La escritura de la (acaso) libertad

Por Pamela De Battista | Ilustración de Myriam Díaz

Literatura como territorio conquistado y virgen a la vez. Salvaje y encasillado. Literatura como contradicción, como lenguaje para nombrar lo que tiene y lo que no tiene nombre. Literatura como pulmón donde se mueven y respiran las ideas, las emociones, las visiones del mundo. Literatura: arte, impacto generador, disparador. ¿Cómo se construye? ¿Cómo cambia a través del tiempo el concepto de lo literario? ¿Cuántas formas de producción, circulación, y lecturas podemos contar?  

En este texto no puedo hacer más que lo que hacemos todas las personas, en mayor o menor medida: apelar a lo subjetivo, apenas un recorte (mínimo, insignificante) para tratar un tema tan abarcativo de miradas, análisis, juicios (canon). Pienso en qué aporte puedo hacer como escritora. No sé si puedo aportar algo. Se me vienen a la mente demasiadas ideas. Debo darles orden, priorizar, buscar las palabras para expresarlas de manera que me guste. Empiezo así a darle forma al texto, evocando estas pequeñas acciones cotidianas del oficio.

Como territorio de conquista la escritura ha estado en tensión constante. Caben en ellas numerosas revoluciones: de los nuevos movimientos enfrentándose a los viejos, de les marginades por la elite, contra el pensamiento caduco de que la literatura pertenece a los círculos intelectuales. Durante mucho tiempo la producción de textos literarios fue monopolio del hombre blanco, “civilizado”. Había que ser hombre para tener cierto “prestigio” o aceptabilidad. Entonces las mujeres empezamos, no  a escribir, porque ya lo hacíamos, sino a involucrarnos, a hacer visibles nuestros nombres propios y a abandonar aquellos seudónimos de varón con los que nos escudábamos del señalamiento. Cuando quisieron encasillar nuestras obras en una supuesta literatura “femenina”, comenzamos a cuestionar este concepto que nos dice que las mujeres escribimos para mujeres, como si todo quedara en un círculo de sensibilidad, que responde a los roles impuestos por los mandatos patriarcales, blancos, católicos. Así, revoluciones innumerables. La literatura es un territorio político y mutable (no estoy diciendo nada nuevo, pero me hace muy feliz mencionarlo).

Las preguntas que siempre han rodeado a este oficio: ¿Para quién escribimos? ¿Para qué? ¿Está, la producción literaria, presa de un modelo de “lo literario”, de un canon? ¿Quién decide qué es literatura y qué no, y por qué?

Me animo a decir que nos encontramos, en la actualidad, en un momento de quiebre y de debate. Como ha pasado ya en el transcurrir de la Historia, las producciones literarias se han estado moviendo, a la vez que la misma Lengua, las sociedades y las formas de pensar el mundo. Es necesario y es inevitable.

En tiempos de redes sociales, de individualidades públicas, de subjetividades construidas para un afuera, hicimos a lo virtual parte de nuestra cotidianidad. Tenemos espacio para mostrar lo que queremos, desde lo más íntimo hasta la misma difusión del arte. La literatura, nunca ajena, siempre parte de su momento de producción, encuentra aquí un espacio de circulación masiva y muy accesible. ¿Puede, entonces, conservar las formas del S.XX? ¿Qué novedades nos propone la escritura actual? No olvidemos que apenas veinte años atrás, el acceso a la lectura era a través de los libros, de la escuela, de las Universidades y bibliotecas, cosa que limitaba mucho el acceso a las obras. Las redes nos posibilitan, hoy, a encontrarnos casi al tropiezo con poesía, con breves narraciones, sin que siquiera las busquemos.

Esta poesía ha sido objeto de crítica, de comentarios despectivos (poesía instagramera, prosa con enter). Representa una ruptura con los modelos establecidos de lo que “debe ser” la literatura. Nos obliga a replantearnos el concepto de “lo literario”, y nos pone ante el desafío: pensar cuánto derecho tiene lo instituido sobre la autonomía en la escritura, y en la lectura misma. ¿Puede, un público masivo, que se acerca a la literatura a través de estos textos, definir la literatura a partir de aquí? Me animo a decir que sí, que quizás es hora de que la literatura sea de todes, como también la posibilidad de hacer nuestras propias lecturas en tanto la libertad nos lo permite.

La literatura “instagramera” es “seguida” por muchísimas personas. Escritores y escritoras actuales reciben miles de likes en cada publicación (¿es la cantidad de likes la medida del éxito?, ¿para qué escribimos?), y creo que este hecho es producto, no sólo de los espacios virtuales  de circulación, sino también de cómo las nuevas escrituras se adaptan a estos espacios. Me atrevo a afirmar que es a causa de esta reinvención, de este acomodamiento de las letras a lo inmediato, a la imagen, a lo cotidiano, sencillo y fugaz de las redes, que la obra de escritores y escritoras actuales es consumida por un público muy numeroso, vasto y diverso, que ha encontrado una literatura de la que puede apropiarse, aportar su lectura, sentirse cerca.

Hace algunos años escuché, en un programa de José Pablo Feinmann sobre Martín Fierro, una frase que me quedó resonando: “Un poema es inmortal cuando expresa la condición humana”. Hacía referencia a textos realmente perdurables en el tiempo, de acuerdo con su capacidad de vigencia en el mismo acto de expresar lo humano (la pena del Martín Fierro porque “ser gaucho es un delito”, la pena de Segismundo por el “pecado de haber nacido”, los celos de Otelo, la duda de Hamlet). Pienso en esta frase y busco un poco más adentro: ¿Qué cosas de lo humano podemos describir como inmortales, a pesar de los cambios que la humanidad transita en constante? ¿Qué cosas de la poesía debería ser inmortal, incuestionable, perdurable, si la poesía cambia con lo humano? Les humanes, ahora, atravesades por lo virtual, por el acceso casi ilimitado al conocimiento, por la posibilidad de producir contenidos en sus propias redes. Les humanes publicando imágenes de lo íntimo. Igual con la escritura: estamos frente a textos de lo efímero de cada día, en su brevedad, en la cotidianidad que expresan, en su lenguaje despojado de adornos, simple y accesible. Muches hablan de vaciamiento. Por mi parte, vengo de la vieja escuela, la de la búsqueda de la poesía en un trabajo arduo de figuras retóricas. La diosa metáfora. Y debo decir que elijo formas de escritura devenidas de esa escuela en mi propio trabajo. Sin embargo estimo este otro, nuevo, trabajo con el lenguaje, adaptado a las experiencias cotidianas del hoy, porque simplemente me gusta, porque me pone a analizar lo que provoca: ese sacudón, y la pregunta. Por otro lado también creo que la Literatura es un espacio abierto y generoso para que todas las maneras de escribir poesía, diferentes, tengan dónde hacer casa. Por esa razón no coincido con el concepto de vaciamiento. Las nuevas formas de escritura no impiden la lectura de las anteriores, aún vivas. Pero proponen nuevas maneras de leer. Lo nuevo, sabemos, casi siempre incomoda.

Según Josefina Ludmer en “Literaturas postautónomas”, encontramos en estas nuevas escrituras una ficcionalización de la realidad. Son escrituras que traspasan los bordes, que transgreden los límites entre lo que sí es literario y lo que no, entre lo real y la ficción. Dice: (Ludmer)Las literaturas postautónomas del presente saldrían de ‘la literatura’, atravesarían la frontera, y entrarían en un medio [en una materia] real-virtual, sin afueras, la imaginación pública: en  todo lo que se produce y circula y nos penetra y es social y privado y público y ‘real’. Es decir, entrarían en un tipo de materia y en un trabajo social [la realidad cotidiana] dondeno hay ‘índice de realidad’ o ‘de ficción’ y que construye presente. Entrarían en la fábrica de presente  que es la imaginación pública para contar algunas vidas cotidianas en alguna isla urbana latinoamericana. Las experiencias de la migración y del  ‘subsuelo’de ciertos sujetos  que se definen afuera y adentro de ciertos territorios.

Me interesa hacer hincapié en las posibilidades de lectura y de pensamiento que se abren con el concepto de “imaginación pública” como fábrica de presente.

Lo público con su diversidad, con su multiplicidad de voces. Un presente construido. Una ficción.

Celebro la posibilidad de una lectura saludable, de disfrute, sin etiquetas. La libertad, el pensamiento, el compromiso, las evoluciones, y vuelta a pensar, diálogo. La escritura literaria es trabajo, esfuerzo, pero también, y sobre todo, es mucho goce y libertad de elegir en tanto vaya desarmando, de a poco, sus estructuras.


Pamela De Battista es poeta oriunda de Gualeguaychú, profesora de Lengua y Literatura e integra el grupo literario Curanderas. En 2012 publicó su primer libro titulado “Cuaderno para el agua”. Fue galardonada en 2017 con el Premio Fray Mocho de Poesía por su obra “Cuaderno para brujas”.


La obra de portada es de Myriam Beatriz Díaz

Título » Sobrecarga» pertenece a la serie «Mujeres en confinamiento» Pintura acrílica sobre lienzo , medidas  0,60 x 0,80 Fecha de realización: Mayo

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