Por Sandra Miguez* | Fotos: Catalina Acevedo y Andrea Sosa Alfonzo
Desde que empezó el aislamiento obligatorio hubo ocho femicidios y decenas de mujeres que debieron ser hospitalizadas por la violencia machista. Sin embargo las denuncias para pedir ayuda y medidas de protección disminuyeron.
Nos quedamos sin respiración cada vez que una mujer es asesinada. Ni los gritos de #NiUnaMenos, #VivasYLibresNosQueremos parecen ser suficientes, como tampoco es suficiente haber dictado una la #LeyMicaela, ni las movilizaciones sociales que expresan con precisión y contundencia cuáles son los reclamos en materia de género y políticas públicas en cada fecha en que tomamos las calles.
El aislamiento social obligatorio impuesto de forma preventiva ante la pandemia del COVID-19 expone a una situación de vulnerabilidad a mujeres que conviven con sus agresores en situaciones de violencia. De allí que se hayan registrado un aumento en los casos de feminicidios registrados en los últimos días.
Nos quedamos sin aliento frente a una realidad que busca noquearnos, que se relame en el propio odio de las muertes, ante lo indecible que resulta narrar lo vivido por cada víctima de violencia de género.
Cientos de mujeres son asesinadas por año en nuestro país. La causa ha sido explicada reiteradas veces: es el crimen de odio, es el crimen de poder, de aquellos hombres que se creen dueños de los cuerpos y las vidas de las mujeres.
Los datos y cifras -que adquieren la frialdad propia de la muerte- no alcanzan a dar cuenta de cada una de esas historias que se cierra tras las víctimas, si es que realmente se cierra. ¿Es que acaso no podemos pensar además de los rastros indelebles que deja la violencia en el entorno de las víctimas, en las huellas que nos deja cada víctima en nuestro inconsciente colectivo? ¿Es que no podemos ver el daño moral que nos deja a toda la sociedad? Una muerte producto de la violencia de género es un grito desolado que no es escuchado, no suficientemente como para haber logrado salvar una vida.
Y seguimos escribiendo sobre los datos de las estadísticas para ver si en algún momento logramos generar la toma de conciencia que necesitamos a nivel social para que se produzcan transformaciones en la comunidad y aun así repetimos la información para ver si a fuerza de prepotencia, despertamos y logramos accionar, ante este mundo que nos está matando, por el solo hecho de ser mujeres, por el solo hecho de desafiar al disciplinamiento al que nos confinaron, por el solo hecho de tomar las riendas y la potestad de nuestros cuerpos.
El sistema público no da abasto, sus respuestas son aún insuficientes para para revertir esta dramática situación que vivimos. No son suficientes las líneas telefónicas, ni las tobilleras eléctricas, mucho menos aplicaciones en celulares que dejan de funcionar si no hay conexión, si no hay crédito. Tampoco los equipos interdisciplinarios, por más empeño que puedan poner en acción. No hay política pública que logre dimensionar este problema, si no somos capaces de revisar nuestras propias prácticas, ponerlas en discusión, encontrar las fallas, buscar la opinión de especialistas, que por muy duras que puedan llegar a sonar sus posturas, nos permitirían modificar lo que vemos que hasta ahora no ha funcionado.
Como dice Rita Segato, en “La Guerra contra las Mujeres”, sin abandonar las luchas en el frente estatal, porque sin lugar a dudas es indispensable darlas, también debemos seguir construyendo tejidos comunitarios, a partir de fragmentos de comunidad que todavía se encuentran vitales. Para que el grito de mujeres, lesbianas, travestis, trans y cada una de las personas que vivencia la violencia, sea escuchada, sea puesta a salvo. Porque Vivas y Libres nos queremos. Y porque estamos convencidas que las salidas no son individuales sino colectivas.
DATOS DE LOS CRÍMENES DE ODIO
De acuerdo a los datos del Observatorio de Femicidios en Argentina, Adriana Marisel Zambrano, menciona que en 2019 hubo 299 casos y hasta el 10 de marzo de este año registraban 69 nuevas víctimas, antes de las medidas de aislamiento obligatorio.
En Paraná, Entre Ríos, el asesinato de Fátima Acevedo volvió a mostrar la insuficiente movilización en torno de un tema pavoroso: los feminicidios. Fátima fue asesinada por Nicolás Martínez, su ex pareja, a quien se había cansado de denunciar. Su cuerpo fue encontrado una semana después, el 8 de marzo, a escasos metros del domicilio de Martínez, a donde llegó Fátima bajo la trama de engaño y el círculo de violencia que ejercía su ex pareja sobre ella. Los mecanismos de contención de Fátima, fallaron.
El 10 de marzo, Denise Vergara de 31 años fue asesinada por su ex pareja, Miguel Gutiérrez, en Villa El totoral, Córdoba.
El 13 de marzo, Romina Ruiz Díaz fue asesinada por Mauricio Wilber, su pareja, en Cañuelas, Buenos Aires.
El 14 de marzo, Lidia Britez de 47 años fue asesinada en Formosa, por su esposo César David Cáceres, de 37 años.
Pilar Riesco de 21 años cayó desde un balcón, el día 17 en Pompeya, Buenos Aires; se investiga a su ex pareja Patricio Leonel Reynoso, de 31 años, con quien mantuvo una fuerte discusión previamente.
En lo que va de la cuarentena -dispuesta por un tema de emergencia sanitaria- se han agudizado las denuncias, con un encierro que complica la situación de muchas mujeres que se ven obligadas a convivir con sus agresores.
Tan solo el 28 de marzo fueron halladas sin vida 5 mujeres, mientras que desde que se impuso la medida de aislamiento social el Observatorio contabiliza un total de 8 historias truncadas, familias devastadas, ante la irrupción de la muerte como forma de castigo.
Las crónicas dan cuenta que el 21 de marzo fue hallada sin vida en un camino vecinal, Susana Melo, de 51 años, en Ingeniero White, Bahía Blanca; el detenido es su ex pareja, Raúl Gregorio Costa, quien –según allegados de la víctima- ya tenía denuncias previas por haber ejercido violencia contra ella.
Ese mismo día, en el Barrio Itatí, Puerto Libertad, Misiones, Roberto Rivero Medina de 74, asesina a Lorena Fabiola Barreto, de 32 años quien era su pareja. Lorena tiene un hijo de 16 que perdió a su madre.
El 24 de marzo fallece Verónica Soule, de 31 años, en Santa Fe, luego de agonizar durante una semana. El hecho, que en un principio fue investigado como ‘intento de suicidio´, ocurrió el 17 de marzo pasado. La mamá y la hermana de Verónica corrieron hasta su casa, a una cuadra de distancia, y la encontraron tirada en el suelo. Su estado era tan delicado, que la subieron a un auto y la llevaron al hospital más cercano. La víctima nunca había denunciado a su esposo, sin embargo su familia aseguró que la violencia que él ejercía contra ella venía desde hacía años. Verónica era madre de una nena de 8 y un nene de 11 años.
Dos días después, el 26 de marzo, una beba de 2 meses fue asesinada por su padre de 40 años. Fue en Puerto Iguazú, Misiones, el padre –que fue detenido- había mantenido una fuerte discusión con su pareja y madre de la beba, Natalia P, de 19 años, a quien también amenazó con un arma. Según relató la joven, durante la pelea, el agresor efectuó un disparo que impactó en el cuerpo de la niña.
El 28 de marzo fue un día funesto 5 mujeres fueron encontradas sin vida. Después de semanas de búsqueda en los acantilados de Mar del Plata, se halló el cuerpo de Claudia Repetto, de 53 años. Estaba desaparecida desde el 1 de marzo. Diecinueve días después, quedó imputado su ex pareja Ricardo Rodríguez (54 años), quien admitió ser el autor de femicidio, luego de que los hijos de la víctima lo encontraran andando en bicicleta por la ciudad.
Ese mismo 28 de marzo, se produjo otro femicidio vinculado de una pequeña de 2 años, en Lules, Tucumán. El culpable habría sido su padre, quien se suicidio.
También fueron halladas Cristina Iglesias, de 40 años, de Monte Chingolo, y su hija de 7 años, que habían desaparecido el miércoles 25, de Lanus, Buenos Aires. Los cuerpos de Cristina y su hija, fueron encontrados enterrados en el fondo de la casa en la cual vivían las víctimas, y por el doble femicidio detuvieron al novio de la mujer.
Otros 4 casos más están siendo investigados se trata de las muertes de Jésica Rocío Farías, 21 años, una adolescente de 17 años de Tolosa, Florencia Micaela Soto de 27 años y Haydeé Salazar en Bariloche. Y 6 intentos de feminicidios en Entre Ríos, Santa Fe, Salta, Catamarca, La Plata y en Tucumán.
Barbijo rojo y Línea de atención 144
Desde el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad de la Nación y la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA) en el contexto de la emergencia por la pandemia de coronavirus COVID-19, las mujeres y personas LGBTI+ podrán a partir del 1 de abril acercarse a la farmacia más cercana de su barrio o llamar a la de confianza y solicitar un barbijo rojo, para que el personal comprenda que se trata de una situación de violencia por motivos de género y gestione una comunicación con la Línea 144, único dispositivo federal de asesoramiento y asistencia integral ante situaciones de violencia por motivos de género en todo el país.
Así lo explicó la ministra Elizabeth Gómez Alcorta mediante las redes oficiales:
Asimismo el lunes 30 de marzo se convocó a un “ruidazo federal” desde las 18.00 en ventanas, terrazas, balcones, en todo el país. Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, BiSexuales, No Binaries+ se sumaron para exigir la emergencia en materia de género, y acciones que incluyen: facilitar a través de internet y teléfonos denuncias y medidas de protección para las víctimas de violencia; asignación económica de urgencia para víctimas de violencia; asignación económica de urgencia para familiares de víctimas de femicidios, además de la declaración de emergencia en materia de género.
*Sandra Viviana Miguez es periodista. Licenciada en Comunicación Social, especialista en Género y Salud