“Sigo encontrando mucho potencial narrativo en el Litoral”

Por Clara Chauvín* y Andrea Sosa Alfonzo** para la Serie Juntas | Foto: Juan Manuel Foglia | Ilustración: Martín Bianchi


Selva Almada es, quizás, una de las escritoras que ingresó a la nueva literatura reconfigurada a la luz de los feminismos. Su obra forma parte de la camada de escritoras que reivindica la literatura de provincia. Un presente donde lo personal, las búsquedas, cruces y reconocimientos, permean las narrativas y los permisos para decir lo que se nos dé la gana. 


Dialogamos con la escritora entrerriana Selva Almada, cuya obra, premiada y traducida a distintos idiomas, ha dado la vuelta al mundo. Acaba de publicar su nueva novela No es un río y conversamos qué significa escribir sobre masculinidades, el potencial de los talleres literarios, la repercusión de “Chicas muertas” y el lugar destacado que actualmente tienen las escritoras mujeres en la escena literaria.

Almada tiene sus raíces en Entre Ríos y se convirtió en uno de los nombres más importantes del campo literario de los últimos tiempos. Nació en la localidad de Villa Elisa; estudió Comunicación Social en Paraná pero la abandonó para hacer el profesorado en Literatura. Y si bien desde hace 20 años vive en Buenos Aires, en sus letras abundan los paisajes de la vida provincial.

“Todavía me sigue pareciendo muy atractivo y sigo encontrando mucho potencial narrativo en el Litoral y también al sur de Chaco. Hay algo no sólo del paisaje, sino también de la lengua, de la manera de hablar y del decir las cosas que tenemos en el Litoral, o incluso de los personajes, lo que me sigue interesando. Desde ahí, continúo encontrando disparadores para escribir”, refirió a Riberas.

En su obra prolífica se pueden encontrar novelas, cuentos y relatos de no ficción. Tal es la apuesta literaria, que ha sido traducida al inglés, portugués, francés e italiano. Su novela debut “El viento que arrasa” (2012), fue galardonada con el Premio al Primer Libro del Festival Internacional del Libro de Edimburgo en 2019. A dicha obra le siguió “Ladrilleros” y en este 2020 publicó “No es un río”, la cual cerraría lo que la propia autora denominó: “La trilogía de los varones”.

– ¿Qué ha significado para vos escribir desde una óptica masculina y no caer en ciertos estereotipos, como suele suceder con autores varones cuando construyen personajes femeninos?

– No me propuse escribir desde una óptica masculina sino indagando en el mundo de las masculinidades, que también es bastante amplio. Fui hacia esos personajes y universos con preguntas y curiosidad, más que con respuestas dadas de antemano. Creo que de todas las preguntas que me hice, probablemente, no haya podido responder ninguna. No fui a escribir sobre aquello que daba por sentado, creo que en ese caso sí, me hubiese llevado hacia estereotipos, como puede pasar con algunos escritores varones que abordan personajes mujeres.

Mi búsqueda fue impulsada por la curiosidad que me provocan ciertas alianzas que son netamente masculinas y con las que no estoy de acuerdo, y desde ahí ver qué pasa, por qué esos vínculos se dan de esa manera, cuán determinados están por la cultura machista, cuánto de voluntad hay. En vez de pensar que los personajes masculinos son algo acabado y solamente hay que ponerlo en acción, pensar qué pasa en el interior de esos personajes. Desde ya que no es más que imaginación mía, porque no dejan de ser invenciones de ficción, pero me gustaba la idea de investigar y ver que no todo es tan lineal. La masculinidad también es compleja.

– Desde hace tiempo venís dictando talleres literarios ¿Cuánto te ha nutrido esa experiencia?

– Estuve muchísimos años en el taller de Alberto Laiseca, aprendí con él y creo son espacios súper inspiradores. Hace diez años que vengo dictando talleres literarios y en general lo que hago es, seguimiento de obra, acompañar el proceso de escritura de una obra completa, ya sea una novela, cuentos, ensayos, crónicas. Me resulta muy estimulante el hecho de que, semanalmente, pueda encontrarme con esas personas y esos proyectos, ver cómo van creciendo los textos a lo largo de los encuentros. No solamente por lo que yo pueda aportar, sino con lo que aporta el grupo, eso me parece fundamental. Coordinar pero también lo que sucede es el rol de los compañeros y el grupo, la empatía que se produce entre las personas. Cuando eso no se da en un grupo, es muy difícil que la reme solamente quien coordina.

– ¿Qué consejo le darías a alguien que quisiera comenzar a escribir pero no se anima o no sabe cómo hacerlo?

– No soy muy amiga de los consejos, pero en mi experiencia, la pertenencia a un taller ha sido siempre fundamental. En mis primeros años, cuando empezaba a escribir, no iba a un taller pero sí tenía un grupo de amigos con quien nos sentábamos a escribir y leer lo que hacíamos. Sentirme acompañada en ese proceso siempre ha sido súper importante. Entonces, ese grupo de contención pueden ser los amigos que también escriban o que sean lectores y estén abiertos a leer lo que estés escribiendo, o bien un taller de escritura con personas que no conoces, pero que de a poco se establece la confianza y la amistad. Incluso hoy día, me parece importante saber que cuando escribo dos o tres páginas nuevas, tengo a quién mostrárselas y con quién charlar sobre eso.

Una literatura personal y heterogénea

En el año 2014, Almada tuvo su primera incursión en la no ficción con el libro “Chicas muertas”. Fue una exhaustiva investigación acerca de tres asesinatos a jóvenes mujeres de la década del ’80, que en su momento tuvieron escasa repercusión mediática y que nunca se esclarecieron. Fue en esa época que parece más lejana de lo real, cuando aún no existía el término femicidio. A su vez, en 2017, publicó “El mono en el remolino”, el diario de filmación de la película “Zama”, de la directora Lucrecia Martel.

– ¿Qué similitudes o diferencias has encontrado en la escritura de ficción y de no ficción?

– Encontré más similitudes que diferencias. Quizás la diferencia más grande es que para escribir una no ficción, como lo es en caso de Chicas muertas, necesitas un trabajo de campo. Tener un montón de material como entrevistas, recortes, información sobre los casos, rastrear a las personas que las conocieron. Un trabajo que en realidad, me llevó muchísimo más tiempo que la escritura en sí, y que es necesario para sostener esas historias. A la hora de escribir no sentí mucha diferencia que cuando hago ficción, excepto que lo que estaba contando ahí le había pasado a personas reales y eso fue lo que nunca quise perder de vista. En el caso del rodaje de Zama fue distinto porque no exigió una investigación, pero sí estar en el lugar, pasar el tiempo, hacer entrevistas.

“Chicas Muertas” se publicó en lo que podríamos llamar un período “pre Ni Una Menos” en donde las problemáticas de la violencia de género y los femicidios iban ganando cada vez más terreno en la agenda pública. Esto hizo que el libro, de alguna manera, se convirtiera en una lectura obligada ¿Imaginabas semejante repercusión?

– Fue un proyecto que tuve en la cabeza durante muchos años hasta que lo pude concretar. Cuando empecé con la idea, ni siquiera era una escritora conocida. Tuve que hablar con muchísima gente, desde el juez de una causa hasta con algún familiar de las víctimas. Siempre estuve agradecida hacia la gente que colaboró con el libro, porque fue como una especie de confianza ciega: yo no tenía un currículum que mostrar. Había publicado previamente un par de libros en editoriales chicas, los cuales, habían pasado desapercibidos. No esperaba esa repercusión. Incluso, porque eran casos que ya tenían muchos años, no habían sido mediáticos, eran prácticamente desconocidos para la gente que no hubiese vivido en los pueblos donde sucedieron.

Ya venía pensando hacía tiempo sobre la violencia de género, los femicidios y cómo era posible que estuviesen tan naturalizados. Horrorizarnos cuando llegan a la televisión, pero después no pasaba nada.

Una vez que el proyecto le interesó a Random House, pensé: ‘Algo de circulación va a tener el libro’. Pero sinceramente, no esperé enterarme que docentes lo llevaban a la escuela y lo leían en el secundario, incluso a veces, me invitan charlar con estudiantes. Todo eso, fue algo que no imaginé.

¿Cómo ves este momento de la literatura argentina donde muchísimas mujeres son protagonistas de un espacio que suele ser acaparado por varones?

– Desde hace algunos años la difusión de las escritoras mujeres ha pegado un salto bastante grande, que hace una o dos décadas atrás, cuando hablabas de literatura argentina, se venían principalmente nombres de autores varones.

Por suerte en este último tiempo, también gracias al feminismo y a la militancia, hay más apertura y disposición para leer a escritoras. Para mí es innegable que no es solamente un gesto político vacío, el de leer a las mujeres para darles más lugar. Lo veo en escritoras de mi generación que están siendo publicadas en otros idiomas, o postuladas a premios muy importantes. Creo que hay una literatura que despierta mucho interés, porque es de muy buena calidad y muy variada.

Mi hipótesis, es que durante mucho tiempo las autoras mujeres no le importamos ni al mercado ni a los lectores, y a la par, eso nos dio mucha libertad para escribir de lo que quisiéramos, sin estar pendiente de si se iba a publicar o iba tener éxito. Eso hizo que desarrollemos una literatura absolutamente personal y heterogénea.

Escuchá el episodio #1 donde conversamos con Selva Almada en Spotify


Esta entrevista pertenece a la Serie JUNTAS, un ciclo de conversaciones con mujeres referentes de la cultura, la comunicación y el arte, que publicamos en formato podcast y gráfico.


*Clara Chauvín es periodista y fotógrafa. Forma parte del Equipo de Canal Uner TV. En 2019, publicó el libro de fotoperiodismo Hermanadas.

**Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación. También hace columnas para radio desde 2014.