“La lengua no es una cosa privada”

Por Clara Chauvín* y Andrea Sosa Alfonzo** para la Serie Juntas | Fotos: Archivo personal Gabriela Cabezón Cámara | Ilustración: Martín Bianchi

Mientras las mujeres argentinas ganan protagonismo en la escena literaria contemporánea, Gabriela Cabezón Cámara insiste en que escribir es tan apasionante como leer. A veces, fiel a esta época, lo hace ‘prendida fuego’. Sostiene que dejarse atravesar por la lengua es la posibilidad también de permitirnos que el mundo nos interpele con todas sus tensiones y contradicciones.


Gabriela Cabezón Cámara, nació en Buenos Aires en 1968 y hoy es una de las protagonistas de la escena literaria argentina y latinoamericana. Luego de estudiar Letras en la UBA, se dedicó al periodismo cultural. Sus primeras publicaciones fueron relatos cortos en antologías, hasta que su consagración llegó en 2009 con la impactante novela La virgen cabeza. Luego le seguirán títulos como Le viste la cara a Dios, Romance de la negra rubia y Las aventuras de la China Iron, una reescritura del Martín Fierro que fue finalista en premios internacionales. 

Sostiene que forma parte de una generación “que intenta elastizar el universal para que no sea tan excluyente: que no sea sólo varón, de procedencia europea, heterosexual y burgués”. Se encuentra entre las escritoras más nombradas de los últimos años que a diferencia de otras épocas, están tomando una nueva relevancia dentro del mercado editorial. Gabriela asegura que esto es algo que sucede casi espontáneamente: “Creo que se desprende de toda la marea verde. Primero hay una percepción de que se puede, que vos mujer o disidencia, también podés. Y por otro lado hay más interés en la sociedad, ya no te descartan por ser autora, o por lo menos no todos». Y a pesar de que «hay bastante resistencia en algún sector de la literatura a esta emergencia, también hay mucha alegría por la aparición de nuevas actoras”.

Durante su infancia estuvo inmersa en el mundo de la lectura y nos cuenta que se “sentía bien, era una especie de espacio paradójico en el que se podía tener millones de aventuras, y sin embargo estar a salvo de todo, incluso de la hostilidad doméstica». Según Gabriela, proviene de «una familia proletaria: mis viejos tenían sus cosas, pero también tenían un deseo de progreso, entendido como movilidad social. Entonces me dejaban en paz cuando leía. No conocí a ningún escritor, hasta ya siendo adulta. En mi casa no había ningún registro de lo que era literatura. Tenía alguna idea de que había una diferencia entre ficción y realidad, por supuesto, pero no tanta. Por entonces, creía que había algo en la vida de los autores que se relacionaba directamente con las cosas que escribían. Pensaba que era una vida buenísima, que podía salir en barcos de piratas, quedar en islas desiertas o hablar con genios de lámparas. Después me enteré que era un embole el ser escritor”.

-¿Cómo definirías el oficio de escribir? 

-Es difícil definir el oficio de escribir porque la definición es tautológica, el oficio de escribir, es escribir. Es un deseo enorme que te lleva a hacerlo porque después no hay nada en el mundo, por lo menos en este mundo que habitamos nosotres acá en el sur global, que te aliente.

No sólo no pasa nada si escribís un libro más o no lo escribís, sino que además es algo que tenes que hacer contra turno, después de los trabajos remunerados con certeza. Es un gran deseo y las dificultades para llevarlo a cabo creo que son muy evidentes.

También la representación de clase: el otro día leí una una nota que decía que en el Reino Unido sólo el 16% de les artistas -hablando de toda de toda índole como actores, pintores performers, escritores, cantantes, músicos- provenía de clase trabajadora. Y esto en el Reino Unido, donde la clase trabajadora la pasa bastante mejor que acá. Entonces también hay una cuestión de sentir que uno lo puede hacer o no. Yo por algún motivo sentía que podía igual, pero creo que mucha gente piensa que no se puede, que eso no es para ellos. En ese sentido podemos hablar de personas que pertenecen a las clases trabajadoras, que ahora hay muchísima gente que no tiene trabajo, y además los trabajos son remunerados con cosas miserables menores a la canasta de pobreza. Pensemos, por ejemplo, en la instalación de las travestis en la escritura que recién ahora, con Camila Sosa Villada, está teniendo una situación de consagración general. Me parece que todo eso hace que el oficio de escribir tenga sus bemoles y hay que trabajar para que todas las personas, cada una de las personas, sienta que puede; porque lo cierto es que puede. Para escribir hay que leer y escribir, nada más. Y tener muchas ganas.

-En tu narrativa está muy presente la realidad y el lenguaje de los sectores populares más vulnerables, que se encuentran en los márgenes. ¿Cuál ha sido tu inspiración para crear estos personajes?

-Toda escritura es alguna manera una reescritura; por otra parte toda escritura, en algún sentido, tiene alguna relación con la biografía del autor. Una relación no directa, no transparente, que no tiene nada de espejo, pero sí tiene algo que ver con ciertas emociones o con ciertas reflexiones. Después toda escritura tiene que ver con el mundo y con el momento histórico en el que en el que acontece. Como todo, no hay nada fuera de la historia.

Escribir también es como dejarse atravesar por un montón de cosas; escribir es dejarse atravesar por la lengua y la lengua no es una cosa tuya, privada, de tu invención. La lengua tiene miles de años de historia, viene con millones de corrientes y tensiones políticas, sociopolíticas, económicas, étnicas. Nosotros somos un continente cuyo rasgo más saliente es la herida de la conquista y de la colonialidad, de la que no salimos nunca.

Es muy difícil decir sobre qué se hace algo -un objeto cultural-, de millones de cosas se hace. El autor tiene que ver en el sentido de que algo de su subjetividad queda ahí, pero es una pequeña modulación. Es más dejarse atravesar que ser uno mismo. Por eso muchas veces pasa que uno puede seguir leyendo los libros, o pensar que es mucho más interesante leer un libro que charlar con un autor o con una autora, porque en el libro pasan cosas que no pasan en el autor. Entre otras cosas, que el libro se encuentra con la cosmovisión de alguien más que es el lector, y lo que ocurre, sucede en ese encuentro. Pero además lo que sale de un trabajo creativo no es absolutamente controlado por el autor. Entonces es complicado decir de dónde salen las cosas.

Desde la bella durmiente hasta la historia de la trata

En 2011 publicó la nouvelle Le viste la cara a Dios, un relato mordaz, narrado en segunda persona, que aborda la problemática de la trata de personas con fines de explotación sexual. La obra está dedicada a “ la aparición con vida de Marita Verón y de todas las nenas, adolescentes y mujeres esclavas de las redes de prostitución”. En 2013 fue lanzada en formato de novela gráfica, ilustrada por Iñaki Echeverría. La historia fue pensada a partir de una convocatoria que hizo una editorial digital de España que invitó a escritores y escritoras iberoamericanos/as a crear nuevas versiones de clásicos de la literatura infantil. En el caso de Gabriela, le tocó reversionar La bella durmiente. Es ahí que crea a la protagonista de esta historia, una joven atrapada en un prostíbulo donde es violada y torturada. “Cuando me tocó La bella durmiente dije: ¿qué escribo? Es una mina que se la pasa durmiendo cien años, presa de una maldición, en una cama. Entonces pensé: ‘una mujer que está encerrada y en una cama’ es una mujer en situación de trata, es decir esclavización sexual con fines de lucro para algún proxeneta y para toda esa cadena que llega hasta no sabemos dónde, hasta los poderes ejecutivos de todos los lugares porque eso sólo puede existir si la Policía, lo permite. Primero pensé en escribirlo en primera persona y ahí me di cuenta que yo no era capaz de escribir como discurso articulado, el discurso de una persona siendo torturada. Después pensé en tercera persona pero siempre me abre la pregunta de quién carajo está hablando y en esta situación era especialmente incómodo. Quién está viendo esto y no hace nada, no dice nada, no interviene. Entonces me quedaba una sola persona que era la segunda y cuando la empecé a usar me di cuenta de que estaba buena porque además ponía al lector, a la lectora, al lectore, en el lugar de la persona víctima de trata. Y así todo, me era muy difícil escribirlo, me daba mucha angustia y decidí escribir en octosílabos, que es como un caballito que te lleva, que te ayuda a atravesar zonas muy oscuras si se lo pedís”

-¿Cómo relacionás tu escritura con los efectos y poscrisis pandémica? Entendiendo que esto es algo que ocurrió en el 2020-2021, pero que en realidad es una etapa que una podría ponerla en una coyuntura más amplia, como por ejemplo: el efecto del capitalismo más salvaje, desigualdades a escala global, las consecuencias de la depredación del Hombre sobre el mundo en el que vivimos ¿Cuánto de eso te atraviesa e influye en tu escritura?

-A mí como persona, como ciudadana, me atraviesa todo, y estoy prendida fuego con todo esto que me parece escaso definirlo como ambiental, me parece que hay que definirlo como socioambiental. Porque obviamente, y esto sí con toda transparencia, los primeros en padecer las consecuencias de toda está depredación que está haciendo el capitalismo, diríamos tardío pero desde la Revolución Industrial ahora con mucha más contundencia y gravedad; son siempre los más pobres. Un ejemplo sencillísimo: ¿quién padece las consecuencias de la extrema contaminación del Riachuelo, quién respira plomo?, ¿los nenes de Villa Fiorito o los de Recoleta? Cuando hay grandes inundaciones, ¿quién se recupera rápido y quién queda enterrado en el barro con una casilla? Cuando muere un río, cuando se tala un monte ¿quién padece eso primero? Los Qom, por ejemplo, a quién se los deja sin recursos para vivir, se los mata como moscas, se les roba la tierra, se les roba el monte y después se los trata como vagos o como idiotas. Es como si viniera alguien y destrozara Buenos Aires, destrozara nuestros modos de vida, y después nos calificara de tarados que no sabemos cómo producir, pero nos cambiara las reglas de propiedad. Entonces me parece que definirlo como ambiental es muy corto, esto es socioambiental y las consecuencias las están padeciendo los más pobres.

Leí en una nota que hay mil millones de niños en el mundo en riesgo por cuestiones ambientales ya sea por polución del aire, o escasez de agua dulce. A mí me esto prende fuego, me vuelvo loca. Además hay algo que nadie está diciendo y es ¿quién tiene el derecho a arrebatarnos la belleza del mundo? No sólo de arrebatarnos la vida, sino además la belleza del mundo.

}Me parece que todo eso es como muy importante y muy urgente. A mi me asombra ver amigos que dicen “daría la vida por mis hijos”. Y dale, pelotudo, andá a la marcha por la ley de humedales entonces. Ponete las pilas, no van a tener agua. Está escaseando en todo el sur de Estados Unidos ¿de donde pensás que la van a sacar? Todo eso me prende tan fuego que me es difícil abordarlo directamente en la literatura porque me salen como gritos. Entonces los abordajes son como laterales, como dando unas cuantas vueltas porque sino no puedo escribir, me salen manifiestos, proclamas, que de hecho hago también.

-¿Y sobre la pandemia?

-Respecto de la pandemia y la escritura como relación directa, más allá de la sociopolítica, te diría que a mí me estalló la cabeza: no pude escribir un carajo. Sí pude leer un poco, en un momento no podía ni ver la serie más idiota. Me hizo mierda la cabeza. De todas maneras, soy perfectamente consciente de que la pasé bomba al lado de mucha otra gente. Pude trabajar online y no me quedé sin ingreso; no se murió nadie que yo quiera mucho y no me morí yo. Haciendo esa salvedad, igual tuvo un costo para mí que fue esto, una especie de depresión o qué sé yo qué.

En 2013 Gabriela fue becada como escritora residente en la Universidad de Berkeley, California, experiencia que le permitió encontrarse con escritores de toda Latinoamérica, además de vivir días soleados, recorrer sus parques, probar el pinot noir y conocer árboles de mil años. “Hay una cosa interesante de las universidades de Estados Unidos, por lo menos de los departamentos de literatura hispanoamericana que son los que te invitan como escritor latinoamericano, y es que parecen un congreso de Latinoamérica. Yo jamás escuché todos los acentos de Latinoamérica juntos, en ningún lugar que no fuera en una universidad de Estados Unidos. Estás en más Latinoamérica que en cualquier otro país. Es una de las cosas hermosas de pasar una temporada o de ir de visita a una universidad de Estados Unidos. Yo nunca había charlado con salvadoreños o con dominicanos. Fue una experiencia bellísima. Cuando me invitan a alguna universidad de ese país, de los departamentos de los que estamos hablando porque de los otros ni saben que existimos, siempre voy muy contenta porque sé que voy a conocer gente de todo el subcontinente”.

-¿Cómo te vinculas con el mercado del arte y el reconocimiento de premios como el Book Prize? ¿Qué te pasa cuando tu obra entra en unas reglas que tienen que ver con la mercantilización?

-Ahora, y desde hace unos cuantos siglos, las cosas circulan en el mercado. Puede ser un mercado pequeñito como el nuestro, puede ser un mercado monstruoso como el de Estados Unidos. En el momento en que alguien te edita un libro, lo está poniendo en circulación en un mercado. Por ahora es así. A mí me encantaría vivir de lo que hago y poder dedicarme a escribir y no tener 55 trabajos más. Si eso en algún momento puede suceder, a mí me va a dar mucha alegría. Por ahora no hay otra forma de circulación. Puede haber formas paralelas, pero todavía no tienen la suficiente fuerza. Por otro lado, estamos en un país, y yo diría en un continente, tal vez con excepción de México que hasta hace poco bancaba mucho a sus escritores e intelectuales, que no tiene instituciones que banquen la labor creativa. No hay un Conicet de artistas. Entonces el mercado que haga lo que quiera, sí se venden los libros mejor. Y respecto de los premios, eso tiene como un efecto multiplicador raro. De repente te caen 200 mil entrevistas y te preguntan lo mismo que hace un año. Está bueno que te acerca a lectores de otros países, es muy curioso ver lo que leen. Mi trabajo es muy argentino en un montón de sentidos, entonces es interesante ver lo que otras personas de otras culturas encuentran ahí.


Escuchá el episodio #6 donde conversamos con Gabriela Cabezón Cámara en Spotify

Esta entrevista pertenece a la Serie JUNTAS, un ciclo de conversaciones con mujeres referentes de la cultura, la comunicación y el arte, que publicamos en formato podcast y gráfico.

*Clara Chauvín es periodista y productora de contenidos en Canal UNER y en RIBERAS. Desde el año 2009 viene trabajando en diferentes medios gráficos, radiales y televisivos, especializándose en género y feminismo. En 2019 publicó el libro «Hermanadas: Postales de lucha» (Editorial El Miércoles).

**Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación. También hace columnas para radio desde 2014.