas: ¿Qué es lo que les molesta tanto? ¿Qué es lo que están perdiendo en esa hegemonía? ¿De qué se está hablando en nombre de la belleza del lenguaje que es una pavada? No tengo una fórmula, pero sí sé que hay que insistir en este sentido y hay que hacer claras las resistencias. Lo que me parece totalmente contraproducente es reconstruir un mundo binario donde los varones hacen algo y las mujeres hacen otra cosa. Haber desarmado esa concepción del mundo en que las mujeres somos la mitad y los varones son la otra mitad y que en el medio hay unos monstruos que no importan, lo hemos explotado en las calles, en las universidades, en las escuelas. De eso hay que dar cuenta y el lenguaje inclusivo se viene a meter ahí y por eso tanto miedo. Me parece que ya no está la posibilidad de decir tan rígidamente ‘varón´, sino que tenés que decir ‘varón, heterosexual, blanco’ y eso es una ganancia.

-La apropiación de esos lenguajes no sexistas y la construcción de mundos más inclusivos fluye también en las Redes Sociales donde las nuevas generaciones dan la batalla lingüística pero también en esos territorios digitales apareció el fenómeno escrache. Se pasa de la denuncia al escrache o la cancelación en un segundo. ¿Qué perdemos y qué ganamos con la cancelación? 

-Salvando la herramienta política que se construyó en los noventas para señalar a los genocidas que no habían sido juzgados y condenados, que todos y todas sabíamos que habían cometido delitos atroces y vivían ocultos como vecinos comunes; el escrache fue una herramienta superpoderosa para generar una idea de justicia social más allá de la justicia formal, que permitió que hubiera una “justicia formal”, entre comillas. Porque cuarenta años después es difícil llamarla justicia. Entonces los escraches tal como están pensados dentro de estas lógicas que señalan ustedes, individualizan, generan justamente lo contrario a esa herramienta que inventamos en los noventas. Individualizan en el sentido que escrachar es cortar todo lazo más que el que tenés con quién escrachaste, sobre todo cuando ves chicas muy jóvenes escrachando permanentemente a alguien por cuestiones relacionadas a la violencia. No quiero juzgar. Cuando sucede entre chiques jóvenes, lo que da cuenta es de algún pasó que nos faltó en relación a cómo tramitamos un cambio tan espectacular en relación a cómo se perciben, desnaturalizan, detectan y resignifican las violencias a las que estábamos totalmente acostumbradas hace unos años; sin generar herramientas que nos permitan una idea de justicia y de reparación. Es decir, una idea de reparación que nos permita seguir construyendo comunidad, comunidades feministas, comunidades en libertad, etc. El escrache es siempre individualizante, te quedas sola frente a una pantalla, estás señalando a alguien y le vas a poner una etiqueta que le va a durar mucho más tiempo del que debería ser pensando en términos de reparación. ¿Qué repara escrachar a alguien? Difícilmente repara, porque lo que hace es seguir abriendo una herida. Hay cancelaciones todo el tiempo entre feministas. Es una lógica bastante propia de las Redes Sociales de la que los medios de comunicación tendríamos que poder corrernos y generar otros discursos. Ahí es donde creo que no tenemos que confundir periodismo y medios de comunicación con la lógica de las redes donde la inmediatez en la difusión de noticias y la inmediatez en la reacción frente a un título, nos hace perder la idea del debate. Los medios de comunicación tenemos que seguir insistiendo en poder devolver los contextos a las cosas que circulan, devolver los debates a esto que parece puramente escraches y seguir insistiendo en muchos planos para desarticular y para no favorecer la lógica del escrache.

-Habitualmente decís algo que nosotras sostenemos fuertemente sobre la lógica en la que funcionan los medios y el rol que debe tener el periodismo feminista, y es que el feminismo anula la espectacularidad. ¿Podés ahondar un poco en esta idea?

-El periodismo feminista es un periodismo militante porque no estamos afuera de los procesos de transformación sino que tenemos la intención declarada de meternos en los procesos de transformación. Y en ese sentido, nos corremos un poco de la lógica de los medios porque no podemos hacer lo que pretendemos transformar. Entonces ¿cómo cubrimos un femicidio o cómo cubrimos una historia de violencia machista? Muchas veces la espectacularidad está ligada a hacer un relato de los padecimientos. Es una pregunta que también nos hacíamos en relación a una nota que publicamos hace poco de una chica que estuvo cautiva de su pareja -entre muchas comillas- durante 23 años. Nos enfrentábamos a esas preguntas: ¿Cómo evitar el morbo?, ¿cómo evitar la espectacularidad? Lo primero había salido en los medios era que le había cortado todo el pelo y la había atado a un grillete a la cama. Esa es una escena que todo el mundo cree: ‘¿la tuvo 23 años atada a la pata de la cama?’ Y nosotras tenemos que abrir esa caja de Pandora, sin caer en el morbo y poder explicar periodísticamente, no teóricamente, de qué se tratan las partículas elementales la violencia, de qué se tratan estos mecanismos que anulan la subjetividad. Que además, no solamente están en manos de este perpetrador. Si lo pensamos, es lo más espectacular entre nosotras pero es lo que pierde toda espectacularidad en tanto lógica de medios y en tanto lógica de audiencia, es que esa pareja vivió 23 años en la misma casa. Y esa dupla, del agresor y la chica que estaba bajo su poder, circulaba, iba al supermercado y nadie nunca notó que ella no aparecía jamás sola, que caminaba mirando al piso. Y de alguna manera, es lógico que una mujer salga siempre con su marido y que sea él quien hable y no ella. Entonces, ése es el desafío que tenemos la responsabilidad de poder contar: cómo se construyen las posibilidades para que estas cosas que son espectaculares, puedan ser posibles. 

Igual que cuando hablamos de los femicidios, la pregunta sobre cómo cubrir femicidios es una pregunta que nos atraviesa completamente. Entonces ves las coberturas de femicidios donde cuentan la autopsia, dónde le cortó, cuáles eran los hematomas y se pasan horas hablando de los cuerpos ¿Y las posibilidades de concreción de esto dónde están?, ¿qué es lo que hace posible que los tipos sigan matando minas?, ¿qué es lo que hace posible que los femicidios, transfemicidios y travesticidios sigan contándose a diario? ¿Y cómo detectamos un femicidio? ¿Siempre hay que contar una historia de amor atrás? No, no hay una historia de amor, hay una historia de sujeción. Todo esto es lo que tiene que ver con dar vuelta esa espectacularidad: amores que matan y los amores hasta la muerte.

-La agenda del movimiento de mujeres y diversidades ha tomado las calles y ha logrado una masificación casi histórica. Pero esto también puede llevar a la frivolización o despolitización (conocido también como pinkwashing) ¿Qué opinás de esto? ¿Cómo deberíamos avanzar para que esto no ocurra?

-En principio tomar conciencia de que si los derechos de todes no están garantizados, no hay orgullo en el sentido decir ‘soy lo que soy’. Es necesaria cierta conciencia sobre ¿de qué se trata luchar, qué es formar parte de un colectivo? ¿Cómo se llegó a esta despolitización? ¿Cómo pusiste en tu remera ‘feminista’ o ‘feminist’ y empezaste a salir a la calle? Creo que historizar es una herramienta necesaria y también salirse de los centros. Siempre que el poder habla el idioma o se apropia de las palabras de las luchas, de lo que fueron las periferias….cuando vos ves una joya que dice ‘feminist’ y sale 500 € entonces tenés que desconfiar. O cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires te pone banderas del Orgullo para el 28 de junio, hay que volver a pensar qué pasa con les niñes que van a la escuela. Pensar siempre la agenda que falta y desconfiar de todo lo que es amigable, porque no es amigable. Hay una agenda enorme que todavía está vigente: pensar y escuchar lo que los colectivos están diciendo. Cuando escuchás a las travas y a las personas trans, te vas a dar cuenta que más allá que se pueda ser puto y salir a la calle y no te van a pegar -lo cual tampoco ni siquiera es cierto-, escuchar que los travesticidios no conmueven, escuchar que todavía es necesaria una Ley de cupo, etc. Creo que es fundamental en principio desconfiar, en segundo término, seguir buscando las alianzas en los márgenes e historizar y repreguntarse cada vez: ¿cómo llegamos hasta acá?.


-Fuiste protagonista de la construcción del colectivo Ni Una Menos ¿Cómo fueron esos inicios?, ¿esperaban su masividad? Y por otro lado, ¿en qué aspectos consideras que las periodistas que se sumaron al Ni Una Menos cambiaron las formas de narrar los femicidios?

-Fue cambiando y fue muy dinámico. Todo empezó con un encuentro de lectura en el Museo de la Lengua cuando lo dirigía Pía López, pero ese encuentro mismo surge de una pregunta que nos hacíamos…El 2015 fue un año que comenzó con una particular crueldad sobre los cuerpos de las mujeres, donde hubo varias niñas y mujeres tiradas en basurales. Había una movilización importante de chicas muy jóvenes que, por ejemplo, generaron los siluetazos que respondieron a femicidios que ocurrían a plena luz del día. Creo que lo que pasó el 3 de junio vino acumulándose del Encuentro Nacional en Salta en 2014, donde fue una de las primeras veces en que, si bien no hubo represión, hubo una amenaza de represión a las chicas que estaban manifestándose frente a la Catedral. Tiene que ver con un año en el que iba a haber un cambio de gobierno, con una situación política que estaba un poco caldeada y donde los cuerpos femeninos aparecían narrando lo mismo que dice Rita Segato: los femicidios no son un disciplinamiento sobre una mujer sino sobre todas; que los femicidios también es un lenguaje que hablan los varones entre sí; que hay cuerpos que cuentan y cuerpos que no. Entonces había un rumor social que Ni Una Menos lo recoge haciendo un llamado a la calle, que se fue tornando masivo merced a que la consigna es lo suficientemente amplia como para ser entendida y a la vez imposible de estar en contra ¿Quién va a estar en contra de que no se mate a más mujeres? Lo que se vio en las calles fue fruto de esa acumulación, de una organización que venía de muchos años en relación a los Encuentros Nacionales, pero que no saltaba más allá porque no se veía masivamente en las calles. Nos permitió justamente saltar el cerco de las convencidas pero sobre un descontento y un rumor social muy importante. Y sobre la necesidad de que las víctimas de femicidio no sean víctimas individuales sino colectivas, que su duelo sea un duelo colectivo. Y además, de una vez por todas, que se escuche el registro de nuestras historias. Todo el mundo tenía ese 3 de junio una historia que contar sobre su propio registro de la violencia machista en su cuerpo. Fue con mucha participación de chicas jóvenes, adolescentes y una participación intergeneracional en este sentido. Creo que esa posibilidad de reconocernos fue poderosísima, se fue gestando en ese mes y nos fuimos dando cuenta que iba a ser masivo. Al principio pensaba por qué convocar a algo para dentro de un mes, la gente se va a olvidar. Y eso en realidad fue al revés, nos permitió ir acumulando tanto historias como registros. Éramos muchas periodistas lo cual nos permitió compartir muchos contenidos. Ell desafío principal fue persistir, mi palabra favorita. Persistir en la organización, persistir en buscar la reacción y en radicalizar la masividad, y que no fuera solamente ‘decir’ Ni Una Menos. Cada tanto te dicen ‘Ni una Menos no puede estar a favor del aborto’ como un intento de ser cooptado por corrientes conservadoras. 

Utilizar la herramienta del paro para responder a un femicidio; insistir en volver a organizar otro 3 de junio, habernos conectado con compañeras de otros territorios más allá de nuestro continente, nos permitió nutrirnos de muchos debates y potenciar eso que se vive en la calle cada vez que se hace una manifestación, cada vez que salimos con ese espíritu rebelde. Todo ello, después se traduce en debates en distintos lugares de trabajo, de estudio, de militancia. En definitiva, la posibilidad de poner sobre la mesa una lucha que viene de muy largo dentro de nuestro movimiento feminista, convergimos ahí con mucha unidad, eso afianzó esa rebeldía y posibilidad de que nuestros cuerpos puedan expresarse, existir, valer y contar tanto como otros. Decimos a veces que nuestros cuerpos cuentan en el sentido de que tienen cosas para decir y también una importancia fundamental en la producción de valor, en la construcción de una sociedad.

La revolución intergeneracional

Marta disiente ante la expresión de “la revolución de las hijas” y remarca fuertemente en el aspecto interseccional e intergeneracional de los feminismos de Argentina, que se construyen en la diversidad de sectores sociales y de generaciones que se encuentran en una misma lucha. “Por supuesto que las adolescentes, niñas y jóvenes que tomaron las calles y que tomaron discursos y modos de hacer política callejera que se vienen construyendo desde hace muchísimos años, llenan de vitalidad las calles y son una promesa de futuro. Es lo mejor que nos puede pasar. Sinceramente creo que esto no hubiera sido posible sin un movimiento de larga data, no es que las adolescentes un día se levantaron y transformaron el mundo, sino que hay un movimiento feminista. Cuando dicen ‘la revolución de las hijas’, ¿qué nos representamos? El movimiento feminista en nuestro país está fuertemente anclado en los movimientos territoriales, en las compañeras que están en las ollas populares. Ahí hay una revolución que no nombramos y que para mí es realmente el punto de clivaje. Las piqueteras, las compañeras que están en los barrios, en los comedores, y en este contexto, las trabajadoras esenciales que están en los merenderos, acompañando a compañeras que sufren violencia, que se agrupan en casas de mujeres. Si digo ‘la revolución de las hijas’ no te vas a representar en tu imaginación a esas mujeres, algunas son re jóvenes y ya tienen hijos. Ahí hay una transformación en el encuentro de estos grupos territoriales, de los feminismos más académicos, de las feministas que venimos batallando desde la comunicación. Este movimiento lo que tiene es la intergeneracionalidad y la interseccionalidad, sin eso, el movimiento feminista argentino no es nada. Es es una moda que se puede ir a la mierda cuando te das cuenta cuántas de esas pibitas muy jóvenes están sosteniendo discursos terfs tomados de las redes sociales, donde piensan que el útero es lo único que te define como mujer y que la biología es la que permite el sometimiento de las mujeres. Solamente en el diálogo intergeneracional e interseccional, podemos afianzar lo que venimos construyendo. Creo que todo esto es interesante pensarlo. No vamos a negar que muchas niñas, adolescentes y jóvenes que se volvieron fervientemente feministas han vuelto a sus casas y han generado también pequeñas revoluciones dentro de sus casas. Pero yo no plancharía lo que pasó en estos años de movilización masiva y de radicalización de los conceptos feministas y de las luchas que se llevaron a cabo, en que es ‘algo’ de una generación, sobre todo, pensar en una generación de clase media”.

-¿Te sentís parte de esta corriente de repensar las vejeces, las autonomías y el autocuidado? ¿Qué te pasa con el erotismo en las vejeces? 

-Yo soy vieja lamentablemente, digo lamentablemente, porque no es ni solamente belleza o la posibilidad de estar revolucionando. Parte de nuestra de nuestra revolución y de nuestras demandas, tiene que ver con desarticular modos de belleza hegemónica, lo que se espera de un cuerpo, que el orgasmo es eficiencia, que coger es siempre penetración. Forma parte la cuestión de la vejez, hay que nombrarla y hay que decirla. A mí me resulta irritante cuando te dicen ‘vos te mantenés muy bien’ o ‘no se te nota la edad que tenés’ ¿Qué quiere decir esto? ¿Que me mantengo como una aceituna en conserva? Todas las cosas que te quieren decir para halagarte, en realidad se tornan un bajón. Creo que la experiencia del erotismo y de la sexualidad es una experiencia que tenemos, y que hay que verbalizarla y hablarla más. Pero es un discurso del que todavía nos estamos apropiando de maneras diversas. Por supuesto que se coge después de los cincuenta y después de los sesenta y que esas formas de coger están atravesadas por el patriarcado, por el machismo, por las relaciones sociales que sostienen las riendas desesperadamente por seguir manteniendo los privilegios de pensar que un hombre mayor es atractivo y una mujer mayor debería pasar por el cuchillo o no debería mostrar su cuerpo. 

Por todas estas razones nosotras tenemos que seguir insistiendo, siendo feministas, buscando contradiscurso y no creernos que siempre tenemos que ser superpoderosas. Sos vieja y te duelen cosas, es parte de la vida. Ser vieja es acercarte a un momento de suma vulnerabilidad. Y también, y esto es algo que nos enseñó la pandemia, nosotras somos feministas y en tanto feministas, nos hacemos poderosas, pero eso no quita que sigamos teniendo vulnerabilidades y que lloremos y que capaz nos enamoremos en términos de amor romántico. Y de esas fragilidades que expone nuestra educación sentimental, también están hechos estos feminismos. De la fragilidad del cuerpo y la fragilidad que significa no tener un cuerpo hegemónico, o ser vieja, o estar amamantando. Todas esas fragilidades que parecen puestas en segundo plano, ser poderosa es apropiarse también de las vulnerabilidades y tener dónde poner esas fragilidades en común. No existe una feminista por sí misma, más que en una comunidad donde las vulnerabilidades puedan ser reconocidas, apañadas y acompañadas comunitariamente.

En 2010, Marta recibió el llamado del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) para informarle que habían encontrado los restos de su madre Marta Taboada, abogada y militante quien fue secuestrada en octubre de 1976 por la dictadura cívico militar y fusilada tiempo después. A partir de ese momento es que comenzó el largo proceso de escritura del libro Aparecida, editado por Sudamericana, donde la periodista relata y reconstruye lo que fue el exhaustivo período de búsqueda de su madre. “Aparecida fue un proceso largo. Apenas aparecieron los restos de mi mamá yo supe que tenía que escribir porque todo lenguaje estaba dislocado en esto. ‘Apareció tu mamá’ o ‘la encontraron’, cuando una está desaparecida tanto tiempo y vos durante treinta años esperaste encontrarla. El cuerpo, cuando no hay cuerpo, hay unos palos, cinco huesos o seis. Entonces toda esa desarticulación, ese enorme desorden del lenguaje, de lo que es posible tramar entre la historia, el presente, lo que significa la muerte. Sabía que tenía que escribir para poder amigarme con todo esta historia, para poder hacerla traducible o para reparar un poco ése pedacito de nuestra trama social y familiar que había quedado suspendido en ese limbo que es la desaparición. Primero, tuve que enterrarla o al menos ponerla en una bóveda y después el tiempo que lleva pensar qué querés escribir. No sé si es lo mejor que hubiera podido escribir, pero fue encontrando su curso. Fue enterrarla, después reconstruir sus últimos días, ver qué pruebas traía ese cuerpo, esos huesos. Fue todo un proceso de búsqueda de información y de decantación de sentimientos y de memoria”.

-Hace poco escribiste que la memoria es un organismo vivo, que es “es movimiento y actualización” ¿Qué significa esto de poder construir memoria de las historias de desaparecidos y desaparecidas que es una historia que te ha tocado de cerca, como también la memoria de las víctimas de femicidios y travesticidios?

-Siempre pienso la memoria como una enredadera, es organismo vivo, es un coro donde cada cada voz va tejiendo un hilo. A la vez tenemos que ir aprendiendo unas experiencias de otras y entender que no está del todo separado y que eso es muy reactivo a veces. No está separado un genocidio, como el que sucedió en la dictadura cívico-militar-eclesiástica, de los femicidios y transfemicidios. Porque ése genocidio está amparado en una organización social y en una disposición para los cuerpos de varones, de mujeres, de trans, que organizan los valores occidentales y cristianos. Ese genocidio fue posible porque se hizo en nombre de los valores occidentales y cristianos, y para esos valores, la mayoría de nosotras y nosotres, somos descartables o somos gente a encarcelar y a castigar hasta reformarles. Entonces, hay muchos puntos en común, tenemos que poder tirar de unos hilos y de otros. Por supuesto que no es lo mismo unos perpetradores organizados para la maquinaria de la muerte y la desaparición y la extinción, que estos perpetradores que son los femicidas que, si bien responden a un sistema y están amparados por un sistema como si éste les hablara al oído y le dijera ‘si, es posible hacer esto’; no hay un Estado sosteniendo a estos perpetradores, aunque sí, en la medida en que no podamos reconstruir los acuerdos sociales para la convivencia. Tenemos que poder pensar cuáles son las tramas y los hilos que conectan estos duelos, y cómo potenciar la búsqueda de justicia y de reparación en ambos casos.


Escuchá la Primera Parte del episodio #10 de JUNTAS PODCAST en SPOTIFY donde conversamos con Marta Dillon:


Esta entrevista pertenece a la Serie JUNTAS, un ciclo de conversaciones con mujeres referentes de la cultura, la comunicación y el arte, que publicamos en formato podcast y gráfico.


*Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación. También hace columnas para radio desde 2014.

**Clara Chauvín es periodista y productora de contenidos en Canal UNER y en Riberas. Desde el año 2009 viene trabajando en diferentes medios gráficos, radiales y televisivos, especializándose en género y feminismo. En 2019 publicó el libro «Hermanadas: Postales de lucha» (Editorial El Miércoles).