¿Qué comunicación en qué pospandemia?

Por Alejandro Ramírez* | Imágenes: Staff Comunicación UNER

Una mirada sobre el comportamiento de los medios masivos hegemónicos y las redes sociales durante la pandemia, y las perspectivas que habilitan a pensar ambas mediaciones a partir de la denominada “pospandemia”. Es necesario construir nuevas condiciones socioculturales que nos permitan  pensar una agenda mediática para la sociedad del mañana.


El “pos” que no siempre es el después de…

Pareciera que las expectativas que los apologetas de la posmodernidad anunciaban acerca del nuevo paradigma que sobrevendría tras la ruptura con las formas establecidas por la modernidad sucumbieron a los pliegues de su propia discursividad; lo que dejó al descubierto –tal vez– su incapacidad para superar los antiguos modelos de pensamiento y la ausencia de propuestas que doblegaran la potencialidad analítica de las categorías modernas para comprender e indagar acerca de las emergentes complejidades sociales y políticas, las contradicciones históricas, el impacto de las novedades tecnológicas y, en definitiva, los cambios que todo ello produce en las vidas cotidianas de nuestras sociedades.

Y así como el prefijo “pos” (o “post”) que antecede a la palabra “modernidad” no dio lugar necesariamente a una superación o un rebasamiento de ésta última, sin embargo pareciera estar habilitada la idea de que puede anteponerse el prefijo “pos” a todo aquello que sobreviene después de algo precedente, pero que no sabemos aún cómo nombrar y, mucho menos, definir. 

En los términos comunicacionales que en este artículo nos interesa abordar, tal vez el paroxismo de esta tendencia se haya visto materializado en el diccionario de Oxford de 2016, que catalogó como “palabra del año” al término post-truth, a la que definió como un adjetivo “relacionado con o que denota circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las apelaciones a las emociones y las creencias personales”.

A partir de allí, post-truth ha sido un término prontamente traducido –e incorporado a la jerga mediática nativa– como “posverdad” sin reparar en el sinsentido del neologismo, ya que no hay lugar para “algo” “después de” la verdad. En todo caso resultará pertinente revisar cómo, en qué contexto, con qué argumentos y a través de qué métodos se arribó a tal o cual verdad (afirmación, sentencia, etc.), pero no por ello es dable aceptar como lícito –menos aún acríticamente– la elevación a categoría de “argumentación”, a las emociones y creencias personales que tienden (y a menudo logran) desacreditarla. Por ejemplo, las referencias que relativizan el Holocausto, y que se pueden encontrar a través de una simple búsqueda en Google.

Y en esta suerte de cultura de la “posverdad” las redes sociales tuvieron un rol clave, dado que promovieron el autoempoderamiento basado en un innegable impulso narcisista sobre millones de personas que, al desmesurado sentido de su propia importancia, le añaden (a menudo varias veces por día) una profunda necesidad de atención y admiración excesiva. Esto supone la legitimación necesaria para poder publicar su opinión en todo momento y sobre todos los temas, aun cuando no se tenga la menor idea de lo que se trata. 

En las actuales condiciones, a estos/as usuarios/as de existencia online (no siempre personas físicas) diferenciar entre realidad y ficción –o incluso entre hecho e interpretación– les resulta una tarea absurda, y sin dudas ajena a cualquier problematización.

Pero para nuestras formaciones académicas resulta conveniente guardar la mayor prudencia posible antes de recurrir al prefijo “pos” y, en todo caso, habilitar una necesaria instancia reflexiva ante lo fenoménico que acontezca en nuestros campos de estudio, priorizando investigar para explicar lo nuevo y construir nuevos conceptos, e incluso para proveer los neologismos que fueran necesarios, sin tener que recurrir a la indeterminación del prefijo “pos”.

De allí entonces que –dadas las escasas señales de finalización o erradicación permanente de los efectos sanitarios de la pandemia originada por el coronavirus a finales de 2019– nos genere cierto reparo la referencia a la “pospandemia”, como un término que aludiría, en forma absolutamente transparente y sin lugar a dudas, a lo que “está viniendo” o se estaría configurando “después de” un largo tiempo al que identificamos –y fue definido oficialmente– como pandemia.

La pandemia comunicativa: sobre fake news, desinformación y otras infodemias

Desde una perspectiva médico-sanitaria, apenas a tres meses del primer caso de una “rara neumonía” detectada en un grupo de trabajadores de la ciudad de Wuhan en China, la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.)  reconoció atinadamente el 11 de marzo de 2020 como una Pandemia al curso de dicha enfermedad, originada por el virus SARS-COV-2. Ante la rápida propagación del virus, el veloz traspaso de fronteras y la inédita simultaneidad con que el mundo entero se vio prontamente envuelto en una catástrofe sanitaria (a la fecha de la redacción de este artículo se estiman en 4.5 millones las víctimas fatales en todo el mundo), no quedan dudas de la acertada declaración de la O.M.S. y la inmediata sugerencia de medidas de prevención básicas, ante la inexistencia de vacunas y medicamentos que fueran capaces de enfrentar la potencia del nuevo virus. 

La emergencia de un nuevo escenario pandémico (el segundo en el siglo) alteró bruscamente la cotidianeidad en todo el mundo, y en poco tiempo el encierro doméstico se transformó en lo habitual. Y tanto estudiar como trabajar (salvo para las personas con tareas esenciales) se tornaron actividades cien por ciento virtuales, desarrolladas a través de todo tipo de dispositivos con acceso a Internet.


Al cabo de largos 18  meses, a partir de millones de vacunas aplicadas a una parte importante de la población mundial en general y de la Argentina en particular, se ha recobrado la presencialidad en buena parte de las actividades prepandémicas y paulatinamente se fueron habilitando reuniones de un mayor número de personas en un mismo sitio, siempre bajo el paraguas de un relativo cumplimento de los protocolos sanitarios. Sólo en este sentido es razonable que se perciba una diferencia entre el período más “duro” de la pandemia, y un horizonte o escenario “pospandémico”. Sin embargo, a juzgar por el surgimiento de nuevas variantes del virus y la regresión a los protocolos de fases anteriores tanto en Europa como en Asia, queda claro que no están dadas las condiciones científicas para declarar el fin de la pandemia, sino que sería producto de la expresión social de un deseo que –si no se contiene– nos llevará a duras consecuencias, incluida una cantidad indeterminada de más muertes.

En términos comunicacionales no se advierte una marcada línea divisoria entre las formas de actuación de los medios de comunicación antes de la pandemia y ahora. Si, al decir de Alfredo Borrat los medios “ponen en acción su capacidad para afectar el comportamiento de ciertos actores en un sentido favorable a sus propios intereses: influye sobre el gobierno, pero también sobre los partidos políticos, los grupos de interés, los movimientos sociales, los componentes de su audiencia…”, esto se verificaba tanto antes como en la actualidad, Y, además, con varios agravantes conforme las diferentes etapas de avance de la pandemia. Así. los medios que dominan el prime time en sus diversos formatos (TV, Radio y también periódicos) al inicio operaron desconociendo o minimizando la particular letalidad de un virus del que ningún país en el mundo tenía forma de combatirlo o siquiera menguarlo; luego, alimentando la incertidumbre y generando angustia a través de sistemáticas campañas de desinformación; más tarde –en el pico de contagios–, fomentando la desobediencia a las elementales medidas de prevención (aislamiento social -ASPO- primero y distanciamiento social -DISPO- después) que, incitando al rechazo hacia cualquier medida de los gobiernos en este sentido, contribuyeron a crear un clima de desestabilización política. Y, finalmente, cuando comenzaron a llegar las vacunas, oponiéndose no sólo a reconocer los procedimientos y protocolos científicos que les dieron origen, sino también incitando a la sociedad a negarse a ser vacunada.

Un estudio realizado a mediados del año pasado por la Dra. Cintia Kemelmajer (CONICET), reflejó la necesidad de la población de acceder a fuentes fidedignas, del cual surgió que el 92 por ciento de quienes respondieron a una encuesta sobre hábitos informativos y uso de tecnologías para el entretenimiento durante la primera etapa del confinamiento mostraron preocupación por las fake news. Un 62 por ciento de ellas confía en la información que brinda el gobierno, y solo el 8.4 por ciento piensa que los medios están haciendo un buen tratamiento del COVID-19”.

Igualmente irresponsables se observaron los comportamientos de usuarias y usuarios de las diferentes redes sociales que, apelando a las emociones, los miedos, los prejuicios y en buena medida a la ignorancia, contribuyeron con la infodemia, las campañas de desinformación y con la divulgación de fake news. Si bien no puede afirmarse que la difusión de falsedades se efectúa de manera totalmente maliciosa (dado que aun las personas bien intencionadas llegan a hacerlo sin recurrir a un elemental sentido crítico sobre contenidos dudosos), la replicación potencia el efecto de desinformar y amplifica la indefensión de una sociedad frente a temas que –como en el caso del coronavirus– requería ser respetuosos del discurso científico.

Al respecto, el grupo Ciencia Anti Fake News dependiente del CONICET daba cuenta de que “otra fake news muy instalada era la que postulaba que el coronavirus había sido diseñado en un laboratorio. Para desmentirla, los científicos y científicas pudieron rastrear que las evidencias científicas publicadas en la prestigiosa revista Nature indican que es altamente improbable que el nuevo coronavirus causante de COVID-19 surgiera de la manipulación humana. La familia de coronavirus puede rastrearse hasta hace mil años atrás y, si bien la actual es una cepa nueva, las características de su material genético respaldan que tiene un origen natural y no artificial (…). Múltiples estudios (se destaca uno de 2007) alertaban sobre los peligros de un reservorio de coronavirus en murciélagos y el consumo de animales exóticos como una ‘bomba de tiempo’ en China, reforzando la idea de un origen natural del virus”. De lo que se deduce que la “pandemia comunicativa” antecedió a la pandemia sanitaria y –peor aún– la sobrevive.

El rol de los medios universitarios: perspectiva científica a través de un discurso comprensible 

En el contexto de lo que este artículo viene planteando, la UNER tiene –entre muchas otras– dos cualidades que deben destacarse: por un lado el prestigio adquirido a lo largo de su casi medio siglo de vida; y por el otro, un amplio y abarcativo acervo científico que se despliega a lo largo de todo el territorio de la provincia de Entre Ríos.

Estas condiciones ubican a la UNER como un actor de peso para la sociedad entrerriana en particular y para la región en general, y la constituyen en una referencia ineludible frente a los grandes problemas que reconocen nuestras comunidades. No caben dudas de que la palabra de la UNER tiene un peso muy superior a cualquier otro discurso que circule socialmente, sobre todo en aquellos campos o disciplinas científicas en las que las nueve facultades que la integran –y a través de sus 42 carreras de grado y pregrado estables– han venido formando especialistas en diversos saberes cuyas investigaciones, tesis y trabajos de campo se anclan en el territorio y fructifican en conocimiento científico que constituye el principal capital de nuestra Universidad.

A ello se le agrega que la universidad dispone de medios de comunicación propios, que incluyen un Canal de TV, una productora de contenidos audiovisuales (UNER Play), un periódico digital (UNERNoticias), la revista Riberas, una Editorial (EDUNER), tres emisoras radiales ubicadas en las ciudades de Paraná, Concordia y Concepción del Uruguay. 

Las condiciones están y la línea político-comunicacional requiere decidir a favor de una potencialidad que suponga unir el prestigio, los saberes y los medios en clave de disputa por el sentido. Un sentido que instalan a diario (y naturalizan como lo “verdadero”) los medios de comunicación comerciales, o incluso los que –siendo estatales– se rigen y expresan a través de la comunicación bajo su forma mercantil. 

Estos medios de comunicación se dirigen a una “audiencia” que previamente han creado bajo las condiciones que sus lógicas establecen: la no política, el entretenimiento berreta, el clasismo, el sexismo, la música de baja calidad, el evitar todo pensamiento crítico y en su lugar entronizar lo chabacano, el golpe bajo y –por supuesto– la permanente operación en función de intereses político-comerciales específicos. 

No es el camino que las universidades públicas debieran transitar, ya que el sentido se disputa construyendo poco a poco, pero sin pausas, una teleaudiencia cuyo contorno debiera tender a coincidir con el de una ciudadanía y una sociedad comprometida con su tiempo y con el sistema democrático: que vuelva a contactarse con una propuesta que promueva la reflexión sin caer en los tecnicismos o argots propios de la academia; que recupere y revalide las expresiones culturales locales y regionales; que incorpore las voces de nuestras ciudades y ruralidades rompiendo la tácita jerarquización impuesta por los partes oficiales y la “palabra” de los llamados “líderes de opinión”.

El trabajo es arduo, pero es un camino que alguna vez habrá que empezar a transitar. Aquel en el que las universidades públicas y, en especial, nuestra propia universidad devuelvan a la sociedad (esa misma de la que surgen sus alumnos y alumnas, sus docentes y sus trabajadores/as) los saberes necesarios para mejorarla, para ofrecerle las alternativas de superación que sus estudios relevaron y, en definitiva, para generar una agenda que –sin desconocer ni descuidar los temas de trascendencia o importancia local, nacional o internacional que amerite su tratamiento– no remita ni sea condicionada por las burdas operaciones que a diario observamos en los medios tradicionales, sino otra donde la ciudadanía se vea reflejada, donde la comunidad entrerriana y regional encuentre respuestas fundadas desde una perspectiva universitaria, surgida de sus proyectos de investigación, del desarrollo de sus cátedras y en las experiencias de sus equipos de extensión.

Sea cual sea el momento y el modo en que finalmente se declare el fin de la pandemia sanitaria en todo el mundo, no hay evidencia de que hubieran surgido condiciones socio-culturales diferentes que permitan pensar en un nuevo escenario mediático. Pero sí está claro que nuestra universidad tiene una excelente oportunidad para pensarse desde un rol protagónico como un actor clave en la construcción de una agenda que imagine una sociedad más libre, justa e igualitaria.


Este artículo forma parte del Anuario
«Argentina: contacto estrecho» RIBERAS, noviembre 2021.


* Alejandro Ramírez es Doctor en Comunicación (UNLP) y Lic. en Comunicación Social (UNER). Vicedecano de la FCEDU – UNER. Titular ordinario de la cátedra Políticas de Comunicación de la Carrera de Lic. en Comunicación Social (FCEDU – UNER).


Referencias bibliográficas

1- Fuente: https://languages.oup.com/word-of-the-year/2016/ (página visitada el 06/09/2021).

2-Infodemia es un neologismo creado por la O.M.S. y que se define como: “la práctica que consiste en difundir noticias falsas sobre la pandemia para que aumente el pánico en las sociedades”.

3- Fuente: https://www.dw.com/es/coronavirus-hoy-oms-alarmada-por-aumento-de-muertes-en-europa/a-59035769   (página visitada el 06/09/2021)

4-La primera fue declarada en 2006 por la Gripe A.

5-Entre el 20 de marzo de 2020 que se declaró el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) en Argentina, y el mes de Septiembre de 2021 en que se escribe este artículo para la Revista RIBERAS de la Universidad Nacional de Entre Ríos.

6-De acuerdo a lo relevado en el sitio https://www.argentina.gob.ar/coronavirus/vacuna, al 07/09/2021 se vacunaron 28.485.407 personas con una dosis, y 17.038.188 con las dos dosis. En total: 45.523.595 dosis aplicadas.

7-BORRAT, Alfredo (1989) El periódico, actor del sistema político, Revista Análisi Nº 12, págs. 67-80.

8- Subyace aquí una operación semántica muy interesante, porque si bien era el Gobierno Nacional el que tomaba las principales medidas, quedaba en manos de los Gobernadores y/o Intendentes su adecuación de acuerdo a las características locales (población, proporción urbana y rural, etc.). Aún así, el descontento social era fomentado y orientado por los medios de comunicación sólo hacia el Gobierno Nacional.

9-Art. De Cintia Kemelmajer, publicado el 05/06/2020 en: https://www.conicet.gov.ar/cuarentena-las-personas-no-confian-en-las-coberturas-mediaticas-y-leen-mas-de-dos-medios-para-informarse/

10-Dra. Soledad Gori, Coordinadora del Grupo Ciencia Anti Fake News dependiente del CONICET (27/07/2020), en: https://www.conicet.gov.ar/el-equipo-de-cientificos-y-cientificas-del-conicet-que-ya-desmintio-mas-de-cien-fake-news-sobre-coronavirus/

11-A los que habría que agregar las páginas web del propio Rectorado y de cada una de las Unidades Académicas, y también las publicaciones y producciones audiovisuales que se generan tanto en la casa matriz, como en las facultades.