Periodistas, a tientas, en busca de un lector

Por Luz Alcain* | Fotos: Titi Nicola y Clara Chauvín

Llega el 7 de junio. Vuelven las preguntas respecto del periodismo, las condiciones de trabajo, el mundo radicalmente nuevo (siempre nuevo) en el que se despliega nuestro oficio. Un circuito permeable a las fake news y los discursos de odio. Las voces y las noticias que faltan. El rol del Estado.


Mientras esto se escribe un pescador aficionado de Gobernador Racedo, “periodista por vocación” anuncia por Facebook que en dos horas hará un vivo en Instagram. Sabe bien que hay gente del otro lado. Convoca a seguir la cuenta de su programa radial y a su canal en Youtube.  

Se llama Pablo Barzola. Es el protagonista de la noticia más vista, más leída en los medios entrerrianos. Pescaba, en su zona, a pocos metros de las barrancas, cuando lo sorprende un yaguareté asomado en un camalotal. Toma su teléfono y logra registrarlo. El animal sale del agua llevando entre los dientes a una víbora inmensa, “un curiyú”, precisa Barzola. El felino trepa la barranca y sale de cuadro. Este pescador, por unas horas, es el personaje más buscado por los periodistas. Su espontaneidad favorece la autenticidad de lo que cuenta. Los clics se repiten sin cesar sobre el vídeo que es portada de todos los medios de interés general. 

Pero desde Brasil reclaman la autoría del video. Barzola, en el vivo de Instagram, explica sus motivaciones para la estafa: hacer conocido su pueblo -y su programa- para el turismo de pesca. Intuye que lo logró. Pide disculpas. 

A la par, también ocurre que mientras esto se escribe, hay un país en el que si se pide el nombre de un periodista se responde, sin pensarlo, “Viviana Canosa”. Se la siga o no, se adhiera o no a sus volcánicas expresiones de odio.

A poco de que el movimiento feminista ganara su consigna más alta, la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE); mientras que el colectivo de periodistas ganara la ley de paridad en los medios aunque la norma sea solo el arranque, la televisión construye su mejor respuesta: una mujer, con todos los toques de la femme fatale, nos insulta desde su entorno fucsia y sus puntos de rating. Insulta a las mujeres que sostienen el movimiento feminista, insulta todas sus consignas, denigra cualquier proyecto colectivo basado en la solidaridad, ataca a las organizaciones sociales y denigra a la política (la que no exprese a la derecha). 

Arribamos a un Día del Periodista con estos marcos de fondo. Una circulación de la información empantanada, que habilita rumbos acelerados para las noticias falsas y consolida tramas de odio que no dan respiro, salvo que una fake news abra espacio a la ternura breve de un yaguareté falso y un pescador que quiso ser famoso. 

Márgenes de la verdad

Hacemos periodismo en un ecosistema en el que la circulación de la información embarra ciertas voces, determinadas verdades, opaca puntos de vista, paisajes, colores, los colores de las ciudades y los pueblos que habitamos.

Cuando todo parece a la mano para estar informados como sociedad, cuando hay verdades que llegarán de todos modos al teléfono que es un órgano más del cuerpo humano, estamos a merced del algoritmo y del barro, de un complejo esquema de circulación, censura, manipulación y maniquea construcción de identidades. Un ecosistema sin ley. Allí hacemos periodismo. 


¿Cómo? Remando. Sin descanso. En aguas contaminadas, espesas. En muy malas condiciones laborales, en un oficio para el que el salario a fin de mes está en extinción. Si hay todavía un sueldo rondará los 75 mil pesos según convenio, por seis horas, seis días a la semana, con francos los días lunes, martes o jueves, con suerte. Se llegará a ese monto de bolsillo siempre que se ostenten algunos años de antigüedad y la categoría de Redactor, en redacciones que dejaron de existir. Remando hacemos periodismo. Como freelance, un poco a ciegas para ponerle precio a lo que hacemos, apostando a iniciativas como la del “Tarifario Sugerido” que confeccionan la Facultad de Ciencias de la Educación (FCE- UNER) y el Sindicato Entrerriano de Trabajadores de Prensa y Comunicación (Setpyc). Necesitamos convenir esos pisos sugeridos porque conviene no olvidarse de la condición de trabajador/a ni dejar de lado las ventajas de organizarse como colectivo, aunque la situación laboral imperante nos encuentre en soledad frente a un teclado. 

Este cauce, empantanado, nos permitirá ganar destreza si buscamos a un lector, un específico lector, al que tengamos algo para contarle, algo que nos apasiona contar y que lo abordaremos como nadie, profundizando lo bastante para que así sea. Un periodismo de nicho que rastree las mejores fuentes, busque sus audiencias y consolide ese lazo a través de los medios –los grandes, o los propios, caseros– pero también recurriendo a las redes sociales, al Whatsapp, a Telegram. Un periodismo que se convierta en una voz confiable, especializada, que tenga en el horizonte el pensamiento crítico, la amplitud de miradas, el enriquecimiento del dato. Un periodismo que sea una voz que teja alianzas con otras voces, otros medios, otras organizaciones, otros colectivos. 

Un papel que cumplir

¿Para qué? Para que el periodismo siga cumpliendo su rol de “dar testimonio en tiempos difíciles” como lo postuló Rodolfo Walsh. Para que sepa distinguirse, con responsabilidad, de lo que no es periodismo o de lo que dejó de serlo, cuando apeló al mero espectáculo, cuando abandonó la pretensión de verdad; o se equivocó en tapa y corrigió en un párrafo perdido, allá abajo, en página par; cuando se puso anteojeras para dar noticias complejas, eludiendo procesos y contextos.

Andamos en un escenario intoxicado, dado vueltas, a merced al monopolio. Urge, en este marco, aumentar las dosis de responsabilidad en el oficio, atender a la dignidad de las personas, las que nos leen y las que son noticias. Se trata de contrarrestar, humildemente pero con convicción, el daño que se suele hacer desde los medios hegemónicos. 

Hacer periodismo es también reclamar al Estado para que garantice el derecho a la información, ese derecho que se olvida, que muchas veces pierde peso cuando se esgrime, desde el poder, la libertad de expresión. Ese Estado suele ser impotente, ineficaz, cuando no cómplice de la concentración de medios que en la Argentina va de la mano de la concentración económica. 

Es un Estado que entregó los medios públicos en los ´90. El mismo que después tomó como bandera la lucha de los 21 puntos “por el derecho a la comunicación” y promovió la Ley de Medios para cumplirla sólo a medias. Fue un Estado que a partir de 2015 derrumbó la ley a fuerza de decretos y fallos judiciales. El mismo que desde 2019 eludió retomar sus preceptos, su espíritu, descalificada como arma de batallas pasadas. 


Aun así es ese Estado el que debe modificar un aspecto clave que contamina el escenario: la unidireccionalidad de la información desde Buenos Aires al interior del país, desde los medios porteños y su red de repetidoras en todo el mapa argentino. No hay recursos en el interior para que los medios narren al interior. La concentración en Buenos Aires -de recursos del sector privado y del Estado- explica por qué sabemos más de lo que pasa en una avenida porteña que de la vida de los entrerrianos a 20 kilómetros de casa. 

El incumplimiento de la Ley de Medios hace posible, entre otras cosas, que sea legal -y más rentable- “bajar” una emisora de Buenos Aires con una radio local. Cada tanto, se programará la tanda publicitaria en la que no faltará un aviso del Estado. Ni un periodista, ni un locutor, ni un alma en el estudio. La unidireccionalidad del mensaje es igual a la falta de trabajo para periodistas, artistas, realizadores; es la erosión sistemática al derecho a la información que tienen las comunidades entrerrianas mientras la televisión porteña es telón de fondo de la vida cotidiana. 

En este escenario remamos. Redes sociales, noticias de otro lado, fake news y discursos de odio a los que nadie contesta. ¿O sí? ¿Allá? ¿Hay alguien que contesta y no se alcanza a escuchar? Muy probablemente. En este escenario hacemos periodismo, con exceso de pantalla desde la pandemia para acá. Por eso, tal vez, conviene a veces desenchufar. Un rato. Desenchufar. Salir. Como antes de que “todo” estuviera en el teléfono. Salir a la calle. A buscar una noticia. 


*Luz Alcain es Lic. en Comunicación Social UNER. Editora de Página Política, un medio que armó junto a otros periodistas hace 15 años. Trabaja desde 1990 en gráfica, radio y TV. Es docente adscripta a la cátedra Periodismo Político de la Lic en Comunicación Social – FCEDU UNER.