Subjetividades y narrativas en la política feminista. ¿Qué perdemos si creemos que ganamos?

Por Laura Masson* | Ilustración: Lucho Galo Nómade | Fotos: Anita Pouchard, Lucía Prieto, M.A.F.I.A

 

Las formas feministas de hacer política asumieron estrategias innovadoras en el contexto nacional, que con nuevas voces y experiencias, buscan sostener lo propio desde la militancia. 

 

 

El feminismo en la Argentina, sin lugar a duda, dio un giro asombroso en los últimos años, así como también su gramática y la composición de sus movilizaciones. Esa transformación, que dejó en claro que el feminismo hoy es los feminismos, se manifestó principalmente de dos maneras. Por un lado, con la movilización del movimiento denominado “Ni una menos” que se inició como un reclamo por el cese de la violencia contra las mujeres. Por otro, en los heterogéneos y maratónicos debates y las masivas manifestaciones de mujeres durante el tratamiento en el Congreso Nacional de la Ley por la Despenalización y la Legalización del aborto.

Estas manifestaciones, sumado a la creciente presencia de mujeres en los medios de comunicación hablando de derecho a la interrupción del embarazo y de `feminismos´, han hecho que muchos y muchas tomen conciencia de forma repentina y abrupta, de esta dimensión política inaugurada y ejercida por mujeres, que hasta el momento parecía invisible. Pero una cosa es que los feminismos se hagan visibles para una parte de la sociedad y otra muy diferente es interpretar, a partir de estas movilizaciones masivas, que las mujeres “inaugurarán” o que “han inaugurado” una nueva forma de hacer política. No es una novedad la forma feminista de hacer política, sí lo es en su renovada composición y sus numerosas estrategias de visibilización.

La “forma feminista” de hacer política puede remitirse en la Argentina a principios del siglo XX, entre otras acciones, con la organización del primer Congreso Femenino Internacional de la República Argentina, las manifestaciones de las mujeres por el derecho al voto, la creación de revistas y folletos, y cómo no recordar los actos performativos de Julieta Lanteri, que se presentó a votar, dado que la ley no decía lo contrario.

 

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Si observáramos las consignas de la época nos sorprenderíamos, aún hoy, de su lucidez y radicalidad. Si nos propusiéramos establecer una continuidad de estas acciones con los feminismos actuales, identificaríamos que muchas estrategias de la política feminista de principio de siglo coinciden con las desarrolladas por los feminismos pre y pos-dictadura. Estos últimos sumaron la herramienta de los grupos de “concienciación” (neologismo que las integrantes de la Unión Feminista Argentina utilizaron para traducir el término en inglés conscienciousness-raising), destinados a “sacar de sí” y dar nacimiento a la propia identidad. Las técnicas utilizadas cuidaban que no hubiera jerarquías porque las mujeres estaban demasiado inducidas a adoptar roles secundarios; que cada mujer contara su experiencia tratando de “no interpretar ni teorizar”; que entre todas hallaran componentes comunes; que todas se expresaran y guardaran secreto.

Partiendo de estos lugares, ¿cómo se avanzó entonces hacia una experiencia colectiva que, a través de demandas específicas, aglutinó a diversos sectores sociales?

Sucedió, al estilo feminista, en una forma de hacer política distanciada de las estructuras y apegada a la identidad propia y a las experiencias subjetivas compartidas.

La política feminista se gesta en la noción de persona que se construye en las prácticas de la militancia. Luego se ejerce, de maneras diversas, en los lugares donde cada una desarrolla sus relaciones interpersonales: partidos políticos, movimientos sociales, universidades, colectivas feministas, centros de estudiantes, militancia a través de propuestas artísticas y musicales, cibermilitancia, organizaciones no gubernamentales y organismos del Estado. Lo nuevo que traen estos dos grandes eventos al feminismo es la masividad (al lograr que todas las diferencias se unan bajo una misma consigna) y una articulación virtuosa y muy aceitada con el sistema político establecido.

Pero, dado que prevalece una manera androcéntrica de pensar “lo político”, la política feminista solo pudo ser “digna de atención” cuando se acercó a las formas hegemónicas: los debates en el Congreso de la Nación o las calles de la ciudad de Buenos Aires inundadas de mujeres (como si los Encuentros Nacionales de Mujeres nunca hubieran existido y convocado una cantidad más que considerable de manifestantes). Durante mucho tiempo, la gramática de la política feminista, por no corresponderse con las formas de lo considerado verdaderamente político, no fue visualizada. Pero, si bien la “visibilización” puede ser importante, el “avance” o los “éxitos” del feminismo no merecen medirse en función de la aproximación de sus manifestaciones a una forma establecida de hacer política. Menos aun cuando esa forma expulsó a las mujeres y a otras formas de construcción de poder y de sentido. En este punto cabe preguntarse ¿qué perdemos si creemos que “ganamos”?

 

Los retos por delante

 

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1- La transformación y la permanencia

Con las masivas manifestaciones y el debate por el derecho al aborto en el Congreso Nacional el feminismo se acercó a las formas masculinas de la política y eso pareciera hacerlo más exitoso. Me permito desconfiar del éxito de esta expresión, de este cambio de dinámica que lo hace tan lindo y festivo. Las desigualdades no se deshacen de un día para otro y tampoco se desvanecen con la repetición mántrica de consignas. Las consignas, propias de la militancia, son necesarias, provocadoras, creativas y divertidas. Nos orientan y nos nuclean. Pero en otros momentos de la militancia feminista la elaboración de una consigna podía llevar horas de debate y se convertía en una auténtica clase de política y en una práctica reflexiva.

La multiplicación y la masividad dieron visibilidad a la narrativa feminista, pero lo más potente tal vez no sea esa visibilidad. Estas manifestaciones poderosas, pero efímeras, no deberían hacernos perder de vista la formación sólida, la conciencia largamente construida y el compromiso firme, que han sido característicos de la política feminista. La experiencia propia y la de la región nos muestran que ningún derecho está totalmente conquistado y que el trabajo sobre las subjetividades es uno de nuestros mayores logros. El desafío es la permanencia de la forma propia.

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2- Nuevas voces y experiencias en la política feminista

Uno de los grandes desafíos del feminismo ha sido construir una narrativa propia y legitimarla en diferentes espacios. Lo ha logrado, con mucho trabajo después de largos años, en el mundo académico, en los partidos políticos, en el ámbito de los organismos regionales e internacionales y en las diversas militancias de base. Todo lentamente y con trabajo continuo. Las historiadoras feministas pueden dar cuenta de cómo ha sido este proceso en el ámbito académico, de la necesidad de “peinar” los archivos para “recuperar” a las mujeres, mostrar que han sido parte de la historia, que han existido y que los relatos androcéntricos las han obliterado. Durante más de 40 años el/los feminismos se han dedicado a relevar, explicar, mostrar y construir. Y en un principio esa edificación se hizo, indefectiblemente, en referencia y contraposición a los sentidos y espacios de los cuales las mujeres fueron excluidas. Y fue realizada por las mujeres que tenían las herramientas para hacerlo.

Esto ha dado al feminismo un sesgo de clase y étnico-racial y ha identificado los cambios en la vida de algunas mujeres con el de “todas las mujeres”. Esos relatos hoy se han abierto y han incorporado otras voces. Sin embargo, es aún un asunto pendiente para la militancia escuchar a “otras mujeres”, no actuar como sus representantes, ni tratar de iluminarlas. En un momento del desarrollo de la teoría feminista donde la perspectiva de la interseccionalidad (es decir transversalizar la mirada con desigualdades complejas como clase, religión, raza, nacionalidad) ocupa un rol central, es un reto incorporar las experiencias de las mujeres de las clases populares, de las mujeres indígenas, de aquellas cuya construcción de la “liberación” requiere de mucha creatividad y miradas capaces de incorporar la complejidad de la realidad. Las narrativas de las mujeres de clases populares suenan “disidentes” para muchos oídos feministas, porque no acompañan la lógica de la desigualdad que guía el pensamiento del feminismo de clase media.

Construir junto con las “otras” y desde sus experiencias, esto que el feminismo sabe hacer tan bien, sigue siendo un desafío. Con un espacio propio ya construido, hay que incorporar de manera crítica y en la práctica militante (en la teoría ya se hizo) la desigualdad entre las mujeres.

ELLA, 3ème rencontres de femmes latino-américaines. ELLA, 3rd meeting of latin-american women.

 

 

3- Sostener lo propio y apostar a la militancia

El feminismo creció durante décadas a partir de una lógica y una definición propias de qué es la política, donde las transformaciones se fueron dando en distintos ámbitos y el Estado y los partidos políticos eran apenas unos de ellos.

Sostener la forma propia de la política debería ser el termómetro del feminismo, más interesante y potente que la medida que proviene de una lógica ajena. Hay algo que la política feminista ya conquistó, la medida no puede seguir siendo el espacio del cual las mujeres fueron excluidas. La fortaleza del feminismo ha sido constituirse y sostenerse alrededor de una forma de hacer política centrada en la experiencia, que es personal, pero no individual, en tanto se descubre y se comparte con otras.

Las generaciones más jóvenes, recientemente incorporadas al movimiento, lo han comprendido muy bien. Un ejemplo, es la denuncia de las alumnas del Colegio Nacional Buenos Aires por casos de abusos. Una de las jóvenes dice, lo que nosotras más estamos tratando de hacer ahora es organizarnos como colectivo, (…) sabíamos que el reclamo iba a ir más allá de acusar a estas personas. Queremos llevar ciertas exigencias a la comunidad educativa. ¿Cómo fue la gesta? Surgió como una conversación espontánea, dice Ema, una vez que tomamos distancia de la situación y estando metidas de lleno en el feminismo, empezamos a analizar estas situaciones. Nació en un grupo pequeño de amigas[1]. El relato de Ema es muy similar al de las mujeres que participaban de los grupos de “concienciación”. Una frase de Leonor Calvera, de su libro Mujeres y Feminismo en Argentina, ilustra y positiviza esta particularidad “Entre la inmovilidad de la política tradicional y la impermanencia de las organizaciones de mujeres media la diferencia que va de la paz de los sepulcros a la vitalidad de una plaza de juegos”.

 

 

*Es Antropóloga, Doctora y Master en Antropología Social por la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Investigadora y coordinadora del Núcleo Interdisciplinario de Estudios de Género y Feminismos de UNSAM. Se especializa en política y géneros, narrativas y genealogías del feminismo y del movimiento de mujeres en Argentina. 

[1] Entrevista a Ema Graña en la radio 750, “Presentaremos un proyecto a la comunidad de la UBA”, 8 de octubre de 2018.