Entrevista a Susy Shock | Por Hugo Luna | Fotos: Andrea Sosa Alfonzo, Tadeo Bourbon y Colectivo RABIA
Es artista activista, feminista, trans, trava, mariposa y colibrí. Ajena a la normalidad, es un faro de referencia para la autodeterminación de los géneros.
“Yo monstruo de mi deseo / Carne de cada una de mis pinceladas / Lienzo azul de mi cuerpo / Pintora de mi andar / No quiero más títulos que cargar / No quiero más cargos ni casilleros a donde encajar / Ni el nombre justo que me reserve ninguna Ciencia” (Yo monstruo mío, de “Poemario Trans Pirado”)
Susy es presencia, transpira amor y arte. Sostiene un abanico que revolotea incansable como el género que dio por llamar colibrí, imposible de atrapar, de normalizar, de clausurar en una sola palabra. Su autocontrucción permanente se le imprime en la piel y para los demás; quiénes al conocerla le nacen como espigas en la espalda alas de libertad, ese proceso se lee, se piensa, se llora, se escucha y se vibra en sus poemas y canciones de legendaria tucumana y bagualera. Los escenarios la llevan por el país y América Latina, pero también a la militancia de las reivindicaciones por el derecho a elegir quién ser. Su cuerpo rebelde encontró en el camino compañeras, referentes y amigas como Diana Sacayán, Lohana Berkins y Marlene Wayar, que indómitas todas, reinventaron las calles con sus tacos resonantes de libertad.
-Estamos en el Bar Mu Punto de Encuentro, a escasas cuadras del Congreso de la Nación. Te inquietó la primera pregunta y es ¿cómo nace Susy Shock y la historia de ese nombre?
-En general lo que se tiene de las personas trans, y hablo de trans porque habemos varones y mujeres trans, o femineidades y masculinidades trans, es que hay un día fundante. Un día en que una se levanta y hace como la inauguración de la autopercepción de cara a la sociedad, generalmente en eventos familiares, íntimos, que son relatos de esta oralidad que tenemos nosotras porque no tenemos mucho escrito. En mi caso, es atípico. No tuve un día fundante en el que me levanté y me dije: “hoy soy Susy Shock”. En cambio, fue una construcción a partir de un gran privilegio que tuve y que no tienen la mayoría de mis compañeras, y es la contención familiar. No solamente que no te echen de tu casa por tus autopercepciones, sino que te protejan, que te contengan y que abracen ese proceso que va siendo. Entonces, yo he podido ir siendo un devenir, en donde todo eso que he sido no lo he abandonado para sumar. A veces, esas historias fundantes sirven para cerrar ciclos de violencia: “Yo no quiero ser ese niñito que he sido porque él ha sido lastimado; no quiero ser esa niñita que quiero ser y no la dejan ser”. Detrás de esa pregunta del nombre hay infinidades de cuestiones, de historias y de dolor. También hay una serie de interpelaciones a esa primera familia heterosexual que es papá y mamá, y todo el contexto que hay alrededor de ellos, que es el primer lugar de violencia que tiene una persona trans. Ahora, también soy artista y como tal construyo otros vínculos. A los 14 años ingresé al mundillo del teatro y de la música, que tiene muchos rollos pero algo que no tiene son prejuicios a lo distinto y a las diferencias. Políticamente me impacienta explicar por qué Susy Shock, porque a Norma Aleandro no le preguntan eso y a Liliana Herrero la entrevistan por su obra. Estamos en una etapa de diálogo y me permito tener la apertura de seguir respondiendo, pero a la vez, es necesario advertir algo que no terminamos de naturalizar. Lo que la gente piensa de una persona trans, de una travesti, tiene que ver con un imaginario único que nos deja la sociedad: la prostitución, la noche, quizás el arte, y el show, más que el arte.
–Luego de ver tu abordaje a través de distintas disciplinas, todas hechas con pasión y con poner el cuerpo, se desprende que tenés una gran confianza en el arte.
-Sí, yo no sé qué sería sin el arte. Sin ese papá y esa mamá, seguramente tendría el mismo destino que cualquiera de mis compañeras hermanas, que es estar en la calle, prostituirme para poder subsistir. Eran sumamente sensibles. Mi vieja tucumana y mi viejo pampeano, había mucha ligazón a bailar folclore porque mi familia es aún hoy de juntarse a bailar. Esos viejos me han dado libros, el sentido absoluto de libertad y una gran autoestima que significa que te abracen con lo que sos. Entrar al mundo del arte me reafirmó esa autoestima y me dio un poder, un sentido político de lo grupal. Soy un ser absolutamente político precisamente por ese teatro independiente que he hecho, con esos soñadores que se pasaban ensayando todo un año pensando que con esa obra iban a cambiar al mundo. Nada más romántico y precioso que ser una niñita abrazada por esos ideales, me marcó esa idea del compromiso y de por qué estoy arriba de un escenario, de por qué digo lo que digo.
–¿Entendés el arte como una militancia y una forma de vida?
-Creo que no hay arte que no sea político. A veces se intenta definir que hay un arte político y otro no. Somos seres políticos y aunque le estemos cantando al amor romántico, eso también es una postura política. Abonar discursos que son de derecha es una acción absolutamente política que puede estar disfrazada de “a mí no me interesa la política” o “sólo hablo de la vida”. Abonar una idea de familia, de un amor romántico, es una idea política bastante atroz, inclusive. Como lo es abonar esa naturalización de un modo de ser varón y de ser mujer. Es decir, las canciones y el arte, no son inocentes. Todo arte tiene un discurso y abona una ideología y una filosofía de vida.
–Ni varón ni mujer decís, ¿cuál sería el interés del membrete, hay allí una forma de abolir la libertad y cómo se construye esta identidad hoy?
-Ser este tipo de varón y este tipo de mujer no permite explorar las propias capacidades y las propias creatividades de ser, ése varón y ésa mujer que quiero ser. Marlene Wayar, mi amiga activista, dice que si somos el primer objeto de arte a crear, debemos ser absolutamente creativos y creativas. Y deberíamos en todo caso, mientras vamos en ese devenir de lo que podemos llegar a ser, decidir qué no somos. No somos ése varón y ésa mujer que nos mandan que tenemos que ser y no somos esos modelos que tienen nombre y apellido. Si salgo de una masculinidad en la que he nacido para transitar una femineidad que voy eligiendo, no quiero ser la femineidad que significa Mirtha Legrand, ni Margareth Tacher, ni Valeria Mazza. Ni esos modelos que abonan una idea de mujer, de varón y de familia, que es la que expulsa lo distinto. Entonces, ese Ni varón Ni mujer, abre el juego a crearnos y a ser otras cosas. Y debemos también tirarles estos indicios a las crianzas. Cuando pensamos en las personas trans, las imaginamos adultas, paradas en las calles en medio de debates alrededor de prostitución sí o no, pero nadie nos piensa niños y niñas huyendo de la violencia de un tipo de hogar que responde a un tipo de modelo y a un tipo de régimen heteronormativo violento.
Nosotros y nosotras, como movimiento activista argentino, herederos y herederas de una gran tradición de activismo que se reforzó fuertemente luego del regreso de la democracia, con nombres gigantes como Jaúregui, Nadia Echazú, Lohana Berkins y más contemporáneas como Diana Sacayán y Marlene Wayar, hemos hecho todos los movimientos sísmicos posibles para que la sociedad empiece a vernos de otra manera. No es al revés: la sociedad no dice “ahora estoy más abierta y respeto la diferencia”. Lohana decía que entre Florencia de la V y Zulma Lobato pareciera que no habemos otras posibilidades de feminidades trans, travas. Somos solamente esos dos modelos que están instalados en el imaginario de la gente, de que así se debe ser y que no hay otra posibilidad.
–Hablame del género colibrí y de sus significados en la cultura popular.
-Soy género colibrí porque es mi idea de proyectarme hacia el infinito. En el activismo pensamos todo el tiempo realidades, leyes, estados de derecho. Eso nos pone en un contexto que es interpelar a una heterosexualidad, pero también a una dirigencia que es la que produce leyes y los poderes que sostienen estas lógicas. Necesito poetizarme porque cuando lo hacemos nos acercamos a esa idea de hacer fuga hacia algo nuevo. El colibrí es esa pulsión y Galeano diría, la utopía que me lleva ese néctar, a un-nolugar, pensar de modo spinettiano. Desde el arte hay que ser fuga hacia otras zonas que levanten, también, los pisos de las discusiones.
–¿Qué hay de bello en tu re significación de la monstruosidad?
-Yo creo en la belleza como otra cosa, generar esa tensión con lo establecido se comanda como la normalidad y reivindicar lo monstruoso como lo que ha sido condenado en la historia de la humanidad. Lo bello muta.
–Mencionaste una diferencia entre arte, espectáculo y show. La cultura como espectáculo y una construcción con un anclaje un poco más profundo, ¿podrías ampliar esto?
-Es el lugar que el sistema nos va dejando a las personas trans, a las feminidades trans y travestis, la idea de que vamos a hacer shows y éste siempre tiene que ver con algo foráneo: antes imitábamos a Marilyn, ahora será Beyonce. Hay algo de la colonización cuando elegimos esos modelos a repetir. No porque todo el mundo tenga que cantar coplas o hacer folclore. Pero cuando me pongo a hablar con mis amigas, hermanas y compañeras, siempre aparece un copla, lo sudaca, una abuela salteña, una mamá tucumana o esos recuerdos que tienen que ver con las raíces. Digo eso del show porque es una zona de frivolidad que sólo nos quieren dejar, pero hay artistas maravillosas travestis en Argentina y hay toda una generación que está poniendo su propia voz en esta autoestima de buscar lo hondo que es ser la trava y la trans de acá, de ésta zona del mundo.
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