La historia reciente de la universidad pública da cuenta del tránsito estudiantil como aquello emplazado en lo institucional, pero también, revela las expectativas y prácticas de los jóvenes que construyen lo educativo desde múltiples lugares.
Por Sandra Carli* | Fotos: M.A.F.I.A y Veinticuatro/Tres
La pregunta por la experiencia universitaria abre siempre indagaciones insospechadas. Cuando llevé adelante una investigación sobre la experiencia estudiantil en las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires durante lo que denominé el período de crisis[1] entre mediados de la década del 90 del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, atravesado por el impacto de la crisis de los años 2001/2002 sobre las universidades públicas, la vida estudiantil adquirió una nueva visibilidad.
La investigación a partir de entrevistas que propiciaron relatos de la experiencia estudiantil, en este caso desde el ingreso hasta la graduación, puso en primer plano recuerdos de circunstancias cotidianas, contingencias de todo tipo, expectativas depositadas en el paso por la universidad y frustraciones, identificaciones y aprendizajes. El devenir de la vida universitaria, que no es necesariamente lineal ni progresivo, sino que está signado por la discontinuidad, entradas y salidas, avances y retrocesos, es también el transcurrir de una etapa de la vida en la mayoría de los casos, la de la juventud. Pedro Krotsch y François Dubet señalan que la categoría estudiantes debe ser problematizada a partir de la condición juvenil, y al mismo tiempo, revisada en tanto el sistema de educación superior en el mundo, es cada vez más heterogéneo desde el punto de vista institucional.
En aquella investigación se trataba de auscultar las dinámicas de sociabilidad, las experiencias de conocimiento y las formas de la participación política, el paso por las aulas pero también por otros ámbitos; el hecho de que se trataba de facultades de una megauniversidad localizadas en diversos puntos de una gran ciudad como Buenos Aires era un dato crucial. Otra cuestión importante era reconocer que se estaba transitando de una cultura material del conocimiento signada por lo impreso y su reproducción técnica (fotocopias, pero bajo la hegemonía del libro en las humanidades y las ciencias sociales) a la digitalización. Por otra parte, se producía en un escenario epocal de desfinanciamiento de las universidades públicas, de crisis social generalizada, y de tendencias a la mercantilización de la educación superior, lo que provocaría que las tácticas de los y las estudiantes para permanecer y graduarse, fueran claves para sortear la debilidad estratégica de las instituciones.
Sin embargo, si abriéramos la pregunta por la experiencia estudiantil en otros espacios y tiempos históricos, y en el marco de otras instituciones (universidades, facultades y carreras), seguramente encontraríamos elementos comunes pero sobre todo un espectro de diferencias.
Habitar la Universidad
Cuando dictaba clases hacia fines de los ´80 en la carrera de Comunicación Social en la Facultad de Ciencias de la Educación, en Paraná, los grupos de estudiantes eran pequeños, procedían de Paraná o de localidades cercanas; recuerdo que tenían distintas edades porque la carrera recién se había abierto. Las carreras de Comunicación eran relativamente nuevas y en los planteles docentes se incorporaban profesoras y profesoras de diversos lugares (en particular de Rosario y Bs. As.); figuras reconocidas en ese campo que conocí allí, no con anterioridad. Varios de esos docentes volvían a las aulas universitarias después del exilio externo o interno, eran portadores de lecturas y experiencias de los ´70 pero también de otros países, en particular de México. Los que formábamos parte de la generación que ingresaba a la docencia en esos años, la experiencia era otra: cuando preparábamos las clases, a la vez que nos apropiábamos de una formación que no habíamos adquirido por haber estudiado durante los últimos años de la dictadura militar, la trasmitíamos a estudiantes de una generación relativamente cercana en edad.
La sociabilidad estudiantil no estaba desconectada del vínculo con los docentes: en el bar de la esquina de la Facultad se producían charlas ligadas con los temas de las materias o con otros temas; el mate circulaba en las aulas que eran espacios casi íntimos. Por otra parte, la escala pequeña de la institución favorecía contactos estrechos con autoridades y con el personal administrativo. Dar clase no era lo mismo que hacerlo en Buenos Aires, en parte por la cercanía del río y el carácter semi urbano de la Paraná de entonces. El paisaje en el que la vida universitaria se despliega no es una referencia menor: Deodoro Roca, la figura más destacada del movimiento de la Reforma Universitaria de 1918, tiene varios textos escritos sobre las sierras de Córdoba, sobre el ambiente en el que esas ideas y sociabilidades se cultivaban. No se trata entonces de pensar el paisaje desde un punto de vista mítico sino vivo, sea para pensar si forma parte de la enseñanza o de la agenda institucional, sea porque resulta negado a favor de una transmisión muchas veces abstracta, a-histórica e impersonal.
Si la inquietud por el paisaje, el medio ambiente, sus problemáticas de diverso orden vinculadas con el trabajo de sus habitantes, con los conflictos económicos, políticos y ecológicos, con los fenómenos culturales y artísticos, ingresa muchas veces tardíamente en los debates universitarios; el otro tópico refiere al género. Para entonces, estaba ausente de las curriculas, pero la experiencia estudiantil era y es invariablemente sexuada. Algunas estudiantes de la carrera de Comunicación Social de Paraná eran madres jóvenes y estudiar en la universidad conllevaba resolver cotidianamente la combinación entre estudio, trabajo y prácticas de crianza: recuerdo que una de ellas contaba que usaba la cama para estudiar y comer. Eso me hace pensar también en los lugares en los que habitan los estudiantes, en sus limitaciones de espacio, en los costos de alquiler, en los esfuerzos por autonomizarse de los padres, en el traslado de localidades del interior a la ciudad; de eso se hablaba entonces. Varias parejas se formaron en la trama de esa sociabilidad universitaria; la invisibilización de las diversas orientaciones sexuales seguramente también estaba presente.
A diferencia de la actualidad, en la que la experiencia estudiantil está signada por la vida online e internet; las comunicaciones recién comenzaban. Por eso los encuentros presenciales para estudiantes y docentes resultaban imprescindibles: los intercambios universitarios se producían en la Facultad o en sus alrededores (bares, casas) y la dimensión pública de la Universidad se expandía más allá de los edificios de la institución (sus sedes históricas, sus casas anexas, el nuevo edificio).
Las experiencias de conocimiento también han cambiado notablemente. Cada vez es más relevante indagar el impacto del uso cotidiano de pantallas (computadoras, tablets y celulares), considerar la portabilidad de los aparatos, la interactividad en las redes, la digitalización del conocimiento, el acceso online a la bibliografía académica, la transformación de las prácticas de lectura y escritura, la elaboración de los trabajos prácticos o monografías colectivas; en suma, la apropiación y producción de conocimiento en la universidad. Entonces la biblioteca de la Facultad de Ciencias de la Educación, que recuerdo como muy valiosa, era un reservorio clave, usada intensamente por estudiantes y docentes; cabe preguntarse sobre la frecuencia de las visitas y consultas actuales. Pero también es necesario plantear como hipótesis si no se acentúa cierta individualización de las experiencias de conocimiento, más allá de que en la cultura interactiva de las redes sociales se disuelvam las fronteras entre lo público y lo privado y se produzcan conversaciones ampliadas.
Estos cambios modulan otras experiencias de conocimiento en las nuevas generaciones de estudiantes, en contextos sociales y económicos particulares. Aquella experiencia estudiantil en la Paraná de fines de los ´80 y principios de los ´90 estuvo atravesada por las circunstancias de la hiperinflación, por los momentos de estabilidad monetaria y por la debacle económica de la década menemista. Recuerdo los cambios de empresas a cargo de los aviones que trasladaban a profesores desde Bs. As. y el pasaje al viaje nocturno en micro, pero también los problemas laborales de estudiantes así como los patacones del 2001/2 en la vida comercial de la ciudad. Cabe investigar cómo esa inestabilidad y el aumento de la pobreza afectó la continuidad de los estudios universitarios y propició la movilidad de carreras o lugares de estudiantes.
Abrir la pregunta por la experiencia universitaria en este presente histórico supone considerar las políticas del Gobierno Nacional, que en las alocuciones del actual ministro de Educación y en las medidas tomadas, ha incluido la desvalorización de las universidades públicas, el cuestionamiento al ingreso irrestricto, la introducción de principios del management en la acción de gobierno, la reducción del presupuesto universitario y la impugnación de la participación política estudiantil. Aquellas experiencias universitarias, he investigué en forma sistemática y que traté de recordar en esta breve semblanza, se produjeron en contextos económicos y políticos difíciles. Sin embargo, en los últimos quince años se produjo una fuerte recuperación del sistema de educación superior y en particular de las universidades públicas en el marco del aumento del presupuesto, el crecimiento de la matrícula estudiantil, la mejora de la infraestructura universitaria y las transformaciones institucionales de diverso tipo. Se trata entonces de resistir los intentos de desestabilizar nuevamente a las universidades públicas desde el punto de vista institucional, a través de recortes presupuestarios y regulaciones de diverso tipo.
Hay que continuar con una agenda de debate y de trabajo que coloque en un primer plano lo que está pendiente y que las investigaciones sobre experiencia estudiantil dan cuenta: revisar los problemas y dificultades vinculados con el acceso, la permanencia y la graduación, democratizar el contacto y vínculo con el conocimiento académico ahondando en una revisión crítica de las practicas de enseñanza y teniendo en cuenta, los alcances de las transformaciones de la cultura visual-digital, lograr una mayor implicación de la militancia político-estudiantil en los proyectos de transformación institucional, profundizar en el carácter público de la Universidad a partir de una intervención en las problemáticas sociales, y en particular, en aquellas vinculadas con conflictos medioambientales y de género.
*Dra en Educación. Profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora Principal del CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.
[1] Carli, S. (2012) El estudiante universitario. Hacia una historia del presente de la educación pública. Buenos Aires: Siglo XXI.
One thought on “La experiencia universitaria. Memorias, geografías y nuevos desafíos”
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Excelente artículo.