Sin timón ante el desorden mundial

Por Francisco Cantamutto* | Ilustración: Nadia Sur | Fotos: Anita Pouschard, Tadeo Bourbon y Gustavo Pantano

 

Neoliberalismo es el nombre con el que conocimos el programa de reformas que avanzó a partir de los ’70 a nivel global. América Latina atravesó una larga crisis durante la década siguiente, lo que produjo el desgaste necesario para estimular la aplicación de estas reformas de manera acelerada y profunda. Ese esquema fue repudiado por crecientes organizaciones populares, que dieron fundamento a la emergencia en el siglo XXI de gobiernos que fueron englobados como parte de un “giro a la izquierda” o “marea rosa”. Ese giro parece haber tenido una nueva vuelta en los últimos tres años, motivando una serie de discusiones sobre una potencial “nueva derecha”, que se distinguiría de su antecesora, en principio, por la menor recurrencia al golpe de Estado a través de la vía armada.

Estas secuencias atraviesan un argumento político que es muy difundido y se imprime sobre cierta lógica de ciclo autorregulado. En tanto que diagnóstico para organizaciones sociales y partidos políticos, tiene un sesgo desmovilizador, pues solo cabe esperar que las contradicciones propias de cada etapa se desarrollen hasta alcanzar su eclosión y posterior reemplazo. Y tiene además diversos problemas de historicidad, que reduce los procesos sociales a homogeneidades algo forzadas.

No toda la región “giró”: Colombia, México, Perú y Chile, son algunos de los países que persistieron en sus respectivos rumbos. Es decir que no todos los países se situaron en casilleros adyacentes de coloración rosa o roja, o viraron a la derecha recientemente. Aunque esto ocurrió en Argentina y Brasil, en cambio, Bolivia y Venezuela persisten en sus tozudos proyectos, mientras que México ingresa en el primer cambio de rumbo no conservador-liberal de los últimos 70 años. Asimismo, muchas de esas derechas no rebosan de vocación democrática, como dejaron en claro Honduras, Paraguay y recientemente, Brasil.

En lo que hace al análisis de la economía regional, las últimas décadas derivaron en diversas coyunturas. Mientras que la región fue epicentro durante los ´90 de los flujos de la inversión extranjera –merced de las infames privatizaciones–, más tarde fue desplazada en importancia por otras regiones, como Asia, aunque logró revitalizarse parcialmente promediando la primera década del siglo XXI. Los precios de sus exportaciones tuvieron un rumbo ascendente durante ese decenio, que se intensificó hasta 2011. A partir de entonces, precios e inversión parecen caer de la mano en la región, mostrando una fuerte, aunque no total, asociación que nos ofrece una pista: América Latina no parece haber modificado su estructura productiva y su inserción externa durante los últimos años, sino más bien al contrario, parece haberse consolidado.

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Esto no impidió incorporar logros relevantes en materia distributiva durante los años “rosas”, cuya sustentabilidad está en duda ante los condicionantes estructurales que referimos. Afirmados en la exportación de pocos productos con bajo valor agregado, que combinan la sobreexplotación de la naturaleza (extractivismo) con el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor (superexplotación), los países de la región se ven constreñidos a los dictados de un mercado global que no controlan, pero al que además, no cuestionan. Los gobiernos que presentan algún tipo de resistencia a este proceso, se ven inducidos a largos ciclos de desgaste económico que incluye recesión, fuga de recursos y procesos inflacionarios. Pero los gobiernos que no lo hacen, como la “nueva derecha”, parecen solo dedicarse a administrar el ajuste.

El gobierno de la coalición Cambiemos en Argentina es una cabeza de playa para la región, pues a diferencia de Brasil, se trata de una alianza que llega al poder por los votos para llevar adelante las reformas estructurales que consoliden el perfil dependiente de la economía local. Junto a los países centrales que apoyaron a este gobierno llegó la inclusión como socio menor en los foros que rigen la gobernanza global: la Reunión Ministerial de la Organización Mundial del Comercio sesionó en 2017 en nuestro país y durante este año se lleva adelante la Cumbre del G20. A la par, la apuesta del Fondo Monetario Internacional (FMI) va en la misma línea pues retorna a la región poniendo a disposición un préstamo inusitado para sus propios términos (más de 50 mil millones de dólares). Pero incluso este despliegue encuentra dificultades para eludir las resistencias.

Crecimiento, ¿hacia dónde?

Desde el estallido en 2008 el mundo se encuentra en una situación de crisis no resuelta. Crece más lentamente, el comercio internacional dejó de ser un factor de tracción y los flujos de inversión no alcanzan los niveles de entonces, con un particular peso de las fusiones y adquisiciones. En este contexto, la apertura externa de las economías latinoamericanas no es una buena noticia, pues somete más a los países a vaivenes globales. América Latina enfrenta un escenario donde los precios internacionales ya no la benefician como antes, y donde ha dejado de tener relevancia especial como destino de la inversión. Según el último informe al respecto de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, sus siglas en inglés), los flujos a la región se concentraron en inversiones de cartera, caracterizadas por su alta volatilidad y bajo impacto en el desarrollo del país huésped. Argentina fue el destino que más creció en 2017, aunque aún con ello es el 4° país en relevancia en este punto.

Este contexto general se muestra en las crecientes dificultades para la generación de un nuevo orden mundial. La capacidad de Estados Unidos de ordenar, según su visión y programa, está fuertemente erosionada. La llegada de Donald Trump a la presidencia del país del norte incluyó un giro hacia la negociación bilateral, que con mayor imponencia, desplegó su peso frente a casi cualquier contraparte. En materia comercial, esto implicó la caída de dos mega-acuerdos impulsados por el anterior gobierno, el TransPacífico y el TransAtlántico. Más allá de las desavenencias del presidente norteamericano, lo cierto es que comparte con Europa el creciente peso de los nacionalismos de tipo conservador, que ponen en jaque el multilateralismo.

Luego del Brexit[1], la Unión Europea enfrenta desafíos internos que limitan su capacidad de iniciativa externa tal como sucede con el bloqueo al acuerdo con el MERCOSUR. En este contexto, China gana relevancia económica y diplomática a nivel global, y en especial para nuestra región, donde se ha transformado en principal socio comercial al mismo tiempo que compite como inversor y prestamista. Sin embargo, hasta el momento, la política exterior china evita cualquier confrontación posible con los países centrales y sus organismos, más bien acoplándose a los espacios que obtiene en ellos.

 

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Estamos ante una época de crisis con pérdida de control de la situación hegemónica. En estos momentos bisagra se elaboran nuevos ordenamientos para la gobernanza global. Por ahora, esta situación ha dificultado avanzar con la agenda de liberalización de los servicios –con énfasis en el comercio electrónico– que promueven desde hace años las principales empresas transnacionales de esos orígenes. En materia de regulación financiera, se sostiene la preeminencia de la desregulación, a pesar de las implicancias críticas que esta situación tuvo para el estallido de la crisis. La Cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y las reuniones del G20 han quedado en este marco sin demasiados resultados para mostrar, procurando insistir en prolongar los acuerdos existentes

América Latina enfrenta esta coyuntura con más desorientación. El MERCOSUR se encuentra debilitado por la falta de profundización estructural, en la medida que sus economías tienden a enlazarse más con socios externos que entre ellas. Incluso se detectó en los últimos años, un acercamiento al tipo de regulación liberalizadora de la Alianza del Pacífico, orientada a garantizar los derechos corporativos por encima de los derechos humanos. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) se han visto desgastadas por la falta de compromiso de los nuevos gobiernos. Dispositivos de integración de mayor radicalidad, como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) o el Sistema Unitario de Compensación Regional (SUCRE), perdieron toda gravitación merced de la crisis de los proyectos políticos nacionales que los impulsaban. Mientras que la “nueva derecha” carece de proyectos propios para contraponer, estos países quedan a la espera de alternativas foráneas que no llegan.

La región se enfrenta a una etapa de cambios en los balances de poder político y económico mundiales sin una dirección propia. Los escasos avances estructurales de la década previa fueron desmontados sin nuevas propuestas. Bajo esta orientación, no es esperable sino profundizar la dependencia, que perpetúa las condiciones que obstruyen el desarrollo.

 

 

*Es Licenciado en Economía por UNS, Maestro en Ciencias Sociales por FLACSO México, Doctor en Investigación en Ciencias Sociales con mención en Sociología por FLACSO México e investigador asistente de IIESS/UNS-CONICET. Forma parte de la Sociedad de Economía Crítica. Se especializa en temas de economía política y procesos políticos, en particular en referencia a América Latina.

[1] Se denomina con este término a la salida del Reino Unido de la Unión Europea, acrónimo de las palabras inglesas Britain y exit