Renuncia a lo esperado

Por Ana Ekaterina Cornejo* | Ilustración: Valentina Bolcatto**

Un relato para preguntarnos ¿cómo nos imaginamos un futuro pospandemia cuando las certezas del pasado han quedado obsoletas?, ¿cómo hacerlo cuando no tenemos más opción que juntar los pedazos rotos de este mundo para rehacernos en colectividad? 


Te encuentro. Te escribo desde acá, vos sabés bien dónde estoy y en quién consisto. Soy tu hermane queride, a quien dejaste de ver cuando empezaron a salir las noticias de catástrofes en China, de sistemas sanitarios colapsados en Europa, del apocalipsis. Si bien nunca fuimos creyentes, ¿no? Y a pesar de que nuestres xadres quisieron que lo seamos, no lo somos. Ahora, depositamos la fe en la astrología, porque nos da más certezas del alma y de la piel; algo que el catolicismo, con su frialdad de catedral, no logró provocarnos. Aunque prenderle una vela a la virgencita nos sigue iluminando las noches, más aún a la distancia.

Estamos cerca. Yo te espero de este lado de la frontera, con ansias de dar ese tan anhelado abrazo que debió transformarse en píxeles para sobrevivir. ¿Cómo hicimos todo este tiempo para que el afecto persista, con la lejanía de los cuerpos, con la imposibilidad de encontrarnos en los lugares de siempre, de amarnos, discutir, reír, llorar? Todo eso que puede pasar en un partido de fútbol como también en un recital, o en un boliche. La crisis pega por todos lados, pero seguramente la crisis de las emociones nos hace mierda. 

En estos tiempos en que las vacunas caen como proyectiles de aviones, te añoro, hermane amade. Ya estamos a nada de volver a imaginar un porvenir, a proyectar, a salir del eterno loop del día a día, a no tener que pensar en burbujas, protocolos, distanciamiento, videollamadas, alcohol en gel, tapabocas, hisopados, aislamiento, saturación, respiradores. ¿Y si nos ponemos a planificar lo primero que haremos? ¿Voy armando un Excel?

Otra vez caigo en la inocencia y la prepotencia. Somos hijes de un futuro incierto, que encandila, que se deleita con engaños cada vez más fugaces. Antes, todo parecía tan seguro, constante, acabado. Pero la pandemia no es la culpable, sino el síntoma del mundo tal como es. Lo que se viene tiembla sobre zancos, se sube a la cuerda floja, hace piruetas, roza el vacío. Lo normal, queride. Ahora somos seres posnormales: demasiado carentes para la normalidad, demasiado funcionales para asumir la anormalidad.

¿Te acordás de que mamá y papá siempre contaban que a los 25 ya habían construido la casa y planificaban tenernos? ¡Ya tengo 27!

El sueldo no alcanza ni para comprar un par de zapatillas, de pedo me visto todos los días. Se viene el verano y de nuevo no hay para viajar, aunque ya no haya restricciones sanitarias. Me tengo que levantar a las cinco y media de la mañana para llegar a horario al laburo porque el cole pasa cada dos mil horas.

Cuando la gente de la ciencia habla del futuro distópico, las pestes y la agonía humana, se suele olvidar de mencionar la forma en que hoy vivimos:

una juventud condenada a no llegar a fin de mes, a amontonarse en cajas de zapatos, a despedir a la naturaleza de su infancia, a repudiar a la policía, a posponer la vida social y su salud mental, a ficcionar entre amigues porque el mundo non fiction no está a la altura de nuestras circunstancias. 


Hermane del amor, sabes bien como yo que las redes, a las que tanto dedicación brindamos y de las cuáles no ganamos ni un peso, nos sostienen en esta sequía. De a poco estamos arañando las cortinas que generaciones enteras pusieron para taparnos el jardín reservado para Ellos, y desde esa barrera oprimir derechos, deseos e identidades. De las rajaduras se cuelan fragmentos de nuestras historias, que pujan para ser oídas y derrumbar la Historia.

Somos eso: ¡fragmentades! Ya no nos caben fórmulas, promesas, imperativos ni culpas morales.

Fuimos lo que esperan de nosotres, somos lo que podemos, tratamos de ser lo que queremos. Reafirmar nuestra existencia-resistencia no es más que asumir lo político de esta vida. Y desde ahí, tomar una posición consciente. Aceptar que todes estamos en la misma y que nadie se puede cortar por su cuenta.

Desde esa diversidad humana, más genuina que seguir proyecciones que nada tienen que ver con la realidad right here right now, renunciamos, sangre de otra sangre. “Cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada”, canta Charly. Sin ánimos de solemnidad, queride míe, te convoco a mi lado para que seas mi camarada, mi cumpa, fuente inagotable de mis fuerzas: una razón para no sentir soledad o melancolía. Para no sentir que todo lo que hacemos por mejorar un poquito este mundo roto, es en vano. 

Cuando estés llegando, avisame, así preparo el mate.


*Ana Ekaterina Cornejo es Técnica en Comunicación Social (FCEDU – UNER) y estudiante de la Licenciatura. Docente auxiliar alumna de la Cátedra de Psicología. Militante trans no binaria por los derechos del colectivo LGBT+.Participó en la revista Epifanías y actualmente en Charco. En sus escritos y en su vida cotidiana utiliza los pronombres ella/elle. 

** Valentina Bolcatto es Lic. en Artes Visuales. Nació en Córdoba. Actualmente vive y trabaja en Paraná. Entre Ríos. https://valentinabolcatto.wixsite.com/inicio / https://www.instagram.com/valentinabolcatto/