Las buenas y las malas, relatos de desobediencia

Por Matías Máximo* | Intervenciones: Andrea Sosa Alfonzo

Las buenas y malas mujeres, las disidencias, los chongos, maridos y los vínculos sexo-afectivos en la escritura de Alfonsina Storni y Camila Sosa Villada, nos hablan de la irrupción de los mandatos y sus resistencias, de las ´performances´ que se diseñaron para encajar en cada cultura. Y como finalmente, las identidades se construyen sobre dolores y odios, sobre deseo y elecciones.

 

Hasta avanzado el siglo XX la “buena mujer” era la que conseguía novio, se casaba, procreaba y vivía en ese plan hasta que la muerte la separe de sus obligaciones. Deseo y felicidad eran asuntos secundarios en el orden de prioridades de esta buena mujer, que no tenía derecho al voto y en muy pocos casos, lograba hacer una carrera de formación profesional, teniendo como principal tarea los trabajos domésticos o las tareas de cuidado de la familia. Esta preocupación por ser “buenas mujeres” fue un tema recurrente en la escritura de Alfonsina Storni. La autora analizó diferentes aspectos de la vida conyugal y fue una de las precursoras en el país en hablar de feminismo, divorcio y pensión alimentaria para madres solteras.

Muchos de estos temas aparecieron en sus columnas periodísticas publicadas entre 1910 y 1930 en La Nota, el diario La Nación y su diario íntimo. Y quién también habla de esos vínculos afectivos y matrimoniales es Camila Sosa Villada en su novela Las Malas (Tusquets, 2019). Recuperar a ambas escritoras nos permite pensar la manera en que se construye un Otre afectivo, desde dos narrativas que dan voz, en sus diferentes tiempos, a sectores marginados de la sociedad: en el caso de Alfonsina, por ser una feminista en una época donde los derechos de las mujeres estaban cuestionados, y en el caso de Camila, por tratarse de una escritora que pone narrativa a las vivencias de la comunidad travesti, transexual y transgénero en situación de prostitución, quienes sufren un alto grado de violencia y discriminación por sus identidades.

Conseguir marido: el ideal de toda «buena mujer» en el universo de Alfonsina

Conseguir marido es un eje que atraviesa varias de las notas de Alfonsina y no está necesariamente vinculado con enamorarse, sino con adquirir una representación del éxito enhebrada con el mandato social. La mujer casada de Alfonsina es una que no falla: es el ideal que toda señorita busca resignando felicidad, placer y lo que haga falta. Esta mujer no está en soledad, comparte con otras de su generación la ansiedad gozante de la búsqueda y los trucos para lograr el objetivo. En una nota de su diario íntimo, Alfonsina cuenta que la invitan a ser parte de una “Asociación secreta de niñas inútiles pro defensa de sus intereses”, y transcribe un programa de recomendaciones al que se deben someter las integrantes de tal asociación. Allí se lee:

  • Cazar novio sobre todas las cosas.

  • No ponerse a la caza en vano.

Y la lista, que sigue hasta el punto 10, parece pensada para conseguir pareja sí o sí, yendo a fiestas, evitando estornudar (“sobre todo delante de los hombres, porque las chicas se ponen muy feas”) o mentir, salvo la excepción de los elogios.

interiores nota de Matias

 

Alfonsina se narra en su diario como parte de este grupo de mujeres que están a “la caza”. Pero lo hace con una ironía que la pone en un lugar crítico a los mandatos de su época. Dice en otra de las entradas:

Vengo de la reunión secreta: he salido convulsionada… Tengo veinticinco años… ¡Horror! Desde mañana heme a la caza de un hombre, pequeño o grande, rubio o moreno… el país necesita mi concurso maternal… Díos mío, inspírame”.

En una nota de opinión titulada “Sobre el matrimonio”, Alfonsina dice que cuando la mujer se casa, así como cuando el estudiante inexperto gana su diploma, cree que allí terminó una etapa de su vida, cuando en realidad esta etapa comienza.

“Las jóvenes que no han pasado los veinticinco años imaginan por lo general que el matrimonio es una prolongación intensificada del noviazgo (…) Si se habla con una mujer del fracaso matrimonial de otra, opina generalmente: es que no se querían; si se quisieran todo lo hubieran soportado”.

En la época donde Alfonsina escribió estos artículos, el derecho al divorcio era algo impensado para los valores de la República y separarse, era un fracaso que por lo general se le atribuía a la mujer. Otro fracaso, era afirmar un deseo por fuera del casamiento, tener una vida sexual activa y placentera o tener hijos sin estar en matrimonio. La mujer soltera de Alfonsina es sospechosa. Tiene que dar explicaciones.

“Algunas veces gente amiga me ha preguntado ¿Y usted, por qué no se casa?

 Y he contestado:

 -Me doy cuenta perfecta que una sola mujer, no es, nunca, el ideal completo de un hombre. Esta seguridad, restaría a mi matrimonio toda su ilusión”.

 Del ideal del marido a la comunidad aliada

Los personajes de Camila en Las malas resignifican el “pienso luego existo” de Descartes y nos dicen con sus actos “tengo mi identidad travesti/trans y luego existo” (sobreviven yendo del cogito al coger y del existir al desear). El marido, para esta comunidad, ya no es un ideal ni una meta. En el desafío diario de vivir a pesar de la violencia de la policía y de los clientes que pagan por sexo en el Parque Sarmiento de la provincia de Córdoba, el grupo de travestis que protagonizan esta novela, tiene una alianza afectiva que se conecta con el deseo de vivir. Así surge la manada:

“Parecen parte de un mismo organismo, células de un mismo animal. Se mueven así, como si fueran manada. Los clientes pasan en sus automóviles, disminuyen la velocidad al ver al grupo y, de entre todas las travestis, eligen a una que llaman con un gesto. La elegida acude al llamado. Así es noche tras noche”.

 El marido que completaba a la “buena mujer” desaparece. Porque estas travestis conocen a ese hombre de otra manera, cuando las va a buscar al parque en busca de conseguir el intercambio de sexo por dinero. El cliente de ellas suele ser el marido de otras: ese que de día se las cruza en la calle con su familia y no las saluda es el mismo que por las noches acude a buscarlas.

La identidad de la narradora de Las Malas y de sus compañeras no se negocia. Y ese deseo que las enfrenta a los peligros y a la moral que las mata, es lo que las vuelve peligrosas. Malas. Para ésta narradora, ser prostituta no es una bandera, es una herramienta de supervivencia en una sociedad que las castiga (“Eso somos como país también, el daño sin tregua al cuerpo de las travestis. La huella dejada en determinados cuerpos, de manera injusta, azarosa y evitable, esa huella de odio”). No hace falta siquiera que hablen para ser malas porque sus cuerpos, y las zonas donde se mueven estos cuerpos, interpelan al “buen ciudadano”. A la interpelación le sigue el miedo, y frente al miedo llega la violencia física como paso al acto último de la falta de lenguaje.

Estos cuerpos que no pueden ir a la escuela, conseguir un trabajo formal, hacer una vida corriente durante el día, se encuentran con la prostitución para lograr derechos tan elementales como comer.

“Lo de ser prostituta respondía a una lógica: si necesitaba dinero, ahí tenía mi cuerpo, dispuesto a ganárselo. Si tenía para poner pan en mi mesa, entonces me quedaba en casa tranquila durmiendo, como un angelito barbudo”.

Las protagonistas de las malas viven en comunidad y se cuidan entre sí, en una casa donde el personaje de “La Tía Encarna” funciona como la madraza y la voz de la experiencia de las más jóvenes. Ese vínculo afectivo que las une, difiere de la estructura tradicional del hogar y presenta una constelación familiar donde no hay lugar para el marido, aunque sí para “chongos”. El chongo es una palabra comodín y tiene muchos significados. Puede tratarse de las relaciones más estables (“el chongo”), de los hombres que presentan un plus al simple “garche” o encuentro sexual, aunque también de los gigolós o proxenetas.

El chongo puede tener un potencial que lo distinga: un plus de protección, belleza, dinero, ternura, buen sexo, etcétera. Engancharse, entusiasmarse o -lo más arriesgado- enamorarse de un chongo, puede ser tramposo cuando se trata de un hombre que está pagando, porque en algún momento la relación de poder podría acechar y convertirse en decepción:

“Me preguntó el nombre varias veces esa noche, parecía olvidarlo al instante de escucharlo, algo que es habitual. A las travestis no nos nombra nadie, salvo nosotras. El resto de la gente ignora nuestros nombres, usa el mismo para todas: putos.”

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Pero no todos los chongos constituyen un riesgo, hay otros con los que es posible establecer un vínculo sin el vértigo del ataque. En Las Malas, la Tía Encarna vive una relación afectiva con un chongo de origen africano al que se menciona como “El Hombre Sin Cabeza”. Y Nadina (“de día un correcto enfermero y de noche se convertía en una belleza de metro ochenta que dejaba azorados a los transeúntes que se cruzaban con ella”), vive en una relación con la única mujer cis de la comunidad, que tiene dos hijos (“el romance más natural y respetuoso que alguna vez vieron nuestros ojos”), lo que constituye un chongueo mutuo. La narradora cuenta un momento en el que se enamora de uno de los chongos, el guarda del zoológico (“yo sabía que con el tenías derecho a sentirte bien, realmente bien, una felicidad breve que provenía de su cuerpo”), y describe una sensación de amor fugaz con un cliente que la lleva a un hotel pero le dice, después del orgasmo, que tiene una esposa con la que desea volver, lo que le genera una profunda decepción (“es un arranque de celos, lo sé, porque en algún momento de la noche lo tuve solo para mí. Pero en el fondo de las cosas, en el sótano de esta historia, no hay nada que sea para mí. Apenas mi cuerpo, que vendo para poder vivir como mujer”).

Esta narradora, cuando termina el día, se piensa lejos de establecer un vínculo duradero. Pero su principal causa no es la falta de oportunidad sino la negativa a la entrega. A diferencia de las mujeres de Alfonsina, la narradora de Las Malas no espera a que llegue otro, un marido, a completarlas. Habita la falta como parte de su identidad.

“Cuando me fui de la casa un rato después me dije que sería incapaz de hacer lo que hacía La Tía Encarna: darlo todo por alguien. Renunciar a todo por alguien. No entendía qué clase de amor era, solo sabía que no era capaz de darlo. Es decir que no merecía recibirlo tampoco. El niño tenía razón: el amor no iba a venir, porque sabía que yo no podría responder con bondad”.  

No se nace ni mujer ni travesti, se llega a serlo

Después de pensar los ideales y la construcción de vínculos que hacen en sus narrativas Alfonsina y Camila surgen algunas preguntas: ¿Cuál es el rol de la mujer que proponen? ¿A quién le hablan? ¿Qué registro usan para alcanzar su objetivo?

Hay un motor que se desprende al analizar la escritura de ambas y es una tensión entre la falta y la concreción del deseo. Alfonsina habla varias veces de la falta de empatía y la competencia que se da entre las mujeres para alcanzar ese ideal que es el marido. Discute con su época, y en sus textos varias veces, reclama a las mujeres que no sean conformistas, que peleen.

“Es nuestra hipocresía la que destruye a nuestra compañera; es la falsedad entre lo que somos y lo que aparentamos; es la cobardía femenina que no ha aprendido a gritar la verdad por sobre los tejados”.

En repetidas ocasiones, menciona el término “feminista” y de manera tácita se ubica dentro del movimiento, dando por sentado a partir de la primera persona narrativa que está hablando de ella misma. Su pensamiento es que toda mujer que piensa, es feminista y toda mujer que discute, también es feminista. La pintura que construye de la misoginia a las feministas tiene sus ecos en lo que en el presente se dice “feminazi” -una mezcla de feminista y nazi- para denostar a las mujeres que se asumen feministas y defienden sus ideas.

“La palabra feminista “tan fea”, aún ahora, suele hacer cosquillas en almas humanas. Cuando se dice “feminista” para aquéllas, se encarama por sobre la palabra una cara con dientes ásperos, una voz chillona. Sin embargo no hay mujer normal de nuestros días que no sea más o menos feminista. Podrá no desear participar en la lucha política, pero desde el momento que piensa y discute en voz alta las ventajas o errores del feminismo, ya es feminista, pues feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo”.

Ese odio hacia la mujer pensante que reclama igualdad de derechos en Alfonsina, sigue presente cien años después en la escritura de Camila, aunque en este caso, ya no tiene relevancia la biología de los cuerpos: lo que se castiga no es a la mujer, sino a lo femenino. La narradora que construye Camila en Las Malas critica una imposición en la forma que tienen que performatear sus identidades dentro de la comunidad para ser aceptadas:

“La lucha por la belleza nos había dejado a todas en los puros huesos, pero sabíamos que, si nos descuidábamos, no sobreviviríamos ahí en el Parque. Cada día había que tapar la barba, sacarse los bigotes con cera, pasarse horas planchándose el pelo con la plancha de la ropa, caminar sobre esos zapatos imposibles, hay que decirlo, imposibles, cómo pudo alguien en el mundo inventar esos zapatos de acrílico, tan altos que se podía ver el mundo desde arriba, tan altos que no daban ganas de bajarse de ellos, tan altos que los clientes pedían por favor que no te los sacaras, y los lamían esperando saborear un poco de esa gloria travesti, esa frivolidad tan honda, esos piesotes de varón coronados por zapatos de princesa puta”.

Y esas mismas imposiciones performativas para representar a lo femenino aparecen de manera crítica en Alfonsina:

“Las mujeres se visten hoy con grandes diferencias respecto de los hombres. Mientras éstos han evolucionado hacia un traje práctico, de cierta severidad, sujeto por la moda a pequeñas variantes, los trajes femeninos permanecen estacionales, defendiendo rabiosamente las graciosas inutilidades, los detalles complicados. Una mujer elegante de hace tres siglos no cargaba muchos adornos más que una dama moderna”.

Frente a la encrucijada en la que el odio ataca a lo femenino, o lo presenta como algo indefenso y meramente decorativo -dependiente de otro para subsistir económica y socialmente-; la narradora de Camila dice que no le queda otra opción que abandonar toda representación masculina.

“Yo digo que fui convirtiéndome en esta mujer que soy ahora por pura necesidad. Aquella infancia de violencia, con un padre que con cualquier excusa tiraba lo que tuviera cerca, se sacaba el cinto y castigaba, se enfurecía y golpeaba toda la materia circundante: esposa, hijo, materia, perro. Aquel animal feroz, mi fantasma, mi pesadilla: era demasiado horrible todo para querer ser un hombre. Yo no podía ser un hombre en este mundo”.

Alfonsina estuvo plantada en la misma batalla que retoma Camila. Una batalla en la que sintió que debía intervenir, incluso, molestando para que la escucharan, provocando a sus contemporáneas con una sacudida para que el mensaje llegue. En ese punto, aclara que lo hace con piedad, con empatía. Que lo hace porque quiere un futuro diferente al de su presente, donde la mujer es un adorno en busca de marido.

“Es que acaso sienta, hoy, una gran piedad por la mujer; es que acaso la ame ideológicamente tanto, que me vea obligada a atacarla para defenderla, para exaltar la mujer futura. Es que desearía para ella la fuerza de un atleta, la delicadeza de una mariposa, la claridad del agua, el entendimiento de un filósofo, la gracia de una ninfa. Es que desearía ver en la mujer entendimiento suficiente para despojarse de tantas cosas ilógicas, brutales, a veces, con que se martiriza, sin perder íntimamente, su enorme belleza”.

Ambas comparten una escritura directa en el mensaje, pero que no ahorra metáforas e ironías al momento de plantear estrategias sensibles para llegar al lector. Con un siglo de diferencia, Alfonsina y Camila problematizan que no se nace mujer ni travesti, se llega a serlo. Y este narrador se pregunta, ¿qué hace un hombre cis analizando la escritura de mujeres y travestis, pensando al feminismo y sus narrativas? Quizá tampoco se nace macho, machista ni machirulo: es posible que así como los privilegios biológicos inviten a serlo, el viaje intelectual permita desarmar un devenir prefijado.


*Matías Máximo es periodista y docente.