Vivir en el bucle

Por Alejandro Galliano* | Ilustración: Diego Abu Arab | Fotos: Lucía Prieto y Gustavo Roger Cabral

A más de quinientos días del inicio de la pandemia, se va dispersando la “niebla de peste” y podemos especular, ya no sobre lo deseable o lo temible, sino sobre lo tangible. Aquí hacemos foco en la nueva relación que se define entre los cuerpos humanos y su entorno natural y tecnológico. Y qué opciones políticas enfrenta.


Civilización y naturaleza, una frontera moderna

La Historia de la Modernidad también es la del problema de qué hacer con la “Naturaleza”, es decir, con todo aquello que no es “Humanidad”. Hasta entonces, la naturaleza entraba y salía de las cuestiones humanas según las necesidades humanas. Para los griegos clásicos, la civilización terminaba en el borde de la polis. Con la llegada de los grandes imperios, las nuevas escuelas filosóficas (el estoicismo, el epicureismo) se encargaron de reinterpretar al hombre como un animal: la manada reemplazó a la polis y el derecho natural, a la politeia. El cristianismo empezó allí donde lo dejó el pensamiento antiguo tardío y volvió a desnaturalizar al cuerpo: del rebaño de fieles orientales a la necesidad de regenerar vía el bautismo a un hombre naturalmente pecaminoso y cerrar su cuerpo al deseo, según Brown. 

Todo se complicó desde el siglo XV. Luego de una peste, una hambruna, el descubrimiento de un continente entero y una serie de guerras de religión, en Europa entendieron que la Naturaleza era más complicada de lo que pensaban, pero confiaron en poder domarla. Ese parece ser el proyecto que signó a todo el pensamiento barroco del siglo XVII. Descartes sentó las bases del racionalismo y de un hombre casi maquínico, pero no se olvidó de catalogar todas las pasiones humanas; eso que escapaba a la Razón. Más tarde, Thomas Hobbes y William Petty fundaron, respectivamente, las modernas ciencias política y económica: rígidas leyes y principios racionales para poder lidiar con una conducta humana naturalmente egoísta y violenta. Como si la racionalidad moderna no fuera más que una compleja infraestructura para envolver y contener un material previsible en sus leyes, pero irracional en su conducta: la Naturaleza, según desarrolla Davies.

En ese sentido, la Ilustración es apenas una digna heredera del Barroco: la voluntad de construir una ingeniería humana con leyes e ideas, acompañada de la consciencia de que la materia humana es oscura y caprichosa, tan presente en los historiadores escoceses como en el epistolario de Diderot. Ya en el siglo XIX, el romanticismo y el darwinismo pueden entenderse como una claudicación ante la Naturaleza. El primero, rindiéndose ante un todo orgánico y misterioso, donde reside la autenticidad del Ser; el segundo, asumiendo un principio mecánico que devela la irreductible animalidad de la humanidad. Para fines del siglo XIX, la poesía y la ciencia nos decían que ya no podíamos vivir en armonía con la Naturaleza, pero tampoco superarla del todo. Todo cambiaría con el nuevo siglo.

Siglo XX, de la frontera al bucle

Si el siglo XX fue definido como una “era de los extremos”, debido a la radicalidad de sus transformaciones socioeconómicas y experimentos políticos, también podemos verlo como “la era del bucle”, en la cual la sinuosa frontera que Occidente había construido con todo aquello que no es Humanidad terminó siendo rebasada y retorcida tanto por la aceleración de los desarrollos científicos como por la nuevas ideas sobre lo humano. 

Para ejemplificarlo, tomemos tres hitos. En 1905, William Bateson acuñó el término “genética” para englobar las discusiones y desarrollos en torno a la herencia y la mutación de rasgos dentro de una especie. Ese nuevo campo de estudio alcanzaría un summit en 1953, cuando James Watson y Francis Crick dilucidaron la estructura del ADN y abrieron la puerta para todos los proyectos de manipulación genética que desembocarían en el Proyecto Genoma Humano de 1990. De manera simultánea a estos desarrollos, surgieron teorías de mejoramiento y rediseño humano como la ectogénesis, de J.B.S. Haldane; el transhumanismo, de Julian Huxley, y el biocosmismo ruso. A diferencia de la eugenesia racista, estos proyectos entendían al mejoramiento biológico como parte de la igualdad y emancipación humanas. El cuerpo pasaba a ser objeto de luchas y transformaciones políticas.

En 1948 se publicaron dos libros basales para el nuevo paradigma tecnológico: Cibernética o el control y comunicación en animales y máquinas, de Norbert Wiener, y Una teoría matemática de la comunicación, de Claude Shannon. Además de la obvia influencia que tuvieron estos escritos en el desarrollo de la informática, la extensión del principio cibernético al mundo orgánico llevaría a una nueva manera de entender la Naturaleza y el cuerpo, como la “hipótesis Gaia”, de James Lovelock y Lynn Margulis, que concibe a la biósfera como un sistema autorregulado, del que la humanidad forma parte, o la “teoría Cyborg”, de Donna Haraway, que asumía el quiebre de la división entre lo humano, lo animal, lo maquínico y lo no físico, al tiempo que lo proponía como punto de partida para una práctica emancipatoria.

2000 fue el punto en el que se cruzaron todos los caminos. El 26 de junio de ese año, se presentaron en la Casa Blanca los dos borradores de la secuencia completa del genoma humano. Empezaba la era de la genética. También en 2000, Paul Crutzen empleó por primera vez el término “Antropoceno” para designar a una era geológica marcada por la acción humana, y abrió un largo debate sobre la condición actual de lo natural y el lugar de la humanidad allí. Finalmente, es además el año de la crisis de las puntocom, que concentró la industria digital en las grandes corporaciones que hoy la dominan e impulsó los desarrollos tecnológicos que dieron forma a la actual web 2.0: la interacción mediante plataformas, la recolección de datos de los usuarios y la retroalimentación mediante algoritmos.

El siglo XXI empezaba entonces con una nueva relación entre cuerpos, ambiente y tecnologías: la frontera que había trazado la Modernidad se había transformado en un bucle, un helicoide que envuelve y atraviesa al cuerpo en un entorno digital y material en donde lo natural y lo artificial son indistinguibles. Solo queda ver cómo y quiénes van a gobernarlo.

La pandemia como aceleración y tres salidas

Cada sociedad encuentra la manera de gobernar sus cuerpos humanos y no humanos. Los imperios antiguos definían un limes, un límite entre la civilidad y lo salvaje; los modernos estados soberanos gobernaban sobre las fronteras, la cuadrícula que define humanidad, animalidad, naturaleza, artificio. El bucle actual aún busca ser gobernado. 

La pandemia de COVID-19 no es solo una experiencia global, sino también la aceleración de las tendencias previas. De la misma manera en que la llamada peste negra que azotó a Europa en el siglo XIV no hizo más que acelerar procesos políticos y económicos previos (el desarrollo del comercio y las ciudades, y la creciente centralización política en monarquías), los cambios que el coronavirus trajo a nuestras vidas públicas y privadas consolidan las transformaciones y problemas que describimos hasta aquí. 

Por un lado, la posible etiología de la pandemia pone en entredicho la viabilidad de la ganadería como actividad económica a escala industrial, según Wallace. Esto converge con el fenómeno del calentamiento global, cuyas manifestaciones y debates se acentuaron durante  2020. La conclusión evidente es que la humanidad está a merced de fuerzas que ella misma desató, pero que no puede controlar. Por otro lado, las medidas dispuestas por gobiernos y empresas para combatir la pandemia autorizaron un nivel de intrusión tecnológica en el cuerpo humano sin precedentes: campañas de vacunación masivas, difusión de mecanismos biométricos y de geolocalización, intermediación de plataformas digitales en todas las actividades posibles, con la consiguiente recolección de datos por parte de gobiernos y grandes corporaciones tecnológicas, según detalla Zuboff.

De a poco se va definiendo la gobernanza del bucle. Sin embargo, este proceso no es fatal ni unidireccional. A lo largo de este escrito pudimos ver que los debates en torno a las nuevas forma de abordar el cuerpo admitían proyectos emancipadores (Haldane, Haraway) o reformistas (Wiener, Huxley). Es a partir del cierre de 2000 que estos proyectos comienzan a ser direccionados por las grandes corporaciones como Google o Genentech con miras a solucionar una necesidad inmanente del capital: expandir la mercantilización, ahora dentro nuestro. 

Una tarea política para la pospandemia sería proyectar hacia el futuro ideas alternativas de convivir con el bucle. En ese sentido, podemos definir esquemáticamente tres grandes direcciones posibles. Una, quizás la más elemental e intuitiva, es el rechazo de estas transformaciones en nombre de una humanidad absoluta, esencial, natural que debe salvaguardarse de dispositivos artificiales, socio históricamente relativos. Encontramos esta reacción en todo el arco ideológico, según Ferry, desde reacciones libertarias contra el control tecnológico del individuo hasta argumentos conservadores, de raíz aristotélica, que postulan que la naturaleza porta también un sentido moral. Más allá del trasfondo esencialmente religioso de estos planteos, su peor defecto es que llegan tarde: el cuerpo y su entorno físico ya fueron alterados por los artificios generados por el mismo ser humano. Hoy el retorno a una Naturaleza sabia y equilibrada no solo es reaccionario, sino que es inviable y potencialmente dañino; máxime cuando gran parte de la agenda de las minorías sociales disputa justamente el control de los cuerpos.

Otra mirada, aparentemente contraria a la anterior, postula la aceptación de estas transformaciones. Un plan que admite muchos matices. Desde la celebración acrítica de la disrupción y la destrucción creativa que se acomodará espontáneamente (curiosamente, una postura abrazada por los voceros de las big techs que no hacen más que constreñir y redireccionar estas transformaciones) a posturas más realistas que buscan comprender su sentido histórico y pensar una sociedad y una subjetividad a partir de ellas. “Geoingeniería”, “terraformación”, “cosmotécnica”, “ecomodernismo” son algunos de los conceptos y proyectos que rondan esta intención general de capturar y gestionar el bucle. Aun así, no dejan de incurrir en una naturalización de la lógica capitalista que anima el desarrollo actual de estas tecnologías, y que subordina gran parte de las instituciones y prácticas democráticas a las necesidades de esa infraestructura tecnológica. Por eso, no queda claro si proponen vivir en el bucle o para el bucle.

Sin ánimo de terciar, ni mucho menos de presentar una opción superadora, cerremos este ensayo presentando otra manera posible de vivir en el bucle. La digitalización de la vida y la irrupción de fuerzas híbridas del Antropoceno, al mismo tiempo que nos cosificó como objetos humanos, dio lugar a personas no humanas: animales desplazados, humedales que hay que proteger con derechos. Tarde o temprano, todas y todos deberemos ser transgénicos para sobrevivir. Dentro del bucle, todas y todos somos objetos conectados en redes. Un nuevo materialismo que nos entienda así puede contribuir a pensar una política más que humana capaz de gestionar el bucle actualizando las consignas igualitarias y participativas que signaron la Modernidad.


*Alejandro Galliano es egresado de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cursó estudios de posgrado en Sociología de la Cultura e Historia Conceptual. Es docente en esa misma carrera y en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales. Participa en diversos grupos de investigación y publicaciones de divulgación histórica. Fue coeditor de la revista digital de política y cultura Panamá. Colabora habitualmente en las revistas Crisis y la Nueva Sociedad y el periódico digital El Diario.ar, escribiendo sobre ideas políticas, el impacto social de las nuevas tecnologías y las diferentes concepciones sobre el futuro.



Este artículo forma parte del Anuario
«Argentina: contacto estrecho» RIBERAS, noviembre 2021.


Bibliografía

1-Davies, W. (2019) Estados nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad. Madrid, Sexto Piso.

2-Haldane,  J.B.S (1924) Daedalus or Science and the Future, Nueva York, E. P. Dutton and Company.

3-Huxley, J. (1957) “Transhumanism”. En: New Bottles for New Wine. Londres, Chatto & Windus, 1957.

4-Groys, B (ed.) (2018), Russian Cosmism, Cambridge MA, Eflux-MIT Press.

5-Lovelock, J. (1985) Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra, Barcelona, Orbis, 1985.

6-Haraway, D. (1995), Ciencia, cyborgs y mujeres, Madrid, Cátedra.

7-Según Srnicek, N. (2018), Capitalismo de plataformas, Buenos Aires, Caja Negra.

8-Zuboff, S. (2019), The Age of Surveillance Capitalism. The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power, Londres, Profile Books.

9-Ferry, L. (2017), La revolución transhumanista, Madrid, Alianza.

10-Para afirmar esto nos basamos en las ideas  de Laboria Cuboniks (2018), The Xenofeminist Manifesto. A Politics for Alienation, Londres, Verso; y de Preciado, P. B. (2017), Testo yonqui. Sexo, drogas y biopolítica, Buenos Aires, Paidós.

11-Buck, H.J. (2019), After Geoengineering. Climate Tragedy, Repair, and Restoration, Londres, Verso.

12-Bratton, B. (2021) La terraformación. Programa para el diseño de una planetariedad viable. Buenos Aires, Caja Negra.

13-Hui, Y. (2016), The Question Concerning Technology In China. An Essay in Cosmotechnics, Falmouth, Urbanomic.

14-Asafu-Adjaye, J. et. al. (2015) An ecomodernist manifesto, publicación online (disponible en http://www.ecomodernism.org/, consultado el 14/09/21)

15-Shellenberger, M. (2021) No hay apocalipsis. Por qué el alarmismo medioambiental nos perjudica a todos, Madrid, Deusto.