Erradicar la pandemia, masificar el futuro

Por Ina Sevic* | Ilustración: Nadia Sur | Fotos: Lucía Prieto

Desde el inicio de la pandemia, pasamos por diferentes medidas de contención del virus. Los altos números de muertes y de personas infectadas generaron problemas económicos, sociales y psicológicos en la población. La salida más prometedora fue el desarrollo de la vacuna en un plazo inédito, que además reunió varias opciones con un alto grado de protección. Entonces, ¿por qué no está vacunada toda la población a escala mundial?


Uno de los eventos más importantes en la historia humana, y en particular en el desarrollo de medicina, es el descubrimiento de las vacunas. Gracias a ellas, algunas de las enfermedades que tenían alta tasa de mortalidad o provocaban una enfermedad muy grave hoy están controladas. De hecho, están tan controladas que prácticamente ni nos acordamos de que todavía existen en algunas poblaciones. Por ejemplo, la viruela fue una enfermedad infecciosa muy grave y con un alto riesgo de muerte y la vacunación era lo único que alcanzaba para controlar esta enfermedad. De hecho, en combinación con un par de factores más, nos ayudó a erradicarla del planeta.

Actualmente, la falta de información o las noticias falsas que aparecen con mucha frecuencia en las redes sociales hacen que la gente pierda la confianza en las vacunas. Sin embargo, este no es el único motivo que explica el bajo porcentaje de las personas vacunadas en el mundo, ya que existen países que todavía no recibieron las dosis para vacunarse o que las recibieron en menores cantidades para la población de ese país.

El miedo a la vacuna

Una de las justificaciones más comunes que se pueden escuchar hoy en la población no-vacunada es el miedo o la falta de confianza en la vacuna contra COVID‑19, y uno de los motivos más comunes de ese pensamiento es la velocidad de desarrollo de la vacuna. Tradicionalmente, el desarrollo de una vacuna lleva años, incluso décadas. En general, empieza con una larga fase de diseño y exploración de todo lo que sabemos de las vacunas y del virus. En el paso siguiente, se realizan experimentos preclínicos, seguidos por los estudios de toxicología. Entonces, se presenta una solicitud de nuevo fármaco en investigación y la vacuna ingresa a los ensayos clínicos de fase I, II y III. Si, cuando se completan los ensayos de fase III, se han cumplido los puntos finales predeterminados, se empieza la producción de la vacuna, tal como lo señala Krammer.[1] 

La pregunta más común suele ser que, si este proceso dura años, ¿cómo se realizó tan rápido en el caso de la vacuna contra COVID-19? Primero, la fase de diseño fue relativamente veloz porque se utilizaron todos los conocimientos ya adquiridos en los casos de SARS-CoV y MERS-CoV. También, como era un tema importante, científicas y científicos de todo el mundo estuvieron trabajando a la vez para describir todos los procesos conectados con este virus. Segundo, entre cada fase de desarrollo existen varios trámites que necesitan realizarse y que suelen tardar mucho en una situación normal, lo que pospone así el inicio de la siguiente fase. En el caso de la pandemia, estos pasos se aceleraron porque el desarrollo de la vacuna contra COVID-19 era una prioridad. Tercero, para realizar los ensayos en cada fase, se necesitan financiamientos que, en un caso normal, tardan bastante en conseguirse y hacen que el proceso se detenga o se ralentice. En el caso de COVID-19, muchas organizaciones ofrecieron financiamiento para el desarrollo de la vacuna, lo que colaboró en acelerar todo el proceso. En conclusión; las etapas fueron tan eficientes porque el mundo tenía un enemigo en común: el coronavirus.

Además de la protección de la persona, la vacuna tiene otras funciones. El virus no puede multiplicarse fuera de un hospedador, entonces para propagarse en una población necesita infectar a los individuos susceptibles. Si una persona infectada no transmite el virus a otra persona, ese virus empieza a desaparecer de la población. Si tenemos un alto porcentaje de personas vacunadas en una población, implica que una persona infectada va a tener menos probabilidad de transmitir el virus porque no va a tener a las personas susceptibles en su entorno. Por eso, si rechazamos la vacunación, estamos habilitando la propagación del virus y su permanencia en la población. Sin embargo, esta situación no es el único problema: el virus tiene probabilidad de mutar en cada proceso de multiplicación que ocurre dentro de un individuo. Si el virus se multiplica libremente, pasando de un individuo al otro y realizando muchos ciclos de multiplicación en diferentes hospedadores, aumenta la probabilidad de que emerja alguna nueva variante viral que podría provocar una enfermedad más grave o ser más letal.

La accesibilidad: entre patentes y recursos económicos

Si se tiene en cuenta todo el proceso necesario para el desarrollo de la vacuna –la cantidad de trabajo, los financiamientos para una invención nueva e ineludible–, es razonable que se lo marque como propiedad intelectual y que se solicite la patente. Pero, ¿sería el momento adecuado para solicitar una patente que va a provocar la disminución de la accesibilidad a la vacuna durante una pandemia?

Las vacunas de COVID-19 más utilizadas en este momento son de vectores virales y de ARNm (ARN mensajero). El éxito de las vacunas de ARNm en los ensayos clínicos destaca el potencial de esta tecnología y su importancia para el futuro. El rápido desarrollo y el éxito clínico de las vacunas de COVID-19 pueden atribuirse a la relación entre quienes las inventaron y todos los grupos necesarios para llegar desde un primer paso hasta la producción masiva. Las tecnologías claves nacieron en los laboratorios académicos o en pequeñas empresas de biotecnología y luego se otorgaron las licencias a empresas más grandes para el desarrollo de productos. Sin embargo, las patentes, como también los secretos comerciales y los conocimientos técnicos –todo lo que es “propiedad intelectual”–, como explica Gaviria[2], pueden terminar impidiendo la investigación y el desarrollo de esta tecnología de ARNm en el futuro.

Por otro lado, al crearse barreras legales que limitan el acceso a esta tecnología y a los protocolos de producción de las vacunas, se provoca un problema mucho más inmediato. Como hay pocos países que producen la mayor parte de las vacunas, la situación es que la gran mayoría tiene que importarlas. En un primer momento parecía ser una meta alcanzable, ya que algunas naciones declararon no tener problema con ese flujo de producción de la vacuna. Sin embargo, con el tiempo empezaron a surgir diferentes problemas. El primero es que no parece ser posible realizar una producción en un nivel suficientemente alto como para satisfacer la necesidad a escala global; el segundo es que los países con bajos ingresos no tienen la misma oportunidad de adquirir las vacunas como los de altos ingresos. Todo esto resultó en un número alto de países que todavía no colocaron siquiera la primera dosis del esquema de vacunación.

Por eso, en la actualidad, muchos países se están sumando a un movimiento que exige la liberación de las patentes de las vacunas de COVID-19 y que se declare que cada país debería tener derecho de fabricar sus propias vacunas durante una pandemia.

Entonces, ¿quién tiene razón sobre la propiedad intelectual? La respuesta más justa sería: los dos grupos. Cuando se evalúa todo lo que se necesita para llegar a una patente, es muy razonable querer proteger la invención. Las patentes no protegen solo la cuestión de las ganancias, sino que hay que tener en cuenta que se trata de la propiedad intelectual de una persona o de un grupo de cientistas. Protegerla es uno de los derechos más básicos y necesarios en cualquier sociedad. Sin embargo, ¿es tan importante si la vida de las personas depende de la liberación de esa patente? Por eso existen diferentes propuestas para resolver este problema. Quienes fundaron Moderna, por ejemplo, propusieron no exigir el cumplimiento de la patente durante la pandemia. Eso podría ser una manera de resolver algo que parecía ser un impasse entre los dos movimientos.

Por su parte, Argentina ya está empezando la producción local de la vacuna Sputnik V, fabricada por Laboratorios Richmond. Teniendo en cuenta todos los problemas con la producción de la vacuna a nivel mundial, las autoridades consideran que ese paso es relevante porque permitirá un impacto directo en el esquema de vacunación de la población que aún resta proteger.

Si bien tenemos que medir la relación de riesgo y beneficio en el caso de cada medicamento y cada vacuna producida, la situación en la pandemia es particular. El número de personas infectadas, las muertes, la caída económica, la pérdida de trabajos y el sufrimiento psicológico con los que estaba marcado todo el periodo de la pandemia, demuestra la importancia de frenar los contagios por SARS-CoV-2. En este sentido, para realizar la vacunación masiva, como fue recomendado en un principio, la vacuna tiene que estar disponible en todo el mundo. Por otro lado, necesitamos asesorar a las personas que aún tienen falta de confianza en la vacuna para aumentar el porcentaje de la población vacunada y así llegar a un punto donde el COVID-19 sea una enfermedad controlable o, inclusive, erradicada a nivel mundial.


Este artículo forma parte del Anuario
«Argentina: contacto estrecho» RIBERAS, noviembre 2021.


Bibliografía

[1] Krammer F. “SARS-CoV-2 vaccines in development”. En: Nature. 2020 Oct, 586(7830):516-527. doi: 10.1038/s41586-020-2798-3. Epub 2020 Sep 23. PMID: 32967006.

[2] Gaviria, M., Kilic, B. “A network analysis of COVID-19 mRNA vaccine patents”. En: Nat Biotechnol 39, 546–548 (2021). https://doi.org/10.1038/s41587-021-00912-9