Por Andrea Sosa Alfonzo* y Clara Chauvín** para la Serie Juntas | Fotos: Archivo personal de Mariana Komiseroff | Ilustración: Emiliano Pereyra
De niña escribía diarios íntimos y cartas en las cuales inventaba sus propias historias, anticipando lo que vendría luego. Autora de cuentos, novelas, obras de teatro, monólogos, reseñas y poesía, su escritura parte de la realidad y pone en relieve tensiones y contradicciones propias de contextos sociales complejos. Conversamos con Mariana Komiseroff sobre sus inicios en la literatura, sus influencias, la construcción de sus personajes, su metodología de trabajo y la importancia de la política en sus obras; el contexto actual y el momento que atraviesan los feminismos en nuestro país.
Mariana Komiseroff nació en 1984 en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires. Es escritora, feminista, Diplomada en Derechos Humanos de las mujeres en la Universidad Austral de Salamanca y dicta talleres de escritura. Ha publicado diversas obras en diferentes géneros como cuentos, en Fósforos Mojados (2013), novelas en De este lado del Charco (2015), Una nena muy blanca (2019) y La enfermedad de la noche (2023) y poesía en Györ. Cronograma de una ausencia (2022), Alguien muerde el extremo de su nombre (2022) Si Evita viviera (2021). Ha publicado en medios como Clarín y Página/12 y en revistas. A lo largo de su carrera, su obra ha obtenido diversos premios y reconocimientos nacionales e internacionales.
-¿Cómo comenzaste este camino dedicado a la literatura?
-En realidad creo que hay varios comienzos. Escribo desde que sé escribir. Escribo ficción. Esto ya lo conté algunas veces. Tenía un diario íntimo donde escribía cosas que no me habían pasado, porque pensaba que si alguien lo encontraba no iba a ser interesante mi vida, entonces inventaba cosas. Vivía en Buenos Aires, ahora vivo en La Pampa, y tengo familia en San Juan. De pequeña enviaba cartas a una prima de mi edad y un primo más grande, contándoles cosas que no habían pasado, además de romantizar las escenas. Así que también generé una ficción epistolar antes de la adolescencia. Evidentemente, sin saberlo, estaba pensando en un lector o lectora. Escribí ficción desde que era muy chica. Eso me sorprende ahora con el recorrido que tengo.
Luego tuve la suerte de pasar por el taller de Claudia Piñeiro y ahí entendí que mi vida estaba profundamente ligada a la literatura, y específicamente, a la escritura. También siempre pensé en la literatura como una forma de salvarme de la pobreza. Era una idea un poco absurda que tenía cuando era chica. Pensaba que leer libros y tener capital cultural me iba a salvar y de alguna manera, creo que eso sucedió porque logré unos contactos que me hicieron tener privilegios. Así que más o menos ese es mi camino, mi inicio, mi relación inicial con la literatura.
-Marianela Saavedra, poeta gualeya nos decía en la temporada anterior lo difícil que fue poder reconocerse como escritora, viniendo de una familia pobre y en un contexto que estaba todo dado para que no lo sea. Tu obra también está atravesada por cuestiones de clase y de mandatos de género, ¿cómo fue ese recorrido para vos?
-Yo también provengo de una familia muy muy pobre. Pero tenía una seguridad y la verdad es que no me puse a estudiar economía, me puse a estudiar literatura. Pienso que tenía esa cosa medio prepotente de que yo me iba a salvar. Ése era el camino. Mi mamá me compraba libros de la biblioteca de Diario Popular, por ejemplo. Leí los clásicos cuando era muy chica porque tenía acceso a esa biblioteca que salía un austral. De hecho, tengo esa colección todavía. Creo que eso está un poco más desinstalado en la literatura contemporánea actual. Tal vez en la época de la colega y en mi época, no era así. Los autores de las nuevas generaciones pueden leer a autores/as villeros y villeras, reconocerse y decir: “Yo también puedo”. En nuestra época no había esa camada. De hecho, tenía más de veintidós años cuando leí en la revista Rolling Stone una entrevista al escritor Leo Oyola. Me dije: “Ah esto también es ser un escritor, entonces yo también puedo”. Hasta ese momento, no lo tenía tan claro. Creo que ahora hay otros canales de difusión de la literatura y la escritura, por ejemplo las redes sociales, que son un poquito más democráticas que en nuestra época donde la legitimación de la escritura era el libro en papel. Me parece que, tanto la colega como yo, necesitamos la legitimación del espacio social que nos marque “ellas son escritoras”. Se puede ser escritor sin tener el libro objeto.
Y con respecto a las cuestiones de clase, no me interesa hacer una romantización de la pobreza ni de dónde vengo, pero tampoco puedo renegar de eso. No quiero y no me interesa. Cuando era chica pensaba que no tenía nada interesante qué contar. Sin embargo, de grande empecé a ir a talleres de escritura -becada porque no lo podía pagar- y estaba en contacto con gente de una clase social a la que les servía el café, por ejemplo, porque trabajaba en el restaurante de un country en el que vivía Claudia Piñeiro. Ella me invitó a su taller. Compartí ése espacio con colegas que no sabían nada de lo que era necesitar una garrafa para prender la cocina. En esa ocasión también me dije: “Entonces sí es interesante lo que digo y hay gente que no tiene ni idea sobre cómo se vive en la pobreza, se puede escribir ficción y relatos sobre eso”. Estoy hablando de hace quince años, ahora pienso la literatura de otra manera. Yo era muy chica y uno tiene una cosa medio contestataria cuando empieza a escribir que tiene que ver con la adolescencia, derribar al capitalismo y al patriarcado. Después una se da cuenta que la literatura no es tan efectiva. Pero bueno, en ese momento me encontraba discutiendo con mis compañeros/as, explicándoles durante una hora de taller lo que era un calefón eléctrico, cómo se cargaba con una jarra y luego se enchufaba para que uno se pudiera bañar. En algún momento alguien dijo: “Ah! En mi casa de Punta del Este, tengo uno para la habitación de la empleada”. Este tipo de cosas me impactaban y me llevaron a plantearme que había algo que merecía ser contado.
-La ficción y la realidad son construcciones discursivas que interpelan nuestras historias personales, pero también lo hacen nuestras historias sociales y lo que pasa en el país ¿Qué tenés en cuenta a la hora de encarar tu trabajo?
-Cuando empecé a escribir mi primera novela “De este lado del charco”, en el taller de Claudia Piñeiro, pensé que escribía cuentos, pero Claudia me dice: “che esto es una novela, porque es desde un punto de vista” y me señala cuestiones técnicas de una novela. Una vez que fui avanzando en la producción de esa obra, ella me remarca: “Tenes que tener en cuenta el contexto político, en qué momento está sucediendo”. Fue una enseñanza que me quedó para siempre. Si voy a escribir una novela, tengo que pensar cómo influye la política, cómo una construcción abstracta influye en la vida de los personajes que estoy narrando. Entonces en ese momento hice un ejercicio práctico y me dije que “si esos personajes van a vivir en un periodo histórico, le van a pasar éstas cosas y van a ser atravesados por la política de ésta manera”. Aunque mis personajes en general no sean personajes que tengan conciencia política, a política incide en la vida cotidiana de las personas, por lo tanto también en la de los personajes.
Después, con “Una nena muy blanca», mi segunda novela, ya tenía el contexto político social en el que quería narrar la historia. Así como en la última también. Es como si hubiese aprendido esas herramientas. Ahora no puedo pensar una novela sin tener en cuenta el contexto político. De hecho, es algo que doy en mis clases. No significa que deba ser el contexto actual, en cambio sí debe haber un contexto de época en el cual la historia está narrada. No pensar la política como una abstracción sin tener en claro, históricamente, qué es lo que aconteció, qué les pasa a esos personajes con lo que sucede. Bajar de alguna manera la política a la vida cotidiana.
-¿Cómo fue el proceso de escritura de tu novela “La enfermedad de la noche» en la cual elegiste como contexto el tratamiento de la ley de IVE en 2018?
-Desde la primera publicación que hice en la revista La mujer de mi vida, una revista de culto de Buenos Aires, escribí un cuento sobre el aborto. Era desde el punto de vista de un varón, un mago, que dejaba a su novia hacerse un aborto con pastillas -en ese momento no decíamos Misoprostol-. El personaje se va a una varieté y tiene sexo con una colega bailarina de tango. Fue en el año 2012, 2013, y fue mi primera publicación. Era algo que me interesaba. De hecho, en mi primera novela, que a pesar de haberla escrito antes se publicó en 2015, trató también sobre el aborto. Uno de los personajes principales, se hacía un aborto clandestino. En “La enfermedad de la noche” tuve muchísimos procesos de escritura. En “Una nena muy blanca”, también hay un aborto con otro método. Se ve que es un tema que me obsesiona y me interesa. Colegas con los que trabajo la escritura, me habían dicho que en “Una nena muy blanca” tenía que bajar el nivel del lenguaje de mi narradora para que fuese verosímil. Y les hice caso. Pero en “La enfermedad de la noche” en cambio, me dije: “No, esta narradora va a tener este trabajo de mierda, pero va a leer y va a hablar”, una actitud más cercana a mí.
Siguiendo con “La enfermedad…”, cuando se me presenta la dificultad con respecto a qué ley tratar porque la narradora y protagonista trabaja de agente de seguridad en el Congreso de la Nación me dije inmediatamente que debía ser la ley del aborto de 2018 -que es cuando se gana en Diputados y perdemos en Senadores-. En la novela, está narrado cuando ganamos en Diputados. Discutí sobre esto con un amigo y colega, él me decía que era “muy bajada de línea” Y yo sostenía que lo quería conservar porque vengo escribiendo sobre el aborto hace un montón de años, y me merecía, en esta novela, en un contexto de aborto legal, contar esa anécdota. Había pensado que podían ser otras leyes como la Ley Justina. Pero la deseché y me quedé con la Ley de aborto, más que nada fue como un gusto propio que me dí: “que los lectores o las lecturas juzguen si esto es pertinente o no en la novela”. Lo que sí me había pasado en relación a otras novelas, es que en las anteriores había personajes que atravesaban abortos clandestinos en primera persona. En ésta en cambio, eso no sucede, sino que aparece el aborto pero como proyecto de ley. Hago la operación inversa, que es pensar cómo influye la política -en este caso la no existencia de una política pública como el aborto legal- en los cuerpos de los personajes mujeres. No hay un personaje que se hace un aborto, pero esta la política como abstracción.
-Y también esta novela está narrada en un contexto que es el espacio de lo público, el espacio del Estado. En cambio, “Una nena muy blanca”, se ubica en un espacio social y familiar. ¿Te interesa situar las tensiones y las contradicciones de esos contextos donde aparecen los personajes?
-Sí, absolutamente. A veces lo encuentro en el propio proceso de trabajo. Por ejemplo, en la primera novela, que trabajó la vida de esa familia desde la dictadura militar hasta 2001 más o menos, no es que me dije “Tengo la historia, ahora cuál es el contexto”. Por supuesto que el contexto enriquece la novela, la historia y significa muchas otras cosas que cobran sentido. En “Una nena muy blanca” el presente narrativo de la novela sucede adentro de una casa. Es decir, ellas están adentro y solo están afuera cuando recuerdan. Es como si fuese una cosa media agorafóbica. Y eso también lo descubrí al ir escribiendo. Había avanzado en algunos capítulos y me dije “Ah estas minas están acá adentro, voy a profundizar eso”. En el caso de “La enfermedad de la noche”, es como si sucediera orgánicamente. Pareciera que el próximo paso en mi literatura era ése: el espacio público. Venía de un espacio familiar, agorafóbico, íntimo, donde los secretos familiares son muy importantes. Y luego pasé al espacio público. No lo hice del todo, conscientemente. Pero no significa que no me interesa. Me interesa muchísimo y cuando soy consciente del contexto que se va gestando, lo profundizo, lo trabajo, y lo uso como herramienta. Pero no es que lo tenga tan absolutamente pensado a priori. De hecho, muchas reflexiones políticas surgen luego de la publicación de la novela, en conversación con otros colegas o lectores/as donde me doy cuenta sobre qué tema escribí.
-“Una nena muy blanca”, está situada en el conurbano y podría ser cualquier historia cotidiana en el conurbano. Me interesa repasar los contextos y las geografías. ¿Hay algo propio del conurbano que te interesa?
-Creo que sí. Espero que sea absolutamente verosímil. Trabajo mucho para eso, pero no hago un trabajo de investigación porque yo nací y viví en el conurbano. De hecho, ahora que vivo en otro lado estoy escribiendo otro tipo de ficciones. En ese sentido no puedo decir que a todas las familias de mujeres del conurbano les pase, lo que les pasó a esas mujeres sobre las cuales yo narro. Con el tiempo descubrí que era una novela policial. Por lo tanto, espero que no le ocurra a todas las mujeres del conurbano. Además, escribir una novela es encontrar una particularidad. No sé si me interesa tanto universalizar las experiencias, sino llevarlas al extremo como las de determinadas desigualdades sociales y violencias naturalizadas, en determinada clase social -como las del conurbano bonaerense, con toda la complejidad de la geografía que eso implica-. Desde ya que existen casos como “Una nena muy blanca”. Pero eso no quiere decir que todas las mujeres del conurbano tengan experiencias similares, ojalá que no, porque es una novela muy desoladora.
-Sobre los procesos de edición, ¿cómo fue la primera vez que pudiste publicar y en tu libro más reciente, con una editorial más grande?, ¿Con qué cosas buenas y con qué obstáculos te fuiste encontrando en el camino?
-Creo que soy una escritora muy privilegiada. No me ha costado mucho publicar. Es decir, cuando me contacto con mi manuscrito a Editorial Conejos, enseguida me dicen que lo quieren publicar. Después pasaron dos años para que ocurra.
Y con respecto a la edición, esa novela la edité con esta editorial donde están Bruno Szister, Paula Brecciaroli y Ariel Bermani. La trabajé con Ariel, y como era mi primera novela la trabajé, palabra por palabra. Nos juntábamos, leíamos juntos y corregíamos juntos. Él me enseñó algo que yo no tenía tan en claro en ese momento que fue la economía del lenguaje. Decir menos, a veces es más. Entonces editamos un montón. De hecho, sacamos capítulos completos. De algunos estoy arrepentida la verdad. Pero de todas maneras, hicimos un gran trabajo con la novela. Hoy en día, si pienso quién soy y revisando la escritora que era en ese momento, probablemente hubiese extendido más algunos capítulos que eliminamos. De hecho si la reeditara, probablemente le agregaría un capítulo.
Luego, trabajo en conjunto con Cristian Godoy y Tomas Downey, mis mejores amigos con quienes nos leemos todo lo que publicamos. Escribo para revistas, diarios, etcétera, es una seguridad que ellos hagan un aporte y una lectura sobre eso. Entonces, lo que sucede es que son dos lectores tan agudos, críticos y despiadados, que generalmente cuando llega el manuscrito a la editorial, no hay mucho para corregir. No es soberbia, es trabajo de mis colegas. De hecho mi última editora me dijo: “Che, la última novela no te la tuve que tocar, la próxima te la voy a tener que hacer mierda”. Y en realidad no es mérito mío. Es un modo de trabajar que no es individual sino que se piensa en la escritura. Habrá escritores y escritoras que escriben solos y solas y no se corrigen, o trabajan directamente con sus editores. La verdad es que cuando llevo la novela a la editorial, está muy cerrada, muy pulida y corregida, desde la puntuación hasta las cuestiones de la narrativa, puntos de vista, tono, etcétera.
-Pasaste por los espacios y los talleres de Claudia Piñeiro, Alberto Laiseca y fuiste parte de la compañía de teatro independiente Lès Cocò Shaneth. Nos interesa esa mixtura en tu recorrido ¿Qué te dejó este trayecto?
-Mis primeros acercamientos a los talleres fueron con Claudia Piñeiro, pero ella es la que decide finalizar. Yo ya había terminado mi primera novela y ella me sugiere que debía cambiar. Eso fue muy generoso y Claudia es una persona muy generosa. Me recomendó a Fernanda García Lao porque yo estaba estudiando teatro en ese momento, ella es actriz y directora de teatro, entonces estudié tres años con ella. Con Alberto Laiseca, en cambio, fue un paso muy breve en el Centro Cultural Rojas. Digo esto porque hay colegas que son del linaje de Laiseca, no es mi caso. Fue un profesor ocasional, no es que fue un maestro como sí lo fueron Fernanda o Claudia Piñeiro.
Con respecto al teatro tengo un gran maestro que es Marcelo Sabignone quien piensa el teatro físico y el teatro de máscaras, y eso me sirve muchísimo para pensar la literatura, la escritura y la construcción de los personajes. Con respecto a la Compañía de teatro, es una compañía que dirigí con la que hicimos algunas obras de teatro y varios monólogos. Cuando me vine a vivir a La Pampa eso se disolvió, pero yo sigo pensando y haciendo monólogos o performances.
Creo que mi manera de pensar la literatura y la escritura es absolutamente visual y en términos de construcción de escenas. Creo que en eso el teatro me preparó. Y otras cosas, como que le haga la carta natal a los personajes, tengo una obsesión bastante extrema. Una vez que tengo el personaje digo: “Bueno, qué puede hacer este personaje y qué no”. Primero lo pienso en términos teatrales, lo pongo en una escena. Y después reparo en qué piensa, cuál es el pasado, qué conflictos tuvo con sus padres en la infancia. Y lo que ocurre con esto es que tardo aproximadamente cinco años en escribir un libro y durante ese tiempo estoy conviviendo con esos personajes, totalmente obsesionada, y no puedo pensar en otra cosa. Pienso en otras cosas, pero de fondo siempre tengo esa ventana abierta con la historia que va sucediendo. Es como si la novela fuera un presente continuo, un gerundio. De todas maneras, creo que la literatura se nutre de muchísimas cosas, no solamente de las cuestiones artísticas, o de las cuestiones políticas como decíamos antes, también se nutre de las relaciones interpersonales que tenemos.
-¿Y vos cómo sos?
-Soy muy estructurada. Tengo ascendente en capricornio, y entonces necesito delimitar las posibilidades de acción de los personajes. Primero tengo que tener la estructura de la novela. Porque yo puedo tomar notas, de hecho ahora estoy trabajando en mi primer libro de no ficción, y no tengo la estructura. Y me siento como pataleando en el aire. Tengo doscientas páginas escritas pero el libro no está. Hasta que no está la estructura, el libro no aparece.
Con los personajes me pasa lo mismo, aparecen los personajes y digo: “¿Pueden hacer cualquier cosa? No, no pueden hacer cualquier cosa”. Me parece que la carta natal también me ayuda a ponerle un marco. Si no, empiezo a hacer muchísimas preguntas. Entonces eso me acota las posibilidades de preguntas y lo voy visualizando. De todas maneras yo soy una escritora muy autorreferencial y mis personajes siempre nacen de una anécdota real, de algo que yo viví, vi, presencié, o me contaron, y luego armo un Frankenstein. Esa construcción parte de muchas otras personas que también conozco, o anécdotas que también me contaron, y ahí es cuando digo “Ok, esta persona es de Piscis”. Son mapas que voy haciendo, que después realmente, no están en la novela. En la novela no se habla de qué signo son las personas. Pero tengo un karma ontológico con que mi primera novela está narrada desde el punto de vista de un camionero porque en esa época, que no había sido aún el Ni una menos, me planteaba que no iba a escribir “una novela de minitas”: de mujer, con el punto de vista de una mujer, va a ser leída como una novela de verano. No quería eso. Ahora pienso diferente al respecto, pero tampoco me van a encasillar como la escritora astrológica.
-Este año se conmemoran los cuarenta años de democracia. Y también es el año con un contexto electoral nacional bastante desolador en términos sociales, políticos, y de reconocimiento de los Derechos Humanos y los derechos más significativos para las mujeres, las disidencias y los pueblos originarios ¿Qué reflexiones hacés sobre este contexto?
-En primer lugar, me parece que tenemos un error conceptual cuando hablamos de libertad de expresión. Además de tener esta cosa, los argentinos y argentinas, de adorar a los países del primer mundo: ”los alemanes son así y son asa”. Pero los alemanes no te dejan decir cualquier cosa sobre el Holocausto, no se puede, está prohibido por ley. Bueno, en este país nos falta todavía ese paso en el que las leyes no les permiten a cualquiera decir cualquier cosa. Eso no tiene que ver con la libertad de expresión. La literatura, sí puede decir cualquier cosa, pero los políticos no. Y con eso estoy bastante molesta.
Con respecto a la movilización feminista y en relación a mi recorrido personal, estoy en un momento de desilusión absoluta. Fui muy feminazi, al principio, de “pija violadora a la licuadora”. Y en realidad, no matamos a ningún macho. La verdad fue un discurso bastante vacío que no nos dejó bien paradas. Y también pensamos que el problema de la violencia eran los chabones y no miramos hacia adentro las relaciones LGBT sobre las violencias que nosotras mismas cometemos. Parece que ser mujer feminista ya es bueno per se, que no se puede ser travesti y violento, que no se puede ser lesbiana y asesina. Cuando vimos que sí se puede, que se podía ser lesbiana y asesinar a tu hijo, ¿qué hizo el feminismo? Dijo “no son feministas”. Sí compañeras, las asesinas de Lucio son feministas. ¿Nos molesta? Sí, es incómodo. Y bueno, habrá que hacerse cargo. Es como decir “en la izquierda nos son homofóbicos, no son mata putos los de la izquierda». Sí fueron mataputos, sobre todo en Chile. Son discusiones que no las estamos dando y me parece que estamos siendo muy políticamente correctas las feministas. Es fácil apoyar a Miriam Bregman. Es muy fácil apoyar a Miriam porque ella es brillante, tiene un montón de cosas interesantes para decir, pero estamos en un momento muy crítico en que nos tenemos que embarrar. Tenemos que votar a Massa, frente al monstruo que es Milei. Entonces estoy bastante desilusionada con mis colegas escritoras feministas que apoyan a Miriam en un contexto desolador. Me duele muchísimo votar a Massa, es una cuestión estratégica si se quiere, pero me parece que el feminismo argentino peca de ser políticamente correcto. De no querer ensuciarse demasiado. De hecho creo que la literatura feminista está un poco en esa onda. Como que hay cosas que mejor no decirlas para que nadie se ofenda. No me preocupa tanto que se ofenda alguien. Creo que hay una cuestión más urgente en este momento. No es lo mismo Massa que Milei.
-Y más allá del contexto electoral específico, ¿cuáles crees que son los desafíos para los feminismos en democracia para recuperar aciertos que nos encontraron en las calles?
-En primer lugar, me parece muy importante el tema de los derechos conquistados. Estamos discutiendo si fueron treinta mil, y me parece obscena la discusión. El aborto, el cupo laboral Trans, son derechos que ya conquistamos. Creo que eso debería ser indiscutible. Necesito esa tranquilidad. Somos un país innovador en materia de Derechos Humanos y respecto de la identidad de las personas. Me gustaría tener una especie de tranquilidad. Ahora pienso si mi matrimonio el año que viene va a seguir siendo legal. No quiero preguntarme eso. Si mis amigos y amigas travas y travestis van a poder salir a la calle. No quiero pensar es eso la verdad.
Luego pensando utópicamente, me gustaría que en la agenda feminista se repensaran los trabajos de cuidado. De alguna manera se están pensando por el tema de la jubilación a las amas de casa. Pero eso fue medio de carambola, porque no se pensó primero como un trabajo de cuidado sino como un derecho que había que conquistar y de pronto se dieron cuenta que eran mujeres las beneficiarias de esa política. Me parece que hay que profundizar en esas políticas pero que también la sociedad tendríamos que desarmar conceptualmente quiénes hacen el trabajo de cuidado, ponerlo en cuestión, en tensión, porque es muy impresionante lo que sucede. Las mujeres son las que cuidan. Cuidan a la madre cuando está vieja, a la abuela cuando está vieja. Y los varones que hacen ese trabajo, tienen discursos sobre eso que las mujeres no tienen. De hecho los varones que cuidan a sus hijos, que los hay por supuesto, todavía siguen pensando que su tiempo les pertenece. Las mujeres nunca pensamos que nuestro tiempo nos pertenece. Nunca en ningún ámbito. Entonces creo que hay una cuestión profundamente machista en la manera de pensar el trabajo de cuidado de todos y todas. Incluso yo misma. Fui madre soltera a los quince años, y ahora que pasaron veintitrés, lo reviso y digo: “yo no pensaba que me merecía tiempo libre”. La figura del padre ausente es una cosa muy naturalizada en nuestro país. Las mujeres nos formamos más en la universidad pero estamos siempre con un trabajo de cuidado por hacer. Si no es el de los hijos propios, es el de los hermanos, el de los padres, el de otras personas. Siempre tenemos a alguien para cuidar. El derecho al ocio, un derecho que todavía no tenemos las mujeres. Porque además, todavía no nos permitimos esas cosas. Leí un texto de Marta Dillon donde hablaba de juntarse a hacer la previa de un aborto o juntarse con una amiga que tiene que abortar y mirar películas, comer pochoclo, pasarla bien. Me impresionó mucho porque yo me dije “la tenemos que pasar mal cuando vamos a abortar”. Es un caso bastante particular y es difícil pasarlo bien. Ella lo lleva al extremo. A las mujeres nos cuesta pasarla bien en general, encontrar esos espacios de disfrute porque hay mucha culpa alrededor. Creo que estamos muy atravesadas por una cuestión muy cristiana. Y otra cosa que me parece interesante, esto ya es de Silvia Federici, es el trabajo de cuidado micro que hacemos. Cuando viene un colega a la oficina y te dice: “Che vos que sos mujer”, te cuenta su bardo emocional y vos le hacés de psicóloga, eso es un trabajo de cuidado gratuito. “No quiero, no sos mi amigo, no me cuentes, andá al psicólogo”. Hay algo también que le falta a esta sociedad, y es que las personas que consumimos psicoanálisis somos las minas. Los chabones se psicoanalizan muy poco.
Otro tema que discutimos siempre con mi esposa es que nosotras hacemos talleres feministas. Ella había dado un seminario sobre mujeres en la historia de la fotografía y eran todas mujeres. Los chabones no se inscriben en esos cursos, no les interesa. Entonces es como que hacemos cursos para nosotras mismas. Hay algo que tenemos que pensar ahí que nos está faltando a nosotras. “Pero, ¿los tenemos que educar y encima tenemos que generar espacios para ellos?”. No sé si este punto lo tenemos que pensar nosotras o lo tienen que pensar ellos. En los magísteres de género son todas mujeres las que están inscriptas. ¿Cómo los chabones cis no están pensando el género”. Soy una pesimista.
Idea, Producción y Conducción: Andrea Sosa Alfonzo y Clara Chauvín
*Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación. También hace columnas para radio desde 2014, desde el enfoque de género y feminismos.
**Clara Chauvín es periodista y productora de contenidos en Canal UNER y en Riberas. Desde el año 2009 viene trabajando en diferentes medios gráficos, radiales y televisivos, especializándose en género y feminismo. En 2019 publicó el libro «Hermanadas: Postales de lucha» (Editorial El Miércoles).
Edición de textos: Mauro Milesi
Ilustración de portada de episodio podcast: Emiliano Pereyra
Interpretación música Los Dinosaurios Charly García para artística de Tercera Temporada: Grisel Policastro