Por Ana Laura García Presas* | Arte: Valeria Salum**
Desde el regreso de la democracia el activismo feminista denunció que el aborto es una práctica tan extendida como negada. Desde entonces, esta praxis política de construcción de una memoria generizada, buscó ‘dar voz’ y ‘ponerle un rostro’ a esta realidad a través de testimonios, vivencias y circunstancias de vida singulares que desafiaron las nociones clásicas de dolor, angustia y pesadez. No eran confesiones desde la culpa, sino que representaban un desafío: una consigna.
A finales de 2020 la Interrupción Legal del Embarazo se transformó en ley en Argentina. La historia de esa conquista pone en escena una lucha de más de 40 años, en los que con las consignas “lo personal es político” y “mi cuerpo es mío”, el feminismo desplegó una praxis política orientada a subvertir la dominación de género, desnaturalizar la maternidad como destino inexorable de las mujeres, visibilizar los embarazos no deseados y los abortos clandestinos y reivindicar el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y sus proyectos de vida.
Luego de un impasse obligado por la dictadura militar, desde la recuperación de la democracia el activismo feminista denunció que el aborto es una práctica tan extendida como negada; que su ilegalidad y clandestinidad exponen a las mujeres a riesgos para la salud y la vida y que su invisibilización ahoga las historias de las mujeres que han transitado esa experiencia. Visibilizar los abortos propios se transformó entonces en una estrategia para construir un pasado silenciado y un futuro más inclusivo y plural.
En este texto se exploran las campañas “Yo Aborté” en Argentina, intentando reconstruir la genealogía –parcial, necesariamente- de esta lucha, hilvanar los retazos y las voces que le dan cuerpo y los sentidos pasados y presentes que aporta.
Estrategias de visibilización
En 1969, a partir de los conflictos generados por la persecución de la policía a la comunidad LGBTIQ de Nueva York conocidos como la revuelta de Stonewall, se conformaron grupos activistas LGBTI que resistieron y organizaron manifestaciones bajo la consigna de “salir del closet y tomar las calles”. Estas estrategias de visibilización tuvieron por objetivo darse a conocer y apropiarse del “orgullo gay” como forma de luchar por el reconocimiento de la diversidad sexo-genérica. Este tipo de manifestaciones fueron rápidamente adoptadas por otros movimientos sociales que luchaban contra el orden social dominante: movimientos pacifistas, antirracistas, estudiantiles, anticolonialistas y, por supuesto, de mujeres.
Rápidamente, el movimiento de mujeres comenzó a hablar públicamente de sus abortos, a decir «Yo aborté” como bandera de lucha y orgullo. En 1969, fueron las activistas de la colectiva New York Radical Women (NYRW) las primeras en testimoniar sobre sus abortos. Unos años después, en 1971, feministas francesas se sumaron al grito de orgullo como una consigna que desafiaba las identificaciones de género y el orden de la sexualidad. En un manifiesto del Movimiento por la Liberación del Aborto y la Contracepción (MLAC) 343 mujeres declararon haber abortado, denunciaron la clandestinidad de la práctica y reclamaron su legalización.
“Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Ellas lo hacen en condiciones peligrosas debido a la clandestinidad a la que son condenadas cuando esta operación, practicada bajo control médico, es una de las más simples. Se sume en el silencio a estos millones de mujeres. Yo declaro que soy una de ellas. Declaro haber abortado. Al igual que reclamamos el libre acceso a los medios anticonceptivos, reclamamos el aborto libre” (Manifiesto de las 343, 1971).
El manifiesto, redactado por Simone de Beauvoir y conocido como el “Manifiesto de las 343”, fue firmado por feministas blancas, mujeres famosas y destacadas en los campos de las artes, el cine, el teatro, la literatura y las ciencias. El manifiesto incentivó, a su vez, la publicación de un manifiesto de 331 médicos que declaraban haber practicado abortos y se proclamaban a favor de interrumpir los embarazos en hospitales públicos. En 1975 Francia legalizó el aborto.
En nuestro país se replicaron numerosas campañas “Yo aborté”. Los formatos, los contenidos y la forma de presentar los sujetos generizados cambió a través del tiempo, pero el objetivo siguió siendo el mismo: sacar al aborto voluntario del closet.
“Decir «Yo aborté” como bandera de lucha y orgullo tiene historia. Entre las neoyorkinas y las guarras francesas, que dieron el puntapié inicial, llevamos cuatro décadas de salir del clóset… es una incitación para seguir dando la cara, mostrar nuestros propios abortos e insistir en la conquista del derecho al aborto voluntario” (Bellucci, 2017).
La primera manifestación tuvo lugar en 1989 y contó con el auspicio de la Comisión por el Derecho al Aborto. Consistió en una “Carta al gobernador de la provincia de Buenos Aires” publicada en la Revista Sur en apoyo a una mujer embarazada producto de una violación que demandaba a la Justicia su derecho de abortar en un hospital público. Aunque el derecho fue negado, la carta le dio visibilidad al tema y logró, por primera vez, instalarlo en el ámbito de lo público.
En el año 1993, la Revista Humor publicó una entrevista a la actriz Graciela Dufau quien relataba su experiencia de aborto bajo el título “Yo aborté”. Nuevos relatos se hicieron públicos en 1994, cuando la Revista La Maga publicó un extenso informe sobre el aborto en el marco del enfrentamiento entre agrupaciones feministas y el gobierno de Carlos Menem por el intento de éste de incluir una cláusula de defensa de la vida desde la concepción en la reforma de la constitución. La nota planteaba el interrogante sobre el valor político de testimoniar la práctica del aborto y presentaba las posiciones de las mujeres frente a preguntas sobre el tema. Actrices, escritoras y políticas condenaban en forma unánime la iniciativa presidencial, coincidían en la necesidad de un amplio debate sobre el aborto y su despenalización y expresaban que sumarían su confesión a una manifestación colectiva.
Tres años después, el 10 de diciembre de 1997, la revista Tres Puntos publicó un número con el título “Por primera vez veinte mujeres se atreven a decir: Yo aborté”. La nota aparecía unos meses después de una similar publicada en una revista brasileña en la que 60 mujeres decían “Yo aborté” en repudio a una visita del Papa. En la publicación argentina eran 20 mujeres “famosas” y, por primera vez, también “anónimas”: actrices, cantantes, directoras de teatro, sociólogas, abogadas, psicoanalistas, políticas y mujeres de barrios populares, sumaban sus testimonios. Una de las participantes, unos años después contaría:
“En 1997 no era fácil asumirlo, pero esa idea ya había formado parte de campañas a favor del aborto en otros países con el mismo carácter selectivo. Aceptaban el reto profesionales, intelectuales, mujeres de clase media insospechadas de haber cometido un crimen, que se hermanaban así con mujeres excluidas socialmente, pobres y sufridas, condenadas a abortar sin tregua en condiciones inenarrables y siempre con riesgo de muerte” (Bellucci, 2017).
En la portada aparecían fotos de mujeres ‘dando la cara’. En la nota, aportaban testimonios, vivencias y circunstancias de vida singulares. Las fotos desafiaban las nociones clásicas de dolor, angustia y pesadez que envuelve el abordaje de la problemática y lo enunciado no era una confesión culpable, sino un desafío, una consigna.
En 1999, la ex-esposa del entonces presidente Carlos Menem brinda una entrevista a Página/12 en la que relata su experiencia. El “Yo aborté” de Zulema Yoma se inscribió en las disputas de campaña con miras a las elecciones presidenciales para el mandato 1999-2003, campaña en la cual la candidata opositora era criticada duramente por haberse manifestado a favor de la despenalización del aborto mientras que el candidato oficialista se presentaba como “defensor de la vida por nacer”. Zulema denunció el cinismo de gran parte de la sociedad argentina y aportó un nuevo testimonio en pos de correr los velos que pendían sobre el aborto: “No voy a ser cínica. Yo tuve un aborto. Me lo hice porque Carlos Menem me apoyó. Él estuvo de acuerdo… y toda esta campaña sobre el aborto es una gran hipocresía”. (Carbajal, 1999).
Unos días después, el Suplemento Radar del diario Página/12 publicó un artículo con testimonios de 9 mujeres titulado “Yo aborté”. Las mujeres que “daban la cara” eran nuevamente mujeres profesionales o artistas, de clase media, que habían abortado en distintos momentos de sus vidas y en condiciones más o menos seguras. El padrón de las “revelaciones atrevidas”, no obstante, se ampliaba lentamente. En la mayoría de los relatos se planteaba el cinismo de la clase política que no implementa las políticas públicas a las que se ha comprometido con la firma de tratados internacionales y la preocupación por los riesgos diferenciales a los que se exponían las mujeres pobres.
“Interrumpir un embarazo nunca es un deseo ni puede considerarse una decisión tomada en libertad. Recuerdo cuando me hice un aborto y mi mamá me acompañó, la sensación de delito, de que nos seguían por la calle al salir del consultorio… Cuando murió un soldado, el Presidente determinó que el servicio militar no fuera obligatorio. ¿Cuántas mujeres tienen que morir para que se despenalice el aborto?” (Moreno, 1999a)
A la semana siguiente, el mismo diario titulaba: “Yo la acompañé. Hombres y abortos”. La nota rescataba testimonios de varones actores, escritores, políticos, en su condición de compañías en el momento de resolver un aborto. Sus posicionamientos frente a la experiencia, a sus consecuencias psíquicas, el derecho del varón a participar en la decisión, la injusticia de la clandestinidad y la hipocresía de los políticos eran algunos de los tópicos.
A fines de 2004, la Red Informativa de Mujeres de Argentina (RIMA) lanzó la Campaña “Yo aborté”. Recuperando “el manifiesto de las 343 zorras”, una integrante de la red envía su testimonio de “yo aborté” y propone a sus compañeras compartir sus experiencias. Poco a poco, mujeres de la lista fueron compartiendo sus experiencias comprendiendo que no las podían meter presas a todas.
“Pequeños actos, grandes relatos, experiencias, vivencias que, sumados, van mostrando la dimensión de un verdadero problema social que nos afecta específicamente a nosotras: la penalización y la ilegalidad del aborto, no el aborto en sí, no el acto de interrumpir un embarazo no deseado, sino la clandestinidad, la ilegalidad, el silencio, el miedo, el sometimiento a algo no deseado y no deseable en algún/todo momento, la necesidad de concretar una decisión que transcurre en nuestros cuerpos y en nuestras vidas.
Ya han hablado mucho por/de nosotras, ya han teorizado mucho sobre lo que transcurre en nuestros cuerpos, ya nos han dicho mucho qué y cómo debemos sentir un aborto o un embarazo, o nuestra vida sexual.
Me parece un paso fundamental empezar a escucharnos y comprender cómo sintió verdaderamente la otra, hasta para registrar cómo sentimos nosotras mismas.
Así que las invito a descubrirnos, a descubrirse… después de todo, a pesar de la “Santa Inquisición”, las brujas seguimos existiendo!” (RIMA, 2004)
A diferencia de las campañas anteriores, se trató de un número significativo de manifestaciones personales, de mujeres con diversas situaciones de clase y de género no caracterizadas por ser figuras públicas, que enviaban sus testimonios. Profesionales, intelectuales, amas de casa y estudiantes, de distintas edades y lugares diversos, desafiaron la mudez de la intimidad y se propusieron testimoniar sobre sus abortos.
Años más tarde, la revista Baruyeras, mantuvo entre 2008 y 2010, una columna llamada “Historias inauditas”. En ella, una diversidad de mujeres testimoniaban en torno a sus experiencias abortivas.
Llevando las campañas de visibilización al género documental, en el año 2013 se estrenó “Yo aborto. Tú abortas. Todxs callamos”, en el cual 7 mujeres -incluida la directora- provenientes de distintas clases socioculturales reflexionan sobre sus experiencias de abortos clandestinos, las vivencias en sus cuerpos y buscan transmitir una mirada renovada y desestigmatizante de la temática.
Otra apuesta de visibilidad y orgullo fue la nota “Poner el cuerpo”, publicada en el suplemento Las 12, de Página12 en marzo de 2013. Escrita por María Mansilla, volvió a inscribirse en la tradición feminista del “Yo aborté”, pero esta vez relatando las experiencias con el uso del misoprostol, la píldora que permitió el acceso al aborto seguro, autogestionado y sororo que propone el movimiento socorrista. Reunió seis revelaciones de diferentes espacios ya sea por edad, clase social y residencia.
En 2018, en el contexto del debate parlamentario del proyecto de legalización del aborto que la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito presentó por séptima vez desde 2005, una nueva nota periodística retomó el legado del “yo aborté” y publicó las historias de 18 mujeres. Al mismo tiempo, en las redes se multiplicaron los perfiles y hashtags que contenían el “Yo aborté”, democratizando los lugares de enunciación y produciendo una irrupción de voces tradicionalmente silenciadas. Ante los ataques que sufrió una de las mujeres testimoniantes, la Campaña emitió un comunicado solidarizándose y actualizando la forma de nombrar a las y los sujetos generizados y la situación de opresión en que se encuentran, seguidos de un claro agenciamiento basado en la sororidad y la defensa de los derechos.
“Las palabras de Muriel Santa Ana reflejan una realidad en la vida de las mujeres y personas trans con capacidad de gestar, reflejan que el aborto entre nosotras es algo habitual, sin mayores tapujos. Los silencios y disciplinamientos que pretende imponer este sistema heteropatriarcal y capitalista no evitan que nos organicemos para decidir sobre nuestros cuerpos. Las redes de sororidad y la lucha por nuestro derecho a elegir cuándo continuar o no con una gestación, cuándo ser madre y ejercer nuestra autonomía”. (Campaña, 2018)
Memoria y género
La memoria es un proceso presente que produce el pasado. Es un proceso cargado de disputas por los sentidos de aquello que se recuerda, de los sujetos e imaginarios sociales que ingresan en su registro. La memoria oficial, se sabe, se construye para mantener el orden social dominante y encerrar en el olvido aquello que lo desafía. Las memorias generizadas, por el contrario, son parte de esas historias subalternas que desafían el silencio y la exclusión.
Las prácticas de memoria, entre las que se incluyen las campañas “Yo aborté” buscan recuperar las voces pequeñas silenciadas, hilvanar “memorias sueltas” en procesos históricos significativos y hacer posibles articulares identitarias como las de “las nietas de las brujas que no pudieron quemar”, “las hijas de las locas de pañuelos blancos”, “las madres de las pibas de pañuelo verde”.
Esta breve historia de las campañas “Yo aborté” buscó mostrar una dimensión no siempre contemplada de la lucha, la referida a las prácticas de memoria que buscaron visibilizar los relatos excluidos de las historias oficiales de la sexualidad, la reproducción y la maternidad, sobre todo, que desplegaron formas de agenciamiento político y discursos sobre el pasado y el presente que abrieron espacios de fuga para la reconfiguración de las identidades genéricas.
*Ana Laura García Presas es Prof. Asoc. Ordinaria de Antropología en la Lic. en Enfermería, FCS-UNER.
**Valeria Salum es artista visual, feminista. Es Secretaria del Museo de la Mujer Argentina.
Este artículo forma parte del Dossier «La potencia de nombrarnos. Feminismos, politización y diálogos» RIBERAS, junio 2021.