Ciencias, tecnologías y géneros: apedreando techos de cristal

Por Carina Cortassa* | Ilustración: Alejandra Andreone

Nuestras sociedades han trazado metáforas y figuras retóricas para nombrar la segregación a la que están expuestas las mujeres y las diversidades sexogenéricas. Si lo pensamos especialmente en el campo científico tecnológico, existe un amplio abanico de estudios y perspectivas a las que subyace un compromiso político común: revertir la histórica injusticia epistémica que eso representa.

 

Los Estudios de Ciencias, Tecnologías y Géneros (CTG) son prolíficos en métaforas: desde los “techos de cristal” hasta los “guetos de terciopelo” y los “pisos pegajosos”, pasando por la “tubería agujereada” (weaky pipeline) por donde se escurren capacidades y talento femeninos en las carreras profesionales. En sentido similar, figuras retóricas como el “efecto Matilda” o el “efecto Curie” son empleadas para aludir respectivamente a los procesos históricos y contemporáneos de invisibilización de los méritos y aportaciones de las mujeres al desarrollo del conocimiento y a la interpretación -en reflejo- según la cual sólo unas pocas elegidas, marcadas por la genialidad, alcanzan un lugar en el Parnaso científico. 

Para la lingüística cognitiva, las metáforas constituyen mecanismos que favorecen la comprensión de conceptos abstractos o complejos a partir de su reemplazo por otros  semejantes, más concretos y cercanos a la experiencia subjetiva. En este sentido, cumplen con lo que en la Teoría de las Representaciones Sociales se denomina “función de objetivación”: mediante la sustitución del objeto de la representación por un tropo próximo a su imaginario cotidiano -que es inmediatamente evocado cuando se alude al primero- los individuos o grupos materializan una idea y, en ese proceso, logran incorporarla significativamente a su bagaje cognitivo. Las metáforas no son ni más ni menos apropiadas: son útiles, son “buenas para pensar” un fenómeno que, de otro modo, resulta difícilmente aprehensible (Jodelet, 1991). Así, el recurso a la imagen de los “techos de cristal” hace tangible el concepto de “segregación vertical”: la existencia de barreras implícitas que obturan la llegada de las mujeres a los niveles superiores de los escalafones profesionales, mientras que los “guetos de terciopelo”, evocan de manera contundente el confinamiento en campos disciplinares feminizados, en funciones técnicas menos cualificadas y en espacios de menor responsabilidad que la “segregación horizontal” suele reservarles. ¿Y qué más claro para pensar el drenaje de capacidades de un sistema que el agua que se pierde por las rajaduras de una cañería podrida, como ocurre con  buena parte de las mujeres que se gradúan en ciencias una vez que se incorporan a la carrera académica? 

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Pasemos ahora de la contundencia de ciertas representaciones e imágenes a explorar los campos de conocimiento en los cuales fueron generadas y los intereses y valores -epistémicos y políticos- que las sustentan. A continuación, se expone un sucinto panorama de los Estudios CTG, en el marco más amplio de las perspectivas que abordan las relaciones entre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) y de las corrientes englobadas bajo el rótulo de Epistemología Social. Para ello me centraré en dos preguntas que, en diferentes momentos, han vertebrado sendas aproximaciones a la problemática. La primera, “¿Por qué tan pocas?” (Rossi, 1965), constituye el hito fundacional de los análisis orientados a identificar los desbalances en el acceso, permanencia y promoción de las mujeres en las ciencias y las tecnologías; a examinar y denunciar los factores que operan en esos procesos y a proponer estrategias de políticas públicas e institucionales orientadas a atenuar las brechas detectadas. La segunda, “¿Cuál es la importancia epistemológica del sexo del sujeto cognoscente?” (Code, 1991), refleja el interés compartido por un heterogéneo conjunto de enfoques agrupados bajo la categoría de “epistemologías feministas”, tan diversos en sus concepciones de la epistemología como del feminismo. Centrados respectivamente en “la cuestión de la mujer en las ciencias” y en “la cuestión de las ciencias en el feminismo” (Harding, 1986), a todos subyace un compromiso político común: la oposición al sexismo y androcentrismo presentes en las prácticas, instituciones y conocimientos científicos (González García y Pérez Sedeño, 2002) y la necesidad de revertir la “injusticia epistémica” (Fricker, 2007) que eso trae aparejado.

La mujer en las ciencias: medir la desigualdad, identificar sus causas y operar sobre ellas

Para las décadas de 1960 y 1970, las trabas formales que durante siglos vedaron el acceso a las mujeres a los estudios superiores habían desaparecido y su matriculación en las universidades era un fenómeno creciente en los países occidentales. Pero la incorporación a la formación académica no trajo aparejadas modificaciones en la inferioridad numérica en los ámbitos de investigación y desarrollo -en particular en las ciencias exactas e ingenieriles-, cuyo sesgo masculino se mantenía incólume. 

De ahí que la agenda original de los estudios CTG estuviera orientada por una serie de objetivos convergentes: promover la realización de investigaciones diagnósticas y de seguimiento de índole cuantitativa en distintos niveles de los sistemas  de ciencia y tecnología -organismos, áreas de conocimiento, países, regiones-; indagar en las  causas de la desigualdad -estructurales, educativas, culturales, psicosociales-; en función de ello, impulsar políticas institucionales y públicas de mediano y largo plazo destinadas a lograr una mayor equidad. La producción y comparación inter-temporal e inter-contextual de indicadores se convirtió en una herramienta contundente para mostrar la persistencia, progresividad e internacionalidad del fenómeno de las barreras informales que -a pesar de su inclusión formal en el sistema-  afectan a las mujeres en ciencias (Vázquez Cupeiro, 2015). 

Como resultado del Primer Taller Iberoamericano de Indicadores de Género, Ciencia y Tecnología (organizado por la RICYT en 2001) y del proyecto en red gestado en ese marco, Vessuri y Canino (2006) identificaron seis ejes problemáticos factibles de ser medidos en distintas unidades de observación: 1) Cantidad de mujeres. 2) Segregación horizontal (en sectores o posiciones ocupacionales). 3) Segregación vertical (movilidad ascendente). 4) Tasas de justicia y éxito (desigualdades en la financiación de proyectos y posiciones de liderazgo). 5) Estereotipos: visiones de los roles científicos. 6) Representación femenina en la investigación en las industrias. Casi veinte después de aquel evento pionero, el último documento producido por el mismo organismo revela una serie de cambios alentadores -en particular en países como Argentina, Brasil y Portugal- pero que aún no se traducen en una distribución equitativa ni mucho menos (OEI, 2018).

Las ciencias en el feminismo: la situacionalidad de los agentes cognitivos

La segunda vertiente de los estudios CTG, más reciente, se sitúa en el plano de la crítica epistemológica; esto es, en el análisis de los efectos del sesgo androcéntrico en los conocimientos producidos bajo su marca. En esta línea se encuentran los trabajos paradigmáticos de Harding (ob.cit) en torno de la objetividad fuerte de la teoría del punto de vista feminista, la objetividad dinámica de Keller (1985) o el empirismo contextual de Longino (1993). Con todo y sus diferencias, esos enfoques enfatizan la necesidad de poner en cuestión la propia concepción del sujeto de conocimiento, definido históricamente en términos de portador de la objetividad, incondicionado… Y masculino. 

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Una de las contribuciones más relevantes de las epistemologías feministas es la que desarrolla Fricker (ob.cit.). Desde esa perspectiva, los condicionantes propios del contexto social irrumpen en el contexto de las prácticas cognitivas a través de los roles que ocupan los agentes que participan de él; roles que no son neutrales, sino reflejo de unas relaciones de poder que producen sujetos, asignándoles una serie de características distintivas que definen su identidad social. La premisa de Fricker es que el poder ligado a la identidad (identity power) genera identidades estereotipadas que los agentes emplean en la valoración de la credibilidad y la confianza de sus interlocutores, tomando más o menos en cuenta sus afirmaciones en función de ello. El prejuicio negativo de identidad social que afectó históricamente a las mujeres -y continúa afectándolas- constituye tanto una disfunción epistémica como ética, que daña su capacidad específica como agentes cognitivos Partiendo de esa base, la autora elabora un detallado análisis de distintas instancias de producción y circulación de conocimientos en las cuales las aportaciones femeninas son juzgados a priori bajo el prisma  de los prejuicios y no en función de sus  contenidos y de las evidencias que los sostienen. Los estereotipos de género, concluye Fricker, constituyen la fuente de un déficit inmotivado de legitimidad de las mujeres como agentes cognitivos, que las hace objeto de una sistemática y severa injusticia epistémica.

Reflexión final

Esta apretada síntesis no hace justicia -ni podría hacerlo- a la cantidad de perspectivas, datos y “nombres propios” que contribuyeron a perfilar el campo de Estudios de CTG y lo movilizan actualmente; tampoco a la densidad de los matices, convergencias y discrepancias que los atraviesan. Entre las contribuciones contemporáneas más relevantes se encuentran aquellos que impulsan la reflexión teórica y la investigación empírica sobre las diversidades sexogenéricas y las disidencias en ciencias y tecnologías, que apuntan a promover una “política de la incomodidad” que motive a las comunidades académicas a abandonar sus zonas de confort. Los avances acaecidos durante las últimas décadas no son menores, pero tampoco completamente satisfactorios. Más que de cristal, los techos que seguimos apedreando en ocasiones parecen de vidrio blindado.


*Dra. en Ciencia y Cultura. Mgter. en Ciencia, Tecnología y Sociedad. Profesora titular de la cátedra Problemática de la Ciencia y Secretaria de Investigación y Posgrado de la Facultad de Ciencias de la Educación (UNER). Investigadora en REDES – Centro de Estudios sobre Ciencia, Desarrollo y Educación Superior. Contacto: carina.cortassa@uner.edu.ar 


Referencias 

Barrancos, D (2007). Mujeres en la sociedad argentina: una historia de cinco siglos. Buenos Aires: Sudamericana.

Code, L. (1991). What Can She Know? Feminist Theory and the Construction of Knowledge. Ithaca: Cornell University Press.

González García, M. y Pérez Sedeño, E. (2002). Ciencia, Tecnología y Género. Revista Iberoamericana de CTSI, nº 2, s/n. Disponible en: https://bit.ly/3mctaeX

Fricker, M. (2007). Epistemic Injustice. Power & the Ethics of Knowing. Oxford: Oxford University Press.

Harding, S. (1986). Feminismo y ciencia. Barcelona: Morata.

Jodelet, D. (1991). Madness and social representations. Londres: Harvester Wheatsheaf.

RICYT / OEI (2018). Las brechas de género en la producción científica iberoamericana. Papeles del Observatorio N° 9. Buenos Aires: RICYT / OEI. Disponible en: https://bit.ly/3dkU4NH 

Rossi, A. (1965). Women in Science: Why So Few? Nature, vol. 148, pp. 1196-1202.

Vázquez Cupeiro, S. (2015). Ciencia, estereotipos y género: una revisión de los marcos explicativos. Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, núm. 68, pp. 177-2002.

Vessuri, H. y Canino, M.V. (2006). Igualdad entre géneros e indicadores de ciencia en Iberoamérica. En R. Guber (comp.), El estado de la ciencia. Principales indicadores de ciencia y tecnología Iberoamericanos, Buenos Aires: RICyT / OEI.


Este artículo forma parte del Dossier «La potencia de nombrarnos. Feminismos, politización y diálogos» RIBERAS, junio 2021.