“Una crisis siempre es un bloqueo de la imaginación”

Por Andrea Sosa Alfonzo*  | Fotos: Archivo personal Alejandro Grimson | Anita Pouchard Serra y Gustavo Roger Cabral

“El futuro no es aquello que va a suceder, sino es el proyecto de construcción colectiva que hilvana, en el contexto general, nuevos horizontes y nuevos modos de andar”, dice Alejandro Grimson en la presentación de la web del think tank “Argentina Futura”, una “caja de resonancia” que pretende pensar y construir el futuro del país. Con él conversamos acerca de esos escenarios posibles y deseables, en el marco de la pospandemia, así como sobre la economía y la política de un país tan fértil como inestable.


Alejandro Grimson** orientó y apuntó algunas dimensiones sobre cómo pensar la salida de la pandemia como asesor Ad Honorem presidencial. Fue catalogado como “el científico preferido de Alberto”, aunque él tiene un perfil mucho más bajo. Es tataranieto de un cura, bisnieto de un pastor protestante y nieto de un rabino y en su biografía de twitter sostiene que apuesta a una “confluencia política y cultural contra el neoliberalismo”. 

–En primer lugar consultarte si considerás que hay un cierto triunfo de los relatos sobre “la crisis” en relación a cómo pensar el futuro. Es urgente pensar lo que sigue, pero al mismo tiempo pareciera impensable, e incluso ese esfuerzo por momentos erosionó cierta imaginación en el trazado del rumbo político ¿Cuáles son las dimensiones que atraviesan esta discusión?

–Hemos vivido dos crisis en los últimos años. Una vinculada a las consecuencias del fracaso económico del gobierno anterior, que terminó especialmente en las mega devaluaciones de 2018 y 2019, que tuvieron impactos terribles en la inflación y en los ingresos. Solamente tres meses después de la asunción del nuevo gobierno, con esa crisis en curso, empezó este fenómeno totalmente insólito, por sus proporciones a nivel global. En el caso argentino, tenemos la particularidad de que vivimos dos crisis, lo que hizo que la economía estuviera más frágil y la sociedad más cansada. En ese contexto, la pandemia golpea. Un fenómeno de crisis, sea cual sea, es un proceso que afecta a nuestros cuerpos, a nuestro lenguaje, a nuestros deseos y, de alguna manera, siempre es un bloqueo de la imaginación. 

–¿Por qué?

–Porque una crisis exige estar muy concentrado sobre la emergencia y el día a día. Depende de qué tipo de crisis suceda, puede estar vinculada a fenómenos económicos, socio naturales o, en este caso, a la combinación de los dos. Desde el punto de vista del Gobierno Nacional, la pandemia sorprendió, por supuesto, pero no lo desorientó. Fue con las mismas convicciones con las cuales había ganado las elecciones, que tomó la decisión de cuidar a la gente y adoptó todas las medidas del fortalecimiento del sistema de salud. Obviamente, en el caso de todas las personas y familias, se postergaron planes, deseos, objetivos. El objetivo era reparar la crisis económica de 2018 y 2019, y eso recién se va a empezar a notar próximamente, porque cuando se miran los números más duros de la situación de la industria, de la economía, de las exportaciones y del crecimiento, está claro que una doble crisis exige una doble recuperación. En algunos casos, hay sectores muy minoritarios de la industria que ya se recuperaron de ambas crisis; existen otros que se recobraron de la crisis de la pandemia porque hoy están produciendo más que antes del COVID-19, pero que les queda todo un camino por transitar; y hay sectores más rezagados, como la gastronomía, el turismo y algunos servicios, que requieren más apoyo por parte del Estado y la solidaridad de todos y todas. 

–¿En qué medida la Argentina debería repensarse en sus formas de gobierno, de construir Estado y elaborar articulaciones que permitan una inclusión de las comunidades en las decisiones?

–Había una discusión que estaba planteada en Argentina acerca de la relación Estado-Mercado. Y quedó muy claro que sin un Estado presente no hay manera de proteger la salud de la población, de reactivar las PyMEs, de cuidar todos los aspectos de la vida. Y mucho menos, hay alguna posibilidad de ampliar derechos, porque eso siempre es tarea del Estado y de las normativas. Eso no quiere decir que no sea necesario e imprescindible que haya procesos fuertes de inversión privada. Por ejemplo, uno de los sucesos más importantes que ocurrieron en la pandemia fue la fabricación de respiradores artificiales por una empresa nacional. Gracias al apoyo del Estado, pudo multiplicar su producción y suministrar respiradores para toda la Argentina. ¿Es sólo un fenómeno privado? No. Pero es una iniciativa de dos hermanos que tuvieron esa empresa. ¿Se podría haber hecho eso sin el Estado? Tampoco, porque el Estado los ayudó muchísimo con créditos, porque hacía falta trabajar tres turnos para tener los respiradores. Y así podría dar muchísimos ejemplos de cómo la cooperación público-privada puede ser muy exitosa, siempre y cuando cumpla la condición de estar orientada a los intereses generales y al bienestar de la sociedad y la ciudadanía. 

–¿Cuál es la tarea fundamental de la Argentina para el futuro en el contexto pospandemia?

–Podríamos desdoblar esa cuestión en dos. Por un lado, estamos trabajando en “Argentina Futura” e hicimos el Foro Universitario del Futuro junto con todas las universidades del país. Participaron más de tres mil científicas y científicos, y a partir de esos aportes establecimos un rumbo que tiene un horizonte de 10 a 15 años. Lo llamamos “un escenario posible y deseable para la Argentina”, y si tuviera que resumir los temas, diría: normalizar la economía; desplegar e impulsar todas las capacidades productivas del país, que son muchísimas; a partir de eso, crecer fuertemente, pero crecer mejor, en un sentido de sostenibilidad ambiental y teniendo en cuenta el problema del cambio climático y la transición ecológica; crecer con inclusión y generación de empleo, porque es un crecimiento que debe beneficiar a todos y a todas; el énfasis en fortalecer los bienes públicos, porque los salarios de nosotros y nosotras pueden subir o bajar, pero tenemos que entender que si hay buen transporte, salud y escuela pública, la situación está mucho menos atada a los vaivenes de cualquier crisis internacional que pueda afectarnos. También, obviamente, avanzar en todos los temas de derechos de las mujeres y de las diversidades y géneros. Y especialmente, retomar la defensa y profundización de la democracia, en un contexto global donde vemos situaciones de amenazas y erosión a los procesos democráticos, cuando en Argentina estamos viviendo el período más largo de vida democrática. 

–¿Cuál es tu lectura sobre una cierta apatía política y desconfianza en los partidos políticos que se percibe socialmente en este último tiempo?. Y, ¿cómo hay que pensar este escenario para revertirlo?

–Creo que una crisis de estas proporciones siempre genera malestar, en todos los sentidos de la palabra. No sólo económico, sino también malestar psicológico, en la subjetividad y en las relaciones. Lo que vos planteás tiene que ver, por un lado, con que hay una gran decepción del gobierno anterior, por el fracaso económico que ya vimos y el incumplimiento de las promesas más elementales, vinculado a las políticas que ellos mismos implementaron. Por el otro, ahora mucha gente ve que el gobierno nacional cuidó, trajo las vacunas e hizo un esfuerzo, pero que hoy no estamos mejor que cuando asumió este mandato. Y eso genera mucha frustración. Además, los medios hegemónicos tratan de construir a la pandemia como un fenómeno argentino. Las políticas del gobierno nacional no fueron suficientes con un Estado fragilizado por la situación anterior. Mitigaron y redujeron el daño, eso se logró. Ahora se empieza a transitar una nueva etapa. 

–¿Y cuál sería esta nueva etapa?

–Porque ya estamos viendo los signos de la recuperación económica, de la actividad y del trabajo. Sabemos que eso no llegó a todos los lugares de la Argentina, porque hay situaciones distintas en diferentes sectores, pero mientras avanzamos con la vacunación, también van a ir sumándose cada semana más hogares a este sentimiento de recuperación, que va a ser un proceso inclusivo. Por eso lo llamamos “La vida que queremos”, porque tiene que ver con las cuestiones más básicas de la económica y del trabajo, pero también con poder volver a encontrarse y abrazar a los seres queridos, disfrutar de un asado o de ir a la cancha de fútbol o a un recital, que también son cosas importantes en la vida. Yo lo veo con mis amigos y amigas, cuando conocemos a una persona que pasó por una enfermedad seria, muchas veces hemos visto como, cuando se cura, dice: “Hay cosas que ya no quiero volver a hacer, no quiero seguir viviendo de la misma manera que antes”. Ahora que estamos saliendo de la pandemia, también tenemos que preguntarnos cuáles son las cosas que no queremos volver a hacer y cuáles son las que más valoramos. 

–Cuando comenzó la pandemia hubo una serie de disputas en relación a cómo se iban a definir las narrativas sobre lo que estaba ocurriendo. Algunas de ellas planteaban escenarios como el complot y el caos, otras se apoyaron en observar el desequilibrio de la humanidad en relación a su hábitat, así como también hubo corrientes que señalaron que había que leer la crisis planteada por el COVID-19 como un “significante vacío que los proyectos políticos cargaban de significación discursiva” en esta línea encontramos a autoras como Rita Segato, por ejemplo. Tras un año y medio, ¿cuáles crees que son esos desafíos hacia adelante y qué relatos serán los que van a predominar?

–Ahora lo que se va a definir es si uno quiere salir de la pandemia para adelante o para atrás. Lo que se propone hacer es muy simple de entender: encender la economía completamente, poner toda la producción al servicio del Estado y volver a generar trabajo de una manera que permita reducir todas las desigualdades de las que hablábamos antes. Es muy clara cuál es esa vida que queremos, y está definido el pasado: la timba financiera, el industricidio de 2016 a 2019 –es decir Argentina destruyó su capacidad industrial durante este período y en cambio en pandemia la industria creció–, y así podríamos repasar otras cuestiones como la deuda irresponsable que se tomó con el FMI. Es importante no volver a ese pasado y empezar a construir ese futuro que la pandemia postergó.

–Me voy más atrás para referir que previo a la llegada de la pandemia, el mundo se enfrentaba a una escalada de los discursos de odio, xenofobia, misoginia y racismo de la mano de expresiones de derecha o antidemocráticas, y vimos incluso como avanzaban tales electoralmente ¿Cómo hay que contrarrestar el avance de esas fuerzas? ¿Es valiosa la coordinación de esfuerzos económicos y sanitarios que hizo Argentina durante la pandemia?

–El fenómeno del crecimiento de los movimientos de ultraderecha y de movimientos del odio es global y empezó hace muchos años, en América y Europa, con avances muy significativos. Mi interpretación es que las dos crisis, en el caso argentino, son un terreno fértil para que surjan ese tipo de movimientos. Sin embargo, la Argentina mantiene firme el contrato de que no puede haber violencia política, por la experiencia específica de la democracia argentina. Cuando fue el famoso “2×1”, la sociedad salió masivamente a la calle y cambió la decisión. Más allá de las opiniones políticas de cada quien, todos y todas tenemos la obligación de proteger ese contrato democrático, que es el respeto a la pluralidad. Obviamente va a haber controversias, pero nosotros vamos a afirmar todos los procesos que están vinculados al crecimiento, la redistribución y ampliación de derechos. Y digo crecimiento, porque sin eso la redistribución es una quimera. Necesitamos crecer, pero ahora se plantea el desarrollo en un contexto de transición ecológica. Crecer implica pensar en la justicia social, la igualdad de géneros y la justicia ambiental. En el mundo y en Argentina no sólo hay una distribución desigual de los bienes, sino también de los males. 

–Hablas de justicia social y me hace pensar en un nuevo paradigma. Hay una serie de teóricas que vienen hablando de que la pandemia puso luz sobre algo que ya venía ocurriendo, acerca de una crisis entre lo público y lo doméstico. De hecho, se mencionó que Alberto Fernández hizo una gestión doméstica de la Nación, porque fijó el cuidado como una cuestión de Estado. A la vez, quedó en evidencia que la subsistencia de las poblaciones en los territorios es una responsabilidad que fue asumida colectivamente, trazada en redes y en comunidad. Y que la politicidad femenina tomó un rol muy destacado, no sólo en torno a la violencia cometida sobre las mujeres, disidencias e infancias, sino que además organizó los territorios frente a la crisis económica y social. ¿Qué creés que va a quedar de todo ese saber acumulado? 

–Necesitamos que quede explicitada y reivindicada la economía del cuidado. Esto ha sucedido en otros momentos, como en la crisis del 2001 y 2002. Pero Argentina y los/as argentinos/as no hubiéramos podido transitar este proceso sin miles de cuidadoras a lo largo y ancho del territorio. Mujeres que cocinaron, protegieron y se hicieron cargo en situaciones difíciles. De la misma manera, hoy la Argentina no podría vacunar a este ritmo sin miles de vacunadoras. También hay vacunadores, pero hay un tema de proporciones que tenemos que enfatizar. Necesitamos avanzar en políticas públicas que estén atravesadas por la perspectiva de género, entender la incidencia que tienen las tareas de cuidado, remuneradas y no remuneradas, en la vida social y política. Se trata de comprender que aquello que necesite ser sostenido, tiene que ser puesto no en un lugar de emergencia, sino con otra visibilidad e institucionalidad. Tiene que tener otro tipo de reconocimiento. 

–Si pensamos en cómo circula la palabra y cómo se construye la conversación pública en nuestro país, ¿de qué forma creés que podemos superar los modos en los que se ha trazado la conflictividad en Argentina? Me refiero a “la grieta” y a distintas metáforas. ¿Cómo podemos pensar en otra forma, que supere la lógica de conflictos entre los partidos y pueda traducirse en un espacio donde también participe la ciudadanía? 

–La democracia exige acuerdos y conflictividades. Hay procesos y derechos que implican niveles de conflicto, que no involucran violencia. Cuando las mujeres exigen que se reconozcan y amplíen sus derechos, hay un conflicto democrático. Lo pueden hacer migrantes o diversidades, o grupos de distintos tipos. Cuando hay una huelga, hay conflictividad, y está reconocida en la Constitución Nacional. Una paritaria, en general, implica conflictividad y después acuerdo. En algún momento los actores se ponen de acuerdo, y lo mismo sucede con la democracia. Nosotros tenemos este gran acuerdo, que llamamos el “Nunca más”. Pero necesitamos comprender que la conflictividad no es algo negativo, es inherente a la vida democrática. También tenemos que entender que la Argentina necesitaría construir otros “Nunca más” para no volver a vivir situaciones que ya hemos atravesado demasiadas veces, como la destrucción económica, el endeudamiento que hipoteca a generaciones. La Argentina podría madurar, en todos los sentidos, si lograra construir algunos nuevos “Nunca más”. Y esos “Nunca más” probablemente no sean por unanimidad, pero sí requieren de grandes mayorías. 


*Andrea Sosa Alfonzo es Lic. en Comunicación Social por la UBA. Se especializa en Comunicación Digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación.

**Alejandro Grimson es Doctor en Antropología por la Universidad de Brasilia, investigador principal del CONICET y licenciado en Comunicación por la UBA. Actualmente es asesor Ad Honorem del presidente Alberto Fernández. Entre otros libros, escribió Mitomanías argentinas y Qué es el peronismo, dos obras fundamentales para entender la Argentina de hoy y, claro, de mañana.