Por Clara Chauvín* y Andrea Sosa Alfonzo** para la Serie Juntas | Foto: Archivo personal Dolores Reyes | Ilustración: Martín Bianchi
Dolores Reyes tiene una escritura situada epocalmente y eso implica darle voz a las historias desde lugares hasta ahora no contados. Hizo brotar llanto y reconocimiento, así como la necesidad de una imperiosa y urgente tarea adjudicada hasta entonces a otros espacios: construir memoria como una herramienta para la libertad.
Cuando conversamos con la escritora Dolores Reyes, Cometierra, su primer novela, ya era revelación en la escena literaria. Sin embargo, no pudimos evitar tentarnos en preguntarle cómo había sido el proceso de escritura de esta historia que refleja, con una potente calidad narrativa, la violencia, los femicidios, la vida de quienes están expulsados/as del sistema y lo que implica reconstruir la memoria. Reyes ubicó sensiblemente su mirada en la tierra para mostrar un lugar del que se habla mucho pero se conoce poco, y es el conurbano bonaerense.
En 2019, el mundo literario encontró un verdadero fenómeno que se llamó Cometierra. Su autora, hasta el momento desconocida, se llamaba Dolores Reyes, y se trataba de su primer libro. La novela comenzó a circular y a acumular cada vez mayor cantidad de lectores y lectoras, que vieron con fascinación esta historia de una adolescente vidente de clase baja que es consultada para rastrear a personas que están desaparecidas. Tanto fue el éxito, que a la fecha, Cometierra cuenta con una quinta edición.
Quisimos rastrear cuáles fueron algunos de los puntos que la volvieron un objeto cultural de época. En primer lugar, es narrada en primera persona por su joven protagonista, con un lenguaje simple y crudo a la vez, enmarcada en la realidad de las barriadas del conurbano bonaerense. Por otro lado, hay una suerte de genealogía que mezcla el conflicto y la resistencia en la historia que atraviesa a la protagonista que trae a la verdad situaciones de violencias sobre las personas que intenta «ver». Es decir, la violencia está presente en cada página, y las principales víctimas son mujeres. Por eso la escritora dedicó su obra a la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos.
Dolores Reyes es amante de la lectura. Y a lo largo de su vida escribió, desde la adolescencia en adelante. Pero como le ocurre a muchas mujeres, los diferentes acontecimientos que enfrentó y el trabajo de ser mamá de siete hijos, influyeron en la interrupción de su oficio, al menos durante algunos años. “Siempre fui muy lectora desde chica, sentía que entraba en un mundo que me encantaba y me sigue pasando hasta el día de hoy. Arranqué muy intuitivamente, haciendo copias de lecturas o de libros que me habían gustado en la infancia y durante la adolescencia. Hice el secundario en La Matanza, tenía algunos muy buenos profesores de Literatura que nos incentivaban bastante a leer. Recuerdo que eso me encantaba y así empecé a hacer mis primeros cuentos, que con el tiempo, se perdieron, hoy no tengo nada de ese material». A pesar de ello, recuerda que hacían «revistas que publicábamos nosotros con fotocopias abrochadas». Después llegó la maternidad: «fui mamá muy chica y dejé la escritura pero nunca la lectura, siempre fue algo constante. Con el tiempo, después de ejercer de maestra, comencé Letras en la UBA y ahí comencé mi formación. Pero siempre estuve dudando, la producción textual que se hacía estaba más ligada a la crítica literaria y sentía que era algo que no me terminaba de cerrar del todo. Después empecé a estudiar más literatura clásica y el panorama me cambió un montón». Durante muchos años Dolores trabajó como traductora en el Departamento de Antiguas. Tras este período, mientras trabajaba, tuvo a su quinto hijo «y ya se me hacía imposible cursar por mis horarios. En un momento entro en crisis, me quería separar de mi última pareja, sentía que me había postergado durante mucho tiempo. No tenía ninguna punta como para volver a mí misma y reconstruirme hasta que recordé esto de la adolescencia que era la escritura.
Había comenzado a leer a Leo Oyola, me encantó porque escribía desde La Matanza, desde los lugares que yo conocía, y me parecía increíble que alguien pudiese hacerlo desde ahí. Algo que hoy no nos sorprende tanto, en ese momento para mí fue como una revelación. Pensé ‘bueno, quizás yo también puedo’”.
– ¿Cuál fue la inspiración que te llevó a crear “Cometierra”?
– Arranqué el taller de escritura de Selva Almada y Julián López. Durante todo el primer año estuvimos escribiendo cuentos. Para el segundo año, teníamos que llevar un proyecto de escritura propio. Un compañero leyó un texto que terminaba en «tierra de cementerio». Escuché ese final muy concentrada y ahí se me apareció la imagen de un cementerio y una nena -tal cual la describo al comienzo de Cometierra-, sentada, y que hacía eso: llevar la mano a la tierra y comerla. Fue tan impresionante para mí que dejé lo que venía armando y traté de armar para el encuentro siguiente un texto que plasmara por escrito eso tan potente. Era una búsqueda más experimental. Después comenzó el proceso de hacerlo ficción.
– ¿Por qué es la tierra la vía por donde la protagonista logra tener sus visiones y descubrir la verdad?
– Esa imagen tan fuerte se dio desde un lugar muy pasional, hoy lo puedo analizar desde muchos aspectos. Desde que la tierra es, de alguna forma, el origen de la vida y lo ha sido siempre para todas las culturas. La tierra donde se depositan las semillas, donde crece el alimento, alguna forma que sustentan nuestros cuerpos. También es la que lo recibe al final, ya no somos vivos pero quedan nuestros cuerpos, la tierra vuelve a recibir y proteger. Más allá de esto que aparece en la novela que es el orden de la vida quebrada porque aparecen los femicidios, los asesinatos, el robo de esos cuerpos, los entierros de alguna forma clandestina. De alguna forma, me vino la idea de esos cuerpos que habían dejado algo de su memoria en la tierra. La nena, al comer esa tierra, la incorporaba a su cuerpo y al cerrar los ojos, de alguna manera, podía «leer» esa memoria de los que ya no están.
– ¿Cómo fue el proceso de escritura de tu novela y cómo fue la construcción de su personaje principal?
– Fue ponerme muy adentro de la protagonista, saber qué le estaba pasando a la hora de hacer eso, cómo lo iba descubriendo y domesticando a ese don. Siempre muy pegada a ella a la hora de escribir. Primero, fueron muchos años de escritura, de buscar y trabajar esa voz. Estar muy abierta a lo sensorial, pensando qué le pasa, qué ve, qué escucha, qué huele, qué le pasa con el lugar que habita y con su don, con el afuera que es tantas veces tan hostil hacia ella. Por otro lado, ficcionalizar, quiénes podrían ser los que recurren a esa vidente conurbana y en qué circunstancias. Buscar a esa adolescente que está en un barrio tan precarizado y llevarle tierra de los seres queridos que faltan. A la vez que es un don, es algo que siempre le está mostrando cosas horribles sobre las cuales ella participa a través de la tierra que mete en su cuerpo. No es solamente una observadora, y todo eso tiene un costo.
Escribir desde la percepción de un mundo
La novela se convirtió en un suceso editorial y tuvo traducciones al inglés, francés, italiano y holandés. Todo eso fue una enorme sorpresa para su autora que, en un primer momento, ni siquiera veía la posibilidad de ver su trabajo publicado. “Los primeros dos años ni siquiera pensé que se iba a publicar, ni yo me lo planteaba, tampoco fui a buscar un editor. De hecho, mi editor me llamó por teléfono, fue algo raro y hermoso, algo que no me esperaba para nada». Lo cierto es que Cometierra salió publicada después de 5 años y medio de comenzar a escribirla. «Para ese tiempo ya había hecho algunas lecturas públicas donde veía cómo reaccionaban las personas. Iba a fiestas en donde se hacían lecturas, había un barullo bárbaro y cuando comenzaba a leer, se iba haciendo un silencio donde todos terminaban escuchando un capítulo. Desde ahí, ya era bastante impactante. Estaba contenta que si llegaba a lectores les iba a gustar, pero nunca imaginé que iba a llegar a tanta gente. Ahora largamos una quinta edición, en un mercado editorial que está súper golpeado. Ni hablar las traducciones en otros países. Es increíble todo lo que pasó en un año”.
– Tu novela se enmarca en este momento histórico en particular donde los feminismos han logrado una gran masificación y pusieron en agenda la problemática de la violencia y los femicidios ¿Buscabas de alguna manera que tu historia aporte a la sensibilización sobre la temática?
– Pienso que a la hora de escribir se pone en juego sus obsesiones -las de la parotagonista- y los materiales externos de la sociedad que se problematizan y generan un montón de cuestiones. Que eso esté ahí, que es algo que vengo siguiendo desde muy chica, no me resulta extraño. A la hora de escribir sale. Era ambiguo para mí, yo no sabía si no iba a saturar. Nunca quise que fuese un panfleto, eso ya lo escribí en mis años de militancia. La única voz que sale son las de los personajes, la mía no tiene que aparecer. Pero sí se dio de una forma mucho más natural por la historia de los personajes.
Hay saturación en cierto punto, todo el tiempo estamos recibiendo esto de afuera y tenía miedo que sea algo más en el montón, respecto a los femicidios, o a las violencias, o a la precarización de la vida en el conurbano. Hay una voluntad de sensibilizar, de romper el automatismo de una mujer muerta más, de un dato frío en un titular y pasamos la hoja como si no fuese nada.
La idea es tener la percepción, qué nos pasa con todo esto, cuál es la historia de esa vida que se está perdiendo y el costo para todos los demás, y también de relatar esto desde otro lugar. Quería relatar desde nosotras, qué pasa con todas estas mujeres que se nos llevan.
– ¿Qué opinás de la actualidad de la escena literaria en la Argentina donde son las autoras mujeres las que se están destacando?
– Me llama la atención que se haya dado en tan poco tiempo. Cuando estudiaba los programas de literatura argentina o latinoamericana eran 30 varones y dos mujeres, y lo más gracioso es que a nosotras no nos llamaba la atención. Ahora lo revisito a eso que pasó hace 20 años y me parece increíble, cómo nos ha cambiado la mirada y ahora nadie naturalizaría eso. Fue un proceso que se vino gestando durante mucho tiempo y que tiene también un montón de consecuencias. Primero, que las escritoras argentinas estén siendo reconocidas tiene que ver con la absoluta calidad de sus poéticas, tenemos escritoras increíbles en este momento ¿Por qué no iban a ser leídas y reconocidas? Si eso pasaba en otro tiempo se debe a la idiosincrasia del momento. Hemos tenido escritoras que no fueron leídas con la fuerza con las que hoy lo son Gabriela Cabezón, Selva Almada o Mariana Enriquez. Me parece que tiene que ver con este cambio de época. Hay un mercado y hay un grupo enorme de lectores para este boom de escritoras argentinas.
Por otro lado, he transitado infinidad de libros donde las voces eran masculinas. Voces que nosotras siempre tuvimos la capacidad de leer y meternos en esos personajes, hacer una suerte de identificación. A nadie le hacía ruido hacer esto. Pero cuando los varones tienen que leer a una mujer, es como que se sentían afuera: tienen una imposibilidad de hacer ese ejercicio que nosotras hacemos todo el tiempo. Me parece que eso también está empezando a cambiar.
Si bien tengo muchas lectoras mayoritariamente mujeres, también tengo lectores varones que me dan unas devoluciones increíbles y logran empatizar con una voz principal femenina.
Escuchá el episodio #2 donde conversamos con Dolores Reyes en Spotify
Esta entrevista pertenece a la Serie JUNTAS, un ciclo de conversaciones con mujeres referentes de la cultura, la comunicación y el arte, que publicamos en formato podcast y gráfico.
*Clara Chauvín es periodista y fotógrafa. Forma parte del Equipo de Canal Uner TV. En 2019, publicó el libro de fotoperiodismo Hermanadas.
**Andrea Sosa Alfonzo es comunicadora y periodista. Se especializa en comunicación digital. Es Directora Periodística de Revista RIBERAS. Ha publicado artículos en diversos medios de comunicación. También hace columnas para radio desde 2014.