Por Keili González* | Fotos: M.A.F.I.A y Paula Kindsvater
El orgullo se pone en escena cada vez que toma discusión pública la ampliación de derechos. ¿No es el lenguaje acaso una de las formas que posibilitan ´permear´ las estructuras sociales? ¿Por qué la inclusión del lenguaje no sexista imposibilitaría la capacidad de escucha? Las palabras de las nuevas generaciones disidentes están edificando la sociedad del futuro. Y así como lo personal es político, también lo son las palabras para expresarlo.
En primer lugar debemos partir de historizar por qué un Día Internacional del Orgullo. El 28 de junio de 1969, hartas de las constantes razzias y detenciones en el bar Stonewall, las travestis y lesbianas impulsaron las acciones que como un acto de rebeldía contagiaron a toda la comunidad LGBTI+ de Nueva York. Fueron cuatro días de duros enfrentamientos en las calles con la policía que reprimió los cuerpos de trans, lesbianas y gays. Era la época de imposición de un modelo de familia y de normalización cis-hetero de las corporalidades. Las personas, organizaciones y comunidades LGBTI+ de la icónica Stonewall que doblegó el accionar policial, transformó la desobediencia en reparación de derechos.
El clima de época de los convuslionados setentas marcaron un impasse en la historia con fuertes luchas sociales y giros hacia la izquierda en todo el mundo: el Mayo francés, la Primavera de Praga, la rebelión estudiantil, la masacre de Tlatelolco en México, el Cordobazo argentino, entre otras.
El vuelco que tuvo la revuelta de Stonewall dio impulso y visibilizó al movimiento LGBTI+ a nivel global. Y fue esta fecha como símbolo de época, lo que selló la impronta de las discusiones y políticas que hasta la actualidad atraviesan el Día del Orgullo.
Las disidencias sexo-genéricas-afectivas fuimos recuperando espacios como diversidad sexual y luego, más de vanguardia, como disidencias contra el sistema capitalista. Incluso con desigualdades entre países y regiones, durante este último medio siglo, logramos avances. En Argentina, se conquistaron las leyes de Educación Sexual Integral (ESI), Matrimonio Igualitario, Identidad de Género, Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), el Documento No Binario y el Cupo Laboral Trans, por mencionar algunas de las más importantes y que son una referencia para la normativa de la equidad a nivel mundial. Aun así sabemos que no es suficiente porque la igualdad que otorga la ley, no es la igualdad que tenemos en nuestras vidas. Con este artículo quiero centrarme en un tema que ha ocupado la agenda pública y de los medios de comunicación y que ha sido motivo de debate de les politicxs, periodistas, educadorxs y de la sociedad en su conjunto y por eso resulta también relevante debatirlo en el Día del Orgullo y es el uso del lenguaje inclusivo. El lenguaje no es solo una herramienta de comunicación y conexión con otres, con nuestro entorno y con el mundo. El lenguaje es poderoso, dinámico y define la forma en la que vemos el mundo. Identificarnos en nuestros propios términos y que la coexistencia de esas subjetividades sean reconocides con palabras inclusivas, forma parte de la democratización del mismo y en consecuencia del orgullo de esa construcción.
El lenguaje, un territorio en disputa
Hace poco más de dos semanas atrás la Ciudad de Buenos Aires se convirtió en la primera jurisdicción en Argentina en fijar una posición prohibicionista sobre el uso del lenguaje inclusivo en las aulas escolares. El jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta junto con la ministra de Educación, Soledad Acuña, prohibieron -mediante resolución de gobierno[1]– el uso del lenguaje inclusivo[2] en todas las instituciones educativas de gestión pública y privada.
Para poner en contexto este debate es necesario decir que rápidamente el anuncio causó efectos en los sectores más conservadores, tanto del ámbito político como del periodístico, donde se sumaron en la misma sintonía expresiones y manifestaciones de referentes que sostienen la agenda anti-derechos como les periodistas Antonio Laje y Viviana Canosa; o dirigentes políticxs como el ultraderecha y liberal Javier Milei con tuits como “las boludeces del lenguaje inclusivo….ignorancia pura”. A la par, se expresaron otrxs dirigentes del arco político progresista como Juan Grabois que desde una tercera posición pidió correr el eje de la discusión “hacia la alfabetización y la deserción escolar”; y hubo posiciones como las del referente del PO, Jorge Altamira, quien enfatizó que el lenguaje inclusivo sigue siendo una “creación desde arriba” que “responde a una tendencia ideológica. En la otra punta, el ministro de educación de la Nación, Jaime Perczyk, cuestionó la decisión de Larreta y enfatizó que “las leyes no se pueden prohibir” y que sólo podía leerse la medida en “términos electorales” como una discusión ideológica con el espacio que representa Millei.
Una pregunta quedó rondando en el aire ¿pretenden prohibirle a toda una generación las formas de hablarse? Lo cierto es que la prohibición como tal no sólo tiene una perspectiva de odio, sino además una carga de ignorancia. Primero, porque quienes la enuncian saben que es de importancia pero aun así son insensibles ante la realidad de otres; y en segundo lugar, porque parte de la concepción de que nuestra demanda es un “capricho” de las nuevas generaciones, que el punto de partida es la abstracción misma, sin analizar la historicidad de la construcción del lenguaje “hegemonizado”. Y que en síntesis, el lenguaje inclusivo en una forma propia y genuina de habitar el mundo.
El objetivo de toda prohibición, según las formas de la justicia burguesa, machista y patriarcal; es con el fin de “convivir en sociedad” y mantener los estándares de la “vida normal” los cuales apuntan a prevenir un daño, ya sea propio o hacia otres. La prohibición del uso del lenguaje inclusivo no sexista de Rodríguez Larreta –amen o no sus fines electorales– desata el debate sobre las formas institucionalizadas de la invisibilización y la exclusión social: porque sus efectos son radicales y no hacen más que negar la existencia de otras identidades, coartar la libertad de expresión y perseguir desde el aparato del Estado a quienes hagan uso como forma de expresión del lenguaje inclusivo. En este sentido, es un ataque simbólico y político a quienes decidimos construirnos por fuera de la heteronorma.
Las identidades sexo-genéricas-afectivas disidentes sabemos que su empleo no es nada fácil y muchas veces nos resultó incómodo. Nos costó. El lenguaje no sexista como tal es una proclama política, una denuncia a las normas establecidas, una reparación cultural que afecta las trayectorias de vida reales. Por lo tanto, ¿a quiénes daña su uso?
La heterosexualidad como régimen político ha construido todo lo que conocemos hasta ahora en nuestra vida social: las leyes, las instituciones, los simbolismos, los productos y expresiones culturales. En este sentido, no puede dejar de construir heterosexualidad y por eso no puede advertir o decide no hacerlo, en que hay otras posibilidades de vivir. La heterosexualidad como `norma´ nos plantea que es copadísimo –e incluso divertido: por eso existe el bullying, el grooming y otras formas de violencias entre niñes/adolescentes– regodearse en el dolor ajeno provocando formas de acoso y violencias, incluso mucho más cuando es el propio sistema, por ejemplo el educativo, donde se refuerzan las políticas de la invisibilidad como aquello que “no se nombra no existe”.
Algunos de los fundamentos en contra del empleo del lenguaje inclusivo también vienen de quiénes `regulan el uso de la lengua´ como la Real Academia Española desde donde sostienen que “distorsiona el castellano”; “que no se debe imponer”; porque “su uso no le soluciona la vida a las disidencias”; “que el cambio viene solo” y que por lo tanto “discrimina a otras lenguas”. Sin embargo, las personas que defendemos el empleo del lenguaje inclusivo no decimos que otras lenguas, como la lengua de señas, no tienen importancia. Por el contrario, defendemos y salimos a luchar por garantizar su uso e implementación. No se trata de una sí y otra no, se trata de garantizar el derecho a que las personas sean nombradas atendiendo sus particularidades y que en consecuencia, accedan a los derechos fundamentales de la vida en sociedad. Se trata de poner en discusión el orden establecido a través de cuestionar las normas lingüísticas que al menos desde 1918 en Argentina comenzaron a transformarse. Cómo repensar entonces la historicidad de esa construcción.
Mucho machismo en las respuestas
¿Qué implica pensar que hay machismo en la puesta en uso del lenguaje? No podemos dejar de analizar los significantes y los significados en ausencia del contexto que les aporta el sentido. ¿Quiénes estaban habilitados a hablar en la esfera pública?, ¿quiénes construyeron la lengua?, ¿en qué momento de la historia?
El masculino genérico invisibiliza a otras identidades, por eso sostenemos que se ponen en juego factores emocionales basados en una realidad injusta: la lengua tiene algunos problemas y discriminaciones que se dan en ámbitos ajenos a ella. De ese modo, el dominio masculino en la sociedad se presenta como origen del predominio masculino en los géneros gramaticales.
Los cambios de ninguna manera llegan solos y sin ser disputados, esto también nos lo dice la historia. Situar al futuro como si él mismo se instalara por arte de magia para que el presente orden establecido cale sobre las corporalidades disidentes, es excluyente, discriminatorio y violento.
El lenguaje inclusivo no soluciona la vida a nadie, pero hace a este mundo más habitable. Y sin lugar a dudas, el reconocimiento y derecho a ser nombrades debe ir acompañado por políticas públicas a la par de los procesos. Seguimos exigiendo que el Estado nos garantice condiciones de vida y oportunidades dignas como a todes. Queremos políticas públicas concretas y efectivas como la real implementación, sin excusas, del cupo laboral trans del 1% en toda la administración pública y entidades del Estado, el rápido tratamiento de una nueva Ley de VIH, Hepatitis, Tuberculosis e ITS y aprobación de la Ley Integral Trans que incluye educación, salud, vivienda, empleo y una reparación histórica para las personas trans sobrevivientes mayores de 40 años. Ante una violencia y exclusión estructural y sistémica, la respuesta debe ser de carácter integral.
Las travestis, trans y no binaries no estamos en los lugares de decisiones. Y sin nuestras voces no hay democracia por más «centralismo» que digan estar llevando a cabo. Siendo consciente de que las transformaciones sociales no son luchas solitarias, es imprescindible la organización social y de las comunidades de la misma manera que se hizo cuando se pensaron todas las conquistas legales.
Yo no soy una identidad no binaria o de género fluido, soy una travesti y me identifico con «la/ella», pero me basta saber que hay personas que tienen una necesidad de que esa particularidad sea reconocida. ¿Por qué ser tan crueles y desatender esa demanda ´real´ que afecta mi vida así como la de tantas personas? ¿Cuáles son aquellos esfuerzos que exigimos y que resultan en respuestas insensibles a una realidad que no es la de une?
En la actualidad quiénes se oponen, se ajustan como nunca a la Real Academia Española (RAE), pero jamás en mi vida pude ver alguna preocupación lingüística en los mismos términos que aquellos que se usaron para insultarme. Nunca nadie se preguntó si puto, trabuco, trolo, trava, maricón estaba aprobado por la RAE. Entonces, sí, hay temas urgentes que debemos replantearnos. La discusión en su fondo, en general, no gira por la preocupación de la lengua, sino por entender que las identidades disidentes sexo-genéricas-afectivas hemos avanzado en un mundo que nos tuvo en la clandestinidad.
En buena hora, que inundemos las redes, los medios, las aulas y cada espacio lleno de orgullo por los derechos conquistados, por las peleas dadas al grito y portando cuanta bandera con nuestro reclamos y demandas. En buena hora que la sociedad se encuentre un poco cambiada y nos abrace; en buena hora que los medios, a veces, nos den la posibilidad de hablar; en buena hora que podamos comenzar a disputar en política; en buena hora que haya más familias que nos den amor y no nos echen a la calle desde temprana edad; en buena hora que nuestres abueles, padres, madres, hermanes, sobrines, amigues, comiencen a no sentir vergüenza y se permitan querernos, porque no nos fue fácil ni regalado.
Por eso tenemos orgullo de resignificar el dolor como herramienta de lucha, orgullo de conquistar colectivamente espacios de edificación para hacer posible nuestros sueños, orgullo por construirnos en nuestros propios términos, porque nos ha costado muerte, sangre y dolor conquistarlos. Orgullo porque en estas tierras vuelan mariposas, mariposos y mariposes y eso también nos define como sociedad.
*Keili González es
Técnica en Comunicación Social egresada de la FCEDU UNER. Es militante
transfeminista y referente de la disidencia sexo-genérica-afectiva y dirigente
del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).
[1] La decisión de la ministra de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires fue comunicada en la Circular 4/2022 del Ministerio de Educación porteño.
[2] El lenguaje inclusivo es aquel que se vale de la utilización de la “e”, la “x”, la “@” o de otras para neutralizar el género en las palabras y promover un lenguaje inclusivo no sexista que favorezca la diversidad de representaciones e identidades de género. La prohibición en las instituciones educativas en la Ciudad de Buenos Aires afecta a los niveles inicial, primario y secundario.