Emma Barrandéguy, el erotismo disidente

Por Daira Lisette Galeano* | Foto: Archivo

Nació el día de la mujer y falleció un 19 de diciembre. Emma Barrandeguy salió desde Gualeguay y construyó una incipiente literatura queer. La escritora, periodista y poeta fuera de tiempo decía «No añoro ni me arrepiento de nada. Quiero el hoy, lo elijo». Un ensayo de Daira Lisette Galeano retrata por qu´´e es una imprescindible para la literatura.


El error había estado siempre, precisamente, en no ser como ellos.

Emma Barrandéguy

Hay gente extraña en el mundo. Gente que no encaja en definiciones, ni en etiquetas, ni en los moldes impuestos por la sociedad y el mundo en general. Hay gente disidente, gente rebelde, gente anormal, intrusa, foránea. Gente singular, tan fuera de los estándares que atrae miradas por sus gestos, su postura, su manera de hablar, de pensar, de escribir, o incluso, de ser. Hay gente diferente.

Nacida el 8 de marzo de 1914, quien se autodefiniría hasta el final de su vida como una simple periodista, Emma Barrandéguy fue también una escritora, poetiza, novelista, dramaturga, militante y feminista oriunda de Gualeguay, provincia entrerriana. En su juventud logró codearse con otros escritores argentinos renombrados en el universo literario como Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi, una triada que estaba unida por una ferviente ideología y militancia comunista. Ya a sus 23 años, Emma se traslada del pueblo a la gran ciudad, de quien escribirá luego que “Buenos Aires es hermosa porque aquí está el amor, (…) aquí está la libertad” (Barrandéguy, 2002:115). Es en este nuevo sitio en donde no solo se sumergirá, a nivel personal, en nuevas experiencias sentimentales y sexuales, sino que también entrará a trabajar como secretaria y redactora en el diario Crítica en el que permanecerá una buena parte de su vida.

Entre su abanico de obras literarias encontramos “Poemas” (1934-1935); Cartas (1943); “El andamio” (1964); “Las puertas” (1964); “Amor saca amor” (1970); “No digo que mi país es poderoso” (1982); “Los pobladores” (1983); “Crónica de medio siglo” (1984); “Refracciones” (1986); “Camino hecho” (1991); “Salvadora, una mujer de Crítica” (1997); “Habitaciones” (2002) y “Mastronardi-Gombrowicz: una amistad singular” (2004). Pero para el presente ensayo se tomará como insumo el material de cátedra de Literatura Argentina II y, sobre todo, el libro Habitaciones de la autora, ya que nos interesa centrar nuestra mirada en la cuestión autobiográfica en relación con una emergente literatura queer. Nuestra principal pregunta guía será: ¿A partir de la escritura autobiográfica podemos pensar a Emma Barrandeguy como una pionera de lo que actualmente conocemos como literatura queer?

¿Por qué uno despierta un día cualquiera para saberse distinto?

El libro Habitaciones de Emma Barrandéguy, cuya publicación se realizó en el año 2002, fue escrito originalmente hacia fines de 1950. No es una novela sino que su autora refiere a ella modestamente como apuntes “de catarsis”, aunque constituye una obra preciada para abordar y pensar en la deconstrucción de algunas maneras tradicionales sobre cómo se concebía la femineidad, así como las relaciones héteronormadas en una época en donde se dejaba de lado la existencia de otras formas de vivir o explorar la sexualidad. Habitaciones se encuentra estructurada en capítulos aleatorios en donde se destaca precisamente esta búsqueda de libertad, sobre todo en lo referido al plano erótico y sexual “disidentes” para la mentalidad conservadora de la década del ’50 en Argentina. Este es uno de los aspectos más atractivos de su lectura debido a que Emma relata naturalmente las distintas experiencias que siempre la han apartado de ser un cuerpo “productivo” destinado a la mera procreación. Incluso, su lucidez para observar la realidad la lleva a ser crítica de ese modelo de vida normado, llegando a sentir compasión por “las que no hemos tenido hijos o, mejor dicho, que no hemos practicado con bebés (…) y hay que ver con qué desprecio nos miran las mamás” (Barrandéguy, 2016:44).

Por otro lado, su narrativa en primera persona, la acercan a espacios mucho más subjetivos, humanos e íntimos, que poco tienen que ver con el ideal de una vida pulcra y cristiana: el plano del deseo y el goce; y, en su caso, más aún, referidos a la atracción femenina. Desde su voz, Emma pone de manifiesto el erotismo disidente de la heterosexualidad pero sin caer en la burla, lo ridículo, la vergüenza o la culpa. Ya desde temprana edad demostró ser una mujer que no “encajaba” no solo en lo referido a la orientación sexual hegemónica, sino que se sentía completamente ajena a la clase de vida que llevaban las demás mujeres residentes de su pequeño pueblo. Emma no tenía ningún sitio en el cual se sintiera plena y así lo manifestaba preguntándose incluso con pesadez “¿por qué despierta uno un día cualquiera para saberse distinto?” (Barrandéguy, 2002:40). Pero tenía justas razones, pues no era compatible con aquella vida repleta de reglamentos que aplacaban su curiosidad y eran un obstáculo para su intelecto, al punto de no entender siquiera “por qué está prohibido leer otros libros que no sean los indicados por la Iglesia” (Barrandeguy, 4 2016:20). Es decir, siempre existió en ella una diferencia latente que, de vez en cuando, desaparecía junto a Alfredo, su amigo-amante a quién le escribiría:

“A veces siento que solo están de mi lado, con gusto, los borrachos a quienes la familia detesta, como mi primo José Miguel, o los inútiles, los que al fin se suicidan, o los que viven pregonándolo, los que tiran piedras y esconden la mano. En fin, todos los resentidos, los hambrientos, los que carecieron de algo, de dientes, de afecto, los que en cualquier momento se han sentido parias, sin saberlo.” (Barrandéguy, 2002:40)

Entonces, podemos pensar en primera instancia que Emma configuraba la típica imagen del escritor ermitaño que siente que nadie lo comprende y a raíz de ello opta por mantenerse al margen de todo lo que sucede en el mundo real para ponerlo en perspectiva, aumentando su perspicacia, mirando más allá de lo que aquellas personas que forman parte de “algo” no logran notar a simple vista. Esto es interesante porque pese a su evidente intelectualidad con respecto al medio, Emma decide escribir desde un lugar modesto para que los lectores no se sientan en desventaja ni se pierdan de sus variadas reflexiones sino, al contrario, para que puedan entenderla teniendo o no los conocimientos suficientes para hacerlo.

Para sumergirnos en la literatura de Emma, no obstante, Laura Scarano advierte que no podemos separar radicalmente vida y obra, pero tampoco podemos explicar directamente una por medio de la otra, sino que tenemos que transitar por ese vaivén o borde paradójico, constitutivo de la autobiografía. En el caso de Habitaciones (2002) los límites entre la ficción y lo autobiográfico se funden, haciendo difícil que se establezca una diferencia clara entre el autor, el narrador y el personaje, en donde, además, convergen situaciones de la cotidianidad: viajes, intimidad, inclinaciones amorosas, etc. De las que Anna Caballé dirá: “aquello que se escribe con fechas y nombres propios no tiene por qué ser más revelador que lo que se dice mediante metáforas, parábolas o ficciones, pero sus repercusiones son muy distintas y tienen que ver con el interés y la curiosidad por los problemas personales de los otros, por extraños que nos sean, pues en el fondo se trata de problemas comunes a todos”. (Scarano, 2007:93) Reconocemos ahora que quizá, para la época, el contenido de estos “cuadernos verdes” (como los llamaba Emma) no podrían haberse catalogado como “problemas comunes a todos” —y pensamos también que Emma era una adelantada a su tiempo—, pero hoy sí podemos empatizar con su visión de mundo. Hoy podemos valorar su escritura con, digamos, “otra cabeza”.

Ahora bien, el receptor de Habitaciones asiste al “desnudamiento” de la autora. Los romances que Emma mantuvo con hombres y mujeres la condujeron casi inevitablemente a reflexionar acerca de la sexualidad y la represión. Este último componente la llevaría a que en su escritura “desarrollara estratagemas muy sutiles para mantenerse fiel a sí misma” (Barrandéguy, 2016:15). Por ejemplo, en las cartas a Alfredo, su confidente, la voz de Emma expresa sus sentimientos y pensamientos más genuinos respecto al anhelo de tener una vida normal y pedestre como la del resto. Expresa ella que “hallaba complacencia en buscar precisamente, en los demás, la grieta por donde se mostrara una estructura interior tan incompleta y defectuosa como la mía” (Barrandéguy, 2002:183). Y aun estando casada —recordemos que en 1939 se casó con Neil McDonald, un americano que, tiempo después, se embarcaría hacia otros rumbos y nunca más volvería a Buenos Aires— siguió experimentando la angustia de la insatisfacción personal.

Dentro de esta insaciable búsqueda de libertad y pertenencia, en varias de las experiencias eróticas que se relatan somos testigos de una de las más “reveladoras” anécdotas de Habitaciones, no por el contenido en sí sino por el contexto en el que fue producido. Esto sucede en una reunión en la casa de Emma, en la que ella se queda a solas con Hilda en la cocina cuando los hombres salen a buscar más bebidas. Sobre esta mujer confiesa que “iba seduciéndome al punto de que finalmente solo asistía a las borracherías mensuales por el afán de encontrarla” (Barrandéguy, 2002: 139) y que mientras el resto de las chicas le guardaban cierta distancia, a ella, por el contrario, la atraía cada vez más. Relata Emma:

“Qué hacés –me dijo tutéandome por vez primera–, dejá eso. Tenés ganas de que te bese, ¿no es así?” Sorpresa y timidez me trabaron la respuesta. Sólo asentí con la cabeza. Se hincó en el suelo frente a mí, con ademán resuelto levantó la pollera, bajó la bombacha y me besó. Y yo esperando con mis labios hambrientos. A partir de ese momento, toda yo fui un ser ansioso, enloquecido, frenético, detrás suyo como un perro tratando de repetir una experiencia que no había pasado de eso, pero que se convirtió para mí en una muestra de sabiduría, de deferencia, de halago, de cariño, de algo diferente de lo que era nuestra vida de grupo humano sin ton ni son”. (Barrandéguy, 2002: 140).

Vemos cómo a medida que se relatan este tipo de experiencias comienza a emerger lo “monstruoso”, es decir, el deseo. Y es monstruoso porque es un deseo desviado, un deseo que se intensifica al provenir de “lo prohibido”, de lo “no permitido”. Aquí es donde podemos empezar a pensar a Emma dentro de la categoría queer, un 6 término que recién cobra fuerza en los años ‘80 cuando se resignifican las palabras “gay” y “lesbiana” utilizadas hasta entonces como insultos, pero que la comunidad incorporó luego para autodefinirse. Lo queer, entonces, no se trata específicamente de una cuestión estética, sino de un posicionamiento político: pues se reivindica lo “monstruoso” y junto con ello se manifiesta un fuerte rechazo por la supuesta “normalidad” que se intenta imponer para todos los cuerpos. El movimiento queer, a su vez, funciona perfectamente como un complemento del feminismo debido a que se preocupa por los derechos de las mujeres, pero principalmente pone en tela de juicio el propio concepto de “mujer” y los estereotipos creados para pensar y construir la estética de lo que se considera femenino y correcto. En Habitaciones podemos notar que las mujeres a las que se hace mención, generalmente, son esposas de alguien o llevan una vida normal al ocuparse de los quehaceres de la casa, cuyo tema de conversación siempre son sus hijos como vimos en nuestra cita anterior. En la literatura de Emma, si lo pensamos desde una mirada queer, ella reivindica la idea de que la feminidad también pasa por otros aspectos. En este sentido, recuperamos otra cita que pone de manifiesto los afectos y, de nuevo, el deseo más allá de lo sexual o de lo que se espera de una mujer joven:

“Amaba sin celos, creyendo que sólo de mí dependía la iniciación y la permanencia del amor en los otros. No exigía sino satisfacción física y que creyeran en mí. Mi sexualidad era adolescente y deseaba observar en los demás los signos del deseo exacerbados al máximo para obtener compensación. Rodeaba de afecto a las personas queridas pero en todo momento mantenía aparte mi individualidad. Como un hombre, necesitaba más cosas además del amor: charlas literarias y políticas, algunas películas policiales, andar por las calles, plantar. Soñaba con los cafés de barrio donde los hombres juegan a las cartas, lejos del mundo de las mujeres. (Barrandéguy, 2002:183- 184)

Resulta interesante esta confesión de necesitar más cosas que el amor, así, “como un hombre”. Porque ser hombre suponía —y aún supone— gozar de mayores libertades. Podemos pensar a Emma como una escritora que desde sus experiencias lésbicas también reivindica ese otro aspecto: el de no emparentar sexo con matrimonio. Hasta entonces las mujeres, todavía regidas bajo el mandato de la virginidad, solo podían experimentar y disfrutar libremente de su sexualidad con un solo hombre: su marido. Además, en el caso de ellas, se esperaba que el deseo fuera algo exclusivo, sacado a relucir cuando obtuvieran el “permiso” que les otorgaba el matrimonio. A propósito de esto, traemos a colación una anécdota extraída del ensayo Emma Barrandeguy: visible/invisible de Guadalupe Maradei en donde se 7 cuenta cómo una anciana Emma recorría el cementerio de Gualeguay con una amiga compartiendo noticias del mundo literario y cigarrillos de marihuana. De pronto, ella se detiene frente a una lápida de mármol, señala con el bastón el nombre de la difunta y sonriendo pícara afirma: “Con ella me acosté varias veces. Y con su hermana, que está tres tumbas más allá, también”. Los lectores, así, no encontramos inconsistencias entre la imagen de escritora de Emma creada en Habitaciones y la autora gualeya en la vida real. Decía María Teresa Gramuglio que ante esta ruptura entre el nivel de la enunciación, el lector se confunde y llega a preguntarse “¿quién habla aquí?”. Si bien escribir yo no siempre se corresponder con pensar yo, es como si fuéramos testigos de las “sucesivas etapas de este vía crucis del cuerpo”1 en donde aún en una edad avanzada Emma sigue jactándose de su poder de seducción, llegando a confesar en una entrevista en el año 2012 que “envejecer no es triste porque siempre queda el clítoris”. Es que la utilización de la primera persona crea un “efecto de verdad”, es decir, sentimos como un testimonio lo que se nos cuenta en Habitaciones porque Emma habla con una voz exclusivamente suya y que a lo largo del tiempo sostiene esa imagen que ella misma ha creado sobre sí. Expone su yo para la mirada del otro y esa voz narrativa se auto-indaga, llevando al extremo su propio enjuiciamiento. Es aquí en donde se amalgama lo que nosotros reconocemos como la biografía del autor con “lo inventado”, fusionándose hasta que el yo real y el ficcional se nivelan. Scarano (2007) al respecto dirá que en tanto ficción no hay una lógica de verdad, el sujeto no es ni verdadero ni falso sino una representación convincente que hace sobre él.

En la literatura de Emma todo se sugiere. Pues no existe en Habitaciones algo más allá de gestos mínimos como una disimulada y pícara caricia en la pierna de una mujer, por debajo de una manta, en el asiento del auto, o incluso caricias en el cabello. Todo narrado con cierta delicadeza, suavemente como un susurro e invitando a la imaginación. Según nuestra lectura y para concluir, creemos que la escritura de Emma Barrandéguy le dio voz no solo a sus pensamientos más íntimos que no podían ser expresados abiertamente en los años ‘50, sino que logró escribir sobre otras maneras de vivenciar el deseo, el erotismo disidente desafiando lo “no permitido”. No es un suceso menor, pues Habitaciones (2002), “escrita mucho antes de que se teorizara sobre las minorías sexuales” como escribió María Moreno en el prólogo, nos habilita a reflexionar y visibilizar esas otras representaciones no hegemónicas de la sexualidad. En cada capítulo recorrido emerge la diferencia tanto en los modos de vivir como en la escritura misma, una escritura que camina y seduce fuera de los bordes, fuera del canon, fuera de lo esperable para una escritora de los ’50: Emma Barrandéguy, la distinta, la “fuera de lugar”, la fuera del tiempo. La que fue incomprendida quizá porque se adelantó a su época y escribió para la nuestra.


*Daira Galeano. 22 años (13/03/2000). Nacida en Ezeiza, Buenos Aires. Actualmente estoy residiendo en Maciá, Entre Ríos y cursando el último año de la carrera de Prof. en Educación Secundaria en Lengua y Literatura.


Referencias

1 Irene M. Weiss en Emma Barrandéguy o la reversibilidad de la literatura y vida.


Bibliografía

Barrandeguy, Emma (2002). Habitaciones. Catálogos. Buenos Aires, Argentina.

Barrandeguy, Emma (s.f). Cronosíntesis. Eduner.

Barrandeguy, Emma (s.f). El andamio. Eduner. Gramuglio, M. Teresa (1988). La construcción de la imagen en Revista de Lengua y Literatura.

Scarano, Laura (2007). En primera persona: complicidades de la autoficción en Palabras en el cuerpo. Biblos. Buenos Aires.

Scarano, Laura (2014). Vidas en verso: autoficciones poéticas (antología y estudio). Ediciones UNL. Santa Fe