Por Matías Máximo* | Ilustraciones: Marion Ben-Lisa**
La distinción y la diferencia con lo Otro hace de la identidad algo propio e inexpugnable. También la narrativa que construye a la identidad se vuelve contingente y es la disputa de poder lo que explica por qué unos discursos prevalecen sobre los otros para instalar una versión ´naturalizada´ de quiénes somos. En cambio, se trata de prevalecer como lo que quiero ser, como una resistencia, o una rebeldía, frente a la universalización social.
La etimología de la palabra identidad (del latín identitas y este de ídem, “lo mismo”) nos lleva a la repetición, a casos en los que algún patrón se reitera y se conserva más allá de ciertos cambios en el conjunto: puede pensarse como una esencia y a la vez un signo, algo que permite la distinción y la diferencia de otros. Pensemos, por ejemplo, cuando se dice que un artista musical “tiene una identidad”: se hace referencia a una particularidad que se destaca y que puede venir de la forma de entonar, de vestir, de bailar o los acordes que usa. Recordemos el oído absoluto de Charly García y su destreza en el piano, la voz grave de Mercedes Sosa o la poesía en las letras del Indio Solari: cuando se refieren estas particularidades, en realidad de lo que se habla es de la identidad del artista.
Otro uso del concepto es el de “identidad de marca” que desde el marketing se utiliza para referir un patrón que se mantiene en el tiempo, más allá de los cambios que pueda tener el producto. Esta identidad puede fijarse en un logo, un color o una tipografía que, salvo algunas variaciones, se preserva para lograr el efecto de identificación. Para este caso recordemos ejemplos globalizados como la tipografía y el color de Coca-Cola, la M de Mc Donald´s o la manzana de Apple.
Analizando estos casos podemos decir que algo que tiene una tradición, o una repetición, “tiene una identidad”. Mientras que algo que cambia de forma permanente y no respeta un solo estilo o tradición, “tiene problemas de identidad”. Y aunque el análisis del concepto de identidad nos podría llevar por caminos mucho más complejos, cabe preguntarnos ¿dónde está la identidad?, ¿está en los átomos?, ¿en el ADN?, ¿en las ideas?, o acaso ¿en los actos?
Para problematizar alrededor de estas preguntas, tomaremos dos casos donde los medios de comunicación de Argentina ponen la palabra identidad en la agenda pública. Cada vez que un nieto/a expropiado/a durante la dictadura cívico militar -entre 1976 y 1983- se reencuentra con su familia biológica, suele decirse que “recuperó su identidad”, que “encontró su identidad” o que “su identidad fue reestablecida”. A estos/as nietos/as que logran descifrar su origen biológico, se les llama “nietos/as recuperados/as” y existe una articulación entre la sociedad civil y el Estado para que la recuperación sea efectiva. De manera simplificada, el procedimiento para lograr una identidad recuperada, puede darse a través del trabajo entre la Asociación Civil Abuelas de Plaza de Mayo[i], el Banco Nacional de Datos Genéticos[ii] y la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad[iii]. Abuelas fomenta a través de campañas e intervenciones en la opinión pública, que las personas que tengan “dudas sobre su identidad” se acerquen para dar una muestra de su ADN, así como también a las familias que tienen la certeza o la sospecha de haber tenido a un familiar expropiado. A enero de 2020, 130 nietos/as se reencontraron con sus familias biológicas, y cada vez que esto pasa se replican los titulares de “identidad restituida”. En estos casos, la biología toma un factor protagónico, como prueba judicial, para determinar la identidad de una persona.
Campaña publicitaria de Abuelas de Plaza de Mayo
La Red por la Identidad funciona actualmente en 40 ciudades y está conformada por organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, instituciones y asociaciones civiles, profesionales y todas aquellas personas que quieren colaborar en la lucha de Abuelas por encontrar a sus nietos y por defender el derecho a la identidad que aún hoy, en muchos casos, sigue siendo vulnerado. Mails: dudas@abuelas.org.ar | denuncias@abuelas.org.ar
Otra de las formas en que los medios mencionan a la identidad es cuando se habla de personas travestis, transexuales o transgéneros, las cuales más allá de que hayan hecho o no su cambio de DNI, son comprendidas por la “Ley de Identidad de Género 26.743”. La Ley entiende que el género (mujer/varón) con el cual se identifica a las personas en los documentos, partidas de nacimiento, pasaporte, etcétera; no debe ser una cuestión reservada a los patrones biológicos con que la ciencia determina el binomio macho/hembra. Para esta Ley, la verdad sobre la “identidad de género” de una persona, la tiene la persona misma a través de su autopercepción:
“Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales”.[iv]
La Ley de Identidad de Género argentina fue estudiada y tomada como ejemplo en muchos países, ya que a diferencia de otros casos, no demanda una judicialización para hacerse efectiva: basta la voluntad individual para que los agentes administrativos efectúen el cambio registral. Para dicha normativa, la identidad de género no es una cuestión vinculada en absoluto a fundamentaciones biológicas, sino que se relaciona con el deseo individual y las formas performativas de representar un género.
Campaña por la Ley de Identidad de Género (2012)
Entonces, ¿qué es y dónde está la identidad?
Entre 1993 y 1994 un grupo de sociólogos se reunieron para pensar esta pregunta en una serie de seminarios organizados por el Sociology Research Group de la Open University. Los seminarios analizaron por qué en las últimas décadas las cuestiones de identidad cultural adquirieron una relevancia creciente en las ciencias sociales, los estudios culturales y las humanidades. Los resultados de esos encuentros fueron publicados en el libro “Cuestiones de identidad cultural”, compilado por Stuart Hall y Paul du Gay[v].
En la introducción Hall se pregunta qué necesidad hay de otro debate más sobre la identidad y se responde que hay dos maneras de contestar:
“La primera consiste en señalar un rasgo distintivo de la crítica deconstructiva a la que fueron sometidos muchos de estos conceptos esencialistas. A diferencia de las formas de crítica que apuntan a reemplazar conceptos inadecuados por otros «más verdaderos» o que aspiran a la producción de conocimiento positivo, el enfoque deconstructivo somete a «borradura» los conceptos clave. Esto indica que ya no son útiles —«buenos para ayudarnos a pensar»— en su forma originaria y no reconstruida. Pero como no fueron superados dialécticamente y no hay otros conceptos enteramente diferentes que puedan reemplazarlos, no hay más remedio que seguir pensando con ellos, aunque ahora sus formas se encuentren destotalizadas o deconstruidas y no funcionen ya dentro del paradigma en que se generaron en un principio”[vi].
Según Hall esta línea que los tacha permite que se los siga leyendo y para ejemplificar cita a lo que Jacques Derrida describe en el libro Posiciones:
“Por medio de esta doble escritura desalojada y desalojadora y detalladamente estratificada, debemos señalar también el intervalo entre la inversión, que pone abajo lo que estaba arriba, y el surgimiento invasor de un nuevo «concepto», un concepto que ya no puede y nunca podría ser incluido en el régimen previo”. [vii]
En segundo lugar, Hall dice necesario señalar dónde y en relación con qué conjunto de problemas surge la irreductibilidad del concepto de identidad. “Creo que en este caso la respuesta radica en su carácter central para la cuestión de la agencia y la política. Cuando hablo de política me refiero a la significación del significante «identidad» en las formas modernas de movilización política, su relación axial con una política de la situación, pero también a las dificultades e inestabilidades notorias que afectaron de manera característica todas las formas contemporáneas de «política identitaria»[viii].
Hall invita a pensar en la relación entre sujetos y prácticas discursivas y así llega al vínculo entre identidad e identificación:
“En el lenguaje del sentido común, la identificación se construye sobre la base del reconocimiento de algún origen común o unas características compartidas con otra persona o grupo o con un ideal, y con el vallado natural de la solidaridad y la lealtad establecidas sobre este fundamento. En contraste con el «naturalismo» de esta definición, el enfoque discursivo ve la identificación como una construcción, un proceso nunca terminado: siempre «en proceso». No está determinado, en el sentido de que siempre es posible «ganarlo» o «perderlo», sostenerlo o abandonarlo. Aunque no carece de condiciones determinadas de existencia, que incluyen los recursos materiales y simbólicos necesarios para sostenerla, la identificación es en definitiva condicional y se afinca en la contingencia. Una vez consolidada, no cancela la diferencia. La fusión total que sugiere es, en realidad, una fantasía de incorporación”[ix].
Cuando alguien afirma “yo soy” se despliega una narrativa, un recorte, que se relaciona al tiempo y el espacio en que se la construye. En esa narrativa hay cuestiones que se mantienen en el tiempo y otras que cambian. Por ejemplo, durante toda mi vida puedo afirmar “yo soy Matías”, aunque según el momento histórico, o incluso el escenario social donde me encuentre, hay cuestiones que varían: puedo decir “soy estudiante” en un aula y en otro decir “soy profesor”. La narrativa que construye a la identidad se vuelve algo contingente, esto quiere decir que es algo que puede ser o no ser.
Este carácter contingente vuelve a las identidades objeto de los estudios de mercado y es asociado con ciertos comportamientos de las sociedades de consumo. Si para las sociedades neoliberales uno puede ser cualquier cosa que se proponga a través de su mérito, si todo tiene un precio y se puede consumir ¿Cómo se construye la identidad? Para Zigmunt Bauman la principal angustia relacionada con la identidad de los tiempos modernos era la preocupación por la perdurabilidad; mientras hoy es el interés en evitar el compromiso:
“Si bien la palabra es de manera notoria un sustantivo, se comporte como un verbo, pero un verbo extraño, sin lugar a dudas: sólo aparece en futuro. Aunque objetivada con demasiada frecuencia como un atributo de una entidad material, la identidad tiene el status ontológico de un proyecto y un postulado. Decir «identidad postulada» es decir una palabra de más, ya que no hay ni puede haber otra identidad que la postulada. La identidad es una proyección crítica de lo que se demanda o se busca con respecto a lo que es; o, aún más exactamente, una afirmación indirecta de la inadecuación o el carácter inconcluso de lo que es”.[x]
Identidad nacional, hegemonía y poder
¿Qué pasa cuando esta narrativa, este “en proceso” que es la identidad se vuelve colectivo?
Las identidades colectivas se reproducen en el discurso cuando un grupo universaliza un criterio de identificaciones. En Argentina es frecuente escuchar que a la identidad nacional la componen prácticas como el asado, el fútbol, el tango y el folklore. Para ser un buen argentino también hay que tomar mate, saber quién fue Perón, opinar a favor o en contra de sus gobiernos y tener algún antepasado migrante europeo. La lista de lugares comunes de la identidad argentina es larga y pensar sus contradicciones permite abrir varias preguntas. Por ejemplo, por qué tiene más peso en la identidad nacional el flujo de migraciones europeas que los pueblos aborígenes. O por qué en un país donde la mayor cantidad de personas no saben bailar tango, a los turistas se les vende este baile como un hábito popular.
Si la identidad nacional es un discurso que va más allá de algunas prácticas, costumbres y raíces ¿de dónde surge? Tomaré los conceptos de hegemonía y poder para analizar esta cuestión.
Según Laclau para tener hegemonía necesitamos que los objetivos sectoriales de un grupo actúen como el nombre de una universalidad que los trascienda: esta es la sinécdoque constitutiva del vínculo hegemónico.
Laclau pone en juego los niveles de estructura y superestructura dentro de las sociedades para analizar las relaciones entre contingencia, hegemonía y universalidad. Entonces observa que “de la misma manera en que una dialéctica entre particularidad y universalidad, entre contenido óntico y dimensión ontológica, estructura la realidad social misma, también estructura la identidad de los agentes sociales” [xi].
En esta formulación es la misma ausencia dentro de la estructura lo que está en el origen del sujeto: no tenemos solo posiciones de sujetos dentro de la estructura sino también al sujeto como un intento de llenar esas brechas estructurales: “Esta es la razón por la que no tenemos simplemente identidades sino, más bien, identificación. Si hay identificación, no obstante, habrá una ambigüedad básica en el centro de toda identidad”[xii].
Para analizar el recorte simbólico que se hace para decir qué representa a la identidad nacional y qué no, habría que pensar en los intereses detrás de esas afirmaciones. ¿Por qué la migración europea genera más identificación que el tronco colonial africano o los pueblos aborígenes?
Para Laclau, si los efectos universalizantes hegemónicos van a ser irradiados a partir de un sector particular de la sociedad, no se los podrá reducir a la organización de esa particularidad en torno a sus propios intereses, que necesariamente serán corporativos: “Si la hegemonía de un sector social particular depende, para su éxito, de que pueda presentar sus objetivos propios como aquellos que hacen posible la realización de los objetivos universales de la comunidad, queda claro que esta identificación no es la simple prolongación de un sistema institucional de dominación sino que, por el contrario, toda expansión de esa dominación presupone el éxito de esa articulación entre universalidad y particularidad”.[xiii]
El dicho “la historia la escriben los que ganan” tiene mucho que ver con la manera en que se construye un discurso de identidad nacional, y en ese sentido el discurso hegemónico se conecta con determinados fines que excluyen otros. Laclau dice que una primera dimensión de la relación hegemónica es que la desigualdad de poder es constitutiva de ella.
Para seguir hablando de hegemonía es necesario un paréntesis: ¿Qué es “poder”?
En Historia de la Sexualidad, Michel Foucault hace una genealogía de las prácticas sexuales para hablar de las relaciones singulares de poder-saber-placer que se desprenden de ellas. Foucault dice que la noción de «poder» amenaza introducir varios malentendidos. Y antes de dar una definición por la positiva, avanza diciendo lo que no es el poder:
“Por poder no quiero decir «el Poder» como conjunto de instituciones y aparatos que garantizan la sujeción de los ciudadanos en un Estado determinado. Tampoco indico un modo de sujeción que, por oposición a la violencia, tendría la forma de la regla. Finalmente, no entiendo por poder un sistema general de dominación ejercida por un elemento o un grupo sobre otro, y cuyos efectos, merced a sucesivas derivaciones, atravesarían el cuerpo social entero. El análisis en términos de poder no debe postular, como datos iniciales, la soberanía del Estado, la forma de la ley o la unidad global de una dominación; éstas son más bien formas terminales”[xiv].
Para Foucault el poder no sale de un nivel social hacia otro, sino que está presente en todos los estratos. Tampoco es algo asible, que se posea, sino que se expresa en actos. No es una materia: está presente en las relaciones, pero se cristaliza en las hegemonías sociales, en la formulación de la ley, en los aparatos estatales:
“La condición de posibilidad del poder, en todo caso el punto de vista que permite volver inteligible su ejercicio (hasta en sus efectos más «periféricos» y que también permite utilizar sus mecanismos como cifra de inteligibilidad del campo social), no debe ser buscado en la existencia primera de un punto central, en un foco único de soberanía del cual irradiarían formas derivadas y descendientes; son los pedestales móviles de las relaciones de fuerzas los que sin cesar inducen, por su desigualdad, estados de poder —pero siempre locales e inestables. Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o más bien en toda relación de un punto con otro”.[xv]
Si el poder está en todas partes, ¿dónde está?
Foucault explica que no es que lo englobe todo: sino que viene de todas partes: “El poder, en lo que tiene de permanente, de repetitivo, de inerte, de autorreproductor, no es más que el efecto de conjunto que se dibuja a partir de todas esas movilidades, el encadenamiento que se apoya en cada una de ellas y trata de fijarlas. Hay que ser nominalista, sin duda: el poder no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada”.[xvi]
Ahora volvamos a la relación entre hegemonía y poder para pensar la manera en que una noción identidad nacional se impone sobre otras narrativas identitarias.
Laclau dice que “hay hegemonía sólo si la dicotomía universalidad/particularidad es superada”, porque la universalidad solo existe si se encarna -y subvierte- una particularidad, pero ninguna particularidad puede, por otro lado, tornarse política si no se ha convertido en el locus de efectos universalizantes”.[xvii]
Entonces ¿Por qué el universal discursivo que habla del origen europeo de los argentinos tiene más poder que el universal de los pueblos originarios? ¿De qué manera explicamos que un discurso prevalezca sobre otro?
Según Laclau, la hegemonía define el terreno mismo en que una relación política se constituye verdaderamente:
“En sentido político, el derecho de grupos particulares de agentes -minorías étnicas, nacionales o sexuales, por ejemplo- puede ser formulado solamente como derechos universales. La apelación a lo universal es inevitable una vez que, por un lado, ningún agente puede decir que habla directamente por la “totalidad”, mientras, por otro lado, la referencia a esta continúa siendo un componente esencial de la operación hegemónico discursiva. Lo universal es un lugar vacío, una falta que solo puede llenarse con lo particular, pero que, a través de su misma vacuidad, produce una serie de efectos cruciales en la estructuración/desestructuración de las relaciones sociales”.[xviii]
Otro ejemplo: cuando en febrero de 2015 un grupo de personas se manifestó en la puerta de la Casa Rosada tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, su consigna fue “Yo soy Nisman”.
Volviendo al punto de identificación de Hall citado más arriba, podemos pensar que la identidad no se compone solamente por lo que dice el DNI, el ADN o la auto percepción: la identidad es también en la contingencia del discurso que se quiere ser, el grupo con el que se desea ser identificado. Si a la identidad nacional la compone cierto universo simbólico y no otro es porque detrás existe una hegemonía discursiva que se ocupó de crear ese universo, teniendo como argumentación determinados universales que se nombran como totalidad y conviven con otros agentes que pueden ser unificados como “minorías”.
*Matías Máximo es periodista y docente.
**Marion Ben-Lisa es ilustradora y diseñadora gráfica. https://www.marionbenlisa.com/
Referencias
[i][i] https://www.abuelas.org.ar/pregunta-frecuente
[ii] https://www.argentina.gob.ar/ciencia/bndg
[iii] https://www.argentina.gob.ar/derechoshumanos/conadi
[iv] http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/195000-199999/197860/norma.htm
[v] Stuart Hall, “¿Quién necesita «identidad»?”. En “Cuestiones de identidad cultural”. Comp. Stuart Hall y Paul du Gay. Buenos Aires: Amorrortu, 1996.
[vi] Op. cit. V.
[vii] Jacques Derrida, “Posiciones”. Valencia: Pre-Textos, 2014.
[viii] Op. cit. V.
[ix] Op. cit. V.
[x] Zigmunt Bauman, “De peregrino a turista, o una breve historia de la
Identidad”. En “Cuestiones de identidad cultural”, Comp. Stuart Hall y Paul du Gay. Buenos Aires, Amorrortu, 1996.
[xi] Ernesto Laclau, “Identidad y hegemonía: el rol de la universalidad en las construcción de lógicas políticas”. En “Contingencia, hegemonía y universalidad. Diálogos contemporáneos de la izquierda”, Butler, J., Laclau, E. y Zizek, S. México, FCE, 2000.
[xii] Op. cit. XI.
[xiii] Op. cit. XI.
[xiv] Michel Foucault, “Derecho de muerte y poder sobre la vida”. En “Historia de la sexualidad. Volumen I”. Buenos Aires, Siglo XXI, 2002.
[xv] Op. cit. XIV.
[xvi] Op. cit. XIV.
[xvii] Op. cit. XI.
[xviii] Op. cit. XI.