“Las negras de barrio no nacimos para la poesía”

Por Andrea Sosa Alfonzo* y Clara Chauvín** para la Serie Juntas | Fotos: Archivo personal Marianela Saavedra| Ilustración: Martín Bianchi

Es entrerriana pero actualmente vive en Ushuaia. Desde su infancia persiguió la escritura, incluso cuando todo su contexto buscaba impedírselo. Marianela Saavedra logró sortear varios de esos obstáculos y actualmente ya lleva ocho libros publicados. Es poeta, docente, activista gorda y también creó su propia librería. Conversamos con ella sobre el carácter elitista que aún persiste en el cánon literario, la poesía como militancia, la diversidad corporal y por qué, en plena era digital, el libro en papel sigue persistiendo. 


Marianela Saavedra nació en Gualeguay, Entre Ríos, en julio de 1978. En segundo grado descubrió su pasión por la escritura gracias a una maestra que la impulsó a hacerlo. No fue sino muchos años después, y luego de sobrevivir a la violencia de género y descubrir el feminismo, que volvió a la poesía y se animó a lanzar su primer libro de forma autogestiva. Lleva publicados ocho libros, seis de forma autogestiva y dos con la editorial de revista Sudestada: Maldita eres, Poesía, Reaccionaria, Ay, Apodyopsis, Poesía Gorda, Confieso y el más reciente Por ese palpitar. Además, tiene una librería llamada Donde viven los monstruos desde la cual impulsa y difunde diversas obras de circuito alternativo. 

-¿Cuándo nace la escritura poética en tu vida? ¿Quiénes te inspiraron?

-Nací en Gualeguay, soy hija de un pescador. Mi mamá tenía 15 años cuando quedó embarazada. Nací en el barrio Rocamora, muy cerca de Puerto Ruiz, en una familia muy humilde y en un ambiente muy pobre con pocos estímulos culturales. Era una niña de barrio pobre así que no estaba dentro de mi espectro la literatura, lo más cercano que tenía era la poesía gauchesca, el chamamé. Era una época donde estaba mi papá y su familia en Puerto Ruíz, tocando chamamé y yendo a fiestas familiares, eso era lo que escuchaba. En segundo grado, en la Escuela Nº 8, la señorita Mimosa un día me dijo que yo tenía mucha imaginación, que por qué no me animaba a escribir algo. Y ahí escribí mi primer poema. A partir de ahí escribí toda mi vida, pero con el sesgo de que era una negra de barrio y que las negras de barrio no habíamos nacido para la poesía. Allá en la década del 80 y aún hoy, no estaba bien visto. Quería participar de concursos literarios pero siempre por alguna u otra razón era descalificada: porque escribía mal o porque usaba palabras que no se utilizaban dentro de la poesía o no respetaban los cánones. En la secundaria me enfrenté a profesoras que me decían que había que estudiar mucho y que la poesía era otra cosa, no era lo que yo hacía. Después la vida me fue llevando a otros lugares. Fui mamá, me hice maestra, fui víctima de violencia de género y escapándome de esas situaciones de violencia me voy de Gualeguay a vivir a Ushuaia. Ahí comienzo una nueva vida donde llega el feminismo, a salvarme como a muchas otras mujeres. Cuando llega el feminismo, entre los muchos derechos que me devuelve, me devuelve el derecho a ser una mujer que podía consumir arte y producir arte. Siempre me gustó mucho el arte, la pintura, el teatro, la música, y no me animaba a consumirlas por esto de llevar durante mucho tiempo el mote de una negra de barrio. Cuando empiezo a empoderarme, escribo cada vez más poesía y a compartir en redes, alrededor del año 2011-2012, después que tuve mi último hijo. Inmediatamente pasó que las personas empezaron a compartir, y mis amigas a decirme que tendría que publicar un libro. Hasta que llega mi primer libro en 2014, Maldita eres, que llega de manera autogestiva porque como muy cabeza dura y obstinada, dije “yo voy a hacer mi propio libro, no voy a ir a ninguna editorial”, típico de mujer empoderada que quiere hacer todo. Vino el primer libro y después me fui a viajar por Sudamérica hasta el año 2017, estuve viviendo en Brasil. En el camino escribo mi segundo libro, y cuando vuelvo al país me instalo en la Patagonia y escribo cada vez más. Mi escritura empieza a tener algo muy distintivo, empiezo a hacer mucha escritura política, a escribir como me dijeron que no tenía que escribir, no respetando nada y creando mis propias formas, usando mis propias palabras, mis propias maneras de armar las estructuras poéticas. Y descubro que yo puedo decir todo lo que yo quiera a través de la poesía, mi lengua materna, mi idioma principal, es la poesía. Hay muchas cosas en las que me siento limitada más allá de que soy muy verborrágica al expresarme. Pero con la poesía no, es absolutamente todo para mí. En el camino, no sé si hay grandes personas o influencias, ha sido más lo cotidiano, el arte callejero, la gente que nadie conoce, el andar por ferias y plazas y viajando, es lo que me influyó mucho más que los grandes escritores, a los que he leído y respeto muchísimo pero siempre mis caminos anduvieron por otro lado. Como por fuera de lo que era la élite y el academicismo de la literatura en Argentina.

Decías que eras una negra de barrio y las negras de barrio no somos poetas, pero de ese mismo Gualeguay nacieron Emma Barrandeguy, Juan L Ortiz, Amaro Villanueva, Juan José Manauta por mencionar algunos ¿Qué pasó en “ese” Interior? Y al mismo tiempo, queremos tender puentes geográfica y epocalmente con autores como Cucurto desde tu lírica propia con la palabra marrón, con las expresiones marginales, desde los bordes pero fuertemente políticas. 

-Es algo que fui aprendiendo con el tiempo, que una no es sólo una, sino es también un entorno. Yo sé que Gualeguay -lo digo mucho- es cuna de grandísimos artistas y hay artistas que siguen estando en la calle, que solamente los vas a ver en la calle. Ito, por ejemplo, es un gran muralista. Hay grandes artistas que son de la calle, entonces no es sólo el entender quién es uno, sino también el entorno. Quizás estas personas que han trascendido dentro del arte, han tenido entornos que han podido acompañar eso. Si tenés 9 años y te dicen que vos no naciste para escribir, si tenés 14 años y te dicen que no naciste para escribir, si tenés 18 años y te siguen diciendo que no naciste para escribir, es muy duro. Esta teoría que tenemos acerca del talento, como si fuese todo, y no es todo. Hay gente muy talentosa cantando en los semáforos, selva adentro en Misiones o analfabeta viviendo en Islas del Ibicuy. El talento y el éxito, todas estas definiciones tienen miles de aristas y conjugaciones que son muy difíciles a veces de que se den. Muchas veces pregunto ¿cuántas autoras villeras tenés en tu biblioteca hoy en día?, ¿cuántas autoras villeras tiene tu universidad en este momento?, ¿cuántas personas del interior de las provincias están en tus bibliografías? No es algo que pasaba hace treinta años, está pasando ahora y de hecho en muchos lugares me presentan como parte de la nueva narrativa y soy una mujer de 44 años que escribe hace treinta. Entonces me parece que hay algo que no nos tenemos que olvidar y es el contexto, la transversalidad política que nos atraviesa a todes y a todo el arte que hacemos. Y no alcanza sólo con tener talento o con escribir bien, o cantar bien, o pintar bien. Por eso me parece importante todo el tiempo hablar de esto: decir que escribo por las razones por las que no debería escribir. Más allá de que hoy en día sea una mujer con privilegios, porque tengo educación universitaria, tengo un trabajo, tengo una librería, viajo y un montón de otras cosas, necesito hablar de cuánto me costó llegar hasta acá y todo lo que tuve que pasar hasta que la gente diga “Escribe bien, podemos leerla y comprar su libro”. Es todo un camino que necesito poner en valor para que se convierta en bagaje cultural para otras personas.

-¿Cómo se vinculan la poesía y la militancia, y por qué una necesita de la otra?

-De los lugares de donde mamo por primera vez la poesía es del ámbito gauchesco, donde muchas veces era para denunciar, cosas que a la cara del patrón no se la ibas a decir o para decir dolores que en otros lugares no iban a tener ninguna validez. Y si nos remontamos más atrás, tenemos a los juglares, a la poesía oral que servía para llevar noticias de un lugar a otro, o para contar determinado momento histórico. Para mí siempre tuvo un vínculo muy íntimo con el discurso político -entendiendo la política como una cuestión coyuntural, no sólo como algo partidario-. Más allá de que la época romántica de la poesía se impuso y estuvo durante tanto tiempo instalada -de hecho, ahora voy a sacar un libro que es de amor ya que la poesía romántica no pierde valor frente a la poesía política-, al contrario, se unen y forman un estilo mucho más poderoso. La poesía es la verdad absoluta, no puedo mentir cuando escribo poesía. Al ser la palabra más fidedigna que puedo dar, inevitablemente es política y se entrelaza. Por eso mi poesía habla absolutamente de todo. Puedo hablar desde que me peleé con mi hije hasta de la asunción de Bolsonaro y la quema de los humedales, o de los cuerpos gordos. Es un lenguaje enorme, potente, sin límites. Los estilos narrativos suelen tener determinados límites ya sea la novela de terror, el periodismo, la crítica literaria, la biografía. La poesía, es lo todo, es lo sin límite, es la verdad pura.

-¿Cuáles han sido las repercusiones de tu poesía gorda en Redes Sociales?

-Escribí durante muchos años y cuando empiezo a escribir sobre cuerpos gordos y a mostrar mi cuerpo gordo y a hacer mi militancia gorda, fue muy difícil. Hace dos años me cerraron las Redes Sociales y me inhabilitaron, por acumulación de denuncias. Las redes que uso hoy en día están con datos de otras personas porque estoy inhabilitada por Google para poder tener Facebook o Instagram. Recibí una cantidad enorme de denuncias, acumulé más de cien denuncias de usuarios en un año. Entonces me cerraron y perdí todo, hasta material que tenía en Drive. Se me censuró mucho y para mí fue un mensaje enorme. A partir de ahí no compartí más cosas personales en las redes, sólo es poesía y militancia. Ha sido un antes y un después en mi vida. No es que antes no era gorda, lo soy hace varios años, pero me di cuenta que el ser gorda cambiaba mi mirada y la mirada de las otras personas y que eso ocurrió cuando me asumí -porque podés ser gorda, negra, lesbiana y no asumirlo como una postura política sino simplemente vivirlo como parte de tu vida-. en cambio, yo lo asumo como postura política y lo transformo también en palabra y en poesía. Todo esto fue muy difícil. Hoy en día sigo teniendo mucho cuidado con las cosas que subo, hace dos días subí una performance que hice en el verano donde estoy interviniendo en un bosque totalmente desnuda, narrando poesía, y otra vez vino la censura. Está tan asociado mi poesía y mi nombre a la censura, que si subo cuerpos de otras personas igual los eliminan, no importa si no sean mios. Es muy fuerte, trato de no darle bolilla a eso pero ha sido muy duro convivir con la censura por este tipo de escritura. Y a la vez, es también la fortaleza de que sí tengo que seguir haciendo esto, por acá es el camino. Ésta tiene que ser la nueva narrativa. Aún dentro del arte hay cosas prohibidas. Hablar de cuerpos gordos es una de ellas. Podemos hablar de muchas cosas dentro de la música, dentro de las novelas, de los videos y del cine. Pero cuando mostramos la diversidad corporal, los cuerpos gordos y los cuerpos de las personas con discapacidad y los cuerpos trans, aún hay censura.  Entonces es dónde hay que reforzar mucho más el contenido artístico que estamos haciendo.


-Sobre activismo gorde, pensamos en el comentario de Cormillot que circuló en redes sobre el cuerpo de una joven. Hay muchas objeciones sociales en relación a los cuerpos, no sólo desde los mandatos hegemónicos de belleza sino también desde los roles de quienes ejercen la medicina tradicional ¿Cuáles son las claves para las nuevas generaciones?

-Creo que uno de los desafíos más grandes que ha tenido el activismo gordo en todas estas décadas -porque viene de la década del ‘60- es la de venir a interpelar lo establecido. Las activistas gordas venimos a romper el discurso médico tan estricto, a romper el discurso de la estética tan estricto. Esta diáda que hay entre salud y belleza, que la gente no sabe dónde está el límite. Hace 20 o 30 años atrás, estar bien alimentada era cuando nuestras abuelas nos daban esos pucheros. Y de repente ahora tener granos es tener un problema de salud, cuando en realidad tener granos se podría asociar a belleza. La salud se ha convertido en un gran comercio y el activismo gordo viene a interpelar eso 

¿Cuándo yo cobro conciencia de esto respecto a las nuevas generaciones? Tengo una hija de 18 años que acompañé durante dos años en un tratamiento por anorexia emocional, a la par que yo hacía activismo gordo. Una joven muy hegemónica, con un cuerpo muy hegemónico, que padecía muchísimo las consecuencias del gordoodio. Ella hacía terapia en grupos donde estábamos algunas mamás y escucho muchas veces decir a varias jóvenes que “Es preferible morirse antes que ser gorda, porque nadie quiere vivir como una gorda”. Entonces ahí entiendo que no me estoy hablando sólo a mí, que no estoy sólo reivindicando mi derecho, sino que les estoy hablando a las nuevas generaciones: les estoy mostrando que tiene derecho a vivir en el cuerpo que desean vivir, porque salud es otra cosa, es estar bien con vos misma, es comer bien y es tratar de estar en movimiento. Es algo diferente a lo que nos dijeron. Entonces, empecé a hablar de los cuerpos gordos y después mi militancia se fue ampliando hacia la diversidad corporal. Tenemos derecho a vivir en paz, es básicamente eso. Las personas de mi generación, de 40 años para arriba así como las 30 y 50 años, han pasado su vida haciendo dieta. De hecho la última vez que vi a mi abuela de ochenta y pico de años, me siguió preguntando cuándo iba a adelgazar. Sigue siendo una preocupación, no importa qué tan exitosa seas en la vida, no importa que estés sana, que seas empoderada. No importa, tenés que ser flaca. El mandato de la delgadez es muy fuerte y arruina una cantidad de vidas que no se dan una idea. Argentina es el segundo país a nivel mundial en casos de trastornos de la conducta alimentaria, y muere una persona cada 22 horas. Según el INADI, durante el 2019 y 2020, fue el factor número uno de discriminación en nuestro país. Por este motivo insisto en que no es algo que a les gordes se nos antojó salir a mostrar nuestras grasas y joder con que queremos ropa de nuestro talle. Se trata de un sistema enorme que viene arruinando vidas sistemáticamente durante siglos, por eso es importantísimo transmitir esto a las juventudes para que puedan vivir en una sociedad donde la diversidad corporal sea respetada y que de verdad no importe la forma de tu cuerpo. 

-Y hubo momentos culturales y artísticos de nuestras sociedades donde las configuraciones sobre los cuerpos y la belleza fueron diferentes…Esto nos indica que el mandato que impera hoy no estuvo siempre, ¿no?

-Si lees la Historia de la obesidad de Umberto Eco o Bellas para morir de Ester Pineda, vas viendo cómo los cuerpos, sobre todo los cuerpos de las mujeres, van cambiando de acuerdo a las exigencias del capitalismo y del patriarcado. En las pinturas del Renacimiento, las mujeres con esas papadas y mejillas rosas y pechos exuberantes, eran bellísimas. Pero después fueron cada vez menos, recortando, sacando. Ahora, con la industria de las cirugías, las Kardashian y sus nalgas enormes. Todo el tiempo el cuerpo -y sus representaciones- van cambiando, y las mujeres tienen que hacer un montón de modificaciones constantes para adecuarse, para ir atrás de la zanahoria que nos promete el éxito. A principio de año hubo algo con las canas y las mujeres que decidimos dejarnos de teñirnos el pelo, si revisás, todo el tiempo lo que tiene que ver con el cuerpo es mandato. Y cada parte de nuestro cuerpo se transforma en mandato imperante de opresión.

-Contanos sobre tu experiencia de la autogestión editorial y qué diferencias encontraste cuando trabajaste con una editorial. Y por otro lado, cómo es emprender una librería, ¿por qué seguimos apostando a los libros en papel?

-El camino de la autogestión empieza, primero, por falta de amor propio porque creía que nadie iba a querer hacer un libro mío. Tengo 44 años y sigo siendo esas niñitas que dicen “yo sola, yo puedo”. Al hacer el primer libro, descubro lo que es para mi toda una magia, una alquimia, lo comparo con las personas que arman una obra de teatro, ó una receta con sus etapas. Bueno, hacer un libro en el transcurso de la autogestión se convirtió en eso, es todo un arte para mí. Es un transitar, entender para qué quiero un libro, qué es un libro, a quién le voy a dar este libro, qué va a tener adentro, qué va a contar, qué orden de palabras va a tener, qué estética. Hay un montón de cosas que aprendí al hacer autogestión y que me enamoraron, me llenaron de mucho contenido y por eso elegiría una y otra vez hacer libros autogestivos. 

Hice cuatro libros y para el quinto, llega editorial Sudestada, a través de una propuesta de Juan Solá para formar parte de una colección. Como ya tenía escrito un libro, se los mandé y aceptaron enseguida. Sudestada tiene un modo muy familiar. A veces me da risa porque en las redes la gente les escribe cosas y son cuatro personas, cuatro amigos que reparten los libros hasta en bicicleta. El trato es muy familiar y respetaron todo el tiempo como yo lo quería. Fue un paso muy natural y espontáneo porque no tuve que discutir contenido. Después que sale el libro con Sudestada, vuelvo a sacar otro libro autogestivo que es Poesía Gorda, y que lo hago de esa forma por lo que significaba para mí, porque es un libro que tiene fotos y textos de personas gordas de Argentina y Brasil. Es un libro muy personal con cuestiones muy íntimas y que lo necesitaba producir yo. Tras esto, hay un boom de mi trabajo y llegan otras editoriales como Galerna, y Planeta a través de Flor Freijo. Y llega nuevamente Sudestada para el octavo libro. 

Sigo creyendo en lo artesanal, soy una obrera de la literatura. Ha sido quizás porque tengo esta relación tan particular con el libro. Terminé poniendo una librería, soy como muy fetichista del libro, colecciono fanzines, libros artesanales, cartoneros. Soy de ir a ferias en las plazas y comprar estos libritos rarísimos. Soy muy enamorada del libro y tengo tres hijes que son muy lectores, mi compañero es librero. Todo en mi vida gira alrededor del libro y me parece que es un objeto irremplazable, que en sí representa resistencia, romanticismo, historia, perdurabilidad, trascendencia. Anoche veía un documental donde un ladrón de bancos decía que había dos maneras de trascender en la vida: tener un hijo o escribir un libro. Y me parece que el libro es trascendencia y quizás por eso aparecen miles de formatos audiovisuales, electrónicos, tecnológicos, las personas vuelven a leer, vuelven al libro. Es innato. Como docente de Educación Especial donde trabajo con niñes desde 45 días hasta bebés y niñes de 1 ó 2 años, te puedo contar que agarran un libro y empiezan a pasar la hoja de forma innata. Más allá de que después tengan acceso a las pantallitas, dales un libro y ocurre sola la magia y el vínculo. Por eso perdura y perdurará y va a trascender. Mi hijo de 11 años dice: “Cuando termine el mundo, las cucarachas y los libros van a sobrevivir”. Esa la trascendencia absoluta. 


Escuchá el episodio #15 de JUNTAS PODCAST en SPOTIFY donde conversamos con Marianela Saavedra:


*Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación. También hace columnas para radio desde 2014, desde el enfoque de género y feminismos.

**Clara Chauvín es periodista y productora de contenidos en Canal UNER y en Riberas. Desde el año 2009 viene trabajando en diferentes medios gráficos, radiales y televisivos, especializándose en género y feminismo. En 2019 publicó el libro «Hermanadas: Postales de lucha» (Editorial El Miércoles).