¿Cómo recordaremos las epidemias?

Por Maximiliano Ricardo Fiquepron* | Ilustración: Staff Comunicación UNER | Foto: Anita Pouchard Serra

En un recorrido histórico que tiene mucho de dinámico pero poco de acumulativo, algunas epidemias resistieron las memorias sociales e incluso, culturales. El coronavirus deberá disputar su lugar en la trama sobre los futuros vaticinios, más que con certezas, con suma modestia. 


La memoria de hechos conmocionantes forma una parte significativa de nuestra trama social. Desde relatos orales, individuales y colectivos, hasta la producción escrita en diversos registros (gubernamentales, corporativos, particulares, comunitarios); en todos ellos han sido registrados algunos acontecimientos como eventos que no deben permanecer en el olvido. Así como las guerras, inundaciones o terremotos, también las epidemias suelen ser uno de esos momentos. Pero, no siempre y no todas las epidemias del pasado son recordadas. Algunas memorias consiguen imponerse sobre otras, en un proceso que tiene mucho de dinámico y poco de acumulativo. Parafraseando a Enzo Traverso, la memoria se vuelve “un campo de batalla”: posiciona algunos eventos y los jerarquiza, los vuelve visibles y relevantes para toda la comunidad, mientras invisibiliza otros. Por eso vale preguntarnos: ¿recordamos todas las epidemias que hemos atravesado? 

1871: el año de la fiebre

Vamos a focalizar en cómo los habitantes de Buenos Aires vivieron y recordaron el traumático paso de la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Con más de 13 mil personas fallecidas (para una población de alrededor de 180 mil habitantes), la fiebre amarilla representó un evento que disparó una cantera de representaciones y registros muy variados, que ayudaron a forjar una memoria modelizada, regida por un esquema dramatúrgico de narración que priorizó algunos eventos y evitó otros. Desde entonces, y producto de la fuerza icónica del cuadro de Juan Manuel Blanes –Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires, realizado a fines de ese mismo 1871–, esta epidemia, calamitosa y brutal, cobró un protagonismo decisivo y ganó un lugar en nuestra memoria colectiva a raíz de una presencia continua en escritos de historia y de divulgación. 

Pero, además, la epidemia de 1871 ha tenido una fructífera vida en el terreno de la ficción: la revisitan novelas, películas y también documentales. Con la premisa de que las ficciones también ayudan a construir una memoria del pasado, es posible que las producciones audiovisuales, siguiendo a Marc Ferro, dejen huellas más profundas en la memoria. Una de estas producciones fue Fiebre amarilla, la película dirigida por Javier Torre. Estrenada en 1982, contó con la participación de un elenco destacado de actrices y actores, como Graciela Borges y Dora Baret. La trama principal gira en torno a las hermanas Aguirre (Herminda y Clara) quienes, junto a su prima Inés, deben sortear infinidad de penurias luego de la muerte de su padre. Con la epidemia como trasfondo, vemos un mensaje muy crudo sobre la injusticia y los rincones oscuros del alma humana. Otra ficción, esta vez escrita, es Ralph Herne. Publicada por primera vez en castellano en 2006, la obra es una pieza extraña en la literatura de su autor, Guillermo Hudson, quien la publicó originalmente en inglés en 1888. La breve novela narra las vivencias de un médico inglés –que da nombre a la obra– que arriba a Buenos Aires casi en simultáneo con la fiebre amarilla. Ralph deberá realizar esfuerzos denodados para curar y tratar a personas contagiadas, sabiendo en ocasiones que “era una experiencia diaria correr a la casa de una nueva víctima, sólo para que a la puerta le dijeran que llegaba demasiado tarde y el enfermo había muerto”. 

En esta misma línea también gira Crónicas de la Peste, escrita por María Celia Quiroga. Allí también se narra la epidemia de 1871, pero hay un trabajo muy fino de reconstrucción de instituciones (como la Municipalidad y los organismos de salud de entonces), así como también un manejo cuidado de las personalidades que estuvieron presentes durante ese evento.

En todas ellas, no obstante las diferencias entre formatos, autorías y contextos de producción, hallamos puntos en común. Son recurrentes la presencia de cadáveres abandonados, personas enfermas sin atención, el caos social representado en imágenes que buscan mostrar lo descarnado del evento. El azote de la enfermedad, que no da tregua, y los esfuerzos sobrehumanos para asistir a personas enfermas y muertas también son tópicos usuales. En esta línea, se recortan una serie de figuras, que he llamado héroes civiles. Un conjunto de hombres que, sobreponiéndose al miedo y al pánico, enfrentan con estoicismo y valentía el embate de la epidemia. En todas estas ficciones, el Estado no tiene un rol protagónico, sino que son los médicos, sacerdotes y otros hombres valientes de la ciudad quienes luchan contra la peste. Por último, en todas las ficciones el “pico” de muertes es casi estilizado, dramático, y con ello también el final de la epidemia. Las historias de nuestros protagonistas finalizan cuando la epidemia desaparece, de manera definitiva y total, de la ciudad de Buenos Aires. El tópico de que “la ciudad de Buenos Aires nunca volvió a ser la misma” es, en términos dramáticos, muy efectivo, y está presente en todas las ficciones, e incluso en muchos documentales.

2020: El año del COVID-19

2020 finalizó y ya puede comenzar a pensarse con, al menos, algo de distancia cronológica, y a partir de allí vislumbrar cuáles fueron sus eventos más destacados. Sin dudas, el COVID-19 y la pandemia mundial serán una marca, pero ¿será también recordado por la muerte de Diego Maradona?, ¿lo recordaremos como el año en el que finalmente se legalizó la interrupción voluntaria del embarazo en nuestro país?, ¿nos acordaremos también del inicio del plan de vacunación mundial contra el COVID-19? Lo que se intenta expresar es que, al parecer, el COVID-19 deberá disputar su lugar en la memoria con otros eventos mundiales, locales, e incluso con aquellos familiares y personales (como la llegada de un hijo o una hija, la partida de algún familiar o los embates de la crisis económica).

Pero también es cierto que en este 2021 aconteció una serie de eventos que podemos enmarcar dentro del proceso de construcción de memoria del COVID-19. Uno de ellos son los homenajes. Distintos gobiernos del mundo han comenzado a realizar ceremonias para las víctimas de la pandemia, así como también para el personal del sistema de salud. En nuestro país, el 27 de junio de este año se realizó el “homenaje a los fallecidos por el coronavirus en Argentina”, que contó con la presencia del presidente de la Nación y representantes de todas las provincias, además de referentes de todas las personas de trabajos considerados “esenciales” durante 2020. Además, en ocasión del Día Nacional del Vacunador y la Vacunadora (26 de agosto), se hizo un concierto homenaje a los trabajadores y las trabajadoras de salud del país, gestionado por el Ministerio de Cultura y el Ministerio de Salud nacionales. Como contraparte, el 16 de agosto un grupo de familiares de víctimas, junto con algunas figuras de la política nacional, decidió realizar una “marcha de las piedras” para homenajear a “los caídos”; lo cual muestra las tensiones intrínsecas en el campo de la memoria colectiva. En el evento, por cada persona fallecida se depositó una piedra frente a la Casa Rosada y la quinta presidencial. En la marcha, también se manifestaron voces opositoras al gobierno y la consigna adquirió, por momentos, un tono similar a los “banderazos” que se realizaron durante varios momentos de 2020.

En un registro menos institucional, pero dialogando con las instituciones de salud, se produjo un inesperado registro fotográfico de la lucha contra el coronavirus. En las puertas de los vacunatorios, o en la vía pública, las personas ya vacunadas suelen sacarse selfies o fotografiarse con la credencial que registra el paso definitivo (esperemos) para comenzar a generar anticuerpos contra el COVID-19. Las fotos circularon y aún circulan por las redes sociales (Facebook, Instagram, Twitter) y dejan una evidencia tangible, memorable, no solo de la vacunación, sino de la sensación de evento que parece emerger luego de recibir la vacunación. Es algo que, al parecer, no se quiere olvidar.  Menos claro parece el lugar que tendrán las mascarillas, cubrebocas o barbijos, que tienen un uso masivo en la vía pública, pero cuyo uso tiende a disminuir una vez que las restricciones sanitarias se relajan.


Las epidemias y el futuro

En 2011 circuló, sin demasiada popularidad, la película Contagion, dirigida por Steven Soderbergh. Redescubierta a raíz del coronarivus, en 2020 recibió una amplia cobertura periodística y, para muchos análisis, fue premonitoria de los eventos que hemos vivido recientemente. En ella, vemos a Beth, una empresaria, que regresa de Hong Kong a Estados Unidos sin saber que trae con ella un virus que comenzará una pandemia mundial. El film posee un tono realista y es narrado desde varios ángulos (Beth y su familia; las entidades del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos; un grupo médico que busca la cura del virus; un periodista sensacionalista que busca rédito económico en medio del caos). Además, describe las dificultades sociales, científicas y políticas que supone una pandemia de alcance mundial. ¿Contagion nos anticipó algo que no vimos, o ya estaba aconteciendo un ciclo de pandemias y no lo supimos identificar? El propio director expresó que fue asesorado por personas expertas en salud sobre las medidas que se tomarían ante un brote pandémico. De hecho, mucha de la información del film fue basada en la gripe H1N1, ocurrida durante 2009. ¿Será esta la ficción con la que recordaremos al COVID-19 o surgirán producciones (de Hollywood, locales) que nos contarán cómo fueron estos años?

Decir que el futuro es incierto es una obviedad, casi como también expresar que nos debemos una reflexión de cara al futuro en torno al COVID-19. En esta línea, un corpus de libros que surgieron durante la primera mitad de 2020 contenían un abanico de futuros posibles: desde los apocalípticos dichos de Agamben y Zizek, hasta quienes veían en la pandemia la posibilidad de cambios decisivos en políticas de Estado (como el impuesto a las grandes fortunas). Al momento de escribir estas líneas, todas esas personas parecen haber puesto sus propios deseos y temores por sobre las posibilidades o, como afirma Diego Armus, “son vaticinios –inevitables y sinceros– que no pierden tiempo en considerar que la pospandemia tal vez traiga no más que oportunidades, a veces muy modestas”. Creo que es en esta línea que debemos mirar el futuro. Reconocer errores, replantear estrategias sanitarias que hayan mostrado ser ineficaces, valorar aquellas que salvaron vidas y, sobre todo, no deshacernos de aquellos saberes, prácticas y reflexiones que nos ayudaron a sobrellevar el durísimo trance que el coronavirus impuso a todo el mundo. 


*Maximiliano Ricardo Fiquepron es Profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento y de la Universidad Nacional Arturo Jauretche


Este artículo forma parte del Anuario
«Argentina: contacto estrecho» RIBERAS, noviembre 2021.


Referencias bibliográficas

Armus, D., «Coronavirus. La post-pandemia entre los vaticinios de cambios profundos y las modestas oportunidades» Clarin, 16/07/2020

Ferro, M., El cine, una visión de la historia, Madrid: Akal, 2008 

Hudson, G., Ralph Herne, Buenos Aires: Letemendi, 2006 [1888]

Quiroga, M., Crónicas de la Peste, Buenos Aires: Kier, 2009

Sorderbergh, S., Contagion, 2011

Torre, J., Fiebre amarilla,  1982

Traverso, E., La historia como campo de batalla, México: FCE, 2016