La trata: todas podemos ser víctimas

La trata de personas es un delito. Las causas que la constituyen como fenómeno social, económico y político.

 

Por Cecilia Merchán* | Fotos: Vero Canino y Marina Carniglia

 

En la trata están condensadas todas las violaciones de los derechos de las mujeres como tales: el derecho a la libertad, a no ser explotadas, a la vida.

Abordarla, implica ingresar al terreno del ser humano como mercancía, entrar a una “industria” que en muchos casos se encuentra más naturalizada que la conciencia por la integralidad de las personas víctimas de este delito.

A pesar de que actualmente rige la Ley nacional 26.364 que tipifica la trata como delito federal, no podemos pensar que el Estado nacional avance en un plan real contra la trata con fines de explotación sexual en un proceso de empobrecimiento de los sectores populares. La parálisis de la economía y la persecución a la economía popular complican aún más las realidades en los barrios y en las familias. El dinero empieza a escasear rápidamente, las redes de prostitución y de trata se fortalecen y la explotación sexual de mujeres, travestis y niñas se hace cada vez más difícil de combatir.

Desde 2011 están prohibidos por decreto presidencial de Cristina Kirchner, los anuncios de oferta sexual en diarios y periódicos por considerarlos un delito. Por otra parte, varios proyectos de ley abrieron un debate sobre la penalización del cliente, poniendo eje en el consumo de sexo, la acción prostituyente y la prostitución.

Sin embargo, las redes de trata en Argentina y en el mundo movilizan millones de dólares y cuenta con la complicidad de distintas instituciones policiales, de la Justicia, de medios de comunicación y de la política.

Un punto de partida

Son muchos los motivos por los que podemos asegurar que, cuando hay ajuste económico, hay una feminización de la pobreza. Las mujeres somos, en general y por una cuestión cultural y económica, quienes llevamos adelante el cuidado de las personas que viven con nosotras: cuidamos a niños y niñas, a los mayores, a nuestras parejas. Por lo tanto, apenas comienzan a faltar los recursos e ingresos para sostener la vida cotidiana, las principales afectadas somos quienes damos resolución a la alimentación, la escolaridad y la limpieza..

A esto debemos sumarle que el empleo femenino es más precarizado y flexibilizado y mucho más en tiempos de ajustes. Además, debemos pensarnos en todas nuestras dimensiones sociales, como personas inmersas en este sistema de clases en el que no hay nada peor que ser mujer, pobre y negra o pobre y travesti, pobre e india y así podríamos continuar casi infinitamente haciendo terribles combinaciones de exclusión. Entonces a la pobreza debemos agregarle todas las otras formas de discriminación y exclusión, como la raza, la nacionalidad de origen, el género, la elección sexual, la edad, etc. que recrudecen en esos períodos tan marcadamente neoliberales. En nuestro país esta realidad la vivimos recientemente, en los ‘90 y principios del 2000.

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Haciendo un repaso de las primeras medidas del Gobierno nacional (despidos, devaluación, ajuste económico, retroceso en el acceso de determinados derechos, etc.) , resulta difícil pensar alguna política pública que vaya en favor real del conjunto de las mujeres. Tampoco en relación a la trata laboral porque la desregulación del trabajo y el cierre de organismos de registro de trabajadores y trabajadoras como la Red Nacional de Trabajadores y Empleadores Agrarios (RENATEA) hacen que proliferen los talleres clandestinos y la explotación rural.

Por su parte si Casa Rosada recibe a familiares de víctimas de femicidio, no implica necesariamente avances desde el Estado en materia de violencia hacia las mujeres. El empobrecimiento es violencia económica, la represión en las movilizaciones es violencia institucional y mantener presa a una mujer por protestar también lo es. Lo mismo que ajustar y reducir programas de salud sexual y reproductiva, lo que nos acota las posibilidades de decidir sobre nuestro propio cuerpo.

Hablar de avances en políticas públicas de género en un contexto de ajuste parece como mínimo complicado. No será más que maquillaje de un proceso de exclusión y empobrecimiento del conjunto del pueblo y, por supuesto, de las mujeres. En este sentido, consolidar la relación que existe entre patriarcado y capitalismo salvaje desde sus orígenes, es reforzar las dos caras de una misma sociedad desigual.

Feminización de las organizaciones

Parte de la experiencia de nuestra propia historia nos indica que cuando hay feminización de la pobreza también se produce una feminización de las organizaciones.

Basta sólo recordar que en plena crisis del neoliberalismo a fines de los ‘90 y principios del 2000, todas las organizaciones que se crearon en cada rincón del país tenían un importante componente y protagonismo femenino. Comedores, merenderos, copas de leche, asambleas barriales,  trueques, cooperadoras, asociaciones rurales en defensa de la tierra y del campesinado y muchas otras formas organizativas, contaron con una participación masiva de mujeres.

Si no hubiera sido por todas esas mujeres no hubiéramos logrado los maravillosos debates y leyes que conquistamos en los últimos doce años. Es decir, fuimos capaces de dar respuestas a la ausencia del Estado ante las necesidades básicas de nuestra sociedad. También de tomar agendas del feminismo, agrandarlas, y ampliar el debate al conjunto de los sectores populares. Incluso a quienes no conocíamos exigencias fundamentales que luego se nos hicieron propias, como la necesidad de decidir sobre nuestros propios cuerpos, vivir una vida libre de violencias, el acceso a la salud como elemento fundamental para una ciudadanía plena, el derecho al aborto legal, seguro y gratuito o a la libre elección y goce de nuestra sexualidad.

Claro que ese movimiento enorme de mujeres se fue cruzando con agrupamientos feministas, LGBTI, etc. que enriquecieron las búsquedas, las consignas y los logros políticos y sociales. Todos esos reclamos y propuestas de las organizaciones encontraron eco y se convirtieron en leyes y políticas públicas a partir del 2003 con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. La coyuntura actual nos lleva a revisar nuestra historia, tomar lo mejor de ella y salir con creatividad hacia el futuro con nuestra organización popular. Pero también nos obliga a una conciencia crítica de nuestra propia práctica, a revisar constantemente nuestras formas organizativas y políticas.

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Creo en nuestra capacidad como pueblo y en la capacidad de las mujeres, en la experiencia de todos estos años de construcción y de conquistas y en la larga cadena de lucha de nuestras antepasadas y nuestros antepasados. Todo nos servirá para enfrentar el futuro con las herramientas y la creatividad necesaria para seguir insistiendo en que siempre es posible construir una sociedad más justa.

 

*@chechamerchan fue titular del Comité Ejecutivo para la Lucha contra la Trata y Explotación de Personas y para la Protección y Asistencia a las Víctimas. En la última elección fue candidata a Diputada al Parlasur por el Frente para la Victoria y anteriormente se desempeñó como Diputada Nacional (2007-2011). Es referente de la Corriente Política y Social La Colectiva.