Carina Carmody: “La violencia de género es un problema de salud pública”

La cuestión de la feminización de la pobreza indica que hay una doble desigualdad entre hombres y mujeres. 

 

Por Mariano Negro | Ilustración: Cabro | Foto: Ayelén Rodríguez

 

Carina Carmody es Licenciada en Trabajo Social y se encuentra cursando la Maestría en Trabajo Social de la UNER. Es docente-investigadora y como tal, ha participado en diversos proyectos de investigación y extensión vinculados a la perspectiva de género y al campo de la salud colectiva. Actualmente se desempeña como Trabajadora Social en el Hospital “Dr. G. Domagk”, en la ciudad de Paraná, e integra el equipo interdisciplinario de Salud Mental.

-¿Qué tipos de abordaje se realizan desde el hospital en la búsqueda de soluciones?  Y ¿Cuál es el rol del trabajador social en esa misión?

-El Hospital Domagk se encuentra ubicado en el barrio de Bajada Grande, al noroeste de la ciudad de Paraná, y su particular enclave geográfico lo convierte en una de las instituciones públicas de la zona de mayor relevancia y de referencia para la comunidad. Allí se observan una diversidad de problemáticas sociales, como aquellas vinculadas al hábitat, el saneamiento ambiental, la inclusión socio laboral, las situaciones de violencia y adicciones, entre otras, que involucran a distintos sectores de la política pública. Las mismas se hacen eco en el hospital y particularmente en el área social.

Lo que presentan “en común” todas ellas es que, de un modo u otro, implican procesos que vulneran la salud individual y colectiva y que conllevan distintas manifestaciones de la desigualdad de género y de clase. Trabajos precarios e informales, calles de broza y sin mantenimiento, zonas de asentamientos muy precarios, con ranchos y “viviendas” de nylon, sin alumbrado público, sin cloacas, con energía eléctrica y agua “enganchada”, con basurales y quema a cielo abierto.

Desde el área social, que integro junto con otras dos trabajadoras sociales, la Lic. Carina Messina y la Lic. Lorena Zuviría, implementamos estrategias de intervención que son interdisciplinarias e interinstitucionales, desde un abordaje que pone como centro la problemática social y que se materializa en distintos proyectos. Éstos tienen como objetivo general la promoción de la salud a partir de una mejor calidad de vida mensurable en términos de inclusión, acceso a derechos, igualdad, autonomía, entendidos como procesos que favorecen la salud.

Como muestra de las intervenciones colectivas e interdisciplinarias puedo destacar, la realización de talleres de Promoción de salud en las escuelas primarias y secundarias de la zona, la articulación con comisiones vecinales para la realización de talleres de capacitación laboral, talleres de prevención de la violencia de género a nivel comunitario y con las beneficiarias del plan Ellas Hacen, abordaje interdiciplinario de las adicciones a través del Grupo Institucional de Alcoholismo y otras Adicciones, construcción de protocolos para la atención en situaciones de violencia en sus múltiples manifestaciones, articulación con otros sectores de la política social para el abordaje territorial.

-¿Cuáles son las principales problemáticas sociales desde una perspectiva de género que encontrás en tu trabajo cotidiano en el hospital? ¿De qué manera la procedencia social de las mujeres que se atienden en el hospital influye en los problemas que traen?

La perspectiva de género es una forma de mirar y comprender de qué manera en las distintas problemáticas se expresa la desigualdad de género y cómo ésta obtura o limita las posibilidades de desarrollo autónomo de los sujetos, en tanto aspecto estructural de la sociedad patriarcal en la que vivimos. Por ello, la pregunta por la desigualdad “alcanza” a la política de salud y a la propia organización institucional en la que desarrollamos nuestra tarea.

Una aclaración insoslayable. Trabajar “con mujeres” no implica per se la perspectiva de género. Género no es igual a mujer. Género es una categoría relacional, desde la cual podemos mirar otros elementos que de otra manera no lo podríamos distinguir. Implica pensar en los valores, atributos, esencialismos otorgados a varones y mujeres, que excluyen la diversidad de modos de ser-estar.

La procedencia de las mujeres marca una doble desigualdad, de género y de clase. Son mujeres en situación de exclusión y pobreza, con escasas posibilidades de inclusión en el mercado formal de trabajo, con trayectorias laborales débiles y discontinuas (marcadas por los ciclos familiares), que viven junto a sus familias en condiciones de pobreza.  No hay que perder de vista que la zona de influencia del hospital pertenece al cordón oeste en el que se alojan los índices de mayor pobreza de la ciudad.

Ayelén Rodríguez Mujer y Trabajo

En aquellas que en situaciones de violencia de género se observan dificultades en cuanto a recursos económicos para el sustento cotidiano y fundamentalmente para una vivienda alternativa. No tienen otro lugar donde ir a vivir con sus hijos y muchas veces no pueden quedarse en el mismo barrio, porque en la zona vive la familia de su pareja y por lo tanto, siguen en situación de riesgo. También tienen serias dificultades, tanto económicas como culturales e institucionales, para acceder a la justicia.

Se observan también situaciones de mujeres con consumo problemático de sustancias y/o con padecimiento subjetivo que, al indagar en las historias de vida, se identifican situaciones de violencia (abusos, maltrato físico y psicológico). Otra expresión de la violencia como vulneración de derechos, se manifiesta en los embarazos no planificados, en los cuales juegan en gran medida las dificultades para un ejercicio libre de la sexualidad.

Otras mujeres no logran sostener el trabajo fuera de la casa porque  no cuentan con una red familiar y/de políticas públicas para el cuidado de sus hijos e hijas. La problemática del cuidado se observa también en los adolescentes (varones y mujeres) que quedan al cuidado de sus hermanos/as menores, en detrimento de su permanencia regular en el sistema educativo.

Estas carencias no son “de las mujeres”, sino que son de la sociedad y se ponen de manifiesto en las situaciones singulares. No se puede perder de vista esta mirada contextualizada que marca los límites y las posibilidades de alternativas.

-¿Qué aportes ofrece la perspectiva de género al ejercicio profesional del trabajador/a social? ¿Qué nuevas herramientas de análisis e intervención brinda esta perspectiva?

-La perspectiva de género posibilita analizar los diferentes planos en los que se expresa la ideología patriarcal, problematizando y revisando las matrices teóricas, epistemológicas y metodológicas presentes en la intervención profesional y en las políticas sociales. El fin de  este análisis es desnaturalizar lo construido socialmente acerca de la familia, la maternidad, las políticas sociales y su intencionalidad política, analizando los vínculos que existen entre la salud sexual, la violencia de género  y la cuestión social. En este sentido, el término género permite  explicar la diversidad humana, sus relaciones y sus contradicciones desde un enfoque científico, filosófico, ético y político. Tiende a comprender, interpretar y transformar la sexualidad patriarcal, sexista y opresiva, y en ese proceso de transformación construir la democracia genérica.

Desnaturalizar las ideas de familia habilita la posibilidad de co-construir con los sujetos estrategias de superación de situaciones de violencia, cuestionando los ideales de familia que tienden a perpetuar los roles estereotipados y la desigualdad. Permite una comprensión compleja del fenómeno y el reconocimiento de las múltiples formas de violencia y de la desnaturalización de los argumentos que la legitiman. Además, favorece el conocimiento de las implicancias para las mujeres que denuncian y ayuda a entender en qué circunstancias una mujer realiza una denuncia o solicita ayuda, etc.

Comprender que la violencia es un problema de salud pública promueve la generación de políticas públicas en tal sentido, dando lugar a que esta problemática encuentre eco en el hospital. Cuando una mujer pide ayuda, es probable que la violencia esté instalada en la pareja desde los inicios de la relación: prohibiciones, imposiciones, amenazas, degradaciones, etc. Y es importante reconocer este largo recorrido que las fue “anestesiando”, en el que “creyeron que no tenían alternativa”.

Es necesario impulsar procesos de empoderamiento y de fortalecimiento de la autoestima y que desarrollen la autonomía, a través de espacios institucionales y comunitarios de reflexión, de atención, de acompañamiento y orientación.

-Durante tu paso por la Facultad como estudiante, ¿cuáles fueron los aprendizajes más importantes que te sirvieron para tu desarrollo profesional? Por otro lado, ¿pensás que reproducen en las prácticas universitarias las desigualdades de género? ¿De qué manera? ¿Qué se puede hacer para lograr prácticas más igualitarias?

-Los aprendizajes más importantes se vinculan a una forma particular de abordar la cuestión social, a través de la reflexión crítica, situada, argumentada teórica y políticamente. La convicción de que es posible la transformación social a partir del encuentro sujeto-sujeto, y que TS aporta una mirada, que no es la única, y que por lo tanto, es indispensable el trabajo articulado con otras disciplinas y actores sociales.

La participación en el centro de estudiantes, en federaciones estudiantes, en el consejo directivo como estudiante y como graduada, fueron espacios para mí muy valiosos en términos de aprender a ejercer la ciudadanía y la importancia del trabajo colectivo.

En lo que se refiere a género, cuando cursé el grado, en la primera mitad de los 90, la cuestión de género era muy incipiente, promovida sólo por algunas docentes que podría decir fueron pioneras. Fue a través de la inclusión en proyectos de extensión, primero desde mi lugar de TS de un hospital, y más tarde, como docente, que pude continuar y ampliar mi formación en estos temas.

En estos últimos años se han ido generando importantes aportes en la formación académica para pensar estas desigualdades, orientado principalmente “hacia los/as otros/as” y aún queda un camino por recorrer para hacer visible cómo la desigualdad de género nos ha moldeado y se reproduce en las relaciones entre docentes y entre docentes y estudiantes.

La reciente encuesta sobre violencia de género en la Universidad, impulsada por estudiantes y docentes de Trabajo Social, pone de manifiesto las dificultades para visibilizar y hacernos cargo de que la Universidad no es un espacio ni puro ni autónomo de la estructura social, y que por lo tanto, está atravesada también por las desigualdades.