Por Estefanía Jaen Frank* | Ilustración: Staff RIBERAS
Migrar implica múltiples condiciones de posibilidad y de exclusión, sean económicas, educativas, competitivas, profesionales, experimentales, vinculadas al género, o a la discriminación. Preguntarse por las implicancias de estas variables en el desarrollo de las vidas migrantes implica globalizar la mirada. ¿De qué se trata la migración? ¿Vivir o sobrevivir?
Migrar como tal representa una nueva forma de construir otra vida en el país de destino. Se sostiene que las motivaciones son diversas pero poco se tienen en cuenta los procesos post-migratorios. Allí entran en juego instituciones, factores, prácticas y personas que hacen a la llegada y permanencia de vidas migrantes. Por eso, nos encaminamos a indagar – a través del relato en primera persona- cuáles son los elementos protagonistas de salir de un país de origen para llegar a nuevo destino.
Las prácticas culturales, reinventarse y reinsertarse laboralmente en un campo de estudios distinto al de origen, afectan los modos de vida de las personas que migran. ¿Cuáles son las posibilidades de inserción educativa-laboral de los sectores migrantes en otro país? ¿Qué alcances tienen las profesiones y oficios en el país de origen cuando se es migrante? ¿Cuáles son las implicancias de ser estudiante y/o profesional migrante? Estos interrogantes, de pura retórica, atraviesan a las personas que abandonan sus países por diversos motivos.
En esta crónica nos preguntamos por algunos factores y escenarios, como la xenofobia, la universidad pública y su importancia en el desarme de prejuicios. Ejes cruzados en las narrativas de una mujer migrante y trabajadora en tierras foráneas, que abren un espacio para pensar la cultura de la adaptación y cómo desplegar cierta inteligencia emocional en un mundo cambiante, que parte desde las expectativas hasta la supervivencia.
“Dicen que la inteligencia va más allá de adaptarse. Yo trataba de entender la cultura, cómo piensan, no juzgar, de ponerme en su lugar. Acá la he pasado bien. Sobrevivo”. Aracelly Gallego**, es geóloga y docente oriunda de Manizales, una ciudad netamente universitaria en el departamento colombiano Caldas. A los 50 años, su vida cambió y pasó a establecerse en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Pero todo comenzó hace más de una década, en 2006.
Dieciséis años atrás, AracelLy trabajaba como geóloga en una empresa multinacional radicada en Colombia. Su labor consistía en la exploración sísmica. En criollo, dice, es “hacer una radiografía del subsuelo para observar dónde hay petróleo y facilitar el trabajo de extracción”. Por ese entonces, la firma extranjera le propuso viajar al sur argentino a realizar un curso de software. El área profesional escaseaba de personas especializadas y, más aún, de mujeres en una disciplina que había sido ocupada históricamente por hombres.
Los datos proporcionados por la UNESCO revelan que la representación de las mujeres se reduce a medida que avanzan en sus carreras como investigadoras. Esta exclusión paulatina se vincula con el techo de cristal, es decir, la imposibilidad de ascender de escalafón laboral por cuestiones de género. La consecuencia directa es la precarización laboral de las mujeres.
La organización perteneciente a la ONU también afirma que la brecha es más profunda en los campos de la matemática, la ingeniería y la informática1. En el caso de Colombia, hasta 2021 solo el 37% de personas en el campo de la investigación eran mujeres2. Argentina, por el contrario, alcanzó la paridad de género y es uno de los países que más invierte en investigación y desarrollo con enfoque de género3.
Este marco de competencia y desigualdad laboral está alimentado, además, por otras perspectivas. La inserción laboral implica condiciones de posibilidad y de exclusión, que conducen a preguntarse por los lugares que se le otorgan a quienes migran dentro de un mercado laboral excluyente persé. Entonces, ¿cómo se vinculan la educación, el trabajo y las prácticas culturales en las realidades migrantes?
Destino: Argentina
En su experiencia, Aracelly reconoce que en Argentina sus tiempos de trabajo y de descanso eran bien respetados. Le sucedía lo contrario en su Colombia natal, donde se internaba en la selva durante un mes a fin de explorar el suelo en busca del oro negro, mientras que el descanso duraba 15 días. Araceli no lo sabía, pero sería esta una de las motivaciones para migrar.
El contexto colombiano de ese momento estaba mediado por el conflicto armado y la violencia civil. Sumado a la incertidumbre económica y a la inseguridad, fue un componente clave que motivó a un éxodo migratorio tanto dentro como fuera del territorio nacional4. Según asegura la CEPAL, las poblaciones de América del Sur migran por razones económicas y buscan nuevos horizontes laborales en los países de destino5.
Un escenario que cada vez ocupa más páginas en los medios de comunicación, entre tantas noticias sobre el tema, se vincula a la migración a pie de personas venezolanas y peruanas hacia Estados Unidos, ocurrida el pasado junio. El recorrido implica el cruce de la selva de Darién, entre Colombia y Panamá. Se conoce este accidente geográfico por ser uno de los más peligrosos del mundo, tanto por la fauna autóctona como por los grupos criminales que allí operan6.
Lo cierto es que cada experiencia de migración tiene su especificidad pero también ejes en común: el peligro, la vulnerabilidad, la explotación, la extorsión y la búsqueda de mejores condiciones de vida. No se trata de establecer fines comparativos, sino contrastar las realidades migrantes que permiten repensar las situaciones y contextos, más allá de los prejuicios de quien tomó—o tuvo la obligación de tomar—la decisión de abandonar su país.
Analizar todas las ópticas y las maneras de migrar proporciona una mirada más empática del proceso, aunque nunca reemplace los relatos en primera persona.
El precio de los prejuicios
Cuando todavía estaba en Manizales, Aracelly encontró la primera contradicción acerca del país que iba a recibirla. El estereotipo sobre la persona argentina promedio afirma “que es arrogante, prepotente y reacia al extranjero”, comenta Araceli. Por eso no estaba convencida de vivir en un lugar que, en realidad, había imaginado en base a esos preconceptos. Como todo sistema basado en prejuicios, también “la población colombiana es asociada con aspectos negativos, relacionados al contrabando y al narcotráfico”, reconoce.
Por aquel entonces y con 29 años, Aracelly preparó sus equipajes y viajó hasta nuestro país. La labor en terreno la obligó a rotar por campamentos nómades en la Patagonia argentina. Luego del curso le ofrecieron un trabajo permanente. Al inicio dudó, pero el año siguiente migró completamente sola.
Para su sorpresa, los equipos de trabajo instalados en el Sur estaban conformados por personas extranjeras y del interior de Argentina. En el grupo se hablaba español, pero entre colegas no lograban comprenderse totalmente por las variantes propias del idioma. A pesar de las vicisitudes lingüísticas, Aracelly reconoció que la idea inicial basada en el estereotipo era falaz y en el presente sostiene “que la gente es macanuda y buena onda”.
Los bagajes culturales requieren de una revisión constante en pos de posibilitar procesos de integración y de construcción cultural, social y personal. En ese sentido, el idioma y las prácticas sociales cumplen un rol fundamental por ser los vehículos y puentes de las vinculaciones con otras personas. Pero bien se sabe que ambas son eje de debates y de transformaciones sobre las que se construyen las sociedades. Esa intersección cultural abre paso a otras experiencias de desigualdad y discriminación que recaen de lleno en el colectivo social y, sobre todo, en las minorías.
Para Aracelly, salir de su país cambió su perspectiva pero también la expuso a situaciones de discriminación y violencias simbólicas. El ingreso de mujeres a los campos profesionales históricamente ocupados por hombres las expone, muchas veces, a micromachismos y a una inminente desigualdad. El campo de la geología no es ajeno a esta cuestión. Si bien actualmente no ejerce su profesión inicial, ya que en Entre Ríos no existe la actividad petrolera o minera, Araceli reconoce la incorporación reciente de más mujeres en dicho campo profesional. En cambio, fueron las situaciones de xenofobia que atravesó las que destaca como un sistema de discriminación por sobre las desigualdades de género.
La universidad, ¿una oportunidad para repensar(nos)?
Poco después de comenzara trabajar en Argentina, la empresa multinacional que empleaba a Aracelly dejó el país. Ese período fuera del mercado laboral, la impulsó a mudarse a la ciudad donde vive actualmente y comenzar a estudiar el Profesorado de Geografía. Fue algo así como un “volver a empezar”. Fue en ese contexto académico, cuyos ejes de deconstrucción están en constante desarme y rearme, donde se sintió víctima de discriminaciones sutiles, como las nombra su protagonista.
“No te dicen que no te quieren porque sos extranjera, pero es un comentario muy pequeño, sutil. También es muy sólido el prejuicio de que los extranjeros vienen a quitar el trabajo”, afirma. Sin ánimos de hacer apología, Aracelly se pregunta si tal vez no fue ésa la idea que desató el contexto de xenofobia.
Su condición de migrante estuvo atravesada por varios determinantes que favorecieron contextos de discriminación como el rango etario -regresó a estudiar pero con una edad superior que la de sus compañeros y compañeras- junto con la falta de solidaridad, aspectos que aparecieron muy en contraposición al compañerismo que supo cosechar cuando estudió en Colombia.
—Acá era sálvese quien pueda y ya— admite.
A pesar del lado negativo, Aracelly también se encontró con personas que representaron la amistad y quienes la acompañaron durante el recorrido académico.
Y ahí es donde nos detenemos a pensar la universidad como facilitadora de diversos procesos. Por un lado, tenemos los rasgos que hacen a la defensa de la educación pública como un espacio de bienvenida a quien desee formarse, indistintamente de sus antecedentes académicos o laborales, nacionalidad, clase, edad, etc. En este sentido, hemos pensado a la universidad como un puente constructor que une generaciones y que, a partir de su heterogeneidad, posibilita la producción de sentidos que abarcan un amplio universo de participantes. Esto posibilita hablar de la universidad en clave de diálogo y como herramienta de transformación. Asimismo, entender la universidad como un espacio de encuentro multicultural y un terreno fértil para cultivar y deconstruir imaginarios sociales desde los bagajes y saberes que aporta el estudiantado. Pero todas estas formulaciones ¿transitan los pasillos, crecen como flores en las aulas, permean los discursos libertarios sin ninguna contradicción?
Como docente universitaria, Aracelly aprovecha su rol para desarmar, reflexionar y concientizar a sus estudiantes sobre las prácticas de xenofobia. “Hay una mentalidad de dejar que las cosas pasen, nunca hacer un parate y reconocer que algo está mal, aceptar que se puede instalar el maltrato a alguien, agachar la cabeza. Yo no, yo exijo respeto”, sella.
“En Argentina estamos llenos de posibilidades”, remarca y se incluye en el colectivo. Del país que la recibió destaca la educación pública y gratuita, que en cambio en su país de origen está privatizada. Insiste en este valor cuando habla con sus estudiantes y les cuenta que en el país andino son pocas las personas que acceden a la universidad.
Migrar permite poner en perspectiva pero también tomar distancia, aunque nunca eso implique enajenarse de los hechos. Le sucede a Araceli. Comparte su tristeza cuando habla de la realidad de la sociedad colombiana, la corrupción, la educación y la precarización salarial.
Extrañar en lo extraño
Las posibilidades que abren las migraciones son infinitas. Lo son también las prohibiciones. Pero pensar en la vuelta al territorio natal es un sentimiento latente. Siempre se piensa en retornar a algún punto. A Aracelly también le pasa, dice que no le disgustaría volver a Colombia, por eso nunca descartó la posibilidad. Pero acá conformó su familia. Sin embargo, si llegara a suceder algo no se hallaría en Argentina. Si pasara algo como término infinito y difuso, como una forma de englobar lo que suceda primero.
—Me iría, porque la tierra de uno es la de uno—se sincera.
Con que es de uno, para sí, se refiere también a las prácticas sociales. Para Aracelly el trato cultural es distinto. Las personas tienen otro vínculo. El calor humano es distinto, agrega. Este trato también involucra el lenguaje y las formas del idioma. Cuando llegó a Argentina le preguntaban si todos los colombianos hablaban como ella. ¿Así cómo?, se pregunta. Le decían que era súper atenta. Ahí se dio cuenta, en una pavada—admite— de una diferencia predominante. En Colombia la gente se trata de Usted. Así sea un vínculo de amistad, de familia, de trabajo, de pareja. “No se pone un límite con eso” —afirma—, porque “no hay una distinción entre el Tú y el Usted —como sí la hay en Argentina—. Al comienzo, se sentía mal porque en nuestro país le pedían que dejara de utilizar el trato de Usted. Cuando el lenguaje encuentra barreras que no son idiomáticas pero sí simbólicas, ella no podía hacer entender que era la forma utilizada en su país, tan sencillo como eso. Y agregaba como si fuese necesario aclarar: “Yo no la trato de Usted porque sea formal, sino porque estoy enseñada a hablar así”.
Si hay un punto en común que pudo identificar entre Colombia y Argentina durante estos años, son las ganas de salir adelante. Las problemáticas sociales y económicas son las mismas, “acá y allá”, reconoce. Tan Latinoamérica que duele. También llegó a la conclusión personal de que la inteligencia, entonces, va más allá de adaptarse. Se trata de “entender cómo piensa cada persona, no juzgar y ponerse en el lugar del otro”. Retoma las primeras ideas de esta conversación y repite: “Acá la he pasado bien. Sobrevivo”.
*Estefanía Jaen Frank es estudiante avanzada de la carrera de Comunicación Social de la FCEDU-UNER. Está a cargo de la Serie de crónicas migrantes que publicamos desde Revista RIBERAS durante 2022.
**Aracelly Gallego, es geóloga y docente oriunda de Manizales, una ciudad netamente universitaria en el departamento colombiano Caldas. A los 50 años, su vida cambió y pasó a establecerse en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Pero todo comenzó hace más de una década, en 2006.
Fuentes consultadas
1 – 3. ONU Mujeres. (2020). “La escasa representación de las mujeres en STEM: contexto global y regional”. Las mujeres en ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas en América Latina y el Caribe. pp. 21, 25. Entidad de Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres. Montevideo. Disponible en: https://lac.unwomen.org/sites/default/files/Field%20Office%20Americas/Documentos/Publicaciones/2020/09/Mujeres%20en%20STEM%20ONU%20Mujeres%20Unesco%20SP32922.pdf
2. CENTRO DE LOS OBJETIVOS DE DESARROLLO SOSTENIBLE PARA AMÉRICA LATINA. (2021). “5 cifras sobre las mujeres en el campo de la ciencia”. Disponible en: https://cods.uniandes.edu.co/dia-internacional-mujer-nina-ods-cifras/#:~:text=En%20Colombia%2C%20el%2037%25%20de,%C3%A1reas%20de%20g%C3%A9nero%20e%20investigaci%C3%B3n
4. VILLA, M. (2006). Desplazamiento forzado en Colombia. El miedo: un eje transversal del éxodo y de la lucha por la ciudadanía. pp. 21. Controversia no. 187. Bogotá: CR, ENS, IPC, FNC, CINEP, 2006. Disponible en:
5. FRIES MONLEÓN, L. (2019). Las mujeres migrantes en las legislaciones de América Latina. Análisis del repositorio de normativas sobre migración internacional del Observatorio de Igualdad de Género en América Latina. Asuntos de Género. Serie 157. (LC/TS.2019/40), Santiago, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 2. Pp 11. Recuperado de: https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/44655/1/S1900271_es.pdf
6. Médicos sin Fronteras (2022). “Esa selva es un infierno”: migrantes de Venezuela en el Darién. Fecha de consulta: 28 de junio de 2022. Recuperado de: https://www.msf.org.ar/actualidad/darien-esta-selva-es-un-infierno-migrantes-de-venezuela