Por Natalia Bustelo* | Ilustración: Alejandra Andreone
En esa Argentina que hacia fines del siglo XIX se organizaba en torno de un Estado Nación centralizado y anunciaba su ingreso a la modernidad, también se congregaban las mujeres pero en este caso para reclamar la igualdad frente a los varones. La institución universitaria no escapó a este revisionismo.
Entre los hijos de las clases medias acomodadas que comenzaban a ingresar a la Facultad de Medicina se encontraban las primeras mujeres. Pero si en el caso de los varones optaban por las carreras médicas porque les prometían un ascenso social, en el caso de las mujeres, se debía a que esas carreras estaban asociadas a las funciones maternales. A pesar de la presencia femenina, la “juventud estudiosa” no tendría rostro de mujer: en los Centros de Estudiantes participarían muy pocas mientras que en las asociaciones culturales, la exclusión sería total**.
Mujeres universitarias
Las mujeres realizaron por primera vez estudios superiores en Argentina en la década de 1880. Entonces unas pocas consiguieron ingresar a la Facultad de Medicina para cursar carreras ligadas al cuidado, esto es, enfermería y obstetricia. El fin de siglo registraría las primeras egresadas médicas. Élida Passo fue la primera médica admitida en la carrera de Medicina y para ello debió ganarle un juicio a la Facultad. Hubiera sido la primera egresada pero falleció cuando cursaba el último año y poco después Cecilia Grierson se convertía en la primera médica argentina y a ella le seguíría Elvira Rawson.
A escala internacional, las primeras en ingresar a la universidad fueron las francesas, en 1864, y pocos años después otras universidades europeas aceptaron mujeres. La Argentina creó las primeras instituciones de educación media para mujeres, las Escuelas Normales, en 1870. Allí obtenían un título de maestras que las habilitaba para trabajar -mientras se mantuvieran solteras- en dos tareas concebidas en continuidad con el cuidado del hogar, la alfabetización de los niños y la transmisión de los “valores ciudadanos”, señalados por la elite gobernante. Desatados los reclamos por una universidad más democrática que caracterizaron a la Reforma Universitaria, Herminia Brumana sería la maestra que más insistiría desde las radicalizadas revistas estudiantiles de Buenos Aires Bases (1919-1920) e Insvrrexit (1920-1921) en el reproche a las mujeres que abalaban y reproducían, desde su condición de maestras, el lugar que les asignaban las sociedades modernas.
Con la fundación, en 1896, de la Facultad de Filosofía y Letras, las normalistas contaron con una casa de estudios superiores que aprobaba sin obstáculos su ingreso. Pero esto se debía a que la Facultad no ofrecía una matrícula que las habilitara para ejercer una profesión liberal (esto es, Medicina, Abogacía o Ingeniería). Es más, el Código Civil Argentino, sancionado en 1869, establecía la inferioridad jurídica de las mujeres. Las casadas no podían administrar bienes y necesitaban la autorización de sus maridos para educarse, profesionalizarse, trabajar y testimoniar ante la ley. Era sumamente difícil entonces sortear las trabas que logró Celia Tapias para ingresar a la Facultad de Derecho y matricularse en 1911 en el ejercicio de las leyes. En cuanto a la práctica médica y la ingeniería, el Consejo Académico de Medicina y el de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales tendían a considerar que las mujeres tampoco estaban capacitadas para esas profesiones. Como argumento, los profesores que integraban esos Consejos sostenían no sólo que las capacidades intelectuales femeninas eran inferiores a las masculinas, sino también que el trabajo profesional ponía en peligro el orden doméstico, pues alejaba a las mujeres de las funciones maternales a las que estaban por naturaleza destinadas.
Esa función maternal era la que había consagrado a las mujeres al magisterio pero fue también la que posibilitó que ingresaran a las carreras universitarias ligadas al cuidado. Y así como los reclamos estudiantiles necesitaron de la fundación de los Centros de Estudiantes, el ingreso de las mujeres a la universidad requirió de instancias colectivas que sistematizaran y difundieran los discursos a favor de la educación de las mujeres y de la igualdad entre los géneros. Como reconstruyó la historiadora argentina, Dora Barrancos, en su abarcativo libro Mujeres en la sociedad argentina, ese feminismo de fines del siglo XIX se moduló tanto desde el socialismo como desde el librepensamiento y el anarquismo.
Ya egresada, Grierson presidiría en 1901 el Consejo Nacional de Mujeres y participaría de la redacción de la revista del Consejo. Una de sus entusiastas compañeras sería Elvira López, quien ese año se convirtió en la primera egresada de la Facultad de Filosofía y Letras. Su tesis de doctora en filosofía se tituló El movimiento feminista y recorrió el feminismo en Argentina para proponer lo que Verónica Gago definió, en el ensayo que acompaña la publicación de 2009 de la tesis de López, como una “vanguardia prudente”. Y esa prudencia se debía a que defendía la independencia moral y económica de la mujer pero concedía tanto el destino maternal como la incapacidad para ejercer derechos políticos.
Pronto surgieron diferencias entre las consejistas. Las más igualitaristas se distanciaron del Consejo para reunirse en 1906 en el Centro Feminista y fundar al año siguiente la Asociación Universitarias Argentinas. En mayo de 1908, la Asociación comenzó a organizar un gran Congreso Femenino Internacional de la República Argentina que debía realizarse en 1910, en el marco del Centenario de la Revolución de Mayo. Por su parte, el Consejo Nacional de la Mujer propuso un Congreso de las Mujeres Patrióticas, en el que se reforzó el nacionalismo viril y belicista que, cuando se despliegue en la década del veinte la Reforma, será defendido por los grupos de profesores y estudiantes antirreformistas.
En 1910 las universitarias argentinas convocaban a las mujeres del mundo a discutir la cuestión femenina en torno de seis ejes: Sociología, Derecho, Educación, Ciencias, Letras y Artes e Industrias. A esa convocatoria respondieron mujeres de instituciones argentinas, chilenas, paraguayas, italianas y francesas. La educación e instrucción de las mujeres se había anunciado como el segundo de los objetivos del Congreso. Sin embargo, los únicos grupos vinculados a la universidad que adhirieron al Congreso fueron el Círculo Médico y el Centro de Estudiantes de Medicina. El comité de propaganda contó con varones pero durante los días del Congreso las mujeres decidieron discutir sus problemas sin la presencia masculina.
Un movimiento con escasas mujeres
Cuando en 1918 estalla la Reforma Universitaria, ya había numerosas estudiantes y graduadas mujeres así como agrupaciones que reclamaban la igualdad entre los sexos. El pedido por el ingreso a la universidad de las mujeres podía haber confluido con la democratización de la universidad y de la sociedad por la que bregaba la Reforma. Pero el desencuentro fue tal que se registraron muy pocas mujeres entre los líderes reformistas de Latinoamérica –la peruana Magda Portales y la argentina Mika Feldmann, entre ellas- y no se incluyó como parte de las reivindicaciones reformistas la eliminación de los obstáculos para la educación de las mujeres.
El movimiento estudiantil que estalla en La Habana hacia 1922 sería el que registraría más mujeres protagonistas. Mujeres líderes que, como en otras latitudes, tuvieron que sobreponerse a las descalificaciones de quienes deberían haberse reconocido como compañeros. En su fundamental reconstrucción de biográfica del líder cubano Julio Antonio Mella, Cristine Hitzky refiere que la estudiante de derecho Sarah Pascual fue parte de los entusiastas educadores de la Universidad Popular José Martí y que en 1922 la estudiante Ofelia Paz asumió la presidencia de la Asociación de Farmacia. Un logro antecedido por una fuerte polémica: el hasta entonces presidente de la Asociación, Carlos Manuel Gutiérrez, intentó impedir que una mujer estuviera al frente pero Mella defendió con tanta virulencia la dirección femenina que intentó replicar las célebres “defenestraciones de Praga” y arrojar a Gutiérrez por la ventana.
En paralelo a este feminismo que reclamaba derechos civiles y/o políticos para las mujeres, surgía, ya a fines del siglo XIX, otro que, filiado al anarquismo, exigía la igualdad no a través del reconocimiento del Estado sino a través del trato cotidiano. Como analizó la socióloga Laura Fernández Cordero en su reciente libro Amor y anarquismo. Experiencias pioneras que pensaron y ejercieron la libertad sexual, el anarquismo argentino tuvo entre sus promesas tanto la emancipación de los obreros como la de las mujeres, y muy tempranamente articuló un discurso feminista que se propuso revolucionar las formas de amar y las relaciones entre los sexos. La primera expresión organizada de este feminismo fue el periódico porteño La Voz de la Mujer. Sus redactoras reclamaban el derecho a emanciparse del tutelaje social, económico y marital y fueron las primeras argentinas en asumir la famosa consigna “Ni dios ni patrón ni marido”. Luego de su noveno número, aparecido en enero de 1897, La Voz de la Mujer dejó de editarse para ser refundado dos años después en Rosario y no encontrar ningún eco entre las y los universitarios de la Reforma.
En La Plata el primer periódico redactado por mujeres apareció en agosto de 1902 y logró prolongarse hasta noviembre de 1904. Nosotras se anunció como una “revista feminista, literaria y social” y, bajo el lema “Ayudémonos las unas a las otras, la unión hace la fuerza”, puso a circular una prédica igualitaria y anticlerical que desconfiaba tanto del liderazgo masculino del socialismo como del antiestatismo anarquista, no cuestionaba los roles domésticos y sería la que terminaría primando en las universitarias de las décadas siguientes.
Como cierre de este apartado, traigamos el contundente alegato a favor del ingreso de las mujeres a la universidad que ofrecía, poco antes de que estallara la Reforma, Mercedes Gauna. En enero de 1918 esta joven que junto a algunas socialistas planeaba la fundación de la Unión Feminista Nacional enumeraba en el periódico estudiantil porteño La Cumbre las pruebas científicas sobre la igualdad entre el hombre y la mujer al tiempo que recordaba el “número grandísimo de mujeres científicas” y la “importante labor que mostraron en el campo de la industria” a partir de la Primera Guerra Mundial. Probada de modo indiscutible la igual condición psicofisiológica de la mujer por “la Antropología, la Fisiología, la Clínica y otras ciencias”, para Gauna la Sociología debía señalar que la función social de la mujer en la vida de las sociedades organizadas “no puede ser de menor categoría que la del hombre, puesto que al fin el trabajo del útero no desmerece el del cerebro, si se considera a la mujer en una de sus excelsas funciones, la maternidad”. Los obstáculos a la educación universitaria se debían únicamente a “la tacha egoísta que pesa sobre la inteligencia masculina”.
Ni el feminismo de Gauna ni las otras variantes cuestionaron la asociación entre mujer y madre ni las expresiones homofóbicas que acompañaban a la defensa tajante de la heterosexualidad. Sin embargo, esto no impidió que esos feminismos dieran importantes pasos en la conquista de la igualdad entre los sexos. A partir de las discusiones del Congreso de 1910, las universitarias elaboraron un petitorio de derechos civiles que el diputado socialista Alfredo Palacios presentó en el Parlamento. Nuevos petitorios fueron presentados por otro socialista y feminista, el senador Enrique Del Valle Iberlucea. En 1926 finalmente, la Argentina eliminaba de su Código Civil la inferioridad de la mujer pero para la conquista de los derechos políticos deberían pasar más de dos décadas de reclamos.
Los cien años que nos distancian del inicio de la Reforma confirman que las universidades están lejos de cumplir la función científica, social y democrática que anhelaron sus primeros líderes. Pero si ello indica que la Reforma no ha perdido vigencia, la invisibilización de la cuestión de género que recorrió al movimiento llama a una reformulación urgente. En efecto, los defensores de una universidad científica, social y democrática se encuentran ante el desafío de incorporar una demanda que debería haber formado parte de la agenda inicial de la Reforma, la igualdad de las mujeres en las universidades y en la sociedad toda. A partir de los crecientes reclamos feministas, en los últimos años algunas universidades latinoamericanas han aprobado Protocolos de género, en los que se estipulan los procedimientos jurídicos para visibilizar y erradicar la violencia y el abuso de poder de los varones sobre las mujeres y otras identidades genéricas. Para su aplicación, las facultades han conformado Secretarías de Género a cargo de profesionales especialmente capacitados. En un ambiente universitario en el que la militancia estudiantil y el carrerismo académico se entrelazan para tramar alianzas y traiciones que están lejos de responder a la búsqueda de una educación mejor y más democrática, el funcionamiento efectivo y correcto de esas Secretarías y de los Protocolos de género se convierte no solo en una reivindicación feminista sino también en una actualización urgente de la Reforma.
*Es doctora en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, docente de Pensamiento argentino y latinoamericano (UBA), becaria posdoctoral CONICET-CeDInCI-UNSAM e integra el Seminario de Historia Intelectual (CeDInCI-UNSAM). Además, se especializa en Reforma Universitaria y revistas estudiantiles.
**El texto es un adelanto de Todo lo que necesitás saber sobre la Reforma Universitaria, que será publicado en junio de este año por Editorial Paidós.