El próximo año se conmemora el primer centenario de la Reforma Universitaria. Es preciso contextualizar aquéllos acontecimientos para pensar la Universidad hoy y la que vendrá.
Por Alejandro César Caudis*| Fotos: Tadeo Bourbon y Colectivo Manifiesto
El siglo XX se inicia con una serie de transformaciones que conmoverían para siempre al mundo y, en la Argentina, son momentos en que se viven las primeras protestas sociales, la primer elección presidencial con voto universal y secreto y el ascenso al poder de la clase media, entre muchas otras transformaciones.
Es en esa coyuntura que, a fines de 1917, en la Universidad Nacional de Córdoba –la primera de nuestro país– las autoridades deciden modificar el régimen de asistencia a clase y cierran el internado del Hospital de Clínicas. Ese hecho puntual dio lugar a que los estudiantes se movilizaran y crearan un “Comité pro Reforma” que, en marzo de 1918, terminaría declarando la “huelga general estudiantil”. Ante este hecho el Consejo Superior de la universidad cordobesa adopta decisiones drásticas llegando, incluso, a clausurarla.
El 15 de junio de 1918 debía llevarse a cabo la Asamblea Universitaria para designar nuevo Rector pero ese acto se vio interrumpido por los estudiantes quienes desalojan a los asambleístas y proclaman: “La Asamblea de todos los estudiantes de la Universidad de Córdoba decreta la huelga general”.
La Reforma Universitaria viene así a cuestionar al sistema universitario al que denuncia como conservador ya que no sólo algunos –los más privilegiados– eran los únicos en condiciones de acceder a los estudios superiores sino que, además, los profesores se conducían como si fuesen una ‘casta’ que reproducía un tipo de enseñanza con planes de estudios considerados obsoletos.
A pocos días de esos hechos, se publica el Manifiesto Liminar que se titula “La Juventud Universitaria de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica” que inicia con un provocativo llamamiento: “Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan son las libertades que nos faltan”.
Ese movimiento constituyó una gran oleada con amplias repercusiones, tanto en el campo socio-político como en el pedagógico, a la vez que su influencia se extendió no sólo a nuestro país sino que se desperdigó también en el extranjero.
Desde entonces, la Universidad va a adquirir ciertas notas que la identifican incluso hasta nuestros días, tales como asistencia y docencia libre, periodicidad de cátedra, cogobierno, integración con la sociedad, gratuidad, no limitación al ingreso, agremiación estudiantil y, por supuesto, autonomía universitaria.
A propósito, es de destacar que la Constitución Nacional vigente, haciéndose eco de aquéllas resonancias, va a consagrar en su artículo 75 inciso 19 que deben garantizarse los principios de gratuidad y equidad de la educación superior y la autonomía y autarquía de las Universidades Nacionales.
Como puede advertirse, aquéllos postulados continúan vigentes a pesar del tiempo transcurrido, no sólo por haber sido así declarado en términos jurídicos sino que, más aún, esas proclamas perviven en las prácticas cotidianas que sustentan el quehacer universitario. La participación estudiantil en los órganos de gobierno, el régimen concursal como baluarte del ingreso a la docencia, la gratuidad de los estudios, el ingreso irrestricto, la docencia, investigación y extensión como fines principales de las instituciones universitarias son, entre muchas otras, consecuencias directas de la Reforma.
Ahora bien, los sentidos dados a cada uno de estos y otros frutos de la Reforma no son sedimentos cristalizados sino, por el contrario, son territorios en constante disputa donde surgen tensiones que llevan, en cada acto, a resignificarlos.
Existen cuestiones acuciantes en la actualidad de la universidad argentina. Temas tales como calidad de la enseñanza, régimen de acreditación de saberes mediante mecanismos homogéneos, las constantes diatribas presupuestarias, algunos mecanismos de internacionalización, la forma en que se establecen las prioridades de la Educación Superior y, fundamentalmente, los mecanismos de generación del derecho universitario –incluyendo en esto el reconocimiento explícito de la autonomía y autarquía de las universidades–, son sólo algunos de los aspectos donde los debates actuales remiten a las proclamas reformistas.
El desafío, entonces, es todo nuestro. Pero no sólo de aquéllos que tuvimos y tenemos la oportunidad de estudiar, graduarnos y/o trabajar en la universidad sino de la sociedad en su conjunto porque si hay un gesto que es preciso rescatar de aquéllos acontecimientos históricos es la fuerte e inescindible vinculación establecida entre universidad y sociedad que no deja de interpelarnos aun hoy.
Y es en el cruce de esos ámbitos donde los sentidos disputados se vuelven relevantes y adquieren significación para el presente y para el por-venir. Porque la Reforma Universitaria no es un mero hecho histórico sino, por el contrario, una configuración que, permanentemente, debe ser re-creada.
*Abogado. Especialista en Derecho Administrativo y en Docencia Universitaria. Doctor en Educación. Docente de la Universidad Nacional de Entre Ríos.