El Estado y el miedo global: pandemia, pospandemia y el futuro deseable

Por V. Gastón Mutti* | Ilustración: Nadia Sur | Fotos: Lucía Prieto y Gustavo Roger Cabral

A partir de las cuarentenas y la escala de pánico global que generó la pandemia, el rol del Estado tomó un lugar de fuerte presencia, aunque diferenciada, en la vida de la ciudadanía. La posibilidad de que una amenaza autoritaria afecte las democracias occidentales en un escenario pospandemia y la profundización de las diferencias sociales son abordadas aquí. 


“La pandemia ha tenido la exquisitez de revelarnos

 las verdades de cada país y de cada líder”

Jon Lee Anderson (La Nación 10/1/21).

La pandemia de coronavirus volvió a colocar en el centro de la discusión de nuestras sociedades el problema de los miedos colectivos. Este tema no es nuevo en la historia de la humanidad. Durante el medioevo, las pestes provocaron que las ciudades se replegaran y se prohibiera el ingreso de extranjeros que eran sospechosos de provocar contagios. Como señala Duby, la muerte estaba en todas partes, en la vida, en el arte, en la literatura.

Pero la pandemia que estamos transitando ha inaugurado una nueva clase de miedo: el miedo global. Por ello, estas angustias, pánicos y temores son más intensos y complejos que los anteriores, producto de la globalización.

Para Lins Ribeiro, el miedo global es un temor totalizante sentido por todos los habitantes de un colectivo, ante la expectativa de una enorme cantidad de muertes que, potencialmente, y de hecho, están sucediendo.

Además, esta pandemia es la primera que se vive en un tiempo on line. Es por ello que las conexiones globales crean una expectativa de sobreinformación respecto de los contagios, internaciones, camas ocupadas y muertes, que son vividos como algo cercano aunque se desarrollen a miles de kilómetros de distancia.

Los cambios acelerados por la pandemia provocados en las sociedades nos pusieron en alerta también sobre los posibles efectos que las cuarentenas podrían tener en relación con una amenaza autoritaria que impactara en las democracias occidentales. Como señala Gugliano, la necesidad de medidas de aislamiento forzado aplicadas por los gobiernos de gran parte de los países llevó a pensar que los regímenes políticos autoritarios podían destacarse en la aplicación de medidas más eficientes para combatir la enfermedad.

Esta situación puede ser analizada también a partir de lo que Rosanvallon nos planteó respecto de que, de unas décadas a la fecha, se observa que el fenómeno de la “presidencialización” de la democracia no es más que la consecuencia de una evolución política más profunda: el enorme crecimiento del Poder Ejecutivo. Y es desde ese poder que la ciudadanía espera que se gestionen positivamente las condiciones de sus actividades y de su vida personal. La pandemia no ha hecho más que mostrarnos el máximo impacto de estas tendencias. 

A esta interpretación ayudó la extrema especialización del conocimiento necesaria para evaluar la pandemia, lo cual dificultó que la ciudadanía común, aun con educación, pudiera (y pueda) interpretar el alcance del significado para sí y su comunidad sobre las propuestas y las decisiones de las personas especializadas en la temática. Décadas atrás, Germani nos señalaba que “el ciudadano” debe necesariamente confiar en los tecnócratas, posición que en los últimos meses ocuparon las y los “infectólogas/os”, a través de su palabra o por intermediación de los líderes gubernamentales. 

No obstante, es necesario aclarar que se está frente a lecturas técnicas, acotadas por sus perspectivas disciplinares y que pueden conducir a posiciones irreductibles. Además de provocar una pérdida, de forma total o parcial, del control sobre quienes toman decisiones técnicas y también sobre quienes ejercen los poderes ejecutivos.

La democracia y el miedo on line.

Es así cómo se acentúan los problemas para las democracias. Para una gran cantidad de analistas, el asedio a esta forma de organización política se incrementó desde la aparición de la pandemia. De este modo, lo que puede ser visto como una situación de excepcionalidad, en cambio, se analizan como tendencias previas que, ampliadas y aceleradas, se podrán transformar en normalidad en la pospandemia: liderazgos que buscan ir más allá de la democracia y Estados que autonomizan su accionar, consentidos por poblaciones atemorizadas.

Oszlak señala que este rostro preocupante de la cuarentena apareció con los fundados temores de que el férreo control social que, en mayor o menor medida, está ejerciendo el Estado durante la pandemia, se mantenga cuando la vida cotidiana vuelva a la normalidad. 

En este mismo sentido, Ramesh Thakur nos habla de la «coronafobia» como base de las políticas gubernamentales. Ante ello, surgió la inquietud sobre en qué medida, en la mayoría de los países, las poblaciones pueden ser aterrorizadas con éxito para que entreguen sus libertades civiles e individuales. Además, el coronavirus abrumó no sólo la salud, sino también las economías de los países pobres donde miles de millones de personas subsisten a las condiciones que Thakur compara con el estado de naturaleza hobbesiano, donde la vida es “solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve”. Y continúa diciendo que el encierro ha producido su propia versión del dicho de Tucídides en el cual “los fuertes hacen lo que pueden, los débiles sufren como deben”.

En estos países, así como también en Argentina, se puso en tensión el salvar vidas con el salvar los medios de vida. Como siempre ha sucedido, quienes tienen situaciones privilegiadas pueden utilizar esos medios para resolver su acceso a la salud; sin embargo, las personas empobrecidas tienen menor acceso a la atención médica y quedan comparativamente en peor condición. El escenario no es simple, quienes pertenecen a los sectores pobres no han podido quedarse en casa, pues esto significa renunciar a sus ingresos diarios. Por ello, para Thakur, millones de habitantes del mundo han temido que el hambre los mate antes que el coronavirus.

Además, a esto debemos sumar que la capacidad de atenuar el impacto del coronavirus mediante medidas fiscales y monetarias, en muchos países, es casi inexistente. Esto se produce como resultado del arrastre de años de déficit fiscal y de crisis económicas. 

Así, cuando más necesarios fueron los programas de ayuda fiscal, más brillaron por su modestia o inexistencia. Por ello, en los países pobres la caída en las ventas y la falta de asistencia fiscal trajo un impacto muy fuerte en las empresas, los cuentapropistas y en las finanzas de los Estados subnacionales. Para el sector privado, la crisis está implicando una caída fuerte en la actividad económica, con sueldos, impuestos y gastos que se han mantenido constantes. Sin embargo, hay que aclarar que para todos los sectores privados esta situación no es igual. Mientras para algunos implica la decidida desaparición (turismo, transporte, gastronomía), para otros es una posibilidad de expansión (comunicación, comercio virtual).

Estas tendencias refuerzan al preexistente “Estado Bifacial”, en el cual, tal como señala Waisman, se genera una propensión a un Estado bifurcado. Esto se debe a que existe lo que él denomina un “polo cívico”, donde las personas y las asociaciones se ven como principales y los políticos, como sus agentes; y un “polo desorganizado”, que genera apatía, interrumpida por movilizaciones de corta duración o participación dependiente. 

La población que vive debajo de la línea de pobreza, que está desempleada o su empleo es informal y que habita en ambientes con poca presencia estatal ve que los recursos para el ejercicio de la ciudadanía son menoscabados. Es más, estos sectores se vuelven blancos para los intentos de cooptación particularista y clientelista.

No obstante, estas características bifrontes pueden analizarse no sólo respecto de cómo actúa el Estado para diferentes sectores de la sociedad, sino también cómo lo hace respecto de una cualidad que se vuelve central: su carácter democrático o autoritario.

Un Estado dual, a favor o en contra de sus sociedades

En paralelo, muchos Estados han desplegado su tecnología buscando escudriñar a fondo en la vida íntima de la ciudadanía a partir de la utilización de sus teléfonos celulares y softwares que deciden sobre acciones individuales durante la cuarentena.

En América Latina la mayoría de los gobiernos adoptó medidas para restringir un conjunto de derechos ciudadanos como son: el ejercicio de la libertad individual de circulación, reunión y manifestación, establecieron el aislamiento obligatorio en los hogares y, en algunos casos, incluso el toque de queda. Pero también se vieron afectados el acceso a la información pública o se dotó a las fuerzas armadas o policiales de la facultad de actuar sin estar sujetos a sus responsabilidades penales. 

Como señala Oszlak, también se dieron casos en los que se dispuso del “ciberpatrullaje” de las redes sociales para identificar ciudadanos que pudieran (o puedan) oponerse a las políticas adoptadas. A todo esto, se suma que muchos países suspendieron las actividades de sus parlamentos nacionales, provinciales y locales, y dotaron a los poderes ejecutivos de facultades discrecionales. 

Como lecciones podemos destacar que la pandemia nos ha colocado ante la necesidad perentoria como sociedades de construir cada vez mejores servicios públicos y, en particular, reclamar en especial el fortalecimiento de la salud y de la educación
pública. Para Linz Riveiro, esto debe ser hecho como una parte estratégica de la red de protección necesaria para toda la sociedad.

Por otra parte, aprendimos que el Estado también genera riesgos. Así, cuando las sociedades atraviesan situaciones límite, que ponen en duda certezas y valores que se creían imperecederos, el Estado puede aprovecharlas para desplegar actitudes antidemocráticas y contrarias a los derechos ciudadanos. 

La pandemia y las cuarentenas se vuelven por ello, nos ayuda a concluir Oszlak, un motivo altamente propicio para recrear situaciones donde el Estado pueda colocarse a favor o en contra de la propia sociedad que lo sostiene.


* V. Gastón Mutti es Profesor Titular Concursado. Licenciatura en Ciencia Política. Facultad de Trabajo Social – UNER. Contacto: vgmutti@gmail.com


Este artículo forma parte del Anuario
«Argentina: contacto estrecho» RIBERAS, noviembre 2021.

Referencias bibliográficas

1-Duby, Georges, Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995.

2-Lins Ribeiro, Gustavo, “Medo Global”, en Boletim n. 5 – Cientistas Sociais e o coronavírus, ANPOCS, marzo 2020.

3-Gugliano, Alfredo, “O combate à pandemia sob o signo da democracia”, en Sul 21, abril 2020, https://www.sul21.com.br/opiniaopublica/2020/04/o-combate-a-pandemia-sob-o-signo-da-democracia-por-alfredo-alejandro-gugliano/

4-Rosanvallon, Pierre, El buen gobierno, Manantial, Buenos Aires, 2015.

5-Germani, Gino, “Democracia y autoritarismo en la sociedad moderna”, en Crítica & Utopía, Buenos Aires, otoño, 1979.  

6-Oszlak, Oscar, El Estado en la era exponencial, INAP, CABA, 2020.

7-Thakur, Ramesh, «Me inquieta que las mayorías puedan ser aterradas con éxito para que entreguen sus libertades individuales». En: La Nación, 22 de agosto de 2020.

8-Waisman, Carlos, “Autonomía, autorregulación y democracia: sociedad civil y Estado bifurcado en América Latina”. En: Posdata, nº11, abril, 2006.