Una incógnita sobre el futuro

Por Leandro Rodríguez* | Ilustración: Nadia Sur

La experiencia de los últimos 40 años en Argentina evidencia el impacto adverso de la trampa del endeudamiento improductivo en una economía periférica. El crecimiento potencial del país se define en la difícil inserción en un mercado globalizado mientras asume hacia el interior la necesidad de redistribuir el ingreso e incrementar la inversión social de modo de sentar las bases para fortalecer el principal activo de cualquier país: su clase trabajadora.


Desde mediados de la década de 1970 el desempeño económico argentino ha sido francamente decepcionante. Tanto en términos históricos (comparado con el período 1945-1975) como internacionales, el lapso 1976-2019 evidencia una baja tasa de crecimiento relativo en Argentina y una alta inestabilidad, con ciclos recesivos de inédita profundidad. Esta pobre performance comparativa está ligada a un fenómeno central: la trampa del endeudamiento improductivo. Considerando tal circunstancia, en el presente texto procuramos abordar la significación histórica de este concepto y su vigencia en las condiciones actuales, en el marco de las problemáticas más amplias del proceso de desarrollo nacional. 

Desafíos estructurales de la Argentina en un mundo incierto

La economía global atraviesa momentos de extrema convulsión. Fenómenos como la pandemia COVID-19, la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones geopolíticas, marcan el pulso de un mundo que transita los albores de la “cuarta revolución industrial” (Schwab, 2016) y soporta una intensa presión ecológica (United Natios Environment Programme, 2019). En tal escenario, la Argentina enfrenta desafíos inéditos en su búsqueda ya secular por superar la “trampa de los ingresos medios” (Cepal, 2014) y ubicarse finalmente en una senda efectiva de desarrollo sostenido, equidad y bienestar social.

Entre la densa trama de obstáculos y dificultades que aparecen en el horizonte argentino, merecen destacarse algunos factores claves, a saber:  

En primer lugar, nuestro país atraviesa una fase avanzada de su transición demográfica, por lo cual el “bono demográfico” (momento de mayor oferta laboral sobre el total de habitantes) posiblemente comenzará a mermar en los próximos años y eventualmente desaparecerá (RENAPER, 2021; World Bank, 2015). En ese marco, todo indica que se mantendrán las tendencias al envejecimiento poblacional (más ancianos en relación a los trabajadores activos), aumentará la densidad del espacio urbano y, dada la composición de los hogares, se intensificará la presión relativa de sectores postergados, con mayores necesidades de acompañamiento estatal para la acumulación de capital humano.

En segundo término, en el plano social, la infantilización de la pobreza, la falta de empleo en los jóvenes y la erosión de las oportunidades de movilidad social ascendente, hacen más incierto el proceso de acumulación del capital físico, social y humano necesario para revertir de modo sostenido el estado de atraso relativo y el círculo vicioso de auto-reproducción de las condiciones heterogeneidad estructural.

En tercer lugar, en materia económico-productiva, la evidencia muestra las dificultades de la Argentina para cerrar las brechas estructurales en términos de inserción internacional, cambio tecnológico y agregado de valor. Los productos primarios (commodities) incrementaron su peso en el comercio exterior (en 2019 y 2020 representaron más del 80% del valor de las exportaciones nacionales – CEPAL, 2022), con toda la secuela de alta inestabilidad, baja tasa de innovación, rendimientos decrecientes y escaso “efecto derrame” que ello supone. Los indicadores de investigación y desarrollo, aplicación de patentes, marcas y diseños de residentes, calidad de la infraestructura e inversión productiva por habitante tampoco evidencian signos de convergencia con los países avanzados.

En cuarto término, en el ámbito socio-político, la situación presenta igualmente ribetes conflictivos. La creciente heterogeneidad en la estructura social y la concentración del ingreso tienen su correlato en la consolidación de una porción significativa de la población (no más de un tercio) con capacidad de insertarse en las corrientes dinámicas del consumo globalizado. Ello impone estilos de vida y patrones de gastos en los estratos integrados que resultan crecientemente incompatibles con el esfuerzo de inclusión social y acumulación de capital humano en la amplia base de la pirámide, dados los niveles medios de productividad. En consecuencia, la sociedad tiende a polarizarse (ricos-pobres), se debilitan los lazos de solidaridad y se fractura la cohesión social, sustrato necesario para la efectividad de las políticas públicas de desarrollo.

Finalmente, en el plano macroeconómico, la situación argentina se manifiesta del todo compleja y delicada, tanto a corto como a mediano plazo. En lo inmediato, Argentina enfrenta restricciones en la oferta agregada, derivado de la alta expectativa inflacionaria (inercia, puja distributiva y debilidad del gobierno), así como del nivel de ocupación del personal productivo y uso de la capacidad instalada en sectores claves (petroquímica, metales, papel, química, …). A esto se agrega el problema de la limitación externa: al no haber financiamiento internacional, las divisas para alimentar el crecimiento deben ser provistas por la cuenta comercial. Las presiones sobre el tipo de cambio incrementan asimismo las expectativas inflacionarias, dada la estrecha asociación entre el valor del dólar y el aumento de precios internos. Todo ello en un marco monetario en el cual la pandemia llevó a una expansión sustantiva de los pasivos del Banco Central, lo que agrega inestabilidad y atenta contra la efectividad del financiamiento de un Sector Público Nacional aún deficitario en su resultado primario. En el mediano plazo, el ya crónico flagelo del endeudamiento externo y el peso de los servicios de la deuda sobre los recursos fiscales y la disponibilidad de divisas restringen necesariamente la tasa de crecimiento potencial del país.

La debacle Argentina en perspectiva histórica y la trampa de la deuda externa

Las posibilidades de la Argentina para enfrentar con éxito los arduos desafíos del desarrollo en un mundo incierto, reclama una necesaria consideración sobre el origen de la decadencia nacional. Desde la segunda mitad de los años 70’ del siglo pasado, la Argentina ha mostrado un desempeño económico decepcionante, tanto en términos históricos (comparado con el período 1945-1975) como en el contexto internacional. En efecto, en el lapso 1976-2019 (aún antes de la pandemia…), los datos evidencian una baja tasa de crecimiento relativa y una alta inestabilidad económica en Argentina, junto con episodios recesivos extremos (Banco Mundial y Maddison Project Database).

Entre múltiples factores histórico-estructurales que concurren a explicar este rezago, sin dudas uno de los más relevantes es el cambio de régimen operado con la última dictadura cívico-militar (1976-1983). El gobierno de facto, amparado en el ejercicio del terrorismo de estado, modificó el patrón de funcionamiento agregado de la economía argentina.

Desde la segunda posguerra mundial (1946) hasta mediados de los setenta del siglo XX (1975), la Argentina implementó un modo de desarrollo –para usar la categoría de Robert Boyer–, basado en la industrialización mercado-internista orientada por el Estado. Esa estrategia dio buenos resultados, pese a los grandes y crecientes problemas pendientes (ineficiencia, extranjerización, rezago tecnológico, entre otros). Tal modo de desarrollo, en términos agregados, operaba de la siguiente forma: Argentina mantenía su estilo primarizado de inserción internacional (entregaba sus commodities al mundo…), pero el flujo de divisas obtenido como contrapartida era invertido en el proceso de industrialización[1]. De allí que, considerando las condiciones de aquellos años, Argentina era un país relativamente integrado en términos sociales. El problema por entonces radicaba en el hecho de que el agro no generaba las suficientes divisas para sustentar la industrialización, y ello redundaba en crisis periódicas (fenómeno conocido como “restricción externa”).

Ahora bien, el desembarco de la última dictadura, además de la secuela de desindustrialización, simplificación productiva, concentración económica y empobrecimiento social, dejó como legado un nuevo problema estructural en Argentina: la deuda externa.

El gobierno de facto desató un proceso de endeudamiento improductivo de tal magnitud que alteró la lógica de funcionamiento de la dinámica macroeconómica (la deuda externa pasó del 34% del PBI en 1975 al 74% en 1983).

A partir de la dictadura, con el modo de desarrollo financiero y el asfixiante peso del endeudamiento externo improductivo, Argentina continuó colocando sus productos primarios en el mundo (entregando crecientemente sus materias primas), pero las divisas obtenidas en contrapartida ya no se utilizan plenamente en la inversión productiva, sino que buena parte se destina a pagar los servicios de la deuda externa (y las utilidades de capitales foráneos).

Por tanto, los saldos para reinvertir en las actividades productivas se ven limitados y ello resiente la productividad y el desarrollo. De hecho, desde 1976 Argentina ha destinado un 30% de sus exportaciones de bienes a cubrir el saldo negativo en el balance de rentas (utilidades e intereses) –nótese que no incluye amortizaciones de capital–, mientras en el lapso 1946-1975 se transfirió menos del 8% en ese concepto (Mecon, 2022; Ferreres, 2004).

Vale decir, en un país periférico donde la limitación de la disponibilidad de divisas es uno de los principales escollos estructurales al desarrollo, la derivación de ingentes cantidades de moneda extranjera al pago de los servicios financieros de la deuda externa improductiva torna directamente inviable la situación macroeconómica. Por ello, tras la dictadura, los ciclos de crecimiento de la Argentina están ligados estrechamente a la disponibilidad de financiamiento externo (inicio de la convertibilidad) y/o a los altos precios de los commodities (inicios de este siglo).

El acuerdo con el FMI, la “consolidación fiscal y monetaria” y la continuidad de la trampa de la deuda

De manera bastante insólita, luego de haber sufrido tres profundas crisis de deuda (1981/82, 1989/90 y 2001/02), Argentina volvió a incurrir en un proceso de endeudamiento externo improductivo (2016-2019), que la llevo a su cuarta crisis de deuda en poco más de 40 años (2018/19). La deuda externa aumentó en 111 mil millones de dólares entre 2015 y 2019 (pasó del 26,5% al 62,5% del PBI), lo que representa cerca de dos veces el valor de las exportaciones anuales de bienes del país (IMF, 2022, Anexo IV). El inédito salvataje del FMI 2018/19, con desembolsos por más de 44 mil millones de dólares (el mayor préstamo a un país de este organismo hasta la fecha), evitó un colapso de magnitudes históricas, pero no impidió el típico proceso recesivo, el aumento del desempleo y la pobreza. El cronograma de repago de esa deuda pactado con el FMI era a todas luces inviable, lo que derivó en una reestructuración alcanzada en el gobierno de Fernández, mediante un Acuerdo de Facilidades Extendidas.

El acuerdo alivió la situación externa en el corto plazo (un período de gracia de 4,5 años), sin reclamar reformas estructurales previsionales y/o laborales. No obstante, impuso un programa de achicamiento del déficit fiscal y limitación del financiamiento provisto por el Banco Central. Las metas implican tasas de interés reales positivas, tipo de cambio competitivo, progresiva flexibilización en los controles cambiarios y una reducción del déficit primario (ingresos menos gasto público antes de intereses de la deuda). Se aspira a lograr déficit cero en 2024 y un excedente financiero primario a partir de ese año. Se propone la eliminación de subsidios energéticos, la “racionalidad” en el gasto de las pensiones y salarios (y otras erogaciones corrientes), así como una reorientación presupuestaria hacia la inversión en infraestructura.

El acuerdo de facilidades extendidas con el FMI (2022) y la reestructuración de deuda privada (2020) –reducción de intereses y postergación de pagos–, atenuaron las tensiones cambiarias en el corto plazo. No obstante, el problema de los pasivos externos no desapareció: en rigor, la intensidad del endeudamiento improductivo y su peso en la economía, implican que estamos nuevamente en una típica situación de trampa de la deuda. En efecto, a partir de 2024 los pagos de pasivos privados comienzan a crecer aceleradamente, al tiempo que las previsiones sugieren un impacto de los servicios de la deuda externa en torno al 12-13% del PBI en los próximos 10 años (IMF, 2022). Ello impone, otra vez, una fuerte presión sobre la economía argentina, que deberá entregar sus materias primas al mundo y limitar sus importaciones (lograr un excedente comercial), de manera de obtener los dólares necesarios para pagar la deuda. En un país periférico, urgido por divisas, tal situación es un verdadero obstáculo difícil de superar.

Reflexiones finales

Desde el punto de vista de la economía del desarrollo, al menos en ciertas concepciones neo-estructuralistas, parece evidente que la Argentina necesita encarar un proceso amplio de redistribución del ingreso e incremento de la inversión social, de modo de sentar las bases para acumular capital humano, revertir las condiciones de heterogeneidad estructural y fortalecer el principal activo de cualquier país: su clase trabajadora.

La Argentina tiene las condiciones para ello: en el marco de una democracia consolidada y carente de conflictos étnicos, raciales o religiosos severos, nuestro país dispone de un amplio entramado tecno-institucional,  cuenta con una densa dotación de recursos naturales e incluso detenta recursos financieros (paradójicamente es acreedora neta del resto del mundo). Asimismo, pareciera iniciarse a nivel mundial un ciclo alcista de los precios de los commodities, lo que ofrecería una ventana de oportunidad.

No obstante, los desafíos estructurales que enfrenta la Argentina, particularmente una nueva situación de crisis de deuda, abren una gran incógnita sobre el futuro. La experiencia de los últimos 40 años es evidencia elocuente del daño que puede causar la trampa del endeudamiento improductivo en una economía periférica. Será entonces tarea de las clases privilegiadas, de la dirigencia política, empresarial, sindical, profesional y social de la Argentina, encontrar los consensos necesarios para implementar un modo de desarrollo viable en nuestro país.


*Doctor en Ciencias Sociales. Especialista en Desarrollo Industrial Sustentable y Tecnología. Contador Público Nacional (UNER). Docente Asociado Ordinario Economía Política y Adjunto Historia Económica. Investigador UNER: Titular Responsable del PID “LA DISPUTA POR EL EXCEDENTE EN ENTRE RÍOS”. Coautor del Libro «Adónde va el excedente». Publicó diversos artículos académicos.


Fuentes:

ECLAC (2014) Latin America and the Middle Income Trap. Financing for Development Series, No. 250

RENAPER (2021) Fecundidad en Argentina entre 1980 y 2019. DIRECCIÓN NACIONAL DE POBLACIÓN.

Schwab, Klaus (2016). The Fourth Industrial Revolution. Ginebra: World Economic Forum.

World Bank (2015) As Time Goes By in Argentina Economic Opportunities and Challenges of the Demographic Transition. ONU


[1] No obstante, vale resaltar que las exportaciones se fueron diversificando con el tiempo en ese, aumentando el peso de la industria.